RACISMO Y POLITICA

Es preciso señalar de inmediato que en la guerra del Golfo se han mezclado muchas cosas. Una de ellas, y no la menos importante, es el revival del racismo anti-árabe en el área de los países occidentales, y en concreto en el Estado español. Se trata, pues, de cuestiones más específicas y que no quedan satisfechas con la aplicación de esquemas demasiado genéricos tales como guerra Norte/Sur o guerra del capital.

En este sentido, el discurso occidentalista y liberal habría podido probar, dicen, su superioridad frente al controvertido mundo musulmán. Además, lo habría hecho de forma contundente. Con una objetividad que deriva de la supremacía tecnológica y militar, y de la complicidad más o menos activa de la mayor parte de los Estados árabes. Y que conste que no se está diciendo que se trate, fundamentalmente, de un conflicto entre musulmanes y occidentales, ni tampoco de una película de buenos y malos. Unicamente queremos destacar una dimensión de los hechos y de cómo éstos son vistos desde nuestras cómodas poltronas televisivas. El uso de categorías como “ratas” al hablar de iraquíes, o bien de metáforas tan horteras como denominar “árbol de Navidad a la descripción déun bombardeo, como es sabido, no es una mera cuestión de símbolos.

Al propio tiempo, la dinámica bélica con el pretexto de la existencia de un peligro potencial ha implantado en la retaguardia multitud de medidas jurídicas y policiales contra los inmigrantes árabes (uso arbitrario de la ley de extranjería, campos de concentración en Gran Bretaña, despidos masivos en empresas vinculadas a la CEE, ...).

Sin embargo, toda esta historia del racismo y de los prejuicios viene de lejos. Durante siglos, y sobre todo en el período romántico, la cultura musulmana ha provocado en los países de tradición judeocristiana sentimientos ambivalentes. Por un lado, ha generado un efecto de fascinación. Lo oriental poseía un gran poder de seducción, sinónimo de hedonismo, goce y hasta lujuria. Es asícomo el exotismo de estas lejanas tierras, más alejadas en la ficciónque en la realidad, daba pie a una variada imaginería. En el reverso surgía, no obstante, una vasta literatura dedicada a alimentar el prejuicio anti-islámico.

Escritores, académicos y ciertos arabistas han contribuido en gran medida a fomentar y difundir esa figura, repleta de connotaciones racistas que es el “moro”, herencia concreta de un pasado (presente) colonizador. Así, Menéndez y Pelayo en relación con la expulsión de los moriscos, no vacilaba en afirmar: “Locura es pensar que batallas por la existencia, luchas encarnizadas y seculares de razas, terminen de otro modo que con expulsiones y exterminios. La raza inferior sucumbe siempre y acaba por triunfar el principio de nacionalidad del más fuerte y vigoroso”. Un tradicionalista como Donoso señalaba que la “falsa civilización” de los muslimes “no era sino barbarie”. Por su parte, Ortega y Gasset sostenía que la vida intelectual musulmana estaba “reseca y apergaminada a fuerza de Corán y desiertos”. Ribera y el eminente Sánchez Albornoz aluden asimismo a la supuesta inferioridad de la cultura musulmana que, y tan sólo desde la perspectiva más optimista, se admite que tuvo un pasado esplendoroso para finalmente entrar en decadencia, entre otras razones por su impermeabilidad ante el influjo del "progreso" europeo. El arabista Simonet no duda en mostrarse como un racista recalcitrante al calificar a la “barbarie musulmana” de “rémora” de todo progreso, y a la prodigiosa arquitectura de la Alhambra de “alcázar de la impiedad y despotismo muslímicos”.

Ciertamente, al mundo islámico y árabe no le han faltado detractores a cual más fanático. Ellos han aportado estereotipos denigratorios poblando el imaginario social de las gentes con fantasmas, prejuicios y mitos. Y ésto no es algo fortuito. Sin duda alguna, esta denigración ha jugado un importante papel en la expansión colonial y neocolonial repercutiendo en las propias metrópolis.

En los tiempos que vivimos parece resurgir esta fantasmagoría. La subjetividad racista, al igual que el Guadiana, desaparece para volver a aparecer, aunque con ciertas sutilezas. Es evidente que no recibirá el mismó tratamiento un kuwaití que un argelino, a pesar de que ambos se expresen en lengua árabe. Con todo, el “moro”, sea éste marroquí, argelino o palestino, es el “otro”. Alguien muy distinto que habla una lengua extraña, ininteligible. Visto como algo exterior, la actitud frente al “moro” ha oscilado entre la aceptación, la tolerancia y el puro rechazo. En estas latitudes, antes fue el sarraceno, después el turco y ahora el maghrebí. Ahora bien, la dualidad entre “yo” (uno) y el “otro” formulada de este modo es algo secular y adaptable. Un constructo. Algo prefabricado. ¿Acaso algunos no somos o hemos sido etiquetados como el “otro” en algún lugar y momento? Por si hubiera alguna duda, que se lo pregunten al parado o al insumiso. Los estereotipos discriminatorios por razones étnicas y socioculturales, como es el caso de las concepciones racistas, poseen una gran maleabilidad. Observar como a los alemanes de la ex-RDA se les llama ahora “nuevos turcos” en la RFA, ilustra perfectamente esta situación.

Dentro de la lógica que distingue entre el “uno” y el “otro”, este segundo término es percibido como negatividad. Chivo expiatorio de frustraciones de los “unos” y causante de los “males” que perjudican el bienestar de los autóctonos. Asíva tomando forma toda una amplia galería de imágenes que van desde la versión más dura del “bárbaro” hasta la más suave del “buen salvaje”. Todas ellas, en suma, apuntan a las formas de dominación, al reformular la heterogeneidad y la diferencia en términos de insolidaridad y marginación.

Vistas las cosas de esta manera, lo que revela la discursividad y las prácticas racistas es su trasfondo político, su vinculación a determinadas tácticas y estratégias político-económicas. Habría que decir, por tanto, que la construcción del “otro”, en este caso referida a la inmigración árabe, es funcional para el poder. En el caso particular del Estado español tendrían que ver con la puesta en marcha de una meritoria política de control y filtraje, sobre todo de los maghrebies que quieren acceder a ese pretendido club privado, espacio de confinamiento (con socios de distinta categoría), en que se estáconvirtiendo Europa. Papel, pues, que no puede ser calificado de otro modo que de “gendarme chusquero”, frente a la “amenaza” solapada del sur.

En conclusión, el papel que cumplen estas concepciones, las polaridades: occidente/oriente, uno/otro, civilización/barbarie, permiten evocar ese lúcido fragmento de “Vive la race blanche!” escrito por Jacques Julliard en el que se dice: “son orientales los paises donde cualquier guerra, cualquier genocidio son asuntos puramente locales, y occidentales aquellos en los que la menor efusión de sangre es una tragedia de alcance universal”.