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nº
35 mayo 03
Pobres
niños pobres
ENRIQUE
MARTÍNEZ REGUERA
Madrid, enero de 2003.
Cuando
la gente piensa en los pobres suele hacerlo como lo hacía en tiempos
remotos: refiriéndose a la pobreza como una situación simplemente
carencial. Eso en mi opinión es un error, no porque no existan en
la actualidad situaciones de extrema indigencia, sino porque de entonces
a acá se les han ido añadiendo nuevas y mayores penurias.
En los treinta años que llevo conviviendo y trabajando con población
infantil y juvenil marginada, hemos atravesado tres etapas en las que la
pobreza se nos ha ido poniendo cada vez más cuesta arriba.
Llamaré
a la primera etapa, años 70, de pobreza carencial.
Como el adjetivo indica, consistía en carecer de alimento suficiente,
de vivienda digna, de vestido adecuado... pero esa forma de pobreza, aún
siendo atroz, gozaba todavía de algunos bienes que entonces no
percibíamos. Los habitantes de barriadas pobres tenían arraigo
y constituían un tejido social. Gozaban de ubicación, de
sentido de pertenencia y de un cierto reconocimiento de dignidad, pobre
pero honrado, se decía entonces; en determinados barrios
o pueblos la gente se sabía desvalida y esto les unía y
solidarizaba mutuamente; la familia extensa y el vecindario conservaban
conciencia de clan y diversidad suficiente, como para disponer de cierta
capacidad autodefensiva; e incluso de alguna cultura, marginal y anticuada,
pero ancestral.
De repente, años 80, de transición, de la caída del
Estado frente al Capital, los políticos introdujeron determinadas
variables que, sin aliviarnos para nada de la pobreza carencial que padecíamos,
le añadieron un nuevo tropel de riesgos y penurias, hasta cambiar
la condición del pobre: de ser-en-peligro a ser-peligroso. Es la
etapa de la pobreza degradante, etapa en la que se criminaliza la pobreza,
lo cual no es extraño porque en la lógica del Capital el
mayor delito es la indigencia. El pobre pasó de ser lo que era,
objeto de conmiseración, piedad o caridad, a ser objeto de reproche
y cautela, y en consecuencia de hostigamiento y control.
Algunas de las variables políticas que lograron esta transición
a peor fueron, sobre todo: la devaluación de la mano de obra: hasta
entonces la principal regla del trabajo era la proporcionalidad entre
esfuerzo y beneficio; pero con el paro estructural nos hicieron resbalar
del trabajo como ley de vida al trabajo como privilegio, aun siendo trabajo
basura. El paro transformó al pobre esforzado en excedente inútil.
Añadámosle otro eficaz desestabilizador social: las drogas,
tras las que se agazapan los financieros y sus políticos domésticos;
y que obligaron a los padres a desconfiar de sus hijos y a unos vecinos
a desconfiar de los otros. Las drogas también deterioraban la buena
relación entre esfuerzo y beneficio.
Asediados por el paro y asediados por las drogas, infinidad de pobres
se convirtieron en indeseables, peligrosos potenciales y enfermos, objeto
de alarma social, dignos de cualquier desconfianza y hostigamiento preventivo.
Y criminalizada así la pobreza, todavía nos esperaba el
peor de los abismos, el de su rentabilización: los pobres como
nuevo yacimiento laboral, cuarto sector, los pobres como estrepitoso negocio.
Es
la etapa, años 90 y siguientes, de la pobreza rentable.
El servilismo de la clase política a la voluntad del Mercado, para
sacar de todo, incluso de los indigentes, la máxima rentabilidad,
nos ha hecho resbalar de una sociedad de consumo a otra de consumidores
y consumidos, en la que el que más tiene termina consumiendo al
que no tiene, como si de una cosa cualquiera se tratase: es la nueva explotación
de la pobreza, la pobreza como algo muy rentable.
Pero ¿qué podrían hacer para sacar provecho del que
ya nada tiene? ¿cómo sacarle rentabilidad precisamente a
los pobres? Sencillamente, suplantando su pobreza real por otra virtual,
más aprovechable. Para ello han empleado diversos procedimientos:
procedimiento 1, hacer a los pobres casi invisibles, reducir su número
y existencia real al número de plazas atendidas; procedimiento
2, rodearles de mediadores que desvíen los recursos que les corresponden;
procedimiento 3, encubrir sus problemas carenciales con otros de diseño,
virtuales, para confundirles y confundirnos sobre lo que realmente les
está ocurriendo.
Os voy a aclarar el procedimiento 1, con un ejemplito muy sencillo:
Según datos del Observatorio Social de la Unión Europea
(que nos ofreció la Cruz Roja Española el 20 de noviembre
pasado con motivo del día mundial de la infancia) en España
hay 2 millones de niños que padecen pobreza severa,
algo así como 22 estadios Bernabéu llenos de niños
indigentes. De los que proporcionalmente 200.000 le corresponderían
a la Comunidad de Madrid.
Pero ocurre que el Instituto Madrileño de Atención a la
Infancia, que tiene en exclusiva el monopolio de la responsabilidad de
todos los niños en situación carencial, sólo reconoce
la existencia de 6.000 (que es el número de plazas que ha puesto
a su disposición). ¿Y qué ocurre con los otros 194.000
desatendidos?, pues es muy sencillo: que oficialmente no existen, de momento
han sido invisibilizados.
Veamos la primera consecuencia que se sigue de esto: el mencionado Instituto
recibe anualmente del Estado en torno a 13 mil millones de pts/año,
con los que deberían atender a los 200.000 muchachos indigentes
(a cada familia por niño y año le corresponderían
96.000 pts.). Pero como han decidido que 194.000 no existen, pues corresponderían
a cada familia dos millones por niño y año...
Pero como esto no parece razonable y además es ya tópico
que los pobres se lo gastan en vino, para eso se les aplica
el mencionado procedimiento 2, que consiste en rodearles de mediadores,
que sustituyan las ayudas directas por ayudas indirectas, cuanto más
indirectas mejor, para que el dinero se vaya quedando por el camino. O
sea, que además de volver invisibles a los pobres, asimismo se
puedan volver invisibles los dineros que les corresponden.
También esto lo explicaré con otro ejemplito muy sencillo:
Un Ayuntamiento periférico de Madrid hace un concierto con el mencionado
Instituto de Atención al Menor para hacerse cargo de los muchachos
problemáticos de su distrito y el Instituto se los encomienda junto
con los correspondientes dineros del presupuesto... menos la partecita
que se queda por gastos de gestión. El Ayuntamiento a su vez se
los encomienda a Cáritas con los dineros correspondientes... menos
la partecita que se reserva por gastos de gestión. Tampoco Cáritas
como el Ayuntamiento mete a los muchachos en sus despachos sino que se
los encomienda a su vez a una Institución religiosa, pasándole
las correspondientes subvenciones... menos la partecita que se queda por
gastos de gestión. Y finalmente esa Institución abre pisos
que habita con los chiquillos y se los encarga a estudiantes de psicología
social y educación social, que finalmente se ocuparán de
ellos a cambio de vivienda, comida y una pequeña gratificación
para gastos de bolsillo.
Eso explica que según el propio Boletín Oficial de la Comunidad,
más del 45% de los 13 mil millones que podrían beneficiar
a las familias en ayudas directas se invierte en personal mediador.
Tan eficaz administración del hambre ajena, ha hecho proliferar
naturalmente una repentina constelación de ONGs, Fundaciones y
Empresas sin afán de lucro, como Diagrama, Cicerón,
Respuesta Social Siglo XXI, Grupo Norte, y así hasta el infinito;
que a pesar de su bisoñez y de su desdén por el lucro podrían
servir como paradigma de éxito para las empresas de gestión
pública y privada: la fundación Grupo Norte, por ejemplo,
que dice atender niños, pero que también engloba Forsel
(trabajo temporal), Prosintel (seguridad), Limpisa (limpieza), Ibérica
(servicios sociales), y Signo, pasó de disponer de 2.500 empleados
en 1998 a cerca de 4.000 en 2002; y de facturar 4.991 millones de pts.
a facturar casi el doble ese último año.
Leo y transcribo textualmente del Informe del Defensor del Pueblo, año
2001, refiriéndose al centro de internamiento El Pinar (que cuenta
con 40 plazas para muchachos, sólo 30 de ellas ocupadas ese año):
La plantilla constaba de 33 educadores (algunos de ellos maestros
y un educador de árabe). Además también disponía
de los siguientes profesionales: 4 tutores, 1 coordinador tutor, 3 coordinadores,
1 jurista, 1 psicóloga, 1 trabajadora social, 2 médicos,
2 ayudantes técnicos sanitarios, 1 maestro de taller de jardinería,
1 maestro de taller de carpintería, 1 maestro de taller de informática,
2 auxiliares de cocina, 2 cocineras y 2 personas de limpieza. O
sea, 30 muchachos explicando el salario de 57 empleados.
Y eso viene a ilustrar el que según el mismo Informe, en el Pinar
al Grupo Norte, el coste medio le salga por 39.000 pts/chico/día,
o lo que es lo mismo 1.170.000 por chico al mes: más de 14 millones
por chico al año: 427 millones por atender a los 30 muchachos.
Excuso decir que el chollo tiene dimensión estatal y hasta internacional,
no sólo en la Comunidad de Madrid: en el centro interno Monteledo,
que gestiona la Fundación Diagrama en Ourense, invirtieron 24.629
pts. por chico/día. O sea casi 180 millones al año por los
20 chiquillos.
El centro Peñalara, concertado con la Asociación Respuesta
Social Siglo XXI, funde 13 millones y medio por chico y año, es
decir la módica cantidad de 136 millones, pues sólo atiende
a 10 muchachos. ¿Se imaginan que a una familia pobre con cinco
hijos (la mitad de prole que en el centro Peñalara) le dieran también
la mitad de esos 136 millones/año?: ¿Mediadores que atienden
a las familias, o niños pobres que se han vuelto el cuerno de la
abundancia retribuyendo a sus ángeles custodios?
Todo un mérito de la empresa privada, que aún encima nos
ha de parecer barato, puesto que si volvemos al Informe del Defensor del
Pueblo, comprobaremos que en los centros Renasco (19 plazas), Altamira
(20 plazas) o en El Madroño (15 plazas), todos ellos de gestión
pública, sale todavía más caro: 45.000
pts de media, chico/día, es decir, 16.425.000 pts/chico al año,
o lo que es lo mismo casi 246 millones y medio por 15 plazas.
De El Madroño nos dice el Defensor del Pueblo: La plantilla
del centro es la siguiente: 2 personas en el equipo de dirección,
1 psicólogo, 1 trabajador social, 1 médico (asistencia diaria),
1 ayudante técnico sanitario, 1 maestro de escuela, 2 maestros
de taller, 14 educadores, 11 técnicos auxiliares y el personal
de servicio. Más de 34 salarios para cuidar 15 chicos.
Pero lo más desazonador es que, tras ese bulto de cifras, el propio
Defensor del Pueblo se vea en la necesidad de constatar (refiriéndose
a El Pinar, el de los 427 millones al año): Sobre la situación
de este centro, se recibió un informe de la Fiscalía del
Tribunal Superior de Justicia de Madrid, en el que se exponía que
presentaba un panorama enormemente preocupante, en el que destacaban retrasos
en la comunicación al Juzgado y Fiscalía de Menores de la
imposición de sanciones o la interposición de recursos,
malos tratos y violencia física desproporcionados por parte de
los vigilantes de seguridad, que habían llegado a la inmovilización
con grilletes en la cama durante toda la noche, la suspensión total
de actividades educativas para todos los menores ingresados en la sección
cero, continuos episodios de autolesiones por parte del grupo de menores
de dicha sección, utilización generalizada de la sanción
de separación de grupo. Igualmente se ponía de manifiesto
la carencia de las condiciones mínimas de habitabilidad de la sección
cero, sin cristales en las ventanas y con las paredes quemadas.
A mal cristo mucha sangre.
Lo primero que me sorprendió cuando empecé a convivir con
muchachos marginales, y de ello hace ya treinta años, fue que la
Fiscalía de aquel entonces reconociese que, de los muchachos que
habían pasado por el centro Sagrado Corazón de Carabanchel,
más del 75 % habían terminado en la cárcel. Imaginaos
un industrial que fabricara tornillos y que después de 60 años
de ejercicio comprobara que de sus fábricas en vez de tornillos
salían chorizos. Si no acomete una inmediata reconversión
industrial, qué duda cabe que ese empresario vive de la charcutería.
Se me dirá, lo sé, que además de pobres, se trata
de muchachos muy difíciles. Pero también se corre el riesgo
de que estemos virtualizando, perpetuando y agravando sus problemas para
poder incrementar los beneficios, puesto que a mayor gravedad, mejor se
justifica el volumen y la duración del dispendio.
Y
ahora es cuando he de explicar aquel procedimiento 3 que mencioné,
y que consistía en suplantar severos problemas carenciales por
problemas de diseño, de diversa naturaleza, virtuales:
Qué duda cabe que al Mercado le interesa diversificar la mercancía.
Y ya he expresado mi opinión de que en esta sociedad
de consumidores y consumidos, los pobres se han convertido en mercancía.
Los chiquillos simplemente pobres, reclaman sencillamente atención
social, pero todas las profesiones imaginables serán pocas si en
vez de pobres los chiquillos son: hiperactivos, disléxicos,
inadaptados, violentos callejeros, abusones
sexuales, necesitados de logopeda, disruptivos,
con trastornos de conducta...
Y así ocurre, leo en Internet del diario El País (19-11-02),
que la Comunidad de Madrid abrió en septiembre en Carabanchel 20
plazas de las que ya tiene ocupadas 11, en el centro Los Rosales gestionado
por la Asociación Respuesta Social Siglo XXI, para muchachos acusados
de violencia callejera. Cada plaza ocupada cuesta ¡66.221
pts/chico/día!, o sea más de 24 millones chico/año,
y es que la peculiar diversidad de su conflicto mueve mucho
más dinero y produce mayor rentabilidad. Por los 11 muchachos casi
266 millones al año.
¿Podrá extrañarnos que el último programa
del gobierno ponga tanto énfasis para encerrar incluso a los rateros
que reincidan cuatro veces en intentar seguir comiendo? Y además
por esa vía podremos, ¡ahora sí!, volver a vislumbrar
los 194.000 indigentes, que haberlos haylos, pero que de momento habíamos
olvidado, invisibilizados. Porque seleccionar a la muchachada que alimentará
a tanto benefactor sin afán de lucro, es tarea muy laboriosa, ardua
y delicada, que obligará a engrosar informes y más informes,
expedientes y más expedientes... de perlas para tanto profesional
angustiado de no encontrar trabajo.
Tengo un chiquillo que, aun siendo muy listo, padece su fracaso obligatorio
en el colegio desde hace muchos años; pero no se nos permite buscar
ninguna salida: profesores, trabajadores sociales, psicólogos...
primero del ámbito académico, después del Ayuntamiento,
luego del Instituto del Menor, tienen clarísimo que ninguna de
sus instituciones tienen nada que ver en el fracaso, y por consiguiente
la responsabilidad es sólo del chico, es su problema
o subjetivo o familiar. ¿Criminalización del fracaso?: se
trata de individualizar la culpa, de subjetivar el conflicto. Tengo ante
mí el expediente de otro chiquillo, la criatura tenía seis
años y ya había pasado por decenas de servicios e innumerables
profesionales. Los informes del expediente pesan un kilo. Sin embargo
los que le conocemos sabemos que se trata de un problema carencial virtualizado
de mil caprichosas maneras.
Por ahí asoma mi hipótesis de que con la caída del
Muro de Berlín y la concentración del Capital y la difusión
de la pobreza, las clases medias habían empezado a resbalar hacia
el paro y había que ofrecerles un medio de subsistencia. Y cuál
mejor que integrarles en ese ejército de salvación, para
evitar que los pobres se empecinen en ser inútiles o, lo que peor
sería, levantiscos.
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