UN MOVIMIENTO HETEROGÉNEO

Asistimos, desde hace algunos años, al nacimiento de un movimiento heterogéneo calificado por los medias de "antiglobalización". Este movimiento se ha encontrado con la emergencia de un componente anticapitalista que se escinde y rechaza todo rol mediador. De ahí nace una divergencia real entre los que, por un lado, reclaman una gestión ciudadana del capitalismo y los que, por otro, persiguen romper con el orden social.

El componente antimundialista, profundamente reformista, juega a aprendiz de gestor de la economía mundial, como vanguardia del capital que propone modos de regulación de los mercados, como la Tasa Tobin. Este componente se alimenta de una profunda fe en la democracia y propone un control ciudadano de las instancias internacionales, como si fuera el déficit de democracia lo que produce la explotación.

La recomposición ideológica de la izquierda institucional y su ala más izquierdista, se articula sobre las nociones de ciudadanismo y de democracia radical y participativa. La vieja lucha de clases ha sido sustituida por la "participación ciudadana", en la que cada uno está llamado a participar en la gestión de la economía. En esta transformación ideológica de los antagonismos sociales, el ciudadanismo tenderá siempre a jugar el papel de mediador entre los movimientos sociales y el Estado, desde el reconocimiento de que éste último, el Estado, puede ser el mediador neutro entre el capital y los movimientos sociales.

La antimundialización juega un papel muy importante en esta reconstrucción ideológica. Su idea central es que el capital transnacional ha concentrado demasiados poderes que no puede o no sabe gestionar y que esto se hace demasiado peligroso para el equilibrio económico. Contra el "ultraliberalismo incontrolado", todos los ciudadanos son llamados, en un tono que oscila entre el miserabilismo y la culpabilización, a convertirse en los co-gestores de la economía mundial, por medio de la presión y del control ciudadano. Se trata de ir más allá del voto, pero sin salirse, claro está, del campo de juego democrático.

Para esta izquierda que sólo puede vivir en una eterna oposición a un capitalismo que jamás tendrá un rostro humano, la antimundialización es la carta que le permite estar a la cabeza de los países más importantes de Europa (Alemania, Francia, Reino Unido... ) mientras mantiene el espectáculo de una oposición a la globalización.

El movimiento anticapitalista que se ha venido desarrollando desde Seattle pero sobre todo desde Génova, se compone, cada vez más, de grupos que funcionan de manera autónoma y que rechazan participar en el circo del juego democrático y en el espectáculo de la representación. Rompen sin pedir, reivindicar ni negociar nada. El desafío, para este movimiento, es saber evitar las falsas divisiones, del tipo violencia / no violencia, y conseguir utilizar la ruptura imperativa con el ciudadanismo como base real, no para dividir sino para unir, para reconocerse, distinguirse, existir.