¿Dónde estamos?
Si tuviéramos que caracterizar con pocas palabras la época en la que nos ha
tocado vivir, habría que calificarla, sin lugar a dudas, como aquella en la
que el miedo, el cinismo y el oportunismo han triunfado. Decir por ello que
nos adentramos en una era de individualismo, como han hecho algunos autores,
es totalmente insuficiente. Narciso no aparece incólume sino que tiene
frente a sí a un estanque agitado por las olas del neoliberalismo y, él
mismo, más allá de la centralidad de su Yo, debe reconocerse atravesado por
la lamentable condición de precario. Si hay una "identidad" que cubre hoy
"lo social" ésa es la que confiere la precariedad laboral. No se ha llegado
a esta situación por casualidad. Más exactamente se llega al Yo viniendo del
Nosotros. Pero esta afirmación es demasiado simple porque borra, ya de
antemano, el posible surgimiento de todo Nosotros, con lo que inmediatamente
aplasta "lo social" en la figura única del individuo. Y, con todo, es
verdadera. El Nosotros que había protagonizado el gran ciclo de luchas
autónomas de los años 70, el Nosotros que gracias a su autonomía de clase
había impuesto una crisis política de dominación al capital, será
desarticulado finalmente mediante una compleja ingeniería social que pasará
por la descentralización productiva, por la flexibilización del mercado, por
las innovaciones tecnológicas... Y, de esta manera, con el fin de la
sociedad fábrica se pondrá también fin a la antigua y peligrosa socialidad
obrera. Sobre estas cenizas se alzará el Yo. El Yo oportunista, miedoso y
cínico, como no podía ser de otro modo, aunque sólo sea por el hecho de que
es un superviviente.
La famosa cuestión del sujeto debe contemplarse en el horizonte del paso del
Estado Plan al Estado Crisis, de la transición de la sociedad fábrica a la
metrópoli, en el interior de esta narración que habla de derrota. ¿Y si la
confrontación jamás tuvo realmente lugar, pero la gente se comportó como si
hubiera sucedido? Por un lado, existió verdaderamente una fenomenología del
ciclo de luchas autónomas de una riqueza increíble; por otro lado, no hay
duda de que la identidad-trabajo ha sido socavada. Desde la perspectiva de
una fidelidad consecuente con este acontecimiento -¿qué importa el cómo se
efectuó?- la crisis del sujeto nunca podrá reducirse a un problema
académico. Es más, la intuición que vive detrás de la constatación de dicha
crisis y que el paso del tiempo ha ido reforzando, es que la crisis del
sujeto, en verdad, nos aboca a confrontarnos con la realidad en ella misma.
La crisis del sujeto radicalmente asumida nos deja, pues, ante
la necesidad
de pensar la realidad en ella misma. Y sólo en la medida que
seamos capaces
de hacerlo, podrá emerger quizá el nuevo estatuto de "lo social" con su
posible capacidad de crítica. Todo parece apuntar a la exigencia de dar un
paso atrás aunque este programa pueda parecer erróneamente un refugiarse en
la teoría: primero, el análisis de la realidad. Después, el análisis de "lo
social".
La realidad de lo real
Hoy es ya casi un tópico hablar de la festivalización de la política, de la
sociedad del espectáculo... Pero sería un error permanecer en el interior
de
esta aproximación a lo real. Afirmar el carácter espectacular de la
realidad es, por encima de todo, constatar la existencia de una distancia
"D". Distancia que se materializa en la separación que existe entre el
trabajador y el objeto de su trabajo, entre el poder (autonomizado) y el
individuo... La distancia dice la exclusión del hombre respecto de sí mismo
al quedar reificado en el rol, la expropiación de su propia piel. Pero el
estatuto de la noción de espectáculo -más que pura ideología y
menos que
simulacro- articula en ella misma la propuesta de su propia superación. Por
eso todo el esfuerzo de los situacionistas consistirá en abolir la distancia
"D". Esto es lo que en apariencia persigue la práctica del "détournement"
(tergiversación) por ellos desarrollada
-entendida como movilización de lo vivido-.
Los autores postmodernos, especialmente Baudrillard, lo único que dicen es
que la "D" ya ha sido abolida, que el espectador está dentro del
espectáculo, y que con la evanescencia de lo real hemos dejado atrás
cualquier forma de dualismo. El espectáculo es hoy ciertamente insuficiente
como aproximación a la realidad y, en este sentido, Debord se queda corto.
Vivimos en una época en la que la realidad, en ocasiones y en algunos
ámbitos, se muestra en su completa visibilidad. Los autores postmodernos
aciertan cuando hablan de pérdida de lo real y saben desplegar las paradojas
a ella asociada. Pero se equivocan cuando cometen el error de creer que la
"D" ha sido borrada completamente adentrándonos en un mundo (absolutamente)
sin referentes. No es cierto. La distancia "D" ha estallado. Las
transformaciones que ha experimentado la metrópoli han hecho estallar la
"D". La "D" es nula y a la vez infinita. Tiene todos los valores entre el
cero y el infinito. Dicho con otras palabras: en el modelo dualista que
expresaba la gradación cuantitativa (más espectáculo/menos vida, y a la
inversa) las variaciones de la "D" podían simbolizarse mediante una elipse
que cambiaba según diferentes excentricidades. Ahora, con el estallido de la
"D", deberíamos recurrir a una parábola porque las variaciones de la
distancia entre su vértice y cualquier punto de la misma cubrirían todos
los valores que puede tener la "D". Así, mediante la parábola, estaríamos
diciendo que lo real no es unívoco sino que se dice de muchas maneras. La
homonimia de lo real significa entonces que lo real es: ocultándose,
transparentándose, abstrayéndose, simulándose... y que cada una de estas
imágenes de lo real es, en cada momento, lo real mismo.
De lo que hemos dicho acerca de lo real se pueden concluir 3 leyes
máximamente generales que vendrían a regir su funcionamiento. La primera ley
establece que no existe intuición global alguna de lo real, porque no se
puede aislar ningún proceso central. Afirmar la subsunción en el capital, el
dominio planetario de la técnica, o la hiperrealidad... como ejes rectores
descansa en una decisión arbitraria que persigue levantar un horizonte de
sentido. La homonimia que hemos descrito tampoco es un proceso material de
lo real sino que es lo real mismo. La segunda ley sostiene que nada se
pierde. Las imágenes de lo real que se originan pueden pasar a un segundo
plano frente a las nuevas pero jamás desaparecen completamente. Un buen
paralelismo para entender lo que decimos sería recordar la historia de la
moneda. Aunque el proceso de abstracción tienda a borrar el dinero-moneda al
ser sustituido progresivamente por dinero-electrónico en ningún momento
desaparece e incluso retorna el intercambio mercantil simple. Y si las
imágenes de lo real no se pierden, las prácticas críticas a ellas asociadas
tampoco. Por ejemplo: aunque hoy la realidad se autotransparente en gran
medida -el mismo Estado que defiende la ética del trabajo patrocina una
lotería cuyo premio se anuncia así: ¡Por fin podrá romper su despertador!-
la denuncia como práctica crítica sigue siendo válida y, en ciertos ámbitos,
aún no ha sido superada. La tercera ley afirma que más allá de la
resistencia de lo real existe la gelificación de lo real mismo. La
gelificación está asociada a la intervención sobre el mundo y expresaría el
vaivén entre el estallido de la homonimia y la hegemonía de una imagen de lo
real (que finalmente llega a confundirse con lo real propiamente), y, a la
vez, la experiencia del mundo que hace el querer vivir.
El resultado de estas leyes nos deja instalados en una paradoja. Por un
lado, lo real es necesariamente algo construido y no hace falta recordar que
las nuevas tecnologías son los procedimientos que permiten obtener esta
realidad "a la carta". Por otro lado, en la medida que construimos lo real,
lo real nos huye. El efecto de esta circularidad paradójica es la
desarticulación del sujeto. Podríamos decir que esta desarticulación ha sido
tematizada de numerosas maneras (como escisión, como muerte del hombre...).
Lo que aquí, sin embargo, nos interesa destacar es que con esa
desarticulación del sujeto se pone fin a toda categoría identificadora. De
otra manera: con la homonimia -y la correspondiente gelificación- de lo
real la aprehensión de "lo social" se hace totalmente problemática.
Una pequeña genealogía de "lo social"
La dificultad de aprehender "lo social" por el hecho de que habitamos una
realidad estallada, está en el origen de dos concepciones extremas erróneas.
La primera aproximación sostiene que "lo social" se reduce hoy al problema
de la exclusión. Este enfoque, que intenta salvar una identidad colectiva -
los desafiliados de la sociedad, los marginados...-, presupone una unidad
inexistente pero, sobre todo, olvida múltiples expresiones de "lo social"
que no se dejan encerrar en la dicotomía inclusión/exclusión. La segunda
aproximación, por su parte, defiende el fin de lo social.
Baudrillard sigue
esta orientación, aunque no es el único. Sea como fuere, pueden hacerse dos
objeciones a este tipo de planteamientos: 1) Los nuevos sustitutos más allá
del "fin de lo social" no dan cuenta de la diversidad de comportamientos que
escapan a la dicotomía activo/pasivo. 2) La tesis del "fin de lo social" es
el resultado de privilegiar arbitrariamente una lógica de lo real (la
evanescencia) sobre las demás.
Se impone, para salir de este impas, ensayar una breve genealogía de "lo
social" en la que éste se nos muestre. La crisis del fordismo de la que
hemos partido significa, dicho en lenguaje oficial, que "las reglas del
juego social se han hecho demasiado rígidas" y es necesario, por tanto,
destruir la fuerza política estructural que los trabajadores tienen en este
modelo. Hoy podemos afirmar que se dibujan dos salidas distintas -si bien
complementarias- que podríamos llamar: 1) El neofordismo: es el paso de la
rigidez a la flexibilización de las relaciones mercantiles (Inglaterra,
USA...). 2) El postfordismo: es el paso de la rigidez a la autonomía
responsable (Alemania, Suiza...).
En el neofordismo la cárcel ocupa un lugar central ya que se avanza hacia un
Estado penal y policial y sólo mediante una verdadera "guerra a los pobres"
puede hacerse frente a los efectos de la flexibilización y desestructuración
social. En USA existían 1345 prisiones privadas en 1985, en 1995 eran ya
49.154 . En el postfordismo, en cambio, es la empresa y su cultura de la
participación (autoimplicación, equipos de trabajo, autonomía
responsable...) la que pasa a un primer plano. El tipo de producción
requiere que el capital expropie no sólo el cuerpo sino también la
subjetividad del trabajador, es decir, su creatividad. Pues bien, lo que
sucede en el postfordismo es que estas nuevas formas (blandas) de control
social se extienden poco a poco a toda la sociedad: la empresa, y no la
cárcel, se convierte así en la matriz social de ellas. De esta manera, el
postfordismo, como sociedad de control, no se basa ya tanto en las
tradicionales instituciones de secuestro (cárcel, escuela...) hoy en crisis,
cuanto en una forma de poder que podríamos llamar política de la relación.
Con este término se quiere indicar que el objetivo del poder no es tanto el
secuestro del cuerpo o del tiempo de vida como el hecho de constituirnos en
sujetos. Sujetos sujetados, centros de relaciones (de explotación, de
sentido y de poder). Y esto sucede cada vez que el poder nos interpela en la
empresa, en la calle, en nuestra casa, con sus llamadas/órdenes: "Sé
autónomo", "Sé responsable", "Sé solidario"... Con la efectuación de esta
política de la relación que adopta la forma de movilización total por lo
obvio -obvio porque sus objetivos son indiscutibles para el sentido común-
y que se halla más allá del problema de la legitimación, el dominio del
poder se desplaza cada vez más hacia el interior de nosotros mismos, de
fuera hacia dentro. Estamos lejos del hombre normalizado del que hablaba
Foucault y que las instituciones constituían. La movilización total (que se
combina además con un gobierno de la emergencia) nos constituye como sujetos
autónomos y responsables, como sujetos que se adhieren libremente a un
repertorio
de creencias, a unos estilos de vida, y que creen/creemos disponer de
nuestra vida en tanto que proyecto.
"Lo social" surge en el mismo momento en que la movilización total se
bloquea. Y la visibilización de "lo social" en lo real estallado vendrá
vehiculada obligatoriamente por las propias lógicas de funcionamiento de lo
real. El proceso de gelificación con su capacidad disolvente significará,
ahora, que "lo social" se visibiliza invisibilizándose, que "lo social" no
son más que espacios del anonimato, agujeros en el espacio del miedo que la
crisis del fordismo ha abierto.
Lo social como espacios del anonimato
La dificultad fundamental que se presenta cuando se quiere pensar "lo
social" como espacio (del anonimato) -y el resultado al que hemos
llegado
es que esa es hoy la única manera de poderlo aprehender- reside en el hecho
de que el espacio en sí mismo ha ocupado siempre una posición secundaria
respecto al tiempo.
En la actualidad se puede decir que estamos asistiendo a la venganza del
espacio sobre el tiempo. Son numerosos los estudios en los que el espacio
aparece reivindicado, y es ya casi un lugar común defender que la
conflictividad se organiza cada vez más ya no en torno al tiempo sino al
espacio (inmigraciones, movimiento okupa etc.). Dentro de este giro se
entiende mucho mejor la tesis que venimos defendiendo: la denuncia de la
espacialización del tiempo no ha hecho más que ocultar el espaciamiento del
espacio. La génesis de "lo social" tiene lugar precisamente cuando "lo
social" se libera de la forma sujeto y se hace espacio (del anonimato),
cuando el tiempo puesto entre paréntesis bloquea la movilización total.
La visibilización de "lo social"
Tres serán los espacios del anonimato, es decir, las formas de
visibilización de "lo social" atendiendo justamente a los modos de huir de
la forma sujeto. 1) La visibilización sin identificación que es un
presencializarse exponiéndose. 2) La visibilización por contraidentificación
que es un presencializarse oponiéndose. 3) La visibilización por
desidentificación que es un presencializarse ocultándose.
- La presencialización exponiéndose describe al hombre anónimo, que
somos todos, cuando en la cotidianidad de la metrópoli éste pone el "yo
vivo" en el centro como organizador de sus identidades contingentes. El
"Yo vivo" significa la defensa de su paz. En otras palabras, la defensa
de una vida vivida como vida privada en la que lo único que cuenta es
poder consumir y que "me dejen tranquilo". En esta primera
visibilización el querer vivir del hombre anónimo se autoescinde al
infinito, originando una dinámica de serialización en la que el otro es
un extraño, y en la que la desarticulación del tiempo impide que exista
un lugar de intercambio para las experiencias. La televisión con sus
programas de "reality show" constituye el único ámbito de intercambio de
lo vivido individual y colectivo. Esta atenuación del tiempo por
desarticulación implica que este espacio del anonimato no pueda ser más
que un espaciamiento disgregado en el que el espacio ha dejado de ser un
lugar del mundo para ser la vida de cada individuo.
- La presencialización oponiéndose corresponde a los movimientos
sociales en los que el hombre anónimo defiende lo suyo, lo público y
común. El mejor ejemplo serían las huelgas francesas de diciembre de
1995, protagonizadas por trabajadores del sector público pero que
contaron con el apoyo de la mayoría de la población. Estas huelgas, que
fueron tachadas de arcaicas por los responsables políticos incapaces de
entender nada, al grito de "Todos juntos" supusieron un ataque contra la
precarización y una verdadera sacudida en las formas cotidianas de vida.
Ante las dificultades de transporte la gente empezó a ayudarse
mutuamente. Se rompieron así las barreras establecidas por el miedo, y
se recuperó la fuerza y creatividad del anonimato. En este caso, el
querer vivir escindido se automediatiza porque surge el "entre" como
lugar de intercambio de las experiencias, y el otro como amigo. El
tiempo, a su vez, se atenúa en la medida que se alarga y la vida que
pasa a ser vivida como apertura. Lo social así visibilizado se configura
como un espaciamiento reticular.
- La presencialización ocultándose describe lo que ha venido a llamarse
movimientos de masas no identificados. Se trata de manifestaciones
contra acontecimientos concretos (asesinatos de niños, abusos sexuales,
tráfico de drogas etc.) y su característica esencial es la masificación
y la imprevisibilidad. Ante estas reacciones populares el poder no puede
ir sino a la zaga, lo que revela la auténtica distancia existente entre
las instituciones oficiales y la población. Es por ello que no resulta
tan descabellado acercar la marcha blanca de Bruselas (1996) y las
explosiones sociales de las periferias, por ejemplo, Los Angeles (1992).
Aunque aparentemente hechos inconexos, en el fondo es siempre el mismo
hombre anónimo defendiendo la vida. No hay que olvidar que la
mayoría de
las rebeliones urbanas en USA, Inglaterra... tienen como origen la
represión policial con su carga de muerte. Ahora la dinámica de
serialización que la escisión del querer vivir conlleva no se
automediatiza sino que se recoge en el límite: la vida pasa a ser vivida
como vida única y el acontecimiento desencadenante como el lugar de
intercambio de las experiencias. Con esta compresión del tiempo el
espaciamiento se configura como coagulado.
Lo social y la política: ¿Qué hacer?
En lo real estallado y gelificado, "lo social" se visibiliza en su
invisibilización como espaciamientos del espacio. Espaciamiento disgregado,
reticular y coagulado son las tres formas de desconstrucción de la forma
sujeto después de que el tiempo haya sido puesto entre paréntesis para que
emerjan las modalizaciones del espacio. Las consecuencias de esta forma de
presencialización de "lo social" sobre "lo social" mismo son claras: "lo
social" se muestra como impenetrable y sus distintas modalizaciones son
inconmensurables entre ellas.
La política que trata de reconducir "lo social" se ve confrontada ante el
hecho de que éste se esconde. Por esa razón, la política de Estado debe
tener ante todo una función cognitiva. Debe hacer transparente lo que es
opaco, debe en última instancia "reducir complejidad". Pero el precio que
con ello paga es que "lo social" se le escapa para siempre. Como Otro al
servicio de la estabilidad o como perturbación externa a combatir, "lo
social", al no dejarse expropiar su materialidad permanece, en definitiva,
como la amenaza constante.
La política que se quiere revolucionaria, por su parte, no se conforma con
aprehender "lo social" estallado -en una realidad que es, a su vez,
homonimia- y todo su esfuerzo reside en superar la inconmensurabilidad de
los espaciamientos. Para ello habrá que reactivar el tiempo contra el
espacio y su efecto separador, y eso se hará mediante una ontología del
tiempo constitutivo. De esta manera se impone una concepción de "lo social"
que si bien es multiplicidad de singularidades, en última instancia, está
unificada teleológicamente en/por el tiempo, que es la verdadera substancia
colectiva. Pero, por desgracia, no basta con apelar al tiempo para terminar
con las inconmensurabilidades que atraviesan "lo social" y le constituyen
como espaciamiento(s).
El espaciamiento, el espacio del anonimato, aparece con la atenuación del
tiempo en la medida que el cuerpo, que no es más que la expresión del querer
vivir, tiende a ponerse como denominador común. Y, sólo después, el espacio
del anonimato reconfigura el tiempo como dimensión propia y no exterior, en
tanto que ritmo. El ritmo es un gesto que se repite y que, por ello,
introduciendo coherencia dentro del espaciamiento lo convierte en un mundo.
La política deja entonces de ser una cuestión de correlación de fuerzas para
convertirse en una relación entre mundos. La política de Estado persigue por
encima de todo evitar la formación de estos mundos, y lo hace imponiéndoles
la forma de opinión pública. Y, si no puede, intenta simplemente
destruirlos. Mediante los Mass Media realiza la operación policial de
reconstruir viejas figuras sociales con las que negociar, mediante el
tráfico de droga aisla y aniquila, mediante el Estado de emergencia reprime
y criminaliza...
Si admitimos el análisis de lo real y sus consecuencias sobre "lo social"
que hemos venido desarrollando, el pensamiento crítico que arranca de estos
resultados ya no puede hacer de la unificación de los espaciamientos su
objetivo fundamental. No es válido pensar en términos de recomposición de un
sujeto político colectivo. Todo intento en esta línea es seguir
reproduciendo viejos esquemas, proyectando sobre "lo social" horizontes
externos de sentido. Y, sin embargo, esta aprehensión de "lo social" no
cierra puerta alguna. O mejor dicho, si dejamos de autoengañarnos nos abre,
por el contrario, una vía de experimentación en la que todo está por hacer.
Se trata de inventar gestos que en su repetirse abran nuevos mundos en los
que habitar. Se trata de impulsar nuevos mundos que en su extenderse
interfieran la movilización total. La politización de la existencia frente a
la función cognitiva de la política, y como acceso a la verdad que
constituye "lo social": la fuerza del anonimato. Pero, con todo, en ningún
momento debemos olvidar que la aprehensión política de "lo social" jamás
será posible.
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