INCENDIO Y CENIZA

1. Coge un espacio cualquiera, dibuja un punto, luego otro punto, y traza una línea que los una. Si llamas a tu espacio Zona Cero, tu línea será de dolor. Añade más y más puntos unidos por las líneas que te dé la gana; tendrás un bonito rizoma doliente. Quiebra las líneas, borra los nudos, coge tu espacio y mándalo a la mierda; darás con una intimidad devastada y un amasijo por matriz. Te dolerá.

Zona Cero era un truco: tablero rectangular con agujero en el centro por el que se introducían objetos de los que nada más se volvía a saber. Simplemente desaparecían. Creo que en Internet todavía lo venden como juego de magia. Zona Cero eran monos de trabajo para exterior, con costuras termoselladas y soluciones anti-humedad. De esos que uno se pondría si le obligasen a hurgar entre montañas orgánicas de cascotes humeantes en busca de pedazos humanos lo suficientemente grandes para ser identificados. También era un relato cyberpunk de principios de los 90 que transcurría en una intemperie desollada llamada Neo York. Neo-el-elegido es un bobo que prefirió el algoritmo a la chatarra orgánica; se confundió de escatología y tomó lo que no debía. Zona Cero era un videojuego de guerra muy poco sutil de finales del pasado milenio; cuando Giuliani todavía hablaba de gestión de la delincuencia por objetivos; cuando Zona Cero era el nombre que su policía informatizada daba al entramado urbano de retículas virtuales que más tolerantes debían mostrarse con ella en el vis a vis. Pero eso era antes de tu Zona Cero. Antes de que la longitud de onda del dolor tras el ataque arrinconase todo lo demás, incluida cualquier consideración al respecto y, por supuesto, todas estas consideraciones al respecto. Antes de que la derrota sin batalla arrasara el cuerpo del Estado y de que éste liquidara las últimas reticencias a movilizar tu sufrimiento.

Por lo demás, un par de videos bastaron para cerciorarse que lo significativo no podía ser un fusil de asalto ostentado con desdén en el desierto afgano. Ni siquiera la existencia de las cintas dio para algo más que para poner nombre a la espoleta que activó el dispositivo de engarce y poder de exterminio más impresionante que se recuerda. En la Zona Cero, el enemigo no es más que un correlato apenas necesario de la capacidad de destrucción del armamento imperial una vez puesto en faena.



2. Sal a la calle. Captura muestras comunes de malestar, desconcierto, miedo, soledad, angustia... - lo que veas -. Viértelas en una solución rica en oxígeno y calorías, y deja que engorden. Coge tu compuesto, vete al "late show" de Sardà - o a cualquier otro -, y arrójalas ante la cámara justo en el momento en que la chica se desnuda. Tu realidad despedazada se replicará en todos los cuerpos que no hayan sido usados para la mezcla, y tu público estará listo para cualquier "operación triunfo duradero". En la Zona Cero, las marcas de tu cuerpo reflejan lo que no has podido más que lo que finalmente has elegido. En ella, lo que acontece es, justamente, un todo ya realizado sólo alimentado por lo que ya no te podrá ocurrir. "Libertad duradera", impuesta a golpes de genocidio, para asegurar el "triunfo sostenible" de un mundo que se sabe amenazado, sin remedio, de vida por inanición. Almacena ansiolíticos y amplía tu nómina de terapeutas: vas a necesitarlos.


"- Si mezclas glicerina con ácido nítrico obtendrás nitroglicerina - dice Tyler.
Respiro por la boca abierta y repito: <<Nitroglicerina>>.
Tyler se lame los labios, húmedos y brillantes, y me besa el dorso de la mano.
- Si mezclas nitroglicerina con nitrato sódico y aserrín, obtendrás dinamita.
El beso brilla húmedo en el dorso de mi mano blanca.
<<Dinamita>>, repito mientras me acuclillo.
Tyler forcejea con el tapón del bote de polvo de gas y lo destapa.
- Puedes volar puentes - dice Tyler.
- Si mezclas la nitroglicerina con más ácido nítrico y parafina, obtendrás explosivos de gelatina - dice Tyler.
- Podrías volar un edificio con facilidad - dice Tyler.
Tyler inclina unos centímetros el bote que contiene el polvo de hipoclorito sobre el beso húmedo y brillante del dorso de mi mano.
- Es una quemadura química - dice Tyler - y te dolerá más que cualquier otra quemadura. Peor que cien cigarrillos.
El beso brilla en el dorso de mi mano.
- Te quedará una cicatriz - dice Tyler.
- Con jabón suficiente podrías volar el mundo entero.
Y Tyler vierte la lejía."


Haz como si nada de esto fuese contigo, grita tu asco o vete a Porto Alegre a ensayar la democracia. En cualquier caso, date prisa: tu mundo no se soporta a sí mismo y no te soporta a ti. CONSUME y CONSUMETE Muestra tu angustia, compártela, sé cómplice del poder en su sufrimiento hasta, si fuera preciso, la compasión... Y cuídate del imposible ajuste de cuentas con lo intolerable: el dolor desatado quizás necesite de la imagen de tus ojos y oídos tapados. Y VIVE EN ESO En el horror de no querer ver el dolor invisible de Guantánamo. En el dolor de saberte incendio y ceniza en el horror de la Zona Cero. En la angustia de estar muriendo a cada instante una muerte que ni siquiera te pertenece. En la Zona Cero, lo que se gesta, es una economía del dolor. La Zona Cero, Sinceramente tuya.