ZONA 0


 
 

La imagen de NY vista desde el mar era la de un bosque de torres ganando altura, compitiendo unas con otras, cada una representando un momento original, y entre todas trazando la forma del sistema del capital en todo su proceso.

En medio de las torres que exaltan su singularidad, las torres gemelas eran la arquitectura del monopolio: muy por encima del resto, sin competir, sin enfrentarse, una reflejándose en la otra.

Gracias a una inmensa manipulación escalar, nunca sabremos el tamaño preciso de lo sucedido el 11-S (como en las películas de ciencia-ficción de la infancia en las que el monstruo aparecía enorme, lanzando fuego entre los edificios de la ciudad para luego empequeñecerse ante los héroes que terminarían con él).

Casi sin colisión, la piel de uno de los prismas es atravesada. 18 minutos después, el acto se duplica y un vector gemelo atraviesa la piel del otro prisma. El momento es un momento de interrupción, de incertidumbre casi metafísica, de pérdida de conocimiento. Los prismas hechos de materiales sin textura, nervios de fibras ópticas, sistemas de control de acceso e intrusión, ascensores, climatización artificial inteligente, eran un espacio sellado como una burbuja.

Las torres eran la representación de un funcionamiento donde no se produce nada: recibían información sobre los objetos del mundo, materia prima de estadísticas y cálculos, elaboraban modelos, gráficos de decisión, al final de la cadena reinyectaban nuevas informaciones en el cuerpo social. La carne del mundo era sustituida por su imagen numerizada, el ser de las cosas es suplantado por el gráfico de sus variaciones, en sus transacciones generalizadas a todo le fue atribuible un valor de cambio. En su abstracción, fingían producir una realidad basada en la ética de la responsabilidad, de la transparencia, de la libertad de elección. Eran la erradicación del exceso.

Allí dentro comienza la guerra. La caída fue más bien una implosión que siguió las mismas leyes, las burbujas se deshacen, caen las partículas, una voz habla de los movimientos de bolsa, la caída es una baja, un signo menos. Y el paréntesis que abrió el asombro, lo cerró la familiaridad de la imagen, la fatiga del déjà vu. Los prismas son atravesados 10 o 15 veces más en distintos horarios, siempre desde el mismo ángulo. Sin materia: no hubo cadáveres, corridas, gritos, olor, humos, pequeños fuegos. La escala nunca se nos hizo terrestre, las imágenes fueron indoloras, higiénicas, la realidad se paralizó, luego no sucedió nada. Se inaugura la ZONA 0.

En cambio, la escala otorgada al enemigo, omnipresente e informe, es otra y es muchas*. El vector lanzado abarca un campo amplio que va de las cuevas de Afganistán a nuestros encuentros cotidianos, vuelve a dispararse, sobrevuela las fronteras, en el camino redefine la libertad, se da nuevas reglas de actuación para continuar, nos rodea, pretende hacer una intromisión directa e invisible en nuestras vidas, anuncia que no va a detenerse en años, abarca la civilización enemiga y la huella de nuestro pulgar, se dispone a producir todas las transformaciones necesarias en un proceso que ya ha comenzado con toda su efervescencia caótica.

Es que el resto del mundo conoce lo grande y lo pequeño, desde la destrucción del planeta a la falta del alimento básico, desde la aplicación mundial de los planes del FMI a las leyes de flexibilización laboral aplicadas en una pequeña fábrica de provincia.

Las torres se desmoronaron bajo un exceso de la realidad que ellas mismas produjeron. Participaron de su propia liquidación y no admitirán jamás la pequeñez de unos vectores imprevistos, precisos y que desplegaron su arte en un pacto simbólico con el objetivo: cómo organizar tanto con tan poco.


 
 

 
  * así como aplican las dos unidades de medida según se trate de escalas grandes o pequeñas, los americanos usan la pulgada para mostrar su ataque y el pie para medir al enemigo.