del tiempo en el túnel del tiempo en el túnel del tiempo en el túnel
¿Qué meditaría San Agustín si viajando por el túnel del tiempo se
encontrara súbitamente dentro del vagón de nuestro tiempo del tiempo en el
túnel, encofrado entre falsos perfumes orientales y demasiado reales sudores
occidentales, más otros empujones de procedencia indefinida? Para él, que decía
que el tiempo sólo existe cuando se piensa, ¿hay espacio suficiente para
pensar el tiempo en el túnel?
La intuición humana sobre el paso del tiempo viene dada por el movimiento
aparente de los astros y el paso de las estaciones: la vida en el poblado
durante la estación de lluvias y la instalación de los campamentos en la
estación seca; la vida abierta de campos llenos de gente y gritos en verano
y la reclusión cerca del fuego en invierno. Pero en nuestros apresurados
ires y venires por el subsuelo, nada externo a nosotros nos hace pensar que
el tiempo exista. Si acaso, existe sólo en nuestra propia y calladamente
sufrida indeterminación. Esas miradas perdidas en la nada que inundan los
vagones del metro son los únicos astros del tiempo en el túnel.
Dentro del túnel no hay paisaje ni horizonte. Las miradas se rehuyen. Todo
cuelga en un letargo a la espera de otra estación y después otra más y otra.
Las estaciones se suceden inmutablemente sin lluvias ni tormentas de arena.
NO PASA NADA. A decir verdad, nada se sabe de ese tiempo vacío de
acontecimientos: no hay duración sin acontecimientos. Pero cuando por fin se
oye la señal acústica y las puertas se cierran... entonces somos presas del
tiempo en el túnel del tiempo. Lo cotidiano suena con sordina, el tiempo en
el túnel estalla, se agria, se corta, se vuelve ácrono.
Sin duda lo más extraño acerca del tiempo siempre fue que tuviéramos tal
concepto.
Aún así, dentro del túnel caben tantas temporalidades como individuos y lo
único común a todas ellas es su indeterminación: indetermindas en su
procedencia; indeterminadas en su destino; indeterminadas, por supuesto, en
su instante, pues hay túneles tremendamente interminables y otros que no son
nada. Un vagón desplazándose dentro del túnel no es más que un haz de
indeterminaciones temporales paradas.
Nadie conoce con precisión los límites de su propia temporalidad porque no
existen, porque su temporalidad está compuesta por demasiados relojes que no
controla. No ya la propia vida, pues a cada rato alguien se tira al metro,
sino simplemente la duración de una camisa limpia, de un contrato laboral,
de un permiso de residencia, de una relación amorosa, de una posibilidad
hipotética... Nadie, dentro del túnel del tiempo en el túnel, está en
disposición de determinar su tiempo y menos aún de remover entre ese
amasijo de temporalidades indeterminadas y amorfas que carga y sacude el
vagón de un lado para otro. En el túnel nadie sabe ni contesta, todos callan
y aguardan, un mendigo pasa resbalando entre la gente como gota de mercurio.
No hay reloj, ni compás, ni circunstancias. En el túnel, el tiempo no es ya
poco y malo: no hay ya tiempo que baste para complacer la avidez de tiempo
en el túnel.
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