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SÓLO LO ECONÓMICO NO HA CESADO: RUIDO
EN LA RED DE REDES FEEDBACK Y DINERO

El Rock'n'Roll y el Jazz pueden dar cuenta de lo que no se escucha pero se oye. La noche en el siglo del imperio de lo económico no ha cesado de hacer ruido desde la música cacharrera de la soledad en la que todos estamos. Y la noche, hecha ruido, se ha convertido en la baliza luminosa de nuestras vidas: desde el póster que entrega a Pop frente al espejo hasta el mascarón momentáneo que rasga y aparenta rasgar la superficie de las décadas. El feedback, la sobrealimentación espacial del sonido, se ha transformado en siglo. Si el maximalismo, y el minimalismo, por proponer tal vez el collage más definitivo del tiempo de lo económico, han sido el departamento de I&D o, cuanto menos, la división encargada del proceso técnico del ruido, no es menos cierto que ha sido el silencio el gran convenio entre esas dos unidades de choque de la moneda, silencio y ruido masterizados y sampleados como cara y cruz.
El ruido es feedback, la confusión total, raw power. El silencio es, en el secreto de la vanguardia, lo "total" del ruido. Por eso, si la hay, toda iluminación en la noche será pura luz, ni siquiera se afirmará un perfil como luminosidad en el espacio indiferenciado de la décima revolución. Y hay que decir que sólo surgen iluminaciones en la oscuridad, que es su ocasión, un ruido en el que el tiempo de la luz se optimiza. Los ruidos de la metrópoli son en sí mismos luz que se expande mediante el silencio que se reproduce en el seno de su propia oda.
A finales de la realimentación de los 60, en un mítico e inútil doble álbum sin título The Beatles sacaron a mercado el 68. En el interior revolucionario de dicho año se encontraba el tema Revolution 9, que es -pese a lo que pudiera parecer- una oscuridad matriz construida en forma de dos ejemplos en el que se mezclan los diferentes ruidos-silencios de la metrópoli: los artefactuales y los relativos a ese dinero mayúsculo que llamamos capital. Paulatinamente, la repetición discontinua de ruidos y palabras o frases se convierte en el conjuro que evoca temerariamente los múltiples rostros de la metrópoli. La música, rota por las innumerables provocaciones publicitarias implícitas y por las distintas melodías cotidianas integradas en el tema, se entrelaza, o mejor, se enreda con el fetichismo de una espiritualidad mercenaria y los sonidos de las distintas conversiones que se van sucediendo en la confusión más absoluta.
El hecho de que un tema tan caótico como Revolution 9 sea, a la vez, la turbina de un estado de cosas que superaría los movimientos revolucionarios del mundo occidental y el pastiche metafórico-obsoleto que en realidad es, parece indicar que no es sólo la cómoda espectacularidad del FNAC y el Doc Music Festival la que nos facilita la mirada sobre un pasado que ni siquiera vivimos muchos de nosotros, pero al que nos adheriríamos a cada momento, sino que, más bien, nuestra exenta sensibilidad no aspira más que a asistir a la velada de su incineración en una continua ekpirosis por fricción del nuevo recuerdo: fósforo blanco retro. Sólo ruido-silencio. The Beatles fueron capaces de ver antes del laureado lo Mismo que a la nueva iluminación se la podía llamar Mayo del 68 cuantas veces se quisiera sin que eso fuese una noche obstáculo a los flagelos de la luz del capital. Mayo del 68 fue si acaso The Beatles en gira por el imaginario, la crónica de una novena revolución, que se resolvía in situ en los -por entonces inéditos- efectos de saturación que producía la gran revolución productora de reproducción.

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