LA DEBILIDAD DEL ESTADO-GUERRA

El Estado-guerra se impone y cambia incluso nuestra percepción de la realidad. Aunque no necesite legitimarse, ya que se apoya en el sentido común y, a pesar de que la Postmodernidad ha puesto en crisis los grandes relatos, produce uno nuevo que da sentido a su acción. El atentado del 11 de Septiembre fue un desafío a Occidente y a sus valores (libertad, democracia etc.): "Occidente debe, por tanto, defenderse y tiene derecho a hacerlo".

El sentido así generado se articula como proyecto, mejor dicho: como el proyecto. El proyecto único que es precisamente la unificación generalizada que va a recorrer toda la sociedad: una realidad, un pueblo, una sociedad... amenazada. El proyecto único que es la propia unificación, dará forma a la movilización total de la vida por la Vida. En su interior, se rehabilitará el poder y la jerarquía, que el desarrollo de las nuevas tecnologías muchas veces socavaban. El miedo (y ya no tanto la esperanza) será el aceite que lubrificará la nueva movilización. En el Estado-guerra se confunden sentido, proyecto y dirección del proceso de globalización.

A pesar de todo, el Estado-guerra es sumamente débil. Esa debilidad reside en una derrota que no se puede borrar. Se trata de analizar más de cerca dicha debilidad. La autocreación del Estado-guerra comporta también su propia autoescisión. El Estado-guerra se autoproduce separando inmediatamente "lo no dicho que no se puede decir" del mismo "decir". "Lo no dicho que no se puede decir" es, por un lado, la derrota originaria; por otro lado, su ausencia de fundamento explicitada en la tautología. Es su secreto y su verdad, la verdad que el Estado-guerra tiene que rechazar hacia lo más oscuro de sí mismo. Por eso el Estado-guerra, desconociendo su propia verdad, desconoce - en el sentido de no admitir - que es Estado-guerra. Y como este secreto es un déficit de ser, una incompletitud esencial, el Estado-guerra tiene que emprender, tal como decíamos, una fuga hacia adelante.

Podríamos decir que si "hace falta que la cosa se pierda para ser representada" en nuestro caso: "hace falta que el Estado pierda (sufra una derrota) para ser representado como Estado-guerra". Lo que tiene una doble consecuencia: 1) El Estado-guerra se verá a sí mismo siempre como el Estado que defiende la paz. 2) La fuga hacia adelante consistirá, justamente porque en su inicio hay una incompletitud, en una búsqueda de la unificación. El efecto será un proceso de indiferenciación generalizada.

El Estado-guerra no sabrá distinguir: en el Otro, entre diferencia y enemigo; en el desorden, entre caos y terror; y finalmente en el futuro, entre novedad e incertidumbre. Esta indiferenciación en la medida que se generaliza afecta directamente la dinámica de cambio de la sociedad. El motor de la creatividad fundamental en una sociedad postmoderna se verá completamente averiado. Uno de los economistas de empresa más famosos en uno de sus libros daba consejos de este tipo: "Lo más excitante del futuro es que podemos darle forma", "hay que aprender a vivir al borde de caos"... No hace falta insistir mucho en cómo estas guías para la acción dejan de valer cuando la seguridad es la prioridad fundamental. La indiferenciación tiene, además, otra consecuencia más importante si cabe.

El fascismo postmoderno funciona a partir de unidades de movilización (o centros de relaciones) que son perfectamente singulares. Cada individuo con su proyecto personal, buscándose a sí mismo, etc, construye esa realidad compleja. La indiferenciación, en cambio, reconduce la singularidad al "hombre masa" en tanto que componente del pueblo. Lo que da fuerza al Estado-guerra acaba, paradójicamente, haciéndole más débil. El fascismo clásico termina siendo una rémora para el fascismo postmoderno. Podríamos resumir el resultado al que llegamos con estas palabras: la debilidad del Estado-guerra es consecuencia de no existir un punto de equilibrio entre el fascismo postmoderno y el fascismo clásico. Dicho de otra manera. El Estado-guerra en tanto que readecuación interna al fascismo postmoderno no es ninguna solución.


EL DESTINO NIHILISTA DEL ESTADO-GUERRA

Hemos dicho que el Estado-guerra emprende una fuga hacia adelante que coincide con su propia autoconstitución. En relación con dicha fuga hemos empezado a desvelar el porqué de su debilidad. Insistir ahora en el proceso de fuga mismo, nos permitirá precisar tanto esta debilidad como mostrar el destino nihilista al que el Estado-guerra está sometido.

La fuga hacia adelante es una búsqueda de unificación que genera una indiferenciación generalizada. Pero la fuga es también una búsqueda de reconocimiento. Esto significa que el Estado-guerra, por ser lo que es, tiene que iniciar una terrible metonimia: de destrucción en destrucción hasta que se acaben igualando la situación de normalidad con el estado de guerra. La implantación de esa situación desemboca, necesariamente, en una guerra abierta contra todos. Aquí todos son los extranjeros, y para ser extranjero basta quererlo.

El Estado-guerra debe mantener coaligados el proceso de indiferenciación y el estado de guerra. El estado de guerra con la oposición amigo/enemigo tiene que llegar hasta los lugares más recónditos. Y, a la vez, el proceso de indiferenciación tiene que extenderse a todo. No existe una oposición absoluta entre ambos procesos, pero lo que sí es cierto es que tienen que funcionar coordinadamente, pues si no en seguida se oponen. El proceso de indiferenciación tiende a detener el tiempo. Su horizonte es una realidad unificada y estática. El estado de guerra, por el contrario, tiende a multiplicar el tiempo. La dualización, con su dinamismo, apunta a una pluralidad que se pluraliza. La "guerra contra la subversión" desarrollada en América Latina sería un precedente, si bien todavía parcial y localizado, de la sincronía entre ambos procesos:

"En la guerra moderna el enemigo es difícil de definir... el límite entre amigos y enemigos está en el seno mismo de la nación, en una misma ciudad, y algunas veces dentro de la misma familia... Todo individuo que, de una manera u otra, favorezca las intenciones del enemigo, debe ser considerado traidor y tratado como tal." La guerra moderna. Ejército de Colombia. Biblioteca del Ejército. Bogotá. 1963.

El modo como el Estado-guerra consigue hacer frente a la desregulación, a la crisis de sincronía, es mediante la neutralización de lo político (que no de la política que es guerra). La neutralización absorbe las tensiones que surgen, anula las diferencias que se unilateralizan... Pero el destino nihilista del Estado-guerra está inscrito en cada uno de los procesos que lo atraviesan. En el proceso de indiferenciación, en el estado de guerra y, sobre todo, en la neutralización de lo político cuando la estatalización se consuma como fin de lo político.


UN PROGRAMA DE SUBVERSIÓN

Un programa de subversión no tiene nada que ver con el apoyo del conocido ciclo acción/represión cuya finalidad sería que el Estado muestre su "verdadera cara", ni con extasiarse ante el ¡Cuánto peor mejor! Aunque, evidentemente, tampoco tiene nada que ver con la defensa de la democracia o algún tipo de nueva ciudadanía. Unas y otras propuestas olvidan que ya estamos en el interior del Estado-guerra.

Un programa de subversión surge con un objetivo insensato: aprovechar la debilidad del Estado-guerra para intentar atacarlo. Para intentar frenar esa andadura de muerte que es la suya. Eso significa, después de lo dicho, tratar de imponer la diacronía al Estado-guerra. O sea, intervenir de modo que su cofuncionamiento interno entre en crisis. Esta intervención no tiene la forma de ninguna reivindicación. La reivindicación económica o política hace tiempo que se topa, o bien con la sacrosanta economía, o bien con la democracia en tanto que límite insuperable.

Ante el Estado-guerra la reivindicación es más vana que nunca. Es difícil negociar con la policía. El diálogo se parece a un interrogatorio. Contra el Estado-guerra, porque la ontología es toda suya, sólo nos queda el gesto radical. ¿Qué es un gesto radical? Muy poca cosa. Y, además, es difícil de explicar. Quizá la mejor definición sería indirecta. Un gesto es gesto radical cuando para el Estado-guerra se trata de un gesto nihilista. Pero a la inversa no es válido: no todo gesto nihilista es un gesto radical. Cuando la diacronía invade al Estado-guerra se forman espacios y tiempos. Allí es donde estos gestos pueden surgir.

El gesto radical abre la puerta a otra politización. Ciertamente, no saldremos del nihilismo si bien esta otra forma de consumación se opone absolutamente al fin de lo político. Esta vez, la neutralización tendrá lugar como politización de la existencia. Esta politización no confiere una dimensión política a lo que serían intereses privados. Está mucho más cerca de la emergencia de un nosotros vaciado de identidad. Unos trabajadores a los que cerraban la empresa se subieron al tejado con todo tipo de productos químicos. Pusieron un cartel: "Dinero o Boom".

El hombre anónimo es el que escapa: no se deja encerrar ni en la unidad de movilización ni en el "hombre masa". Desokupar el orden. Pensar es ya una victoria contra el Estado-guerra. O por lo menos intentarlo. Querer vivir, a pesar de todo, también lo es. Ante la guerra desencadenada después del 11 de Septiembre algunos ilustres profesores - pertenecientes a no menos ilustres centros de investigaciones - han planteado la pregunta: ¿Cómo sabremos que hemos ganado? Les contestaremos. Nosotros no ganaremos pero por lo menos sabemos algo que ellos no saben: que jamás sabrán si han vencido. El Estado-guerra sigue una marcha irreversible. Su destino nihilista le llama. Pero hay otra salida nihilista... que no es el "fin de lo político".