|
|
nº
35 mayo 03
Pateando
la calle
El colectivo Apoyo
JAVI
BAEZA ATIENZA y compañeros de la Asociación APOYO
No
vamos a teorizar: el lugar social -tan importante- es un barrio de la periferia
de Madrid, del cinturón industrial. Desde una parroquia con inquietudes,
porosa a su entorno, un grupo de personas sensibles a la realidad de la
juventud más deteriorada, la que se inyecta heroína en los
parques, la que roba los bolsos de las señoras, sustrae los casettes
y pegan algún que otro susto a los transeúntes.
Estamos en el inicio de los 80. Otro de los momentos álgidos donde
se prima el valor de la seguridad ciudadana. Los comerciantes del barrio
piden armas para defenderse, se organizan patrullas ciudadanas, crece el
miedo... se acude a las respuestas de siempre, a más de lo mismo.
El discurso es monolítico y rápidamente incorporado por toda
la franja de edades y clases sociales: mano dura, ley y orden, a la violencia
hay que responder con la violencia. El origen de la inseguridad está
en los drogadictos, en los yonkies, en la pléyade de heroinómanos
que en esa década se inyecta muerte en las venas. Ante este estado
de cosas, se decide hacer algo, pero falta gente, la concienciación
es escasa...
No es fácil ofrecer un discurso alternativo al socialmente dominante
que va calando hondo en la gente. Una convocatoria en la parroquia y un
lema: la droga no es un problema de buenos y malos: es problema de
todos. (...)
Este es el comienzo del colectivo Apoyo. Surge pues como una iniciativa
de un grupo de personas preocupadas por el sufrimiento de tantos convecinos
y la necesidad de dar respuestas menos simplistas que ayuden a superar los
problemas. La propia composición heterogénea del grupo implicaba
el respetar ideas diferentes. En este sentido, el grupo surge respetuoso
con la diferencia, apuesta por un modelo no confesional, se acentúa
aquello que vincula y en nada se aparece preocupado por el proselitismo
de nadie.
A este grupo inicial se fueron sumando, con el tiempo, más personas,
creyentes y no creyentes... Esa tónica se ha ido manteniendo en el
tiempo sin que haya generado la más mínima fricción.
Se ha acompañado a los muchachos, se han compartido los afanes y
la lucha del día a día entre las personas del equipo. La convivencia
y el trabajo de cada día siempre han sido exquisitos y animantes.
Quizá hayan ayudado los requerimientos urgentes del mundo de la marginación
social que no dan para muchas disquisiciones teóricas: el uno que
no tiene familia y duerme en un coche, la sobredosis del otro, el SIDA galopante
de aquél, la condena larguísima de la otra... (...)
Tras los primeros momentos de organización, búsqueda de cauces
-entonces muy escasos- de formación, vinieron meses de pateo
de calle, de salir al encuentro de los chavaletes que se inyectaban
en cualquier parque, de hacernos presentes en sus tugurios y espacios naturales,
de intentar formar parte de su hábitat natural... todo desde el piso
de los entonces seminaristas, pero abierto a la realidad del barrio y de
los chavales... No era infrecuente que alguno se quedara a comer. Algunos
convivieron con nosotros alguna temporada hasta que se pudo gestionar una
Comunidad Terapéutica. El centro de operaciones era el
piso y el medio natural en que se desarrollaban las actividades era la propia
calle.
En ella nos encontrábamos. En ella -máquina de escribir portátil
en la mochila- redactábamos los escritos al Juzgado. Tratábamos
de lograr un proceso caracterizado por: a) Hacernos presentes; b) Ser aceptados
y reconocidos; c) Hacerles de espejo que les devolviese la responsabilidad
de reconducir su propia vida, aportándoles oportunidades ilusionantes
para ello.
Fue una época preciosa. Nosotros sólo éramos unos jóvenes
inexpertos, muchas veces más jóvenes incluso que los propios
chavales, pero repletos de entusiasmo. Entonces -¡ingenuos de nosotros!-
pensábamos que pasado el síndrome de abstinencia el
mono, como lo llaman ellos- estaba todo solucionado. No existían
centros, ni recursos públicos, ni se había creado el Plan
Nacional sobre Drogas... Sin embargo, la cercanía, la fuerza de la
solidaridad, el tú puedes y lo vamos a intentar juntos,
el cariño, el encuentro personal... estaban inventados desde hacía
ya mucho tiempo.
Un
proyecto, no una ONG
Desde el principio tuvimos claro que lo que nos vinculaba era un proyecto
común y no el deseo de fundar nada. Dos notas resumen
apretadamente nuestro ideario y definen la identidad del proyecto:
a) El encuentro personal no sólo como herramienta pedagógica
sino, sobre todo, como filosofía primera. Encuentro
mutuamente personalizador y humanizador que supera la asimetría
de los roles (rechazados por muchos de ellos), que revela las heridas
y posibilidades del uno y del otro, y pone como primera herramienta educativa,
no las técnicas, por necesarias que fueran, sino la propia persona
del educador con sus límites y sus posibilidades. b) El reto de
una intervención transformadora sobre la realidad. Tenemos la convicción
de que ponernos a ser curadores y cuidadores de los heridos del camino
sin preocuparnos de mejorar las condiciones de seguridad de las carreteras
de la vida no es sólo un reduccionismo inaceptable, sino una legitimación
grosera e imperdonable de lo que queremos evitar. Por ello, la denuncia
de situaciones injustas, el articular cauces de efectiva participación
de los excluidos en la vida normalizada, acudir a la presión política,
la utilización del cuarto poder (los medios de comunicación
de masas), las querellas criminales por los derechos incumplidos, etc...
han sido vías que hemos utilizado cuando ha sido necesario.
Hace unos años lo fueron las torturas y la corrupción policial,
después los fastos del 92, más tarde el olvido de los excluidos
o los malos tratos en la cárcel, hoy la criminalización
de los menores y de los inmigrantes, las políticas represivas y
el desmontaje del estado de bienestar incipientemente alcanzado o el inhumano
régimen de los presos del llamado primer grado. (...)
Decíamos que nunca quisimos fundar ninguna ONG.
Siempre hemos tenido una enorme resistencia a cualquier cosa que pudiera
sonar en esa dirección. De hecho, no nos hemos considerado ONG
nunca. Nosotros somos una TSS. Eso, nos definimos por lo que somos, no
por lo que no somos, y además no con relación a lo gubernamental.
Nos consideramos Tejido Social Solidario.
No nos gusta esa frecuente confusión entre entidades sin
ánimo de lucro y sinónimo de lucro, entre
entidades cívicas y empresas de servicios. Nos vincula una visión
de la realidad, una cosmovisión muy abierta en sus matices y peculiaridades,
pero volcada en intentar inyectar vida y esperanza en espacios donde hay
destrucción, dolor y muerte. (...)
Nuestra apuesta, casi nuestro lema, ha sido siempre: la solidaridad
es un bien escaso, pero está al alcance de cualquiera. Por
eso, nunca hemos tenido hogares funcionales, ni pisos
tutelados, ni plazas para chavales. Más bien
han sido las propias casas de aquellos del grupo que querían y
podían las que se han abierto a los muchachos. Cada uno se ha ido
haciendo solidario desde su propia realidad personal, desde su vida, sus
posesiones, su ciencia o saber profesional, poniendo todo ello directamente
al servicio de aquellos que lo necesitaban. Quizá, por eso, nuestro
colectivo nada tiene que ver con un espacio para hacer voluntariado
o apadrinar pobres.
Aunque simpatizamos con los voluntarios que entregan su tiempo libre,
preferimos a las personas, que teniendo muy poco tiempo porque andan de
lleno metidos en su trabajo, en su militancia sindical, dedicados a su
familia, les parece tan importante la causa de este sector de excluidos
que liberan el escaso tiempo de que disponen para ponerlo al servicio
de esta causa. Se trata de un tiempo más cualitativo que cuantitativo.
La opción por los excluidos colorea el resto de la vida personal
y profesional de la persona solidaria. Más se parece, por tanto,
a una forma de militancia social, que a un voluntariado convencional de
una ONG. No decimos que sea la única, ni la mejor forma de intervenir,
simplemente es la nuestra, es nuestro particular modo de estar presente
en la realidad del sufrimiento en el ámbito de la marginación
juvenil.
Desde luego no ocultaremos sus ventajas: lo relevante, lo auténticamente
importante no es el colectivo, sino los destinatarios y protagonistas
de la acción, la rabiosa solidaridad con los chavales y sus problemas.
Nuestra aspiración no es consolidarnos como grupo -¡ojalá
desapareciésemos por innecesarios!- sino que desaparezcan las injusticias
que hacen posible que tanta gente ande fastidiada. Por eso no nos preocupa
el marketing ni en exceso las subvenciones. Son matices que nos parecen
muy relevantes. En todo caso, nos ha dado siempre una libertad enorme
para no tener hipotecas y poder elevar nuestra denuncia ante
quien haya correspondido sin temor al chantaje en forma de un recorte
de subvención por el político de turno.
Observando
los cambios y activando el departamento de inventos
En 20 años han cambiado muchas cosas. Los primeros nosotros. Por
más que nos disguste empezamos a peinar canas. Ahora tenemos dos
locales en el barrio. Uno para atender a los muchachos más deteriorados
y el otro para actividades de todo tipo para los niños payos y
gitanos de nuestro entorno y las actividades que de modo entusiasta desarrolla
el grupo de menores.
La labor de calle se ha desplazado hacia este espacio de acogida y encuentro.
Nuestra casa, donde junto a Cuca, vivimos con chavales: que no tienen
familia, enfermos por VIH, de permiso carcelario, menores inmigrantes
sin familia... Varias familias del grupo han ampliado el número
de hijos con otros tantos hijos de personas con problemas en proceso de
recuperación.
Sabemos más que entonces. En algunas cosas nos hemos vuelto más
escépticos, pero nos siguen animando las mismas convicciones que
antaño: que toda persona es perfectible y cambiable aunque
no todos resulten finalmente cambiados- y que para que alguien transforme
su vida es imprescindible que el acompañante esté igualmente
convencido y esté dispuesto a apostar de manera implicada en el
intento. (...)
El perfil de los jóvenes ha cambiado también. Hemos tenido
que ir estirando el concepto, tanto que hoy contamos con algunos
cincuentones. Si ayer dominaba el heroinómano atracador, hoy está
en muy franca retirada. Muchos han muerto de SIDA o de forma violenta,
otros están presos y otros, por fin, han rehecho su vida y hoy
nada tienen que ver con lo que fueron veinte años atrás.
Estos últimos son un estímulo continuo que no nos hacen
perder de vista que mereció igualmente la pena la apuesta por el
resto aunque el éxito -¿qué es eso?- aparentemente
no acompañase.
Hace años decíamos que este tipo de muchacho muy leal
a nosotros, a pesar de su dureza aparente- se caracterizaba por una biografía
vital con mucha madre, poco padre, todo el día por tormento,
sin un duro en el bolsillo y heroína a rebosar. Hoy, las
cosas han cambiado. El yonkie clásico está invisibilizado
y marginalizado y cuantitativamente es menos significativo.
Los actuales drogodependientes lo son de sustancias que ellos consideran
limpias, frente a la suciedad de la heroína.
La cocaína, las pastillas o el alcohol son las nuevas drogas de
abuso preferente. Son drogodependientes más aseados
pero igual de solos y perdidos que los de antaño. Tal vez más.
Hoy poco padre, nada de madre, ningún vínculo estable,
mucha zapatilla de marca y mucho móvil, pero más huérfanos
de todo, más que nunca. Quizá por eso sea hoy más
complicado trabajar con ellos.
No han experimentado ningún tipo de incondicionalidad jamás
ni la de su madre: ya nadie se pone el tattoo amor de madre.
Desconfían de todo y de todos, empezando por ellos mismos. No hay
vínculos sociales, ni familiares estables, todo es funcional, todo
sirve para... Por otra parte, la categoría de proyecto vital exige
una cierta posibilidad de soñarse hacia el futuro. Ahora es muy
difícil. ¡Faltan perchas! Nadie sabe qué va a ser
de él en dos o tres años. Hoy domina la provisionalidad
y la precariedad que deteriora la identidad e imposibilita el proyecto:
dos meses telepizzero, tres meses jardinero, dos en paro, uno de reponedor...
(...)
Este tipo de mozos se ha visto incrementado con los problemas de los chavales
inmigrantes que provienen de contextos culturales diversos a los nuestros.
Súmese a ello la precariedad vital que introduce la incomprensible
política de las administraciones, que los mantienen de hecho pero
no los reconocen de derecho, no los documentan ni posibilitan el acceso
al mercado laboral normalizado: se les condena a la delincuencia como
única forma crónica de vida. Añádanse los
que padecen las llamadas patologías duales (enfermedad
mental unida a drogodependencia) y multiplíquese por los regresados
de prisión que, tras muchos años de estancia, salen en
ocasiones- con unos deterioros mentales impresionantes.
Como se ve las cosas cambian, no necesariamente en todo a mejor. Ello
nos reclama de continuo ser audaces y creativos. Hemos procurado poner
los programas al servicio de las personas y no al revés, inventar
novedades que sirvieran para dar respuesta... si no nos convencían
determinados centros terapéuticos, alguna casita de templanza provisoria
en el campo; si no nos convence el sistema penal, pues planteamos alternativas
desde la mediación penal comunitaria, exploramos nuevas vías
jurídicas de luchar por los derechos fuera de los límites
del Estado, acudiendo a organismos supranacionales, intentamos influir
en la deriva legislativa humanizando el derecho... todo, siempre, en plan
familiar (somos poco más que una tienda de ultramarinos) y desde
la óptica de devolver a la sociedad civil un protagonismo que le
ha sido extirpado en estos años de democracia.
Desde luego no es la única ni, seguramente, la mejor forma de hacer
las cosas, pero ha sido la nuestra... y la experiencia nos invita a proseguir
por esta senda. Por otra parte, hemos fracasado muchas veces en términos
de eficacia, la lista de muertos es interminable, pero hemos podido compartir
con muchos ese momento singularísimo de la existencia humana. Han
muerto como nos gustaría hacerlo nosotros. No como perros, sino
acompañados, reconfortados, llorados, rodeados de dignidad y apoyo...
¿Qué más se puede pedir? ¿Se puede medir y
contar esto que apela al espesor de la vida misma?
Acabamos. No sé cuantos han dejado las drogas... muchos, pero siempre
demasiado pocos. Menos sabría decir cuántos han sido ayudados.
No tenemos listas ni estadísticas...
Tampoco hemos seguido un plan convencional, ni sé si aprobaríamos
cualquier revisión de metodología de la intervención
social, pero cuando miramos hacia atrás con ternura, ciertos de
haber dejado mucho cariño en el camino y avivado el dolor por haber
perdido a tantos y tan buenos amigos, nos inunda la emocionada convicción
de que ha merecido la pena y de que quizá un día se nos
conceda la dicha de abandonar esta tierra con las manos vacías
y con el corazón lleno de nombres.
|