ELOGIO DEL PROVOCADOR

<<Carlo Giuliani no iba "vestido de negro". No era un anarquista insurreccionalista. No era un okupa. No era un punk salvaje. Era solamente un muchacho lleno de rabia contra este mundo, que se ha defendido matándolo. No formaba parte de la minoría sino de la mayoría>>. Génova: ¿minoría o mayoría? Comunicado firmado por "Algunos anarquistas". 24 de Julio 2001

Mientras los policías y los gobiernos del mundo - y especialmente los de Italia - exhumaban el conocido fantasma del anarquista que pone bombas, la prensa y la televisión descubrían un nuevo filón para explotar: el misterioso Black Bloc, último antihéroe de la guerra social.

Exceptuando algunas pequeñas variaciones hemos tenido que escuchar continuamente la siguiente frase: después de Seattle, existen grupos de buenos manifestantes que protestan cívicamente contra la mundialización liberal. Organizan seminarios, grupos de estudio, encuentros, hacen propuestas. Quisieran ser escuchados y, quizá lo serían, si no fuese por ciertos parásitos que se aprovechan de ellos para realizar actos vandálicos.

Estos se llaman el Black Bloc, se visten de negro, y cual Ninjas, aparecen y desaparecen a toda velocidad. Silenciosos y misteriosos, vienen de lejos: de EEUU, de Alemania, de Inglaterra, del País Vasco (y en este punto se apela al fantasma de la ETA), de Grecia, de Europa Oriental.

El "anarquista malo" - viniendo principalmente de fuera - reúne todas las características que permiten fabricar el monstruo. No hace falta insistir como esta imagen del mal y del "anarquista" en particular, es deudora del modelo norteamericano para el que los "subversivos extranjeros" constituyen el enemigo infiltrado.

"Moscas ágiles y rápidas, privadas de todo apoyo, suponen para nosotros una verdadera calamidad". Eso es lo que afirmaba acerca del Black Bloc Marco Beltrami, miembro de los Tute Bianche y portavoz del "laboratorio del Noroeste". Olvidando, por lo demás, que antes de Génova, en un interview concedido a un representante de los Black Bloc americanos, la revista Carta cercana a su grupo, se había mostrado interesado en convertirse en su primer interlocutor en Italia. Sin contar también que durante Junio, en Göteborg, los Tute Bianche y los Black Blocs se habían encontrado juntos en la calle sin que existieran choques a resaltar. Es sólo después del 20 de Julio cuando los Tute Bianche deciden convertir a los Black Bloc en el perfecto chivo expiatorio.

¿"Por qué no se les ha detenido al pasar la frontera?" gritaron al unísono todos los periódicos, incluso Liberación y el Manifesto, que el día antes reclamaban a voz en grito la libre circulación de todos los manifestantes.

Durante las horas que siguieron a la muerte de Carlo Giuliani, circularon todo tipo de hipótesis extravagantes: ¿Hooligans? ¿Infiltrados? ¿Tifosi bajo permiso y gozando de garantía de impunidad? ¿Agentes al servicio de oscuros intereses? En todo caso, y sin que quepa la menor duda: provocadores.

Cada vez que uno se encuentra con este calificativo, se siente indefectiblemente una mezcla de cólera y de simpatía. Cólera, puesto que los que no han renunciado completamente a la memoria no pueden soportar ver como vuelve este lenguaje siniestro - "provocador anarquista" - que lleva consigo la marca sangrienta de Stalin. Simpatía, porque cuando uno lo piensa bien, las experiencias revolucionarias más significativas del siglo XX no habrían poder nacer sin la existencia de "provocadores" capaces de provocarlas. Los que se sublevaron en Cronstadt, los anarquistas y comunistas libertarios de la España del 37, los obreros alzados en los países autollamados socialistas, en Berlín, en Gdancs, los rebeldes del Mayo francés y todos los del 1977 en Italia, han sido todos, y cada vez, unos provocadores.

En Enero de 1994, quizá no todo el mundo lo recuerde, los zapatistas mexicanos fueron también marcados con esta etiqueta porque se habían arriesgado - en su pretensión de querer vivir en libertad y con dignidad - a entorpecer el avance de la izquierda electoral en su camino desastroso hacia el poder. (...)

No, la violencia de los Black Blocs (siempre en plural) no es la de los estadios de fútbol, ni es como pretende R. Rossanda en el Manifiesto del 6 de Agosto, la expresión de un malestar existencial. Es una forma de protesta, criticable a veces, a veces contraproducente, pero ciertamente no es ni irracional ni ilegítima. Sin contar que, a pesar de las mentiras que se les aplican, los Black Blocs han aportado al movimiento antiglobalización: energía, valentía, inteligencia táctica y una práctica antiautoritaria. En Génova, mientras que los infatigables chupa cámara lanzaban delirantes proclamas de guerra anunciando un asalto a la zona roja que jamás harían, los Black Blocs se alejaban en silencio para actuar fuera del alcance de las fuerzas represivas. Lo que no se les perdona es, en realidad, haber destruido no solo los escaparates sino también las mentiras de los políticos.

Convendría, como señalaba O. Scalzone, preguntar a los pseudo-estrategas de la desobediencia cívica si es verdaderamente más responsable declarar la guerra al "Imperio", lanzar el grito de "Hundiremos la zona roja" acompañado de una fuerte agresividad verbal, para pasar a continuación a calificar de infiltrados a los que tiran piedras y organizan riots... Cuando estaba vivo, con su extintor en la mano: ¿Quién era Carlo? ¿A quién desobedecía?