EDITORIAL

Todo el mundo coincide en el diagnóstico: con el 11s se ha terminado la "belle époque" del neoliberalismo, se ha puesto fin a la globalización "feliz". Las divergencias empiezan cuando se pregunta por qué y con qué pronóstico. Desde estas páginas afirmamos que la interrupción del ciclo que había empezado, despreocupada y desaforadamente, con la caída del muro de Berlín se ha terminado, no porque haya estallado una guerra, sino porque los gobiernos mundiales, todos a la una, se han constituido en un Estado-guerra.
   Un Estado-guerra se caracteriza por dos aspectos: no tiene la guerra fuera (ni fuera de sus fronteras, ni fuera de sus pautas temporales, como un momento de excepcionalidad) y su enemigo, invisible e indefinible, está en todas partes, en cualquier lugar. Es un Estado único, criminal y prepotente, que disuelve el vínculo social y lo reconstruye por medio del miedo y del deseo de seguridad: el capitalismo, ya no bajo el disfraz de comunidad humana universal, sino como guerra total. La amenaza y la sospecha, ojos que acechan la vida de cada uno de nosotros, conjuran el desafecto social, la desocupación y el éxodo. El Estado-guerra no socializa, organiza su campo de juego con un único código: amigo /enemigo. El umbral de lo soportable se ensancha y rápidamente se normaliza. El ciudadano debe delatar. El Estado-guerra es la socialización del dolor.
   Uno de sus gestores principales es la Unión Europea. En estas fechas sus presidentes invaden Barcelona. España preside. La ciudad se blinda y les acoge. Sus "pueblos", sus "electores", no escuchan. Las fronteras siguen escupiendo pateras. En el orden del día, dos prioridades: la liberalización de la economía, y la lucha antiterrorista. Unos cuantos, que no formamos parte de su pueblo ni de sus electores, saldremos a la calle.
   Decimos: "Paremos el mundo. Otra guerra es posible". Y lo reafirmamos: (sic). Paremos el mundo y no la guerra, porque el pacifismo, en el Estado-guerra, se ha quedado fuera de juego. Lo que hay que parar es la reproducción de esta máquina alimentada por el miedo. Por eso añadimos: otra guerra es posible. Mientras Porto Alegre pone parches al mundo, no a otro sino a éste, nosotros creemos que hay que poner en marcha una nueva guerra de guerrillas, una subversión generalizada que no tiene como territorio el espacio público (ha desaparecido) sino todos los planos de la vida. Es una guerra no frontal, cuyas armas deben ser la imprevisibilidad, la diseminación y la repetición de gestos radicales que interrumpan la lógica del poder y abran, en el lugar más impensado, un espacio de libertad. Cualquiera puede hacer de esta guerra la suya. Uno de los planos más visibles de esta guerra de guerrillas está en el movimiento antiglobalización. También en estas fechas invadirá Barcelona. Y lo hará sin alambradas, sin policías, sin helicópteros ni estados de sitio. Que sus ideas, voces y cuerpos, irrumpan en Barcelona y subviertan la ciudad. Que sus prácticas hagan de sus calles un espacio de libertad. Otra guerra es posible:
   "Toda creación es un acto de guerra: guerra contra el hambre, contra la naturaleza, contra la enfermedad, contra la muerte, contra la vida, contra el destino."