El paro, industria cultural

Paro-Industria

El paro puede contemplarse como una industria, una poderosa maquinaria para el movimiento y la acumulación de capitales, no sólo por los beneficios que produce induciendo el abaratamiento de los salarios, fiel aún a su clásica función como ejército de reserva, sino más aún como mercancía cultural que moviliza a miles de trabajadores en las tareas de formación ocupacional, estudios dependientes de los fondos de cohesión europeos, prospecciones de mercado laboral, técnicas de inserción, empresas de trabajo temporal, etc. El paro se convierte así en instrumento de las nuevas ideologías del trabajo que encauzan los miedos que la propia amenaza del paro produce.
Una empresa de trabajo temporal dependiente de una conocidísima entidad bancaria catalana, ha conseguido facturar en el último año, después de sólo tres de funcionamiento, lo mismo que la Danone. En las escuelas y los institutos la arcaica Formación del Espíritu Nacional ha sido sustituida por la tecnología para el trabajo, la búsqueda de empleo y la orientación laboral. Las universidades han dado paso a nuevas profesiones destinadas al control (asistencia) social y la formación ocupacional. La carrera profesional se estimula desde los ministerios por medio de los reales decretos de cualificación profesional, etc...
El paro sigue siendo el "acobardador" de los trabajadores, pero además hoy que, tras la derrota del movimiento obrero, estamos viviendo en una patética sociedad de trabajadores sin trabajo, el paro es sobre todo la herramienta de control social a través de la cual el capital nos indica todos los caminos posibles. A saber: la obediencia, la resignación, la sumisión o la muerte. Ya ni lugar deja a la tristeza, donde el pálpito de la vida podría aún marcar las huellas humeantes de su latido. Hoy socialmente la tristeza es sinónimo de muerte.
El concepto de explotación es cada día más difuso. En el terreno puramente simbólico parece como si todos hubiéramos aceptado el papel de "explotadores frustrados". El problema no consiste en si el sueldo de un locutor líder de audiencia es una aberración con la que se soborna a quien cumple un servicio impagable para la reproducción del orden, sino en cómo conseguir ese micrófono o la cintura de "Rivaldinho", el cuerpo de una top-model o la "suerte" del que "le ha tocado" la bono-loto.
La carrera profesional se dirige hacia la búsqueda del micrófono y no llegar a conseguirlo es simplemente una falta de velocidad en los últimos metros o un déficit en la suerte para "ser tocado".

El Cid asusta a los moros

Apoyados en la "ideología de los recursos humanos", que apareció como doble respuesta para hacer frente a la crisis económica además de para superar la crisis del trabajo, y a pesar de esa magnífica maquinaria de exterminio, de esa "ideología de los triunfadores", que es el invento de la carrera de competencias, incluso a pesar de la persistencia de los datos de la encuesta de población activa en los últimos 20 años, nuestros políticos se ven obligados al discurso hipócrita y siguen empeñados en vendernos el paro como una lacra transitoria de la que vamos a salir tras la aplicación de las correctas medidas económicas, al módico precio de un pequeño esfuerzo que pasa por la precariedad misma. Algo así como, "al pleno empleo por la precariedad laboral" , lo que por otra parte no hace sino mostrar lo anticuado de su look ideológico en esta materia, en la que se remontan, no ya 20 años, sino hasta los fisiócratas y sus robinsonadas. Si las leyes de pobres fueron abolidas para que las personas aceptaran trabajar por la misma hogaza de pan que la abolición de las "poor law" les quitaban; si la ética del trabajo tuvo, entonces, que imponerse con la amenaza del hambre; hoy se utiliza la amenaza de la muerte social del desaliento excluyente, para sostener la misma ética cabalgando muerta sobre las espaldas de los trabajadores y asustando a los sin trabajo como el Cid sobre Babieca cuentan que asustaba moros.
El caso es, y nos alegramos mucho de ello, que todos sabemos que el pleno empleo ha desaparecido del orbe de nuestras posibilidades y, lo que es mejor, de nuestras expectativas. Sabemos que sólo el 25% de la población activa es imprescindible para mantener los índices de crecimiento, mientras estos sean "sostenibles", y que con otro 25% pululando en una precariedad más o menos esperanzada, el consumo se mantiene hipotecando vidas al por mayor, y las elecciones podrán seguir dando una cobertura legitimadora a un sistema que, por lo demás, ya ha demostrado sobradamente que no necesita para imponerse de legitimación alguna.
El salario social puede institucionalizarse en forma de trabajo basura. En vez de una renta incondicional de ciudadanía, nuestros políticos están preparando "la plena precariedad del pleno empleo". Hoy están montando una forma de asistencia social al paro consistente en un simple secuestro del tiempo de vida, un tiempo para la humillación y el control a través de un trabajo claramente inútil, que será la única manera de conseguir la hogaza de pan para quien no sabe ganársela en la "justa competición" hacia ese 25% de los currantes necesarios.

Robinson quiere subir al podio

Cuentan que desde el movimiento obrero quisieron asaltarse los cielos, pero lo cierto es que, hoy, sólo aspiramos a llegar al puesto de trabajo antes que nuestros competidores.
Más que nada por una simple cuestión estética la carrera ya no es cruenta como en los viejos colonos del antiguo Oeste Americano. El ministro Arenas lo dejó muy claro con una terrible frase cargada tanto de valores reaccionarios como de comedida sensatez:

"Ningún trabajador será viejo para el mercado de trabajo si está preparado y cualquier trabajador será un viejo si no está preparado."

He aquí la última robinsonada que en una sola frase da por supuesta, tanto la soledad a que nos han arrojado tras la derrota del movimiento obrero como nuestra humillante obligación de prepararnos constantemente para mejorar los intereses de las empresas en el mercado y la incruenta (de momento) carnicería que nos enfrenta a unos con otros por la búsqueda de empleo; eso por no hablar de la consideración de la palabra "viejo" que subyace en la frase. Como decían unos amigos:

"Hay que ser joven y dinámico, pertrecharse una sonrisa de oreja a oreja hasta querer mear y no echar gota."

La frasecita del ministro pretende una movilización general de las fuerzas y energías de los parados para competir entre sí (se nos han adelantado los señores del mando) que será premiada con la humillante paga de un salario social condicionado al ejercicio de cualquier imbecilidad. La cooperación social se produce compitiendo, y desde aquí plantearse una lógica de la liberación, a partir de la unión de las fuerzas de los que las emplean para hacerse la guerra entre ellos, no parece muy sólido.
La solidaridad, que según nos cuentan se extendía como el agua en una esponja en aquellos años de la reciente prehistoria del movimiento obrero, se ha desplazado hoy como mercancía cultural que se dirige a las víctimas de algún terremoto o hambruna, hacia los refugiados de alguna de las rentables guerras que han ensangrentado y mutilado los márgenes de nuestro mundo occidental tras el final de la guerra fría. Hoy hay que ser cínicamente solidario con las "víctimas de occidente" mientras intentamos hundir la cabeza del compañero de trabajo en una bañera de mierda.
La competitividad es la nueva ideología del trabajo, los mejores triunfan y los otros no asustan a Robinson porque ellos mismos se culpabilizan.
El resumen de esta causa-consecuencia de nuestra reveladora derrota lo hacía un famoso ciclista al principio de la vuelta a España 99:

"Otros tienen más posibilidades que yo, pero yo también tengo las mías y me dejaré la salud en las montañas para lograr subir al podio". La imaginación para el poder

Con la expropiación del valor de la fuerza de trabajo, al obrero aún le quedaba un recinto clandestino que le permitía alguna forma de comunicación con sus iguales, desde una conciencia no enajenada dispuesta a soñar otra vida. La expropiación de la comprensión del proceso productivo por parte del trabajador, sumergido en un rincón de la portentosa maquinaria diseñada desde "las alturas", tampoco acabó con la posibilidad de soñar otro mundo, sueño que no perdimos ni con el secuestro de más de la mitad de nuestro tiempo despiertos.
Pero al fin nos han vencido, tras el formidable desmantelamiento de la centralidad obrera y la consiguiente desactivación de nuestras fuerzas en el conflicto entre capital y trabajo, nos doblegamos de tal modo que nuestra falta de resistencia dejó sin capacidad innovadora el avance tecnológico, y hoy ya se requiere nuestra imaginación, se exige nuestra capacidad de comunicación. Nuestra sociabilidad es ya toda ella mercancía, todo nuestro tiempo, dormidos o despiertos, ha sido arrojado del mundo de los sueños. Un directivo de IBM decía citando a uno de sus maestros:

"Hay que preparar la organización modificándola de manera que los obreros amen su trabajo, se adhieran a los fines de la empresa y movilicen las reservas de productividad y saber que guardan en su poder".

Los incentivos a las ideas de mejora de la producción, la creación de los departamentos de métodos y procesos, de recursos humanos, las jornadas flexibles, el trabajo por objetivos, el trabajo en equipo, las competencias de comunicación y de juicio, la estructura matricial de las empresas, en fin toda la parafernalia de la mejora continua y la calidad total, la estrategia para la autoocupación, van dirigidas a esa salvaje apropiación de nuestra sonrisa por parte del capital, a esa perversa usurpación de cualquier potencial posibilidad de ensayar alguna forma de comunicación sincera y real, a la desaparición de los iguales, los amigos.

"Nuestros directivos tienen la obligación de mantener conversaciones espontáneas con los trabajadores."

Es curioso, indignante y revelador comprobar como, junto a la organización "postfordista" en la gestión de las ilusiones de los parados dirigida a escoger los "mejores" para las grandes empresas, convive la estructura "neofordista" de los trabajadores en los pequeños talleres y empresas externalizadas dependientes de la empresa madre.
La concepción instrumental del trabajo que nos permitió desembarazarnos de una ética racionalista, aupándonos en el rechazo del trabajo mismo y la reivindicación de un puesto mejor pagado, aquella capacidad nuestra para determinar los salarios, ha quedado atrás. Hoy en las modernas ideologías de los recursos humanos, el trabajo se ha convertido en un lugar al que hay que llegar, en un modo de integración o muerte social.
Hoy todos mentimos sabiendo que mentimos porque la verdad es evidente y terrorífica, hoy la terrible evidencia de la verdad nos tiene inmovilizados en este movimiento obsesivo y recurrente para llegar a la meta, nos tiene confinados, desprovistos de sueños, atenazados por el miedo a quedar excluidos del reparto de la nada, tan decorada ella, de vagos conceptos vacíos.

La Mentira es Verdad

No hay nada que desvelar. No hay alienación. La mentira es nuestra. La mentira es verdad. La mentira que nos hace libres es la misma que nos mantiene sujetos a las leyes del sentido común, la capacidad de mentir mide nuestra inteligencia como capacidad de adaptación. Mentir vendiéndose es de sentido común y la única manera de poder comprar la nueva mentira deseada.
El valor del trabajo se ha desvanecido en una doble vertiente, por un lado la económica como "ley del valor" y, por otro, la simbólica como "identificador y dador de identidad".
Ya nadie duda que el precio de las mercancías no tiene ninguna relación medible con el tiempo de trabajo invertido en ellas. La capacidad productiva de las máquinas, que contienen en ellas una incontable cantidad de trabajo muerto y una inconmensurable potencia cristalizada de la inteligencia general, es tan inmensa que para satisfacer las necesidades materiales y espirituales de todos los hombres de la tierra, el trabajo sería casi innecesario.
El trabajo es innecesario, pero nos vemos inducidos por la lógica del mercado a invertir una gran cantidad de trabajo en generarnos urgentes espiritualidades superfluas, que son a su vez las necesidades que nos aprisionan, queriendo hacer reales las informaciones sobre la escasez de recursos. La propia producción "cultural" es esa infraestructura productora de las necesidades de los siervos de sus propios productos, el vehículo utilitario, el teléfono móvil, el ordenador personal, el fin de semana aventurero, en fin, el todo a 100 y a doscientos por hora.
Así que en este mundo la mercancía por excelencia, el dinero, se ha convertido en el aire que respiramos y todos tenemos miedo a morir de asfixia.
Puesto que ya no entendemos por qué estamos amontonando, repartiendo y volviendo a almacenar papeles o cajas que contienen mensajes, informaciones y otras mercancías que ni conocemos ni tenemos ya ningún interés en conocer, seguros como estamos de su inutilidad para la vida, ¿por qué seguimos con esta obsesión de Sísifo? No lo entendemos, pero necesitamos el dinero para respirar, así que lo hacemos, con lo que cumplimos religiosamente con el parámetro fundamental a través del cual miden los ministerios nuestra ocupabilidad, estamos motivados para trabajar y por lo tanto tenemos motivos para prepararnos constantemente con el objetivo de buscar empleo, y en condiciones de alimentar la insaciable industria del paro.

"No me interesa lo que hago, no comprendo para qué lo hago, no quiero saber si estas cajas contienen muslos de pollo o minas antipersonas, yo no puedo cambiar nada, sólo me interesa cuánto me van a pagar por ello . Yo no quiero ser un asfixiado".

Ocuparse en el esfuerzo de la ocupación

Según las modernas doctrinas de la inserción laboral, los parámetros de la ocupabilidad son: deseo de trabajar, motivación para buscar empleo, capacidad de imprimir un orden en la tarea de búsqueda, disposición para adquirir la información necesaria, capacidad de esfuerzo para mejorar la preparación como trabajador y además actitud positiva, ánimo diligente, autodisciplina, confianza en uno mismo y espíritu de lucha junto a otros.
Mantener viva la competitividad por el mercado laboral es muy rentable, por eso se invierte tanto dinero en la "atención a los desempleados". Cada parado no desalentado es un trabajador gratis en la industria del paro, y los desalentados cumplen la función disuasoria para quien esté tentado de no jugar a este juego cabrón. Impagable función, por cierto.
La expresión más perfecta de la derrota es la figura de un "trabajador sin trabajo" echándose la culpa de su "fracaso", un hombre desactivado, un muerto social, un parado de larga duración o un "desalentado" como le llaman los legisladores antes de descontarlo de las estadísticas que hasta entonces aún lo incluían entre la población activa.

"Hay que mantener viva la esperanza, no desalentarse, luchar, buscar, esforzarse y si no, no hay de qué quejarse."

A estas doctrinas, hoy, les resulta operativo separar el deseo de trabajar de la motivación para el trabajo, (que no el trabajo del salario) porque el dinero no aparece como la motivación única y porque son muy pocos los que se atreven a cuestionar la necesidad del trabajo mismo que se presenta cínicamente como un derecho.
Valores tan arcaicos como la modernización constante y el progreso siguen siendo valores en boga y menos cuestionables que la monarquía o el ejército, dado que aquellos lo son del sentido común; son las flores más cuidadosamente regadas de la cultura, parece como si todos supiéramos a dónde vamos cuando en realidad sólo vamos corriendo tras el dinero. Y es que el dinero se ha convertido en la única manera de poder estar en el mundo, y su búsqueda la única razón de la vida. Así pues, los ministerios pueden estar contentos porque la mayoría aún somos ocupables y el dinero es el único que vive. El dinero es el Único.

Frente al todos contra todos, sólo con los solos

Si aún queda algún espacio para lo político, desde luego no está ya en el puesto de trabajo, y en la legión del paro todo el mundo está preparándose por su cuenta para subir al podio. Hoy, no es "conformarse con poco" el ser capaces de construir redes de complicidad, redes que sólo pueden apoyarse en los gestos de quienes aún son capaces de juntarse para hacer algo que no sea atravesado en diagonal por la lógica del mercado como única directriz y medida. Hoy la acción política pasa por extender esta red difusa de complicidades precarias con el objetivo de fortalecer "las soledades resistentes" que en sus movimientos de afirmación intentan cortocircuitar la angustia a que han sido arrojadas cada una en la inevitable lucha del todos contra todos. No es conformarse con poco recuperar en acto una sociabilidad real entablada entre quienes ni se resignan, ni quieren engañarse. No es tan poco saber que no estás sólo en tu soledad y aunque no podemos establecer una teleología fuera de los criterios de la rentabilidad, tampoco podemos descartar la posibilidad potencial de una subversión total del orden todo. La publicidad se dirige a "ti", a tu soledad para que te distingas haciéndote idéntico. Los movimientos de las "soledades resistentes" quieren huir de la identificación en el mercado, quieren escapar a la capacidad unificadora del dinero y se resisten a ser pura mercancía. El dinero no muere, pero queda reducido a simple metal cuando la humedad de nuestras soledades pueden hacerse un guiño cómplice, escupiendo con ello al rostro de los peleles que lo han convertido en el Único.

Que la economía reviente, que el progreso se fije en otros
para avanzar, que la modernización marque el paso del tiempo
para los que no tienen amigos, que la ansiedad se los coma
mientras yo contemplo las gotas de lluvia esparcirse en el
cristal de las ventanas de nuestra casa apoyado en la tristeza
de los que no servimos al dinero y que aunque nunca hemos
jugado ya nos ha tocado la bonoloto. Nosotros cogemos lo que
es nuestro allí donde esté, robamos en el supermercado,
queremos vivir ya y no podemos esperar al futuro.
Que nos dejen en paz y que nos den dinero gratis,
pero como no creemos en los reyes magos ni en las hadas
madrinas lo vamos a coger directamente y mientras
cambiamos de sitio con la discreción de nuestro anonimato,
levantamos el dedo índice con el puño cerrado y con un corte
de mangas decimos a quien quiera oírlo:
-¡¡que nos quiten lo bailau... !!

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