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  nº 35 mayo 03

Narración de mitos y acción política
Entrevista a Wu Ming


A continuación os ofrecemos una entrevista* con Wu Ming, colectivo de escritores que participa activamente en el movimiento de movimientos italiano. Tienen tres libros publicados en castellano: Q (Mondadori, 2000, firmado como Luther Blissett), Esta revolución no tiene rostro (Acuarela, 2003), y 54 (Mondadori, 2003).

SEAN MALLORY
Sean Mallory: Desde Luther Blissett hasta Wu Ming, vuestra actividad política y literaria ha girado en torno a la noción de mitopoiesis: la creación colectiva de mitos, relatos o historias vinculadas estrechamente a una comunidad. Mucha gente ha escrito sobre la función social de los mitos: Durkheim decía que se encargan de dar cohesión a las colectividades humanas; George Sorel decía que más bien dirigen unas energías, inspiran una acción que suprime el estado de cosas presente y engendran entusiasmo para afrontar esa tarea; otros autores hablan de que los mitos quitan el miedo y devuelven al mismo tiempo a una comunidad la confianza en sus posibilidades. En Esta revolución no tiene rostro habláis de que nos ayudan a atravesar la “noche en lo ignoto (el desierto, las fases de incertidumbre en el conflicto social)”. ¿Qué significa esto?, ¿qué función cumplen para vosotros los mitos en una comunidad dada?
Wu Ming:
Todas las funciones que has citado son fundamentales para el nacimiento y la supervivencia de una comunidad. Y, por lo tanto, también para una comunidad en camino y en lucha.

El problema es el mantenimiento de un equilibrio entre esas funciones que, prisioneras de sí mismas, pueden producir procesos fuertemente “identitarios”. Los mitos, las historias, mantienen el sentido de una comunidad y, a su vez, la comunidad mantiene vivos los mitos, reflejándose en ellos y produciendo nuevos. En el momento en el que la comunidad se vuelve rígida, también los mitos comienzan a esclerotizarse y retroactúan negativamente sobre ella, en un círculo vicioso peligrosísimo. Ése es el momento de buscar nuevos mitos.

Las historias son el carburante ecológico de las comunidades en marcha. Pero pueden también convertirse en instrumentos opresivos y paralizadores. El patrimonio de perspectivas e historias compartidas, el imaginario, forja una base de cohesión comunitaria, pero no hace falta mucho para pasar de la cohesión, del sentido de un camino que se está recorriendo, a la construcción de una identidad fija, que hay que mantener y preservar de las contaminaciones externas.

Basta pensar en un pueblo nómada y absolutamente “mestizo” como el judío. Éste ha podido sobrevivir, enfrentarse a otras culturas, mezclarse con ellas y al mismo tiempo sobrevivir a varios intentos de exterminio gracias a un bagaje mítico y de historias fortísimo. Su mito más fuerte, el de la Tierra Prometida, trasladado por todo el mundo, ha sido un propulsor increíble para la cultura judía durante toda su historia y ha contribuido al desarrollo de Europa. El Judío Errante, con su Tierra Prometida en la mochila, ha sido una de las figuras más fascinantes y sorprendentes de la historia y ha producido personajes como Maimónides, Spinoza, Newton, Marx, Freud, Einstein, Arendt... ¡Woody Allen! En el momento en que se ha sacado el mito de la mochila para concretarlo y vincularlo a una identidad territorial cerrada ha terminado por producir un estado militarizado, discriminador, belicoso.

Del mismo modo, los mitos propulsores, prometeicos, de lucha, que tienen una función indispensable pues empujan a la comunidad a cambiar el mundo, pueden convertirse en altares sobre los que sacrificar la diversidad, la “desviación”, la contaminación, asumiendo una forma teológica. Es el caso del mito de la revolución proletaria, que ha guiado dos siglos de lucha, implicando a comunidades amplísimas en el proceso de superación de las propias condiciones de vida y obteniendo resultados impensables. Pero, más tarde, ha producido regímenes totalitarios aberrantes que se han apoderado del mito utilizándolo contra la comunidad que lo había acuñado.

La función que los mitos desempeñan en una comunidad no se puede separar nunca de la relación que la comunidad instaura con ellos.
Ésta es la razón por la que la actividad del “narrador” se convierte en algo importantísimo. Porque seguir contando los mitos, modificándolos, descubriendo nuevas acepciones, adaptándolos a la contingencia del presente es el antídoto contra su esterilización o a su alienación. Y, por lo tanto, a la esterilización y alienación de la comunidad.

SM: Vuestra actividad política y literaria se inscribe directamente en una comunidad, en lucha y construcción permanente: el movimiento global o “movimiento de movimientos”. En concreto, ¿qué mitos circulan en y por el movimiento global? ¿Qué líneas de fuerza mitopoiéticas detectáis en esa “mar inquieta y bullente” que es la multitud del movimiento global?
WM:
Tratemos de individuar algunas líneas mitopoiéticas entre las muchas que hay.

En primer lugar, la imagen del “levantamiento” contra los Grandes de la Tierra, un número incalculable de personas que se ponen en pie y pretende ampliar el ámbito de decisiones sobre las cuestiones de interés planetario. A este momento le sigue otro: la asamblea constituyente mundial (El Foro Mundial de Porto Alegre, el europeo de Florencia), donde se individúan en concreto las líneas maestras de ese otro mundo posible. (...) Otra narración fundamental es la de la “red”, la red global de lo compartido, de la comunicación horizontal, de las migraciones, que se contrapone a la del comercio, la del beneficio, la de la explotación.

Luego está la cuestión de América, a la que se querría contraponer el mito de una Europa más fuerte, capaz de sostener una guerra fría entre ambas entidades geo-políticas, una guerra que se habría inaugurado con el ataque a Iraq.

Ésta es una línea peligrosa. Ante todo porque un movimiento nacido en Seattle no puede ser “anti-americano”, y sólo si en los EEUU se recupera esa ruptura del frente interno será posible poner en crisis el modelo de la guerra permanente. Por eso, resulta mucho más importante e interesante redescubrir los mitos de la “otra América”, de la historia libertaria de ese país, desde su revolución anticolonial al “derecho a la felicidad”, de Toro Sentado a la IWW, de M. Luther King a Malcolm X, de la brigada Lincoln a los Beatnik.

En segundo lugar, porque no sabríamos qué hacer con una nación europea. La historia a la que se refiere el movimiento es otra, habla de “planeta” y, por lo tanto, Europa es interesante en la medida en que es una realidad en bosquejo y en proceso de formación, en la que todo está todavía en juego. Europa es una campo privilegiado de acción, pero sólo como laboratorio de una apertura hacia el exterior, de una conexión con los pueblos que atraviesan el mundo y que lo habitan. Ésta, y no la de la “Vieja Europa” (en gran parte una historia de colonialismo económico y cultural), es la historia que puede interesar al movimiento.

SM: Un filósofo que estimáis, P. Virno, describe esta época nuestra como la del “cinismo, el oportunismo y el miedo”. En un sentido aparentemente similar, R. Sennet describe la corrosión del carácter en el contexto de la “nueva economía”: la extrema precariedad del trabajo, la movilidad forzada o las incertidumbres de la flexibilidad dificultan la construcción de una vida que se pueda contar (a los demás y a uno mismo). ¿Qué análisis hacéis de las subjetividades a las que queréis llegar? ¿Cuál es el “humus” subjetivo en el que se tiene que desenvolver inevitablemente hoy la mitopoiesis?
WM:
Existen dos sujetos históricos, fragmentarios e irreductibles a categorías rígidas a la vez que desconcertantes, que atraviesan el mundo viviendo en su piel las transformaciones más radicales.

El primero es la nueva figura del trabajador inmaterial, que no es propiamente inmaterial, o sea, el trabajador de la época posfordista. Éste es protagonista, a la vez activo y pasivo, de la disolución del viejo pacto social y de la precarización de la vida. Activo, en la medida en que promueve su propia inestabilidad, optando por la liberación del vínculo fordista que atribuía al trabajo una unidad de tiempo, lugar y acción. Pasivo, en tanto que sufre la puesta a trabajar de todos los ámbitos y momentos de la vida y ve cómo el capital es parásito de su propia creatividad, inventiva, capacidad de emprender proyectos... La figura portadora de esta contradicción no puede sino pretender la ruptura del vínculo estrecho entre renta y trabajo asalariado, luchando por una extensión generalizada de los derechos independientemente tanto del estatus jurídico como de la contractualización del trabajo mismo. Este nuevo ciudadano del mundo –que se traslada, cambia de profesión, adquiere y comparte conocimientos, introduce en el proceso de producción sus propias capacidades individuales en una red de conexión global– reclama de forma inevitable una renta básica de ciudadanía, como solución también para las viejas formas del trabajo, cada vez más desreguladas y privadas de derechos.

Esto lo pone en una relación estrecha con el segundo sujeto histórico, que es también una figura socialmente “inestable” y mutable: el migrante. No menos que el trabajador inmaterial, el migrante es por antonomasia protagonista de la globalización, portador y conector de historias, saberes, culturas, ideas. No menos que el trabajador inmaterial, es objeto de la explotación neoliberal globalizada. Su trabajo y su vida, atravesando el mundo entero, se convierten en factores desestabilizadores del viejo orden jurídico basado en los conceptos de nacionalidad, estatus, pertenencia, así como de los contextos culturales de los que el migrante procede.

Ambos sujetos encarnan el mestizaje planetario y comparten la dimensión del viaje, del desplazamiento, del éxodo, como condición irreversible.
Ambos sujetos ponen en crisis el propio “punto de partida”, retroactuando sobre él, dirigiéndose a otra parte y dando vida a otras comunidades, otras interacciones, otras formas sociales.

Ambos sujetos están atrapados en una encrucijada: por un lado, la opción reaccionaria e identitaria, es decir, la del viejo mundo que no quiere ceder terreno al cambio; por otro, la neoliberal, que pretende explotar y constreñir la transformación dentro de los parámetros de un beneficio capitalista cada vez más omnívoro e inclusivo. Ambas tendencias pueden además ir de la mano y representan exactamente eso contra lo que estamos luchando.
El camino de salida de este atolladero está representado por la opción “mestiza”, que pone en relación las dos condiciones como parte de la misma transformación global, dando vida a experiencias, luchas, comunidades activas capaces de remitir ya a otro mundo posible: prerrequisitos todo lo que pretenda ser mejor y diferente.
Se trata de narrar y apostar por esta vía de salida frente a las otras. Las historias y los mitos que habremos de buscar, tendrán inevitablemente este imaginario como referencia.

(c) Sean Mallory. Se permite la libre reproducción de este texto por cualquier medio siempre y cuando su circulación sea sin ánimo de lucro y esta nota se mantenga.

* Esto es parte de una entrevista que aparecerá pronto completa en la web de Wu Ming y en la de este periódico

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