El futuro es negro como una hormiga

Vivimos en el mundo como en la mansión que enmudece a Hor, el protagonista de uno de esos cuentos sin cuento que componen El espejo en el Espejo. Vivimos en un paraje intrincado en el que los lugares apareciendo bajo la forma de acontecimientos nunca nos son abarcables, pero considerados en su conjunto se nos muestran colmados por una Verdad Absoluta. A ese conjunto lo llamamos Vida, a su Verdad la llamamos La Evidencia. El cómo de esta verdad se nos escapa, se nos sustrae en cada matiz, entre cada giro engrasado de un sublime tecnológico que gravita a la altura de nuestro pecho. A esta Evidencia sólo nos es permitido llamarla Evidencia de Seguridad; en todas partes todo nos dice:

La seguridad es la garantía
La seguridad es lo que se garantiza

Vivimos iluminados por esta Evidencia, una realidad sin sombras en la que el mediodía de la seguridad ocupa la entera esfera de nuestras horas presentándose directa e inmediatamente sobre una percepción saqueada. El latir de los días es para nosotros una ceguera hecha de un millón de halógenos que desborda el circuito de la sensibilidad; sabemos que las luces del sentido común están fuera y pese a ello la falta de sombra no es muerte, es interioridad pura ¿Dónde encontrar miradas que no se colapsen, que puedan mantenerse sin arder como maquetas? En la luz inmune a rincones, bosques o desiertos todo nos dice

La seguridad es la garantía
La seguridad es lo que se garantiza
Todo nos cuenta
La seguridad es el contrato que asegura la seguridad
Todos sentimos
La seguridad es la seguridad de la seguridad
Todos afirmamos
La seguridad es para todos, la seguridad es pese a todos

Sólo en el gesto de la rúbrica nos hacemos presentes. En el acto de esa firma estamos todos presentes. En ese trazo todos nos sentimos solos. Entramos a la vida ciegos y mudos sacando luz por la boca, nuestro principio es el sol y nada cambia apoyados siempre sobre el mostrador, salvo las previsibles e insignificantes alteraciones en la forma de nuestro pulso, a veces firme en el asentimiento, otras tembloroso en el consentimiento. Nadie habla de ello -qué aburridas, tristes e inexistentes resultan las conversaciones de bar sobre lo obvio- pero deducimos con facilidad los estados de nuestros vecinos de mesa atentos a la sísmica de sus rúbricas: a éste lo atenaza el miedo, aquél se sabe virtuoso del sí. Pero el caso es que todos transitamos la curvatura y la quiebra del ánimo, aquellos que reconocían en nosotros las líneas crueles del que encara la vida como un tren blindado simulan hoy con franqueza asombrarse de nuestra frente de mimbre.
En las oficinas del sentido común siempre hay bolígrafos, todo es mesa. No hay despachos. La Evidencia de Seguridad es la verdad, la verdad del mundo es esta Evidencia, un sol que funde nuestra sensibilidad y anegando el interior del yo moldea las cámaras de una facultad de juzgar lo Obvio superlativo. A esta facultad que viene de afuera, y sin embargo, es acogida en una claridad sin sombra, la llamamos sentido común, su juicio es minuta de cláusula única que se imprime en el papel blanco de lo Obvio como una línea de puntos. Sobre esta línea nuestro sí se multiplica y la celeridad de sus reproducciones se asemeja al simulacro de demora que secuencia el latido del estroboscopio: Sí, Sí, Sí, Sí, Sí, Sí, Sí, Sí, Sí, Sí, Sí, Sí, Sí, Sí, Sí, Sí -en letra capital, letra de contrato, 14 puntos, formándose a cada instante en la pantalla de la mente- Yo Sobreviviré.
Y sobreviviré con ellos y sobreviviré volviendo en la forma de mi rúbrica, en el recto asentimiento, en el irregular consentimiento, viviré en el peso de un derecho obligado para todos, viviré en el goce de un deber garantizado pese a todos, aquí y ahora en el miedo, aquí y ahora en el orgullo. Esto es lo que imagino que pone en mi contrato y sé que en todos los contratos que se firman a mi alrededor y aún en las salas que no llegaré nunca a visitar -las salas se definen por sus habituales- figuran como imágenes las mismas palabras. El contrato es el mismo aunque a todos nos surja de adentro. Digámoslo de una vez: todos somos otros porque somos el mismo, no entendemos la interioridad de nuestros pensamientos más allá de los flancos que abre una línea de puntos. En esa sucesión cada uno es punto y a la vez línea. El horizonte de firmas que veo trazarse sobre mí es mi tiempo y en él soy a cada instante un juicio que se engarza a otros en una línea de puntos. Mi universo es mi contrato. Mi contrato se llama Garantía de Seguridad.

La seguridad es la garantía y lo que se garantiza

Sí, no puede ser de otra forma, dice mi sí, la seguridad es el contrato que asegura, el contrato es la garantía, eso que asegura mi contrato es la seguridad. Sí, no puede ser de otra forma, me cuenta mi sí, la seguridad es la seguridad de la seguridad, el contrato me asegura: la seguridad está asegurada. Sí, no puedo dejar de musitar, la seguridad es seguridad asegurada para-todos-pese-a-todos. Asiento o consiento, dice mi sí, pero sigo haciéndome presente y en mí tú eres mi línea de puntos. La rúbrica no es la garantía, digo con la voz del sí sintonizada en la banda del sentido común -las bandas son infinitas, la emisora es la emisora de mi sí- la garantía es la garantía de seguridad: la garantía no necesita de nada, mucho menos de firmas, la seguridad es seguridad asegurada pese a todos; la garantía lo exige todo y ese todo es tu sí, la seguridad es para todos. Comprendo que el contrato es la única verdad y esa verdad lo es todo incluso su ausencia, comprendo que no hay noche pero que esa noche está en el mediodía, y la veo relucir en la luz sin sombras como lo más transparente de lo transparente. Saco luz por la boca.
El sí me arrastra por la inundación benéfica de su manantial pero no me deja morir: viviré acunado por las olas del miedo o del orgullo pero no moriré, y la muerte no será ya sino una versión cotidiana de la vida. La muerte no será mía, la muerte no será de nadie, entiendo por fin que esto es seguridad: hacer vivir sin dejar morir; vivo de pie ante los vivos, difunto en pie sobre los muertos. Comprendido esto me relajo, me dejo llevar y digo: sí.
Cuantos más puntos entran al Ser en alineación más seguro me siento, cuantos más puntos se extienden a partir de mí, al frente o a retaguardia más consciente soy, consciente de lo innecesario de distinguir en mí luz, sombra, juicio o facultad, de la fuerza con la que siento, y deseo, y deseo con más fuerza legiones de puntos dándome la espalda, protegiendo mi nuca, siento incrementarse la unidad que formamos y el sí que nos coordina: Sí, yo sobreviviré; y lo grande de esa certeza crece en mí y asumo el miedo y forjo el orgullo en el metal de una pasión en la que reconozco a mi deseo. Y pese a todo, me siento el solo de una soledad terrible sin la que no puedo existir, ella es la línea, ella es mi sí, de ella extraigo mi fuerza, en ella la luz es compańía.

No más dudas, es lo que hay

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