Accidentes normales: de fallos técnicos a fallos culturales

Este escrito mandado desde Holanda por un compañero, trata del accidente de un avión Boing 747 que se estrelló cerca de Amsterdam el año pasado. Además de constituir una reflexión sobre el uso de la tecnología hoy día, introduce elementos interesantes acerca del debate actual sobre las sociedades de riesgo.

El cuatro de octubre del año pasado un avión Boing 747 se estrelló contra dos edificios de viviendas en Bijlmermeer, un barrio de las afueras de Amsterdam. Mientras los bomberos aún intentaban apagar el fuego y las sirenas de las ambulancias todavía podían oirse, los expertos se apresuraron al lugar de la catástrofe para averiguar las causas del mismo. Enseguida se hizo evidente que el avión había perdido dos de sus cuatro motores, posiblemente después de que se incendiaran.
Una vez que la hipótesis de un atentado terrorista fuera descartada, la primera atribución de responsabilidad fue dirigida a la tecnología misma. El titular de un importante periódico holandés decía: «Causa del accidente: fallo técnico» (NCR Handelsblad, 6-10-1992). El fallo técnico se relacionó en ese primer momento con posibles errores de fabricación o mantenimiento. Pero el debate no había hecho más que comenzar. El gran número de muertos y la espectacularidad del accidente hicieron que la búsqueda de culpables o responsables propiciase nuevas preguntas.
En una segunda fase, las acusaciones dejaron el ámbito de las máquinas y entraron en el dominio de los agentes humanos. ¿Acaso no fue la elección por parte del piloto de una ruta concreta para volver al aeropuerto de Sehipol, lo que determinó el trágico destino de las víctimas? En lugar de "fallo técnico", comenzó a hablarse entonces de "fallo humano": el piloto se convertió pues, en el nuevo culpable (y además ya había sido ajusticiado en el mismo accidente).
El proceso de acusaciones y atribución de responsabilidades adquirió, como en tantos otros casos de catástrofes tecnológicas, una dinámica que podría equipararse a la extracción de las capas sucesivas de una cebolla -aunque en sentido inverso: cuanto más avanzamos mayor es la amplitud de los problemas que aparecen. Así es como otros interrogantes comenzaron a formularse en algunos medios: ¿debemos aceptar que las líneas de vuelos regulares pasen sobre zonas densamente pobladas?, ¿debemos permitir que un aeropuerto se construya a muy pocos kilómetros de una gran ciudad? Estas cuestiones apuntaban a un nuevo orden de causas del accidente: "fallos de diseño urbanístico". El debate había dejado poco a poco el ámbito estrecho de las cuestiones "meramente" técnicas relacionadas con los motores de avión, para poner en duda las decisiones políticas que se hallan involucradas en al planificación de las ciudades modernas: ¿se habían tenido suficientemente en cuenta tanto los beneficios como los riesgos económicos, sociales, ambientales y psicológicos que plantea la construcción de un aeropuerto a unos pocos kilómetros de una gran ciudad?
Además, y como también ocurre tras la mayoría de catástrofes tecnológicas, ciertas situacione sociales problemáticas que normalmente permanecen ocultas bajo el manto de la normalidad, quedaron al descubierto de forma flagrante. La mayoría de las víctimas eran emigrantes asiáticos, en gran parte ilegales, que habitaban en condiciones penosas los edificios derruidos por el choque. Como medida de desagravio el ayuntamiento de Amsterdam hizo público que a los supervivientes residentes en dichos edificios, se les concedería un permiso indefinido de residencia en los Paises Bajos. A la mañana siguiente una gran cola de varios centenares de emigrantes ilegales se formó frente al edificio de la policía. Muchos de ellos habían dejado apresuradamente sus casas en otros puntos del país, e incluso en Alemania y Bélgica al oír la noticia. Todos afirmaban vivir en los edificios siniestrados.
Con la última capa de nuestra tecnocebolla nos adentramos en una perspectiva todavía más amplia, en la que el vértigo puede empezar a afectarnos. Aviones, aeropuertos, grandes ciudades, etc., son elementos que tienen mucho que ver con nuestra forma de vida. Decir que la tecnología tiene ciertas consecuencias en nuestra vida ya no es suficiente: hoy en día la tecnología no es un elemento externo, un entorno sobre el que nos movamos, sino algo que vivimos. Nuestra cultura es, fundamentalmente, una cultura tecnológica. Cualquier inovación tecnológica -los ordenadores, los automóviles, los aviones- lleva involucrada una reconstrucción de las reglas, roles, relaciones e instituciones sociales que configuran nuestra forma de vida. El tráfico aéreo, en particular, es un factor integral del comercio moderno, de la industria turística y de las comunicaciones internacionales; aspectos que en gran medida definen nuestra cultura moderna (incluso este escrito ha siajado en avión -en forma de carta- desde los Países Bajos, donde fué escrito -con un ordenador-, a Barcelona donde fue maquetado -con otro ordenador-.
En cierto modo es posible calificar accidentes como el de Amsterdam -o los más recientes hundimientos de petroleros- como de "normales", es decir, consustanciales a la estructura de nuestra cultura tecnológica. Son una consecuencia normal de la complejidad de lo sistemas tecnológicos y de la forma en que han sido diseñados, construidos e implementados. ¿Deberíamos dejar de hablar por lo tanto de fallos "técnicos" o "humanos" para explicar este tipo de catástrofes? Ni siquiera las causas políticas -en el sentido usual del término- son suficientes para explicar realmente el accidente. ¿No sería más adecuado hablar de "fallos en el diseño cultural", es decir, de fallos en la configucación de nuestra cultura tecnológica? ¿A qué preguntas nos tendríamos que enfrentar entonces?