LA COLONIZACIÓN DE LA VIDA COTIDIANA

APUNTALAR LA REALIDAD

El acontecimiento del 11-S ha venido a apuntalar la Realidad. Una Realidad que amenaza permanentemente con desplomarse necesita ser sostenida insistentemente, en la cotidianeidad. Esperanza, creencia, doctrina, convicción, ideología, fe... ya no son fundamentos suficientes y, si alguna vez obraron como tales, ahora nos han abandonado. Todo se ha vuelto insignificante: la dominación se ha infiltrado en los comportamientos y ha arruinado el lenguaje. Ya no sabemos qué hacer, ya no sabemos qué decir.

El 11-S, inopinadamente, irrumpieron en las pantallas de televisión de casi todo el planeta las imágenes de las Torres Gemelas sufriendo el impacto consecutivo de dos aviones. Ficción y realidad se fusionaron y lo que parecía una dicotomía incontrovertible quedó confundida en la secuencia de imágenes y en los comentarios sincopados y estupefactos de una voz en off. Numerosas películas, diversos videojuegos nos habían mostrado, centenares de veces, imágenes similares. Buscar información vía internet y tratar de entender pueden ser una buena síntesis de lo que se desencadenó instantes después de la contemplación de lo inverosímil.

Con todo, no fue necesario buscar demasiado, ni el tiempo y la dedicación requeridos para tratar de entender fue excesivo. Los dispositivos de producción de presente, con la televisión a la cabeza, se pusieron rápidamente a fabricar y a difundir las verdades necesarias, encaminándose, paulatinamente, hacia "la Verdad" en la que sólo cabe la certeza desposeída de su matriz política. Había que apuntalar la Realidad, lo ya sabido y reiterado, aquello de lo que hay que hablar. Sin embargo, la Realidad no habla por sí misma y, si en algún momento hemos creído que lo hace, es porque nos hemos olvidado de nosotros/as mismos/as, de los/as que la hacemos hablar, de los/as que creamos interpretaciones y significados que hacen que la Realidad adquiera determinada configuración, atrapándonos para que la corroboremos y desatendamos que hablar es hacer o, lo que es lo mismo, que hablar produce efectos: conforma relaciones y prácticas y nos provee de visiones del mundo.


SUFRIMIENTO PRIVATIZADO

Cultura, Realidad y Capitalismo son figuras homónimas con un efecto común: la constitución de individualidades privatizadas. Lo social (aquello que es de cada uno/a pero que no pertenece a nadie) se ha transmutado convirtiéndose en lo público, en un depósito de angustias y problemas particulares que necesitan ser evacuados.

Pero ¿cómo y dónde evacuar lo privado si los espacios de comunicación han desaparecido, si las significaciones comunes se han desvanecido, si la vida privada está modelada a semejanza del mercado y sus procedimientos de transacción y negociación? La única opción es el éxodo, la estampida de lo público hacia otras individualidades privatizadas que también huyen.

Es la desbandada de "lo público" hacia "el público": la exhibición pública de lo privado que, a pesar de todo, no deja de ser privado. Una huida hacia los/as que también muestran miedo, asco, angustia, hastío y soledad. Sin embargo, la huida de la soledad sólo encuentra más soledad, ahora amplificada en una agregado de seres privatizados, también solos/as cara a cara con su soledad. Es la cultura del solipsismo donde, ni tan siquiera, soledad, asco y angustia pueden ser compartidos. Nadie se corresponsabiliza de los problemas del otro/a, nadie se compromete con otra persona que no pueda, por sus propios medios y con su propia suficiencia, con su autoayuda, resolver sus angustias y problemas "particulares".

La Realidad nos enseña que las decisiones son únicamente de incumbencia particular, que cada quien engendra sus ofuscaciones y pesadumbres particulares, que cada cual es el único responsable de las decisiones que pueda adoptar (como lo es de su voto, de sus compras, de sus opiniones...), que cada uno/a es "culpable" de sus propias fuerzas.

ZARPAZOS A DISCRECIÓN

El sufrimiento se ha privatizado. Miedo, asco, angustia, hastío y soledad sólo se pueden sobrellevar privadamente, por lo que cualquier lucha común o acción conjunta no sólo resultan superfluos sino extemporáneos. Nuestro enemigo no tiene nombre propio pero sí nomenclátor, tampoco tiene rostro, no puede ser ubicado en unas coordenadas geográficas... no se puede designar ni determinar. Se desliza, golpea y se disipa; carece de sustancia y las palabras que lo nombran y lo dotan de voz son sólo artefactos de uso instrumental que devastan toda significación. Son palabras que han conseguido penetrar tanto en nuestros discursos y en nuestras conversaciones que han conseguido producir una visión unívoca: la Realidad. Rentabilidad, interés, recursos, producción, oferta, competitividad, mercado... establecen la separación respecto de aquello de lo que se habla, palabras que asimilan argumentos y cálculo, palabras que eliminan cualquier huella de intervención humana imponiendo el mutismo. Son palabras que, abstraídas de todo contexto, pasan por poseer un carácter universal, sin vinculación ni histórica ni geográfica.

Este enemigo insustancial empuña estas palabras y asesta zarpazos mortales selectiva e individualmente a cada una de sus víctimas. No se vislumbra arbitrariedad ni animadversión en sus movimientos porque los zarpazos que descarga discrecionalmente no parecen guardar ninguna relación entre ellos, no permiten identificar autoría alguna, ni planificación... son incidentes en los circuitos de la fluidez y de la velocidad. Es la fatalidad de los fenómenos contra los cuales nada puede hacerse. Sólo queda el rastro de víctimas individuales y su corolario: cada uno/a es su propia fuerza y su propia salvación ya que las redes sociales han sido socavadas.

Los sucesos se suceden, como los zarpazos, como las mercancías, como los capitales: el funcionamiento de la Realidad depende de que todo se vuelva rápidamente obsoleto. Cada acontecimiento borra el anterior erigiendo un presente perpetuo y necesario donde sólo impera una actualidad cada vez más efímera dispuesta con arreglo a la Realidad. Un presente convertido en palimpsesto que escapa a nuestro dominio sobre él. Un presente sin espesor en el que no somos capaces de conectar acontecimientos; pura superficie que nos extirpa de la historia. Pérdida de la temporalidad, saqueo de la memoria (el único recurso que nos queda para dar entidad al presente o para relativizarlo), presente perpetuo supurando milenarismo que nos promete futuro ...Justicia Infinita, Libertad duradera... al precio de la pasividad, la mansedumbre y de la espera... confianza en un futuro que ahoga todo estar.


VIVIR CONTRA LA REALIDAD

El presente carece de espesor y las causas del sufrimiento han sido privatizadas. Sólo queda un mayor repliegue hacia uno mismo buscando seguridad y exigiendo protección psicológica, física y económica. El miedo se ha convertido en el principal factor de cohesión social, desplazando a cualesquiera otras significaciones. Un miedo que puede concretarse y hacerse tangible: miedo al delincuente, al diferente, al extranjero, al gesto subversivo... Ya nada remite a la sociedad porque ésta está vaciada de significados: las protestas sociales, los asuntos públicos, los problemas sociales se han desplazado hacia un discurso criminalizador de lo social. Cualquier antagonismo es traducido y presentado, no como trasgresión de normas, sino como protección y seguridad pública. El imperio del discurso criminológico que persigue, no para castigar, sino para reformar. Miedo que exclama que el mundo es inseguro y que el 11-S ha venido a fortalecer, haciendo así tolerable la vigilancia y el control de la población .

El 11-S ha venido a ratificar la colonización de la vida cotidiana. Por ello, hay que desapuntalar la Realidad restituyendo los vínculos sociales, oponiendo resistencias a esta colonización. Pero el 11-S también ha abierto grietas en la misma vida cotidiana, en la vida que cuenta. En un tiempo dominado por la velocidad, por la enajenación del instante, sólo cabe combatir creando espacios. Espacios que no sean sólo extensión sino lugares donde lo que se dice y lo que se hace sean indisociables de su creación y de sus creadores/as. Espacios donde sea posible la polisemia prolífica de los discursos, donde se puedan construir nuevos significados. Espacios del hacer y del decir antagonista. Espacios donde crear nuevos tiempos. Espacios que reintroduzcan el imaginario de la autonomía, donde forjar la política y restituir las redes de vínculos y los puntos de vista colectivos. Es el momento de crear espacios donde pueda estallar el conflicto, ponerlo en el centro de las relaciones y romper con la continuidad de la historia apostándonos en el presente con discursos y prácticas que, si se quieren significativos, sólo pueden vivir contra la Realidad.