El acontecimiento 11 de Septiembre



 
 

Los análisis de lo ocurrido este 11 de septiembre del 2001 han perseguido, por lo general, ofrecer una explicación. Una explicación a lo que todavía nos cuesta creer que efectivamente haya pasado. En definitiva, el acontecimiento 11 de Septiembre ha interrumpido como lo hace todo verdadero acontecimiento, las relaciones de sentido y de poder.
   ¿Estamos en condiciones de poder analizar qué supone el acontecimiento 11 de Septiembre? No, de ninguna manera. Tardaremos años en llegar a comprenderlo, en empezar a encadenar sus consecuencias. Hay, sin embargo, algo claro de momento: abordarlo desde la dicotomía terrorismo/víctimas nos aleja totalmente de su aprehensión. Y es así porque el acontecimiento 11 de Septiembre no es un acto terrorista. Es un gesto nihilista, lo que es algo completamente distinto.
   El gesto nihilista, a diferencia del acto terrorista, no conlleva ninguna reivindicación; ni en el hecho en sí, ni después. Nadie lo reclama como propio, nadie se identifica como su ejecutor. Además, se plantea absolutamente excéntrico respecto a las correlaciones de fuerzas, sin plegarse a ellas porque sencillamente no las toma en cuenta. El gesto nihilista no se diferencia del acto terrorista por comportar un suicidio. Que tenga lugar un suicidio no le es esencial. Esencial sí es, en cambio, apuntar a lo más alto. Es decir, que su fuerza de irrupción en tanto que acontecimiento sea tal, que no pueda haber respuesta posible por parte del poder. O que toda respuesta parezca ridícula. El acontecimiento 11 de Septiembre entra de pleno en esta caracterización y no vale la pena perder mucho tiempo para probarlo.

   1. El acontecimiento 11 de Septiembre ha sido el mayor gesto nihilista de la historia. Como mayor gesto nihilista de la historia ha demostrado la más gran verdad del poder: que el poder es una mentira. Millones y millones de personas han visto en el mismo momento y en directo, cómo eran atacadas y hundidas las torres gemelas. Con su derrumbamiento, se hacía visible lo que el poder siempre ha ocultado de sí mismo: que se sustenta sobre nada. Nada, quiere decir la pura amenaza de muerte que no es; precisamente, una mentira.
   En esta afirmación no hay ninguna fascinación por el horror ni mucho menos. Simplemente, la constatación fría de un hecho. No se trata de que se haya demostrado que cualquier territorio puede ser atacado, incluso el de la mayor potencia. Es mucho más. La dimensión absoluta del acontecimiento nos deja ante una radical desfundamentación del orden. Desfundamentación del orden porque su fundamento, el poder, es nada. El gesto nihilista ha puesto el poder frente a sí mismo, y como en una lucha de éste con su sombra, ha sucumbido. Sucumbido porque ha tenido que poner y admitir la vulnerabilidad como una condición esencial. Ya nada volverá a ser igual.
   ¿Es de extrañar que este desvelamiento haya supuesto un verdadero descenso a los infiernos para muchos? El poder se sustenta impidiendo el conocimiento de los sufrimientos que causa. El desvelamiento de lo que es el poder no podía sino venir acompañado de un sufrimiento inmenso.

   2. El acontecimiento 11 de Septiembre no sólo muestra la verdad del poder. Muestra asimismo la verdad de la resistencia. Este gesto nihilista no es el nuestro. Pero ¿podía ser otro? La realidad y el capitalismo forman hoy una inextricable unidad en la que se confunden. Esta identidad, como sabemos, en el mismo instante estalla en una homonimia. De aquí que existan, simultáneamente, desde formas feudales de producción hasta formas postfordistas. Pues bien, la identidad se realiza como una movilización total de la vida. Un joven norteamericano escribió una carta a una radio poco después del atentado en la que resumía perfectamente en qué consiste esta movilización cuyo resultado es la realidad:
   "América no es un edificio o dos... América es una idea. La idea que puedes ir a un lugar donde puedes ganar tanto como hayas sido capaz de imaginar; vivir, en gran parte, tal como habías proyectado y perseguir la felicidad (¡No hay garantía de que lo consigas pero seguro que puedes intentarlo!)"
   Mejor no se puede expresar cómo funciona esta realidad obvia que se nos cae encima. Mejor no se puede decir cómo cada uno - dentro de la movilización total de la vida - (re)producimos esta realidad. De pronto esta rueda ha sido bloqueada. Un grupo extremadamente reducido y con ínfimos medios lo ha conseguido. Lo ha conseguido porque estaban dispuestos a morir matando. Ciertamente ésta ha sido una forma perversa de interrupción.
   Nos cuesta comprenderla porque morir matando es un impensado para nosotros. ¿Cómo alguien puede querer morir matando? ¿Qué extraño gesto nihilista es éste? Recientemente la policía española encontró un diario personal que pertenecía a un miembro de un comando islámico. Las frases que se han publicado hablaban de "todo es vacío", "odio mi vida" junto con otras de carácter religioso. Los expertos psicólogos, siempre clarividentes, concluyeron que eran indicaciones claras de que su autor deseaba autoinmolarse. Vacío, asco, humillación... ¿no son también los materiales de que está hecha nuestra vida? Entonces esos fanáticos ¿son tan distintos a nosotros?
   Digámoslo de una vez. El acontecimiento 11 de Septiembre es el triunfo de la desesperanza. Cuando la vida es un infierno - y para cuántos millones de personas no es así - morir matando es una salida. En esta medida, aunque sea terrible afirmarlo, es también nuestro triunfo. Es la crueldad sin fin de los que no tienen nada que perder.

   3.El acontecimiento 11 de Septiembre nos pone en el corazón de la postmodernidad pero, a la vez, pone en crisis todos los discursos postmodernos. Los postmodernos de la indiferencia cool sostenían que habíamos entrado en la era del simulacro. En ella, habiéndose liquidado todos los referentes, la realidad quedaba suplantada por sus signos. Unos signos que, finalmente, sólo disimularían justamente que ya no hay nada. Con este crimen perfecto se abría la puerta a la metamorfosis de todo en su contrario para sobrevivirse. El poder y la resistencia se intercambiarían en un proceso sin fin.
   El gesto nihilista que es el acontecimiento 11 de Septiembre ha terminado con todas estas construcciones. El simulacro ha sido por fin destruido. Y lo ha sido con sus propios medios. Cuando se produjo el atentado de Nueva York, la reacción de los que observaban las torres incendiadas fue de total incredulidad. No podía ser verdad. Muchos de ellos declararon: "era como en un videojuego". El paso siguiente en esta desrealización de la realidad fue declarar la guerra, precisamente, a un enemigo invisible. Hay que recordar que la televisión mostró, en un momento dado, cuerpos que se lanzaban al vacío. Este instante terrible que jamás podremos olvidar fue, en seguida, suprimido y ya no volvió a aparecer. Como si su eliminación intentase restituir el videojuego, el simulacro. Pero no podía ser.
   El proceso de desrealización nos ha devuelto finalmente la realidad. En otras palabras: el gesto nihilista vestido de simulacro, el descenso al infierno como viaje en el espacio real hasta el plano simbólico, ha disuelto el mundo de los simulacros. Con el fin de la postmodernidad - entendida de esta manera - la historia se ha puesto en marcha. No hemos sido nosotros quienes lo han hecho. Ni es como nos gustaría. La pregunta de si podía ser de otro modo está fuera de lugar cuando la fuerza de irrupción del acontecimiento 11 de Septiembre no admite parangón. La forma islámica parece tener una relación privilegiada con el gesto nihilista. Por un lado, gracias a ella es posible superar los propios límites y atacar el mundo, aunque esto suponga el autosacrificio. Por otro lado, gracias a ella el enemigo desaparece en un fractal de redes que remiten a otras redes y así se construye el anonimato.