No queremos trabajo, queremos dinero
Nuestro malestar: el dinero como límite
Parece una sensación generalizada, la de que el destino de cada
cual ya no tiene que ver con el de los demás. Cualquier punto de
vista sobre la liberación, si quiere estar a la altura de los tiempos, no puede
esconder este hecho. Nuestra interioridad, que en otro tiempo fue lugar
irreductible de subjetividad resistente, parece haber sido colonizada.
Nuestra existencia está más cerca del mercado de valores que del encuentro
con un amigo. Debemos confrontarnos permanentemente con un límite impuesto
entre nuestra interioridad y nuestra exterioridad. Este límite es el dinero.
Cuando
el trabajo ha dejado de ser identidad política, el dinero ha venido a
sustituirlo para proclamarse nuevo rey de nuestra intimidad. Si poseemos
dinero, él nos posee. Si carecemos de él, nos empuja hacia la precarización
y la muerte social.
Hay una cita que circula en los textos de los centros sociales okupados y que
expresa lo que decimos:
"Lo que mediante el dinero es para mí, lo que puedo pagar, es decir lo que
el dinero puede comprar, eso soy yo, el poseedor del dinero mismo. Mi fuerza
es tan grande como lo sea la fuerza del dinero. Las cualidades del dinero
son mis cualidades (del poseedor) y mis fuerzas esenciales. Lo que
soy y lo que puedo no están determinados por mi
individualidad... La diferencia entre
la demanda efectiva basada en el dinero y la demanda sin efecto basada en mi
necesidad o deseo, es la diferencia entre ser y pensar."
Pero además de límite surge también un malestar allí donde nuestra vida
monetarizada se confunde enteramente con las formas de valorarización del
capital. En ese lugar donde nuestra vida no nos pertenece, el poder nos deja
vivir una vida. Una vida que se sustenta en el discurso de lo
obvio y que
transcurre en el espacio de la ciudad-empresa: "vive tu vida,
sé creativo y
haz de tu ciudad un modelo sostenible, donde reine la paz, la tolerancia y
la diversidad". Este discurso, tan incontestable como hipócrita, que hace
posible la movilización general, se sustenta en el hecho de que nuestra
interioridad está estrechamente vinculada al poder, en un fondo oscuro
ambivalente donde el deseo ya no es garantía de rebelión, sino fuente de
creatividad para la publicidad. Pero precisamente porque estamos demasiado
comprometidos con el poder, este malestar, nuestro malestar, se produce por
una relación problemática entre esa vida (es decir, "nuestra"
vida privada)
y todo lo que nos es común. Este malestar canalizado hacia la "búsqueda de
lo común" (que no es una "potencia" perdida, ni una "vida impropia" por
recuperar), se manifiesta en diversas fenomenologías que tienden hacia una
desmonetarización de la existencia: como reapropiaciones masivas de
mercancía en las periferias urbanas (los Angeles, París), como recuperación
de conquistas
sociales perdidas (huelga del 95 en Francia) o como economía autogestionada
en los centros sociales okupados.
Dinero y trabajo
Cualquier aproximación que hagamos hoy sobre el estatuto del dinero parece
estar condenada a dejar puntos ciegos, impensados, en la línea argumental.
No obstante, frente a consideraciones que asocian el dinero a un simulacro,
a un carácter evanescente, a una institución totalizante o a un absoluto
("el dinero es Dios"), nosotros lo consideramos como una fuerza material
violenta que nos obliga al trabajo y nos empuja a la precariedad.
A esta fuerza material se oponen tres contratendencias:
- La posibilista: "mi dinero en forma de salario me pertenece para
consumirlo porque lo he intercambiado por fuerza de trabajo". Esta tendencia
simplemente adopta hoy una actitud defensiva frente a la violencia
monetaria. Es la clásica del periodo fordista y está institucionalizada en
los sindicatos. Como es sabido, esta tendencia social asociada al obrero-masa
de los años 60-70 tiene su línea de fuga en las prácticas de
"desmonetarización" expresadas en las luchas autónomas al margen de los
sindicatos. La lucha contra la organización capitalista del trabajo y por
fuertes aumentos salariales representaba la relación de fuerzas entre
capital y trabajo. El salario (y su expresión monetaria, el dinero), no eran
un fin en sí mismo.
Éste era el punto ciego del reformismo en el seno del movimiento obrero.
El rechazo del trabajo y la lucha salarial expresaban una subjetividad que
apuntaba "más allá" de la ley del valor. Aunque el dinero en la cultura
proletaria no se disociaba del trabajo, la obtención de más salario a través
de la lucha se asociaba más a la capacidad política antagonista para liberarse
de la esclavitud de la
fábrica que al trabajo como valor social. Incluso las conquistas sociales
del Estado del Bienestar eran contempladas como consecuencia de esta
capacidad. El final de este proceso es de sobras conocido. El ataque por
parte del capital a la composición técnica y política de clase por medio de
la reestructuración tecnológica, acaban con el ciclo de luchas de los años
60-70. A partir de ese momento se abre un periodo de disolución progresiva
de la Identidad-trabajo, y con ella de la posibilidad del Sujeto como
categoría política. Tras algunos intentos en los 80 por reconstruir la
centralidad que ocupaba la clase obrera (nuevos movimientos
sociales, marginados, etc), el hecho material que se impone es la
desaparición de un proceso central por el cual recomponer un polo de
antagonismo político al capital. Lo que en un principio, gracias a la
revolución tecnológica, era liberarse del trabajo, acaba
convirtiéndose, por la derrota obrera, en un nuevo sometimiento a la
relación salarial, pero esta vez a través de un doble vínculo: ser
trabajadores sin puesto de trabajo.
Ante este hecho, que llega hasta nuestra actualidad, los sindicatos siguen
aferrados a la idea de vincular salario y trabajo. En el mejor de los
casos defienden desde su arqueología teórica el concepto de "trabajo
alienado" (Los Manuscritos de 1844, de K. Marx). En el peor,
simplemente
siguen aferrados a su puesto de trabajo. Se inscriben, junto a otros sectores
del movimiento obrero, en una tradición que considera que hay que
liberar el trabajo por ser una cualidad esencial (a-histórica) a
la especie humana.
Esta idea no aguanta un análisis riguroso ni de la historia occidental,
ni de otras culturas, donde el trabajo era considerado despreciable o en
cualquier caso marginal. La tradición radical de la autonomía obrera
siempre ha considerado al trabajo como un "constructo" de la sociedad
capitalista. En
las prácticas de rechazo del trabajo del obrero fordista, se expresa esta
no-cualidad: simple fuerza que se vende y valoriza el capital. El trabajo
asalariado desde sus inicios ha sido siempre "trabajo abstracto", (Grundrisse, K. Marx) trabajo sin cualidad ni esencia,
separado de la actividad concreta del trabajador, simple
dispendio de tiempo a cambio de un salario. En la fase fordista, donde esta
separación entre trabajador y producto con la cadena taylorista se
hace más evidente y odiosa, surgen de forma manifiesta estas
prácticas (absentismo, sabotaje a la cadena...) que ponen en evidencia
este "extrañamiento" del obrero frente al trabajo. Era
una actitud antiproductivista y antieconomicista. El objetivo era vender lo
más cara posible la fuerza de trabajo. En la época actual (la de la
precarización como
condición generalizada en la que habitamos) la subjetividad se desmarca del
trabajo como valor estratégico de ataque al capital y expresa, cuando se
enfrenta al mercado laboral, más
indiferencia, si cabe, ante cualquier tipo de actividad.
La pregunta relevante en este contexto es: ¿a cuánto nos
pagan la hora? Cabe la posibilidad, como otra cara del miedo a la
precarización, que alguien se identifique personalmente con un tipo de
actividad remunerada. Pero el trabajo como valor político deja de ser
central. Hoy es sólo un medio, el menos arriesgado, para conseguir el
dinero. El dinero se separa de la cultura del trabajo definitivamente.
- El derecho a la existencia: En este apartado el abanico de propuestas es
variado y contradictorio. En general todas reivindican una Renta Ciudadana
por el mero hecho de existir. En un primer bloque situaremos algunas de las
más relevantes entre las "posibilistas" o "alternativas", respetuosas por lo
general con las reglas de juego que regulan la esfera macro y
microeconómica y cuyo denominador común radica en el propósito de atenuar las
consecuencias generadas por la dualización social producto del cambio
tecnológico-político. Yendo un poco más allá, en algunos casos (A.Gorz,
K.Offe) se presupone que el desarrollo de algunos de los sectores
desmercantilizados acabará por transformar la organización capitalista de
la sociedad (versión socialdemócrata de fin de siglo).
Distinguiremos escuetamente:
- En el contexto de la redistribución del trabajo (se concibe que el
trabajo es condición necesaria para la obtención del complemento económico),
instaurar un contrato social renovable que permita percibir una
remuneración ó "segundo cheque", como compensación por la disminución en los
ingresos a causa de la reducción en horas de trabajo.
- Derecho a una "renta básica" modesta y sin contrapartidas (obligaciones)
como compensación por haber renunciado voluntariamente a concurrir en el
mercado de trabajo.
- "Renta básica" garantizada para todo excluido calculada a partir de las
posibilidades que ofrece el PIB (producto interior bruto). Todas estas
alternativas globales, que se ofrecen como solución (o por lo menos
que pretenden tener una orientación progresista), descansan sobre la
hipótesis de que la sociedad capitalista será superada cuando las relaciones
sociales de cooperación y de intercambio no mercantiles predominen sobre las
relaciones de producción capitalista. Pero este escenario en el que el
capital se suicida a sí mismo es difícil de creer cuando se sabe que el
límite del capital, al ser inmanente a él mismo, puede ser siempre desplazado
hacia delante. Hay otro escenario posible aunque bastante menos idílico: el
del campo de concentración. La sociedad basada en tres zonas diferenciadas:
la zona blanca (junto a los Jefes: la vida está asegurada, de aceptar el
horror), la zona gris (la vida precaria en los intersticios) y la zona negra
(exterminación por exclusión).
A pesar de que estas propuestas en su versión más radical, no condicionan la
renta ciudadana al trabajo, lo cierto es que sí está condicionada a una
visión posibilista del reparto de la riqueza producida, con lo cual se
quedan a medio camino entre el "derecho a la existencia" y la reivindicación
de una justicia social que el ciudadano del sentido común debe proponer
dentro del estado de derecho.
- El salario social. Por la reapropiación de la inteligencia
colectiva. La propuesta de Salario Social rompe con la relación que
subordina el salario a la
prestación laboral. La ley del valor no rige en la actual fase
postindustrial. Se propone a partir de una nueva matriz del trabajo, que
sólo puede plantearse hoy en términos
globales: el trabajo-mente o trabajo inmaterial. Las nuevas
tecnologías digitales posibilitan una producción en red que tiene en su
núcleo la comunicación social. Esta producción se sustenta materialmente
en la comunidad bio-política: en la producción de lenguajes, de
afectos, de sensibilidades, que posibilitan la semiotización de la riqueza
social.
Producción de subjetividad en un "Devenir-mujer" del trabajo cuya
reproducción en la actual fase, involucra a hombres y
mujeres. Toda esta inmaterialidad en el proceso productivo se desarrolla a
través de un "cerebro-máquina" colectivo, frente al trabajador
singular en su puesto de trabajo, que aparece ahora como insignificante.
Una vida individual no puede ser productiva si no entra en cooperación con
otros cuerpos. Trabajo vivo, sensible que se hace carne, y que ya
no tiene frente a sí el trabajo muerto, como extrañado, porque
el medio de producción va unido ahora al cuerpo. Este Intelecto General
en cooperación hace estallar la ley del valor y pone de manifiesto que el
trabajo asalariado es ahora una imposición irracional del mando capitalista.
En este contexto, el Salario Social no se propone como una reivindicación a
pedir, sino como una consecuencia lógica de esta nueva matriz del trabajo
complejo. Se propone como crítica del trabajo asalariado y de la vieja
economía política. Quiere hacer patente la faz miserable del capital cuando
propone salarios para excluidos, leyes de pobres, salarios de reinserción
laboral... El Capital tiene ahora frente a sí una colosal cooperación
social viva, que lo contempla como un "cuerpo extraño" del que se ha de
desembarazar. Toda la vida está involucrada en la reproducción social. Es
por ello que el poder debe gestionar la política como un "Bio-poder". La
potencia latente en este cerebro-máquina irá acumulando fuerzas hasta llegar
al poder constituyente. El poder será entonces de la Multitud.
El dinero gratis: el espacio como palanca
La propuesta dinero gratis es más "modesta" que las demás.
Ya advertíamos al
principio que no creíamos en futuros radiantes; y es por ello que esta
propuesta se sitúa en un posible-imposible. El dinero gratis no se pide.
No es una reivindicación que vaya dirigida al ciudadano para que restaure en
el plano del derecho lo que es justo. El dinero gratis se da. Nos damos
dinero cuando utilizamos el espacio como palanca para crear "otro tiempo"
fuera de la monetarización, cuando nos reapropiamos de mercancías, cuando
hacemos "otros usos" de la moneda sin una lógica valorizante.
Toda la tradición de pensamiento expuesta hasta ahora tiene en su base la
primacía del tiempo sobre el espacio. La pugna contra el régimen de
producción capitalista se libraba en torno la dualidad tiempo libre/tiempo
de trabajo. Se trataba de sustraerse a la fatiga de la fábrica. En este
sentido la propuesta más consecuente es la que plantea un salario social:
cuando todo el tiempo de vida está en la subsunción real (capítulo VI,
inédito de el Capital, K. Marx), la potencia de la "intelectualidad de
masas" convierte este tiempo social en tiempo constitutivo de una
colectividad que se reapropia de la vida. El espacio asociado a este tiempo
es un espacio público.
Por el contrario, el dinero gratis rompe con esta tradición y sitúa el
espacio frente al tiempo. Se invierte una relación que ha sido, desde los
inicios del capitalismo, la que organizaba la circulación de las mercancías.
El tiempo como medida abstracta del valor organizaba el espacio: la fábrica,
el hospital, la ciudad... El espacio devenía territorio desde el cual se
ejercía el control sobre la sociedad. La distancia que había que recorrer
entre el tiempo libre y la fábrica (el pasillo del metro) se ha reducido en
la actualidad a la mínima expresión. Con las nuevas tecnologías asociadas a
la comunicación humana, puestas en la esfera productiva (asumimos esta nueva
matriz del trabajo), el tiempo de producción es infinito y el espacio es un
espacio precarizado.
Desde esta situación, se hace difícil elaborar propuestas en torno al tiempo.
Por otra parte, se hace cada vez más evidente la importancia del espacio en
diversos fenómenos de la realidad. Lo que hasta ahora se consideraban
"hechos económicos" o "sociales", son ahora considerados fenómenos donde el
espacio es un elemento interno y no externo. La misma división internacional
del trabajo que divide países pobres y países ricos es una división
espacial: cuando una oleada de inmigrantes ocupa un barrio de una ciudad en
Europa o América todos los parámetros temporales, económicos, culturales...
cambian radicalmente. Cuando se ocupan espacios abandonados se genera un
tiempo que se sitúa fuera de la valorización.
Por tanto, desde este espacio precarizado, sin dinero, la propuesta de
dinero gratis es un intento de romper con estas coordenadas de "espacio
cero, tiempo lleno" (que curiosamente fue una de las intuiciones de los
situacionistas, sólo que ahora el "tiempo lleno" es del Capital). El ejemplo
clásico de intervención desde el espacio en estos últimos años han sido las
casas okupadas. Pero hay otros muchos escenarios imaginables: un grupo de
personas organizan una fiesta en el vestíbulo del metro e invitan a la gente
que transita por él a que se unan, sin mas pretensión que celebrar la
inauguración de un "espacio de vida". El valor de ese espacio/tiempo es
interno a la gente que ha establecido otras reglas de juego inesperadas por
el poder. El espacio, en este caso, no es un "no-lugar" ni un "espacio
público" sino que es un espacio íntimo. El poder ha perdido su función
cognitiva (aunque sea por momentos, pues sólo se puede vivir contra el poder
de forma intermitente). Este espaciamiento es un espacio "otro". No es un
espacio que ha cambiado de función. Esto es lo que hace el ayuntamiento
cuando organiza recitales de poesía en el metro y recrea la idea de "espacio
público" para el ciudadano. Las relaciones que se establecen en un
espaciamiento no tienen la lógica de la valorización a pesar de que se
utilice moneda. Hay un uso del espacio que posibilita "otros usos" del
dinero. No nos importa vincular de forma "pagana" nuestra vida a un uso del
dinero, pues sabemos que la gratuidad no existe en la sociedad capitalista.
Cualquier servicio gratuito ya lo hemos pagado anteriormente desde la
producción general. Si viene, bienvenido sea. La gratuidad sin embargo solo
puede tener un carga deconstructiva cuando se la asocia paradójicamente al
dinero: dinero-gratis.
El espaciamiento genera un tiempo que es silencio frente al poder y ritmo
asimétrico respecto al ritmo repetitivo y secuencial de la ciudad empresa.
Tiempo-ritmo que crea "lo político". ¿Creación de un amor impersonal
colectivo? En cualquier caso es tiempo de una intimidad recuperada.
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