Te vi

A mi madre

La Guerra de las Mentes era un concurso que se emitía vía satélite para toda Hispanoamérica: dos universitarios pobres medían su cultura e inteligencia y uno ganaba; pero entonces el ganador podía salvar al perdedor y, si lo lograba, los dos volvían a enfrentarse en el siguiente programa. Se intercalaban números musicales y entrevistas. El premio para quien lograra permanecer en el programa más de tres contiendas: una suculenta beca de estudios. Los que perdían se llevaban una enciclopedia.
Miguel Cuestas, de Medellín (Colombia), iba camino de convertirse en héroe nacional al llevar invicto los nueve primeros programas de La Guerra de las Mentes. En el décimo apareció ella y ocupó el lugar de la izquierda, el del color azul, mientras la presentadora decía:
-Aquí tienes, Miguel, a tu nueva contrincante: Cecilia Comesaña, una guapa universitaria española de Marín, provincia de Pontevedra. Suerte, Cecilia, la vas a necesitar.
A lo largo de muchos programas Miguel y Cecilia se convirtieron en la pareja de moda del Canal Hispano: unas veces ganaba Miguel y otras ganaba Cecilia, pero siempre el ganador salvaba al perdedor en el último momento, justo antes de la actuación estelar con la que se cerraba el programa. Como era de suponer se enamoraron.
En el programa número cuarenta y tres, la voz del presentador apuñaló a los amantes y a millones de espectadores cuando dijo:
-¡Ooooooh! Has fallado, Cecilia. Y esto significa que Miguel, nuestro gran concursante, tendrá que dejarnos. Un fuerte aplauso para Miguel Cuestas, de Medellín (Colombia).
En el siguiente programa Cecilia fue también eliminada.
-¡Ooooooh! Un fuerte aplauso para esta magnífica concursante.
Se escribieron cartas, intentaron reunirse. El amor hizo que suspendieran el curso y les quitaron la beca. Miguel intentó entrar a formar parte de un grupo folklórico que iba a hacer una gira por España. Muy ilusionado se lo contó a Cecilia en una carta. En otra carta tuvo que explicarle que había sido rechazado y nunca el reencuentro les pareció tan difícil.
Ahora Cecilia llora desesperada, con la carta de Miguel en las manos, sentada en un banco de la Plaza Universidad de Barcelona, ciudad a la que se ha trasladado a fin de encontrar un trabajo que le permita juntar dinero para el pasaje de su amado. Un anciano que pasa la ve llorar, la reconoce: él era uno de tantos seguidores de La Guerra de las Mentes que dejó de ver el concurso poco después de que Cecilia y Miguel fueran eliminados. Ella le cuenta su historia de amor, al anciano le brillan los ojos. Abrazándola le dice que él les dará el dinero para que pedan reunirse.
Y se lo dio. Y Cecilia se lo mandó a Miguel. Y Miguel llegó a Barcelona una mañana de Octubre en vuelo procedente de Bogotá (Colombia).
Fue idea de un primo suyo el que llevara oculta en los zapatos algo de coca para sobrevivir los primeros meses. Se lo dijo a la policía cuando lo pillaron y también se lo dijo a Cecilia pidiéndole comprensión y paciencia.
Cecilia iba a visitar a Miguel a la cárcel siempre que podía. Le llevaba libros, ropa, dinero.
Y así pasaba el tiempo.
Un día, al salir de una de sus visitas a Miguel, se le acercó un joven y le dijo:
-¡Eeeeh! Yo a ti te vi en la tele. Fue...¡Sí! En aquel concurso del Canal Hispano... Sí... ¿Cómo se llamaba?
Ella se lo dijo. Y él la invitó a comer. Luego a dar un paseo en coche hasta una cercana población costera. Luego a cenar. Era profesor de literatura en un instituto, había aprobado las oposiciones a la primera ese mismo año. Hablaron de libros; hablaron mucho de una novela que a los dos les encantaba.
-La he leído seis veces-, dijo él.
-Yo siete-, dijo ella.
Se enamoraron. Fue difícil decírselo a Miguel. Pero la vida es así.

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