Crónica de la guerra en mi barrio

El barrio donde vivo forma parte de la periferia de Barcelona, esa periferia que se construyó en los 60-70 y que fue poblada por andaluces, extremeños, gallegos, etc. Gentes que abandonamos el campo a finales del franquismo y que entramos en la transición poniendo ladrillos en la construcción y apretando tuercas en la SEAT.

El llamado cinturón rojo de Barcelona, antaño. Hoy, el barrio lo poblamos fundamentalmente, jubilados y prejubilados, es decir, viejos con pensiones más altas de lo que jamás cobramos trabajando, que vamos por la calle sacando pecho y que nos molesta hasta el humo del tabaco del vecino, aunque éste no fume. Nuestros hijos, o viven con nosotros y gracias a nosotros, o han tenido que irse a otros barrios más baratos. La vivienda es carísima. Nos visitan los domingos. No hay dónde aparcar.

Como se comprenderá, aquí no hubo grandes celebraciones el once de septiembre, pero el doce sí que se habló y se vio la tele y se comentaba lo ocurrido en pequeños grupos en el parque, todo el mundo condenaba los atentados, pero eran condenas ¿cómo decirlo? Como de cumplido. A la conclusión a la que yo llegué en esos días es a la de que los norteamericanos de Estados Unidos no caen bien. Que, independientemente del pensar de cada cual, así de pronto y sin pensarlo mucho, no les son simpáticos a casi nadie. Alguna gente comentaba ¡Qué harán ahora estos locos! ¿Contra qué país la emprenderán esta vez?

Después llegaron los días de guerra sin guerra, la televisión hablaba de guerra total, planetaria, la primera del siglo XXI, con aquellas músicas y aquellos finales de telediario, que realmente acojonaban.

Luego empezó la guerra de verdad y se fue dejando de hablar del asunto, Afganistán es un país muy lejano, habitado por gente rara, bandoleros que maltratan a las mujeres y... ¡Qué pesados con la guerra y los atentados! ¡Se están pasando!

Lo del ántrax sí fue curioso, yo llegué a pensar que habían conseguido romper nuestra cotidianidad fortificada. De la noche a la mañana, algo que ocurría a diez o veinte mil kilómetros, podía introducirse en nuestra propia casa, alterando nuestra paz sosegada y monótona. Meter unos gramos de harina en un sobre se había convertido en delito por arte de birlibirloque. A los carteros les dieron guantes y mascarillas, en Hospitalet descubren un sobre con polvos blancos, la policía se lo lleva en una bolsa del Caprabo, me contaba un amigo cartero. La gente se lo tomó a cachondeo... y con el cachondeo llegaron los chistes, ¿quien no sabe algún chiste de las torres gemelas? ¡Por cierto! ¿Saben cómo se llama la novia española del Bin Laden?

En fin, que en mi barrio no hay guerra, hay guerras, pero son nuestras guerras de siempre, guerras interiores, guerras con sordina, guerras intestinales, calladas, sordas... gritos que absorben las paredes, llantos que a veces se escapan por las ventanas.

Somos gente sencilla, normal y corriente, aquí no pasa nunca nada, a nosotros no nos pasa nada, somos células durmientes, cada cual en su sitio, prestos para librar la batalla diaria por nuestro hacer rutinario, y nada, puede desviarnos de este fin.

Bueno, nada, nada, no... Unos días entes de Navidad, cuando hacía tanto frío, en una buena parte del barrio se produjeron cortes de corriente que duraron tres días. Los vecinos organizados autónomamente, sin que mediara ni la asociación, nos fuimos juntando y llamando a los timbres de cada bloque; cuando éramos unos cien cortamos el tráfico en señal de protesta, y de allí no nos movimos hasta que vino el alcalde. Éramos todos, vecinos y pequeños comerciantes de entre 50 y 60 años, en un momento del acto, vi a dos jóvenes de estos que llevan rastas y escuché que uno le decía al otro -mira, éstos son los que si te descuidas te pegan porque ensucias las paredes cuando haces una pintada, y ahora cortan el tráfico porque se les descongela el cordero.

Después empezaron a gritarnos desde la acera ¿Qué sois vosotros, gamberros como los de Génova? ¡si os han cortado la luz, sus razones tendrá el Martín Villa! ¡iros a casa que sois muy mayores para andar alborotando! Yo no entendía, la gente empezó a gritarles ¡fachas! Y los muchachos se marcharon.

Observo que últimamente cada vez hay más semáforos con su pobre incorporado, pero ¿tendrá esto algo que ver con la guerra?