MUJER Y LOCURA
Conchi
San Martín, psicóloga.
Extraído de la revista "El rayo que no cesa", número
3.
El siguiente texto sirvió a su autora como base de la comunicación que presentó en unas jomadas al respecto de la condición de la mujer que tuvieron lugar en el casal del Barri Marianao de Sant Boi, Barcelona, el 29 de junio de 1996. Su edición estaba prevista, junto a otros trabajos, en un libro que finalmente no ha visto la luz. El interés de la comunicación y la vigencia de la temática que analiza, ha hecho que su publicación, con el beneplácito de la autora, nos sea grata.
El rayo que no cesa
Yo querría
comenzar con un versito muy breve de la poetisa Isabel Escudero que dice así:
Como Dios manda,
tú tan duro
yo tan blanda
Un poco para intentar explorar, porque estamos en ello, la relación entre
mujer y locura, podríamos hablar de cómo, y recogiendo los planteamientos
de la Antipsiquiatría, entendemos eso de la locura. Aquí parece
importante el poder distinguir entre locura y esquizofrenia: locura como intento
de reivindicar el recuperar lo perdido, lo robado..., la infancia, la capacidad
de goce, de juego, el poder atravesar el miedo a la soledad, a la muerte; esquizofrenia
como respuesta, ya desesperada, a una situación insoportable para la
persona, donde se han ido entretejiendo una serie de malos entendidos y violencias,
una situación sin salida donde se está abocado a la duda permanente,
al sufrimiento doloroso que puede convertirse en estéril, destructor...
En relación con la mujer, tal situación aparece como especialmente
cruel, pues ella está sometida a un discurso muy contradictorio que tiene
que vivir en propia carne, carne y alma, y que quizá la hace más
frágil a todo lo que sería la locura o la esquizofrenia según
lo distingamos. De alguna forma sería preguntarse: ¿cómo
es posible construirse como mujer o ser mujer sin de alguna forma volverse loca,
sin de alguna forma perder el sitio, dislocarse, perder el lugar?
Entrando en ese discurso contradictorio que da forma a la mujer como tal, veríamos
cómo esa mujer se encuentra en una situación donde no hay salidas
o con unas salidas especialmente dolorosas. Por una parte, si yo soy aquello
que se espera de mí por el hecho de ser mujer, si soy aquello que me
está mandado (ya desde fuera, ya desde dentro de mí misma), aquello
que está mandado por la ley del Señor, aquello que me da identidad
como mujer normal, como mujer no extraña, no rara, me encuentro con los
modelos de una mujer sumisa, obediente, casta, comprensiva, amorosa, discreta,
silenciosa, complaciente..., esa mujer que debe construirse a partir del deseo
del otro como algo fundamental que va instalándose en la propia identidad,
en el propio desarrollarse y saberse. Creo que es un punto especialmente importante
el ver cómo eso está de alguna forma dentro nuestro: el saberse
valorada a través de los ojos del otro, a través de la confirmación
del otro, hablando llanamente, obedecer a un mandato único: ser el deseo
del Señor. Necesariamente encontramos las prebendas que se obtienen por
el hecho de cumplir con lo que me/nos está mandado: "eres la reina,
la diosa, la deseable, la deseada... pero justo por no ser más que aquello
que yo te concedo".
Aquello que se valora (que recibe el beneplácito) en la mujer por el
hecho de ser mujer, aparece entonces ensalzado, pero es al tiempo objeto de
feroz burla, es aquello que el hombre (el valor patriarcal) rechaza: la sensibilidad
que hace vulnerable, la impotencia silenciosa, los lloriqueos, lo blando. El
drama para la niña, la futura mujer, sería el de cómo esa
condena se convierte en creencia íntima, constitutiva, en el cómo
llego a creer (y necesito creer) que eso debe ser así, en cómo
se va instalando dentro mío y cómo va respondiendo a la pregunta
siempre presente: ¿quién soy? ¿quién soy para el
otro? ¿quien soy para mí según sea para el otro?
Pero si cogiéramos la otra forma de ser mujer, el negarse, el rebelarse,
el decir NO, el decir "yo me niego a ser la esclava del Señor...",
resulta que ese intento de rebelión no dejaría de ser menos doloroso
porque sobre esa mujer que intenta la rebelión, que intenta la negación
de esa condición sufriente que vive en sí misma, caen una serie
de acusaciones o de castigos o de burlas que pueden volver a instalarse como
duda dentro de sí misma. Estamos ante la mujer transgresora, pecadora,
merecedora de castigo; en ese sentido nacen los personajes de la mujer agresiva
(que pretende invadir el poder del otro, castradora y rabiosa), la mujer puta
(promiscua e insaciable, devoradora), la mujer lesbiana (corren chistes por
ahí contando que la lesbiana no es más que una mujer fea, frustrada),
la mujer retorcida, mala, bruja..., en definitiva la no-mujer, aquélla
que justo por haber transgredido lo que se esperaba de ella se convierte en
mujer masculina, escarniada y rechazada: "ya no eres la que yo deseo"
-dirá el amo- "te retiro las prebendas, no eres." Decía,
que tal rebelión es dolorosa porque la mujer puede quedarse escindida,
en un abismo cuyo eco es la pregunta: ¿quién soy yo? ¿estaré
equivocándome? ¿cómo puedo hacer para ser? Algo así
como deshacerse desde las entrañas, o miedo a que eso ocurra. Situación
entonces de doble vínculo, de contradicción, de no salida: si
soy aquella que se espera resulto no ser nadie y no tener valor, pero si dejo
de serlo, si me rebelo, se me acusa de no ser mujer, de no ser nadie tampoco.
Un poco para seguir entrando, para intentar traer un poco de luz sobre lo que
significaría la locura en la mujer, podríamos utilizar la paradoja
del amo y esclavo de Hegel, donde el esclavo le descubre al amo que ambos están,
al fin y al cabo, unidos por las mismas cadenas: que él para ser amo
necesita del esclavo. Podemos entender cómo históricamente la
mujer sabiéndose dominada, sabiéndose en una situación
de sumisión, también intentaría rebelarse desarrollando
formas en las que ahora ese Señor fuera el que dependiera de ella.
Aquí aparece como esclarecedor todo el discurso creado en torno a la
histeria, justo cuando ya se clasifica y diagnostica la locura de la mujer.
Utilizando esa metáfora del amo y esclavo que decíamos antes,
se entendería que lo que la llamada histérica hace no es más
que intentar rebelarse contra ese amo suyo, recordándole esas mismas
cadenas que le unen a ella. De alguna forma sería: Yo te seduzco, entro
en el juego que me toca jugar por el hecho de ser mujer, pero no me vas a disfrutar,
te voy a negar mi cuerpo.
En el querer entender el fenómeno de la histeria, o dicho más
ampliamente, en el querer entender la ruptura de la mujer, es importante ver
cómo ahí entra en juego rápidamente el temor masculino,
es decir, como es absolutamente necesario catalogar eso que está sucediendo,
entendiendo a esa persona como enferma, como alguien que se sale de lo normal,
que está haciendo cosas extrañas y sobretodo hacerlo denigrándola.
Así la mujer histérica aparecería como la mujer superficial,
la mujer reprimida sexualmente, es decir, no se entiende que su frigidez esté
expresando una lucha que mantiene como forma de denuncia de su situación
con ese hombre -concreto y abstracto- con el que está, sino que se entiende
como una represión de sus deseos, de su goce, como una mujer simuladora,
exagerada, en definitiva loca.
En un primer acercarse a la locura de la mujer, lo habíamos entendido
en este último sentido, por cómo esa llamada locura sería
expresión de un intento de rebelión contra su condena no haciendo
más que llevar esa Ley del Señor, ese "Soy como tengo que
ser", a su extremo, a su exageración, pero justo viendo cómo
en esa exageración ella sufre el calificativo de ser la loca, se convierte
entonces en la loca, esa es su condena otra vez: a pesar de que le recuerde
al otro que él también es esclavo, ella misma entra en un intento
de solución sin salida, que no lleva a nada, ella sigue estando en esa
posición denunciada y pierde la vida en ello.
Si utilizamos la Biblia de los Psicólogos y Psiquiatras: el DSMIII, o
el DSMIII-R, o el IV, etc..., que se supone son tratados sobre enfermedades
mentales (diagnóstico, síntomas, pronósticos...), una especie
de código penal de las enfermedades mentales, de los delitos de los no-normales,
si lo utilizamos y vemos los puntos o rasgos patológicos, acusaciones
patológicas, en relación a las mujeres, podríamos hablar
de todo lo que son:
-Miedos irracionales, fuera del control de la persona; que están hablando
de una incapacidad de la propia persona para poder controlarse.
-La dependencia emocional entendida como signo de debilidad, tal como antes
comentaba la compañera Ana.
-El no control de las emociones... otra vuelta sobre lo mismo: incapacidad de
controlarse, de planificar... un desbordarse malsano.
-La exigencia por parte de la persona de amor y cuidados a los otros.
-El capricho exagerado, superficial, la queja sin motivo, el victimismo, la
hipersensibilidad (que resulta molesta), la manipulación, la seducción
sistemática...
-La incapacidad de enfrentarse a las diferentes situaciones de la vida...
Todos estos serían los rasgos (en su lenguaje: síntomas) predominantes
y característicos en los delitos de: Histeria, Trastornos de angustia
y Fobias, que justo serían aquellos trastornos mentales en los que las
mujeres "ganan" a los hombres; esto es, la cantidad de mujeres que
son etiquetadas de padecerlos es bastante superior que la cantidad de hombres.
Curiosamente, tales rasgos crean toda una imagen de la mujer en abstracto que,
¿acaso no es en el fondo lo que se le pide a la mujer que sea?, ¿no
son realmente coherentes con esa imagen de mujer sumisa, obediente, centrada/volcada
en la relación con los demás?
Yo creo que sí, que es un desarrollo de la misma lógica, sólo
que en estos casos "patológicos" estos síntomas están
exagerados, la mujer se ha pasado, ha hecho una exageración de aquello
que le tocaba ser: ya no es que sea delicadamente sensible, es que ahora aparece
como hipersensible: ya no es que tenga una imaginación graciosa como
la de un niño/a, es que ahora tiene una fantasía desmesurada,
que acaba en la mentira, en la manipulación. Es decir: cuando la mujer
mediante esa locura intenta denunciar aquello a lo que está sometida
exagerándolo, en ese mismo momento aquello alabado se convierte en molesto
para el hombre y los/as que la rodean, ya es demasiado, ya es entonces la mujer
loca, vemos a la mujer loca.
Con todo esto no quiero decir que la exageración de mi propio papel como
mujer sea una salida. a pesar de que sí es importante darse cuenta del
intento de rebelión que lleva dentro para entender lo qué está
verdaderamente en juego; y no es una salida porque implica seguir estando condenada,
en este caso condenada a condenar.
Volvemos de nuevo a acercarnos al miedo por parte de los hombres (en abstracto,
no aún encarnado en personas concretas), por parte de lo patriarcal,
de la Ley, el miedo a la mujer. De cómo eso se expresa y viene a definir
y a entender la locura de la mujer. Sería lógico pensar que al
fin y al cabo, el amo tiene que acabar teniendo miedo de la venganza de su esclavo,
porque aquél al que he despojado de todo derecho es probable que en algún
momento reaccione y me quiera quitar algo a mí. Por ahí valdría
la pena entender este miedo masculino; las imágenes son muchas: desde
la mujer que envenena la comida de su familia, la mujer que "se caga en
la leche" que da a mamar al futuro hombre (la expresión "me
cago en la leche" es una expresión de mujer), hasta la mujer que
tiene el diablo en el cuerpo... Son imágenes que recogen ese miedo masculino/patriarcal
a lo que la mujer -no se sabe cómo- puede hacer en contra del hombre.
Quizá lo interesante sea la reacción que se produce para hacer
menos temible esa figura femenina amenazante, por ejemplo ridiculizándola,
uno quita poder a aquello de lo que tiene miedo riéndose de ello (o intentando
reírse); otra forma sería la violencia directa, física
contra lo temido; pero la forma más "refinada" y aplastantemente
actual es el discurso lógico, racionalizador, comprensivo: es la violencia
de los manuales psicológicos de los que antes hablábamos. Entremos
en esa violencia racional con una creencia que la dibuja muy claramente: los
Tamul en Japón prohiben a sus mujeres participar en los ritos religiosos
porque entienden que su espíritu es impuro y que por tanto no puede tener
contacto con los dioses, cuando se charlaba con estos hombres intentando saber
qué más podía haber detrás de tal razonamiento,
aparecía que en el fondo había terror a que las mujeres pudieran
hablar con los dioses y decirles lo mal que eran tratadas.
Otro ejemplo revelador sería el de la Bruja, el de la histórica
bruja, que en el lenguaje más sofisticado, en la violencia de la razón
del lenguaje científico, sería la actual histérica; se
trataría de domesticar a la mala, a aquella que me da miedo, aquella
que maneja lo desconocido...y una forma de hacerlo es entenderla/explicarla
como enferma, como débil, ahora la debilidad está dentro de ella,
pobrecita.
Históricamente en un primer momento se reconocía claramente que
la bruja tenía poderes diabólicos reales; más tarde se
entendía que no, que eran alucinaciones provocadas por hierbas: la bruja
alucinaba su poder; por último, la gran verdad, esas mujeres eran enfermas.
Así se dio todo un proceso de conversión de la mala en una enferma
y por tanto, ahora ya sí, alguien inofensivo, más aún,
necesitado de ayuda.
La bruja aparece como la mujer precisamente fea, vieja, perversa y mala frente
a la joven, hermosa y apetecible hada, pero justo porque se atreve a tener el
poder, pero un poder diferente, ya no es el poder patriarcal, es un poder desconocido
que habla en un lenguaje desconocido, el de los conjuros, el de los ungüentos,
el de la magia... la bruja es pues la anti-mujer, de ahí su fatal destino.
Bueno, pues dejando estas cosas por ahí acabo leyendo un poema de M.T.
D'Antea donde la mismísima bruja nos habla:
Cansada de caminar
bajo una blasfemia secular
-el hombre, los embarazos, los
golpes-
un día
decidí volar.
Fue tan fácil:
un suave salto, un empujón
y -pez metafísico-
subvertí las leyes de la gravedad
universal.
No
el vuelo
-desesperacion alada-
perturbó
a curas y careleros
sino mi libertad a la que se le
gritaba:
¡Es
el escándalo! ¡El escán-
dalo!
¡Mátenla!