Refugiados en Alemania
Con el endurecimiento de la represión el Estado
Alemán aspira a crear un efecto disuasorio para los inmigrantes
potenciales
Desde hace diez años, el Estado Alemán lleva a cabo experiencias
de agrupamiento en campos con un grupo estrechamente delimitado de
población: refugiad@s que solicitan asilo. Estas experiencias de
control y represión van a confluir y ser generalizadas en los llamados
campos de agrupamiento.
Esta es la consecuencia del acuerdo sobre el derecho de asilo de los partidos
estatalistas en diciembre de 1992 y de la ley sobre procedimiento para asilo
de verano de 1992.
Tanto el/la que había vivido hasta ahora como refugiad@ en una
de las residencias dispersas en la RFA como el/la recién llegad@
que ha logrado filtrarse ilegalmente por una frontera oriental guarecida
por electrónica, aparato policial y guardias jurados armados por
el Estado, se verán en 8 o 9 de cada 10 casos considerados como
«caso evidentemente injustificado» y enviados a uno de los
previstos 40 o 50 campos de agrupamiento con una capacidad cada uno de entre
500 y 1000 personas. Salvo que prefieran esfumarse en la ilegalidad.
Para los campos se están aconcicionando antiguas instalaciones
militares con tapia y alambradas alrededor, con guardias jurados y controles
de acceso. Algunas de las constantes de este régimen, como la
superpoblación, las prohibiciones de visita, la mala comida, las
limitaciones de movimientos, la presencia
obligada, han provocado luchas. Repetidamente se han sucedido las huelgas
de hambre, las ocupaciones, sabotajes y las manifestaciones de l@s refugiad@s.
A largo plazo y empleado como sistema, el internamiento pretende la
desmoralización de la víctima; son sobradamente conocidas las
consecuencias tales como la apatía, claustrofobia, agresividades y el
establecimiento de jerarquías propias de las bandas.
En los campos se encuentran además cuartelillos de la policía
criminal, instalaciones para el uso informático, delegaciones de
la Administración de extranjería y una Caja de las Oficinas
de Ayuda social. No hay psicólog@s, ni medios de consulta
y terapia, p.ej. para refugiad@s víctimas de tortura. Tampoco hay
médicos, porque los refugiad@s están prácticamente
excluid@s de la asistencia médica. En caso de ausencia injustificada,
el/la refugiado pierde, pasados tres días, alojamiento, ayuda social,
permiso de residencia y se dicta orden de captura. A través de tales
condiciones represivas, el Estado aspira a crear un efecto disuasorio para
inmigrantes potenciales. Y también, el aislamiento social y la
estigmatización racista de un grupo determinado. Al exponerlo a la
curiosidad pública, se amedrenta indirectamente al resto de la
población.
El sistema de Ayuda social en la RFA ya no es el último y unitario
escalón de la pobreza en la sociedad: desde principios de este
año reciben los refugiados un 25% menos de ayuda porque, dicen,
no necesitan participar en la vida cultural. Una parte de las ayudas se
da en material, la otra con bonos y el resto como limosna en metálico
para gastos.
Poco a poco se está formando una rama económica dedicada
a la administración de seres humanos: muchos campos son
encomendados a empresas privadas o caritativas. El Estado paga un fijo
por persona y día -entre 20 y 28 marcos- y cede la administración
a los nuevos consorcios. Estos ofertan a la administración desde
campos de contenedores «llave en mano», hasta el aprovisionamiento,
seguridad y vestido con prendas usadas, incluida la gestoría
administrativa y legal de l@s recluid@s. Es un sector económico en
expansión alimentado por los 4.000 millones de marcos gastados por el
Estado en 1992. Lo que reducen en ayudas sociales para refugiad@s se lo meten en
el bolsillo de este nuevo sector de gestión de recursos humanos.
Todos los debates sobre recortes en los gastos para inmigrantes se traducen
-dada la total dependencia de las decisiones estatales a las que se somete
su subsistencia- en una implícita fuente de enriquecimiento para
lucrativos sectores conómicos.
Adicionalmente se crean condiciones de explotación laboral de l@s
refugiad@s. Desde 1991 se vuelve a dejar trabajar a l@s refugiad@s: 62.000
permisos en 1992; otras formas de trabajo obligatorio se encuentran
en discusión. En hoteles, restaurantes y en las cosechas, la
contratación barata de refugiad@s es una realidad. A partir de 1993 se
espera, como consecuencia del endurecimiento legal por un lado, y de la
creación de los campos de agrupamiento y de las medidas masivas de
expulsión por otro lado, un paso masivo a la ilegalidad.
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