La trampa antifascista
Ultimamente y sobre todo en circulos de gente joven, la lucha antifascista
está en boga. Parece que se trata de una consigna que permite a
bastante gente definirse y reconocerse. Conforme a ello proliferan las
chapas, cintas, fanzines, conciertos etc. antifascistas. Creándose
de esta manera un tipo de microcosmos antifascista con su marco de referencia
propio.
Ideológicamente, la llamada lucha antifascista se dirige tanto
contra los fachas organizados de las Juntas y organizaciones parecidas,
como contra los rapados y sus encubridores. En el apartado de encubridores
y promotores de los fascistas se incluyen la policía, los estratos
judiciales y legislativos. De tanto en tanto, también se remite
al Capital como responsable último del fascismo. Pero siempre el
fascismo representa el mal absoluto habido y por haber.
De esta manera se trata de enfocar la problemática del aumento
de la violencia indiscriminada, del resurgimiento de bandas de
energúmenos
que arrasan con todo lo que les parezca diferente a su estado delirante;
para no hablar de las implicaciones intrinsecas de las llamadas fuerzas
del orden público con todo lo que sirva a la represión; o
de la práctica ancestral de la Justicia que consiste en dictar
sentencias de
5 a 10 años por presunta pertenencia a una llamada banda de terroristas
(de izquierda, desde luego), mientras que al mismo tiempo hace la vista
gorda sentenciado defensa propia en caso de un tio que apuñala
a un marroquí después de haberlo provocado.
Todo ello, en mayor o menor medida, ocurre en todos los Estados
occidentales.
Estados que al mismo tiempo cuentan con un complejo entramado de mecanismos
de regulación dirigidos a prever y contener posibles conflictos;
y si surgen a pesar de ello (como casi siempre ocurre), disponen de un
arsenal de medidas que abarca desde campañas de
«concienciación»
orquestadas a través de los mass media hasta golpes de persecución
espectaculares para influir sobre la figura del ciudadano y para que éste
no se escape de los cauces establecidos por las leyes. Y cada cuatro años
estos gestores se ofrecen al público para que elija -según
el lema bastante extendido en la «conciencia popular»- entre
el malo y el peor.
Sin embargo, tildar todo esto de fascismo, no tan sólo significa
menospreciar a las víctimas y las luchas contra los Estados fascistas
habidos, sino que es desconocer la capacidad del sistema capitalista para
fomentar y adoptar la forma de dominación que le convenga en cada
momento. Requeriría una discusión aparte la cuestión
de analizar la persistencia y sofisticación de un(os) sistema(s)
totalitario(s) que en su afán de asegurarse la dominación del
mundo recurren a una violencia «estructural» sin precedentes.
En este contexto habría que hablar del Banco Mundial, del Fondo
Monetario Internacional y de otras organizaciones y corporaciones
supranacionales.
De modo que centrar y reducir la ira en combatir a los fascistas declarados
sería llevar una lucha supuestamente liberadora con amigos falsos
contra enemigos que pertenecen al
último eslabón del orden establecido.
El hecho es que tanto en los años treinta en Europa como en
los últimos años de la dictadura franquista, los planteamientos
reducidos a la mera «lucha antifascista», aunque en momentos
determinados llegaron a reunir a bastante gente, nunca llegaron a derrocar
los sistemas (proto)fascistas.
En Alemania, la renuncia a la revolución social y la anterior
deformación de su ideario por parte de los comunistas, tan sólo
sirvió para que bastantes militantes «comunistas» se
pasaran al bando fascista. Y en el caso de la España de los años
setenta sería interesante estudiar hasta qué punto, en los
momentos
álgidos de las luchas clandestinas, la limitación a las consignas
antifascistas sirvió para encuadrar a la gente en esquemas trasnochados
e impedir de esta manera que se planteasen cuestiones más radicales.
El problema es que la «lucha antifascista» siempre se define
contra y según su enemigo, con lo que siempre es una lucha meramente
defensiva que se acaba cuando la encarnación respectiva del fascimo
deje de existir o cambie su aspecto.
Es por esta característica de lucha meramente «negativa»
que las «luchas antifascistas», hasta ahora, nunca han podido
desarrollar ninguna clase de actitud nueva e imaginativa, sino que más
bien suelen reproducir comportamientos del pasado. Es decir, los luchadores
antifascistas, a veces, parecen imitar en sus comportamientos las actitudes
machistas y la estética paramilitar de sus oponentes fascistas.
Y es la falta de reflexión y de crítica de las formas de
lucha que hace que, a veces, puede llegar a parecer una lucha entre dos
bandas, si bien opuestas pero con características comunes (que es
precisamente el tratamiento que les quiere dar la Administración
y los mass media).
Con todo ello no queremos negar la necesidad de defenderse contra los
ataques de los «calvos» y de otras bandas fascistas. Simplemente,
se trata de no caer en trampas simplistas. En cambio, deberíamos
intentar desarrollar nuestras propias maneras de intervención en
lo social.
Unas intervenciones que siempre se caracterizarían por su grado
de reflexión, imaginación y sus estructuras igualitarias.
Y si estos «mandados» vienen a incordiamos en nuestros
intentos de abrir espacios nuevos, tan sólo dependería de
nosotros meterlos en raya.
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