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nº
36 junio 03
La
prostitución, a debate
Los
derechos de las prostitutas siguen sin reconocerse, mientras este colectivo
se enfrenta a múltiples dificultades para ejercer su actividad
y para conseguir acabar con el estigma social que pesa sobre ellas. De
forma intermitente, aparecen expresiones de este conflicto: manifestaciones
de prostitutas, presiones vecinales para que abandonen las calles, campañas
que no sólo reclaman la prohibición de esta actividad, sino
que las presentan como víctimas que ni siquiera tienen derecho
a la palabra. En los últimos meses, el debate en torno a la prostitución
se ha recrudecido en el seno de grupos de mujeres y organizaciones feministas.
Aportamos aquí algunas reflexiones.
Reflexión
abierta para un debate... aún por hacer
Rosa
Delgado Pascual*
>> En los últimos meses, el debate sobre la prostitución
ha salido a la calle, sobre su legalidad o no, sobre la legitimidad o
no de esta conducta, sobre l@s oprimid@s y l@s opresor@s... Es la prostitución,
precisamente, la que lleva toda la vida en la calle, pero es ahora cuando
partidos políticos, instituciones y colectivos defienden sus posiciones
de manera inequívoca. La causa no es otra que la posibilidad de
que esta actividad adquiera un estatus laboral de derechos y obligaciones.
La prostitución viene definida en el diccionario de la Real Academia
de la Lengua como: Aquella actividad a la que se dedica la persona
que mantiene relaciones sexuales con otras, a cambio de dinero.
Dos
posturas sobre la prostitución
Dentro del feminismo y de los diferentes colectivos que lo engloban, hay
dos posicionamientos claros. Por un lado, la corriente abolicionista,
que considera que el ejercicio de la prostitución constituye, en
todos los casos, un claro ejemplo de violencia de género. Por el
otro, la corriente antiabolicionista, que defiende la posibilidad de que
cada mujer, si así lo elige, pueda ejercer esta actividad en un
marco de reconocimiento y derechos laborales.
En este punto es obligado hacer una salvedad, que nadie confunda la prostitución
-elección que aquí se menciona- con otros componentes delictivos
y de marginalidad que puedan rodear al ejercicio de esta actividad. El
proxenetismo, la trata de blancas, las mafias... son, como he dicho, delitos
que deben ser perseguidos y que tod@s estamos de acuerdo en denunciar.
La
criminalización de la prostitución
La prostitución nunca fue una actividad neutral a los ojos de la
sociedad. Primero, a las mujeres que ejercían esta actividad, se
las criminalizó por considerar que su conducta no se correspondía
con la establecida en la cultura judeo-cristiana, valores religiosos o
criterios conservadores. En una sociedad que respondía a los poderes
eclesiásticos y militares, las mujeres prostitutas fueron duramente
reprimidas, estigmatizadas y perseguidas. Hoy, si bien no de un modo tan
visible, siguen padeciendo esta situación de criminalización.
Llegó la democracia, y la mujer, a través del esfuerzo y
de la lucha, fue ganando parcelas en autonomía, en libertades y
en derechos. El feminismo se articula como motor de cambio en la sociedad
y engloba a múltiples corrientes políticas y de izquierdas.
Ahora a la mujer prostituta no se la criminaliza sino que se la victimiza.
La mujer no es la culpable del fenómeno de la prostitución
sino que es la víctima. No hay que perseguirla, sino salvarla.
Paradójicamente, posturas conservadoras y posturas de izquierdas
se van a encontrar en la actualidad por la defensa de lo que se va a denominar
la dignidad de la mujer.
Cuestionar la dignidad de la mujer en función de la actividad que
realice sea cual sea- es muy peligroso y, a todas luces, muy engañoso
desde mi punto de vista. Pensemos entre todas cuántas actividades
realizamos las mujeres, en qué condiciones las realizamos, vamos
a pensar en nuestros trabajos y en lo que no se consideran socialmente
trabajos. Llegaremos a la conclusión de que la mujer participa
en un mercado, y globalmente, en una sociedad en desigualdad de reparto
y protagonismo. Ahora bien, todas las actividades que realizamos las mujeres
en condiciones de explotación, de precariedad, de no cualificación...,
las asumimos, en primer lugar, como consecuencias del poder capitalista
y patriarcal, y en segundo lugar, las asumimos porque consideramos que
son formas dignas de ganarse la vida. Parece, por tanto, que
debemos olvidarnos de todo el resto de actividades que ejercemos las mujeres
con nuestros cuerpos y centrarnos en una concretamente, la que se refiere
a las relaciones sexuales a cambio de dinero.
En este sentido, hay que diferenciar la postura ética y personal
de cada individuo en relación ante este hecho y la postura colectiva
y pública de una sociedad y unas instituciones con capacidad para
establecer un marco de reconocimiento y derechos ante un colectivo.
El error consiste en empeñarnos en pretender homogeneizar pensamientos
y conductas, en establecer criterios de legitimidad o ilegitimidad según
estén en consonancia o no de lo que antes hemos establecido y por
último, en cargarnos una opción laboral por el simple hecho
de no estar de acuerdo con ella.
Decidir
sobre nuestros cuerpos
(...) El cuerpo es otra forma de expresión ante la vida y ante
lo que nos rodea. El cuerpo de la mujer forma parte de esa libertad que
sólo la compete a ella, y en la elección de lo que puede
hacer con su cuerpo reside su inviolabilidad y su dignidad como persona.
Parece que a estas alturas las mujeres tenemos claro que somos dueñas
de nuestro cuerpo, de nuestra sexualidad liberada ya de las ataduras del
pasado. El siguiente embrollo está en el a cambio de dinero.
Relaciones sexuales a cambio de dinero, como si a nosotras nos debiera
importar mucho el hecho de que una mujer se gane la vida con su cuerpo,
como si el cuerpo de la mujer- prostituta nos perteneciera a todas un
poco, como si cada vez que una prostituta recibe a un cliente fuese que
todas las mujeres nos prostituyéramos un poco en nuestras casas,
en nuestros trabajos... ¡qué sé yo!.
¿A quién pertenece el cuerpo de la mujer?, ¿quién
decide sobre su cuerpo? ¿quién utiliza a quién?.,
¿el que paga?, ¿la sociedad?, ¿la mujer?
Las prostitutas..., ¿deciden realmente las prostitutas?, ¿alguien
ha escuchado a las prostitutas?, ¿apoyamos a las prostitutas en
la manifestación del ocho de marzo? ¿Por qué no deciden
ellas desde la libertad y la autonomía?
La solución no pasa por victimizar ni por criminalizar, sino por
reflexionar y crear espacios que den solución a una realidad que
lleva en la calle toda la vida silenciada, estigmatizada y sin derechos.
...
*Participa
en varias iniciativas de mujeres en Madrid.
Feminismo
y prostitución*
C.
Hetaira
>> Hablar de feminismo y prostitución es hablar de dos realidades
conflictivas. No tanto porque el feminismo esté reñido con
esta realidad, sino porque, en general, las prostitutas se han visto poco
acogidas por las feministas. Las prostitutas se sentían censuradas
por las feministas y a la inversa, las feministas sentían que la
sola existencia de la prostitución era un agravio para todas las
mujeres.
En esta situación confluían múltiples elementos:
· Por nuestra parte desconocíamos la realidad de las prostitutas
y teníamos cierta tendencia a hablar de generalidades sin escuchar
a quienes están viviendo esas situaciones.
La consideración de la sexualidad como algo sagrado,
como algo que compromete más que cualquier otro tipo de actividad.
Una opinión tan buena o mala como cualquier otra, pero en absoluto
generalizable.
·- La idea de las prostitutas como víctimas
por excelencia.
·- El juicio de que esta actividad comporta indignidad: valoración
moral de quienes la ejercen.
· Las prostis, por su parte, se sentían cuestionadas y juzgadas
por nosotras, lo que les llevaba a victimizarse o bien a evitar el contacto
con las feministas.
Mujeres
buenas, mujeres malas
Cuando creamos Hetaira, nuestra finalidad era crear junto con ellas una
organización, un espacio de intercambio entre mujeres, donde pudiéramos
cuestionar el estigma que pesa sobre ellas. Posibilitar y alimentar esta
alianza entre mujeres nos parece lo fundamental de nuestro trabajo. Porque
para nosotras luchar contra el estigma que tienen las putas es cuestionar
uno de los pilares de la ideología patriarcal: la idea de que existen
buenas y malas mujeres. Una idea que, pese a todos
los cambios que se han producido en este terreno, nos divide y cataloga
a las mujeres en función de nuestra sexualidad. Socialmente se
espera de las mujeres que seamos las controladoras de nuestro deseo y
del deseo sexual masculino, que seamos recatadas sexualmente, no promiscuas...
Que tengamos una sexualidad mucho menos explícita que la de los
hombres. Si cumplimos con este mandato en materia sexual, se nos considera
buenas. Si, por el contrario, exigimos el derecho a autodeterminarnos
sexualmente, a hacer con nuestra sexualidad lo que nos plazca, sin someternos
a lo que se espera de nosotras, somos malas. En el modelo
sexual que se nos propone socialmente, las prostitutas aparecen y representan
a las otras, las que no son buenas, las que condensan en sí
todo lo prohibido, lo que no pueden hacer las mujeres buenas.
Pero ¿por qué se considera malas mujeres a las
prostitutas? Porque son sexuales: manifiestan la sexualidad
abiertamente; son independientes económicamente: cobran por lo
que hacen y son ellas las que ponen el precio; pueden tener capacidad
de negociar tanto el tipo de servicio como el precio; son transgresoras:
rechazan las normas.
Se diría que, más que por mantener relaciones sexuales,
lo que se castiga de las prostitutas es que cobren por ello. Se supone
que las mujeres están siempre dispuestas y encantadas
cuando un hombre las reclama sexualmente, con lo cual, en el disfrute
está la recompensa. No se tolera que la recompensa sea abiertamente
económica, más cuando esta recompensa económica no
es como favor por parte de los hombres, sino algo fijado de antemano por
la prostituta.
La
estigmatización como instrumento de control
La estigmatización de las putas es un elemento fundamental de la
ideología patriarcal, es un instrumento de control para que las
mujeres nos atengamos a los estrechos límites que aún hoy,
encorsetan la sexualidad femenina. Las putas representan todo aquello
que una mujer decente no debe hacer. Su criminalización
sirve para escarmentar en cabeza ajena.
En el imaginario colectivo, la puta representa lo prohibido. En el de
las mujeres parece que simboliza el límite que no podemos traspasar
a riesgo de autoconsiderarnos indignas. Pero ¿cuántas de
nosotras no han fantaseado con ser una puta, con hacer, precisamente todo
aquello que está prohibido? La transgresión de lo prohibido
suele ser un acicate importante del deseo sexual.
Parece que podemos acercarnos a las putas si las imaginamos indefensas,
pobres víctimas de la situación o de la maldad de los hombres
pero ¿qué pasa cuando las vemos autoafirmadas y orgullosas
de lo que hacen? ¿Por qué nos ataca tanto la imagen de la
puta sin complejos que se autoafirma en ello?
Desde una perspectiva feminista, nos parece fundamental acabar con la
etiqueta de malas mujeres ligada al comportamiento sexual.
Y a pesar de que una de las consignas del movimiento feministas ha sido
la de somos malas, podemos ser peores a estas alturas no tenemos
claro si hemos sido conscientes de lo que significa y si realmente lo
tenemos asumido. Hay que (..) cuestionar y acabar con la etiqueta de malas
y su estigma, cuya expresión por excelencia son las prostitutas.
Este estigma no sólo afecta a las putas, sino que recae también
sobre las lesbianas, las promiscuas, las transexuales, las que les gusta
el sadomasoquismo consensuado... es decir, sobre todas aquellas que se
atreven a desafiar los mandatos sexuales que aún hoy, a pesar de
todos los avances, siguen rigiendo para las mujeres, y algunos también
para los hombres. Un estigma, además, que pende sobre todas. No
en vano aún es muy mayoritario llamar puta, de manera
insultante, a aquellas mujeres que manifiestan comportamientos sexuales
incorrectos desde el punto de vista de la moral dominante,
o que simplemente se atreven a desafiar la situación de subordinación
en la que nos encontramos (de hecho, en los primeros momentos del movimiento
feminista, había gente que consideraba que las feministas eran
todas unas putas). ...
*
Extracto de una ponencia presentada en unas jornadas feministas en Córdoba
en diciembre de 2000, del Colectivo Hetaira en defensa de los derechos
de las prostitutas de Madrid
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