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  nº 35 mayo 03

"Sólo la minoría más militante, aunque también más irrelevante, ve la necesidad de ir más allá de la oposición verbal a la guerra"

CARLOS, DEL COLECTIVO ETCÉTERA DE BARCELONA
Sólo de forma muy tangencial y por fracciones minoritarias del movimiento se propugnó la paralización de la maquinaria económica que, a fin de cuentas, es quien sostiene la guerra. Paradójicamente, fueron los estudiantes y centros académicos universitarios y de enseñanza media quienes, desde una respuesta masiva en la calle, clamaron por la huelga general.

Los aparatos de representación que conforman el Frente del Orden por un estado capitalista sostenible (la oposición institucional, incluida Izquierda Unida, las ONG, sindicatos y los grandes grupos de comunicación) se limitaron a dejar pasar el tiempo, hacer declaraciones y “mirar hacia otro lado”, con la esperanza de que se cumplieran las previsiones de los chacales del Pentágono y la invasión se resolviera de forma rápida. Posteriormente, puesto que la presión de la calle reclamaba una huelga general, los aparatos del mencionado Frente del Orden y, en primer lugar, los sindicatos mayoritarios (UGT y CCOO) se encargaron de sabotear y desvirtuar la convocatoria de una huelga general sólo apoyada por CGT y CNT. Así, el 10 de abril se produjo el simulacro de huelga general, realizada como una jornada de huelga a la carta; CCOO rechazó la convocatoria para no romper el “consenso productivo”, como manifestó su secretario general. UGT, para no ser menos, convocó un paro de dos horas. Es decir, una gran maniobra para sembrar el desconcierto y acentuar la sensación de impotencia generalizada. La jornada del 10 de abril supuso, para quien quiera verlo, una maniobra de desactivación del movimiento antiguerra y su reconducción hacia expresiones cada vez más inocuas.

Y si ha sido así, es porque en línea con el consenso productivo, subyace un consenso ciudadanista en el conjunto del movimiento que, salvo en una pequeña minoría, es receptivo a las consignas de una oposición calculada y estrictamente formal como la exhibida por el PSOE y buena de parte de quienes dicen oponerse a la guerra. Un consenso real y práctico que explica las dificultades para conseguir una huelga generalizada o un proceso de desestabilización económica contra la economía de guerra. No sólo el chantaje de la precarización, también el endeudamiento privado (el más alto de Europa) que hace de la pérdida de un día de salario un pequeño drama para la comunidad de ciudadanos consumidores, explica el consenso productivo que los sindicalistas de UGT y CCOO invocaron para sabotear la huelga general.

Sólo la minoría más militante, aunque también más irrelevante, ve la necesidad de ir más allá de la oposición verbal a la guerra y abrir un proceso que conduzca a la paralización de la actividad económica que da soporte a la maquinaria de guerra. Al fin y al cabo, sólo en la medida que los intereses económicos y financieros reales que están en la base de la iniciativa bélica se vean amenazados, existirá alguna posibilidad de detener realmente la agresión militarista.


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