logo
volver a página pricipal

 

nº 34 abril 03

Puchero


Desobediencia: movilizarse por la supervivencia*

Víctor Sampedro (MOC)
Las multitudes se han autoconvocado en las mayores concentraciones conocidas hasta ahora a nivel local, estatal y global. La protesta de las contra-cumbres ya había alcanzado en Génova cotas impensables, desplazando las cumbres de la globalización capitalista a cuarteles inexpugnables: el retrato de su condición de acosados. No es una coincidencia que los bombardeos a Irak, significativamente llamados Operación Conmoción y Espanto, se anunciasen en las Azores. El atrincheramiento del poder, frente a la interpelación de los gobernados, no es una metáfora, sino una realidad. La paradoja reside en que dicha bunkerización es la razón última que mueve a las multitudes a movilizarse por su supervivencia. O hablamos (con la palabra y los cuerpos) aquí y ahora, o seguirán hablando por nosotros. Peor aún, se arrogan el derecho de silenciarnos. “Estás conmigo o contra mí. Y si estás contra mí... Todo vale”. Sus declaraciones son la coacción y la censura de nuestro derecho a la resistencia.
La población civil está demostrando un nivel de consciencia (por pura constatación diaria) de los recortes de autonomía y libertad derivados de la Guerra Global Permanente. Esa consciencia es muy superior a la que creen las supuestas vanguardias de oposición al Imperio. Lo demostraron el pueblo gallego y los voluntarios al desplegar un frente de autodefensa y denuncia de las tramas locales y globales del mercado pirata de hidrocarburos. Se han propuesto invalidar los intentos del PP de normalizar el ecocidio que perpetraron bajo la máxima: “Los beneficios para las corporaciones, los riesgos para las poblaciones”. La misma lógica aplicada ahora a la guerra. Galiza se ha perfilado así como el primer efecto colateral de la masacre, disfrazada de magnicidio (justo y necesario), perpetrada en Bagdag.
Las movilizaciones contra la guerra (insisto, las mayores de la historia) expresan, ante todo, el antimilitarismo de la población. La guerra (in)civil dejó en nuestra memoria histórica la verdad indeleble de que las guerras las crean los ejércitos, pero las sufren los pueblos. Por otra parte, las concentraciones contra la guerra evidencian también que “No nos representan”, que “Le llaman democracia y no lo es. ¡No lo es!”. Estos eran los lemas más coreados frente al Congreso en la primera manifestación que rompió el marco legal en Madrid. Sobrepasamos los cordones antidisturbios al simple llamamiento de “Eso, eso, eso. Nos vamos al Congreso”. A donde no nos dejaron llegar los uniformados fue a la sede del PP ni a la embajada de USA. Revelan así sus verdaderas trincheras.
”No en mi nombre” es la declaración de divorcio entre los pueblos y los gobiernos. El asfalto, que acoge a los manifestantes acostados que simulan bombardeos, representa el lugar al que la democracia de las urnas ha relegado a la ciudadanía. Los heridos en las cargas, convertidos en mercancía mediática, son el único espejo para quienes osen representar otro papel, tachados además de “violentos”
Somos los efectos colaterales de un régimen de libertades civiles reducido al mercado. Aquí, por tanto, la expresión se considera propiedad exclusiva de quienes monopolizan las mercancías mediáticas o los programas electorales. Ante el Hotel Glamour de la teledemocracia, se alza la democracia de la calle. Durante el Prestige, ante la indolencia gubernamental, la reivindicación del dolor y la dignidad de las poblaciones afectadas por el desgobierno global. Protesta ante su prepotencia (ni siquiera la condescendencia) con toda oposición. Y protesta ahora ante una guerra global, que también aplica la indolencia (la muerte es sólo la cola lateral de la maquinaria de muerte) y donde la prepotencia se desvela omnipotencia de un militarismo obsceno.
Han decretado la guerra al frente interno y se siente. Los gallegos de Nunca Máis, ya saben que el Fiscal General concibe como fraude recabar recursos para protestar. Y la gente intuye que cualquier comisaría española puede ser Guantánamo y que podría ser detenido ya no sólo como posible etarra, sino también por parecer árabe, radical, antisistema... terrorista. Han abusado tanto del término, se lo han aplicado a tantos colectivos que, con razón, la gente comienza a sentirse amenazada. Si la acusación puede partir de fascistas (caso de Nunca Máis) y/o golpistas (el G.W. Bush del “recuento” de papeletas), entonces la indefensión de cualquier disidencia resulta aún más dramática. La alegalidad en la que se han instalado “los cirujanos de hierro”, partidarios siempre de “operaciones quirúrgicas”, aquí y allá, provoca coros inauditos: “Ilegalizad al Partido Popular”.
La creciente ficción de las libertades civiles arranca de la inutilidad de reclamar responsabilidades a unos gobiernos que se declaran bajo imperativo de Bruselas y/o del Pentágono y, además, desbordados por las fuerzas desatadas (“libres”) del mercado global. La amputación de las libertades llega cuando esas mismas instituciones se arrogan “combatir el Mal con todos los medios a nuestro alcance”. Y cuando dicen todos, están diciendo todos. Esto incluye que el conselleiro de Educación vete el alquiler de autobuses para las manifestaciones de Nunca Máis, bajo chantaje de rescindir los contratos de transporte escolar. Incluye las directivas de la misma consellería impidiendo la presencia de convocatorias contrarias a la guerra y al Prestige en los centros escolares. Incluye que el Delegado del Gobierno en Madrid prohiba concentrarse en los lugares de representación política creando el pánico entre los manifestantes.
Sin embargo, estamos viendo cómo las concentraciones se autoconvocan, cómo (sin permisos ni liderazgos) desbordan los itinerarios “oficiales”. La manifestación “legalizada” es reemplazada por la “consentida”. Y ahí reside el germen de la desobediencia civil: toleramos sus mayorías electorales y sus leyes, mientras reconozcan y respeten la soberanía popular: Nuestro derecho a gobernarnos como prerrequisito de su Gobierno.
El tejido social siente la amenaza del Desorden Global cotidianamente en el (mal)trato de las policías estatales y privadas con l@s inmigrantes. Y, sobre todo, en la igualación implícita de est@s últim@s con las clases populares precarizadas: “sin papeles”, ya no en el INEM o la Seguridad Social, sino en la esfera política. En este subsuelo ha germinado la semilla de la desobediencia, impulsada por dos factores claves: la oposición parlamentaria y sindical (en protestas diseñadas por el tejido social en sus foros globales) y la visibilidad del star system de “la cultura” (en parte, con las actitudes y discursos de la contracultura anticapitalista). Estas dos actitudes (no carentes de contradicciones) han rebajado el umbral de indignación necesaria para “echarse a la calle”. El germen desobediente está llamando a las puertas del parlamentarismo, del sindicalismo y de unos intelectuales que le han visto las orejas de lobo al becerro de oro... también sienten el discurso criminalizador de la disidencia que tanto contribuyeron a difundir. Constataremos la solidez de sus apoyos cuando, como espera el Gobierno, la masacre de Irak sea vendida como triunfo imperial (al estilo Perejil), con los añadidos de haber rebasado a Francia en la reconquista de Oriente y la subida en bolsa de las empresas españolas. Nuestro reto: crear culturas y actitudes desobedientes que resistan este discurso.
Pero, ¿qué es la desobediencia? Para no complicar las cosas (..) valgan estas líneas. Desobedecer es decir NO. Desobediencia civil es decir NO en público, para rentabilizar la represión y abolir normas e instituciones que son legales, pero claramente impopulares. Al elevar los costes de la represión se desvela su ilegitimidad, la imposibilidad de aplicarlas. La desobediencia civil debiera generalizarse en desobediencia social: practicada cotidianamente por much@s. Necesitamos estrategias plurales y confluyentes. Y, por favor, en el debate que nadie vuelva aplicar la pregunta de ¿violencia sí o no? como mordaza-tapón. Algun@s ya empezamos a estar hart@s de tanto Mayor Sordera y de “compas” sordos como tapias, pero siempre prestos a contarnos “sus” batallitas y enseñarnos “sus” heriditas. En mi opinión, lo más factible, aquí y ahora es rebasar el recorte de libertades a una ciudadanía amputada, obligada a ser mero votante, contribuyente, consumidor y, si no, potencial “detenido”. Sólo hay que recoger algunas propuestas ya en marcha.
Ante las elecciones: interferencias de nuestros cuerpos y palabras en la propaganda mitinera.
Ante Hacienda: insumisión fiscal, destinando el porcentaje de gastos militares a proyectos de desarrollo emancipatorio en Irak.
Ante el Consumo, boicot a las corporaciones de USA (Shell y Esso, como objetivos concretos ya fijados; Coca-Cola y McDonalds, como iconos); vacaciones en el Cantábrico para limpiar las costas y los despachos...
No escribo estas propuestas como marcas de identidad autorreferencial (menos aún exclusivas o cerradas), sino como herramientas de acción política y debate social. Ya hemos protagonizado suficientes performances y discursos cerrados: cedamos el escenario y brindemos la palabra. Ante el Poder (incluido el nuestro): Contrapoder. Porque podemos. ¿Lo hablamos? ¿Lo construimos con mil amores y furores? ...

* Este texto es una aportación personal a las jornadas de reflexión que convoca Espacio Horizontal para el segundo fin de semana de abril en los centros sociales ocupados de Madrid . Intentamos generar un espacio de encuentro y diálogo, para detectar los efectos de la Guerra Global Permanente en nuestro entorno más inmediato y proponernos formas de resistencia y desobediencia. El argumento es cada vez más obvio, la desobediencia es la resistencia por la supeAgitar el

subir