|
|
nº
36 junio 03
Puchero
Guerra Psicológica
Fernando
Llorente*
ConLos efectos de la nueva dinámica de guerra imperial, son
frecuentemente analizados desde las esferas macropolítica y mesopolítica.
Queríamos compartir aquí una reflexión complementaria
sobre los efectos micropolíticos de la guerra, es decir: sobre
los efectos que tiene sobre esa esfera de la vida inmediata que abarca
nuestros cuerpos, el ágora interna que es nuestra psique y las
relaciones del yo con su medio.
La micropolítica trata de las ideas pero no en abstracto, sino
de las ideas que, entreveradas con afectos, sentimientos y actos van constituyendo
la matriz material e inmaterial de nuestras vidas concretas históricas.
Demasiadas veces los deseos y proyectos emancipadores, han descuidado
este plano de la política "centrada en la persona", pero
los nuevos procesos multitudinarios de toma de conciencia balbucean una
nueva democracia que ya no podrá ignorar que la polis se construirá
con la materia prima emocional de los afectos y los deseos o no se construirá.
La contemplación
del horror
Cada una de nosotras ha tenido que contemplar las imágenes cruentas
de la ordalía anglo-gringa y se ha visto obligado a hacer un sitio
en su mente y en su corazón para "cosas" que de ningún
modo querríamos que existieran: la destrucción, la sangre,
la muerte masiva y vil de civiles indefensos... Nadie querría haber
visto a esa muchacha con sus pies salvajemente amputados, pero son ya
imágenes del horror civilizatorio, que nos acompañaran siempre,
en nuestra genealogía colectiva, como nos acompañan los
hongos asesinos de Hiroshima y Nagasaki, la lluvia de Napalm en Vietnam,
Auschwits o el arrasamiento de Guernica y Dresde.
Demasiada gente en la intimidad de su yo ha tenido que enfrentar la incuestionable
y sangrante existencia del Mal con mayúsculas... Con ello muchas
gentes sensibles se habrán encontrado con otro enemigo interior:
la culpa.
Más allá del antiamericanismo, el antibelicismo y la vergonzante
complicidad palanganera del gobierno Español, cualquiera puede
reconocer que el botón que acciona la apertura de las escotillas
por las que el B-52 suelta su Mal sobre Irak está íntimamente
conectado por obra y gracia de la economía capitalista, al acelerador
de su propio vehículo o al plástico que rodea su vida cotidiana.
De algún modo los "beneficios" materiales de este crimen
bélico nos "benefician" materialmente ya, y por eso,
en buena lógica, los muertos de esta guerra nos acusan ya desde
el fondo de nuestra conciencia humana individual y colectiva. Todos y
todas somos culpables, por activa o por pasiva, por votar al P.P, o por
votar al P.S.O.E. por votar o no votar, por consumir petróleo o
simplemente por consumir... esa conciencia terrible de la existencia de
lo perverso y lo maligno, y de ser todos/as cómplices y beneficiarios
de esa orgía de muerte matada, está promoviendo toda una
serie de conflictos éticos, filosóficos y espirituales en
las psique de millones de individuos anónimos. Y como correlato
de esa conflictividad interior una vivencia de angustia existencial, de
incertidumbre y de miedo que se va extendiendo silenciosamente entre la
gentes "de buena voluntad" en forma de afectos tristes y desesperanzados
pero dinámicos porque sacuden a los "yoes" de la autocomplacencia
hedonista que ha proliferado en los últimos lustros.
Las movilizaciones contra la guerra
Frente a la
barbarie que los medios de comunicación vomitaban en nuestra psique,
frente a la amalgama de efectos depresivos y desmovilizadores que pugnaban
por colapsar nuestra alegría de vivir y nuestra capacidad de actuar,
la gente en masa ha reaccionado tomando las calles, tomando la insoportable
impotencia individual y compartiéndola en el viejo espacio de lo
público de la polis. Sólo los más ingenuos creían
que iban a para la guerra con sus cuerpos, pero eran pocos/as y por eso
las movilizaciones continuaron después de la hora maldita, en que
las bombas empezaron a llover en Bagdad. Las movilizaciones más
allá de su sentido político clásico, eran un recurso
necesario para resistir psíquicamente el bombardeo mediático
del bombardeo real. Por eso devinieron una gran celebración, un
gran ritual colectivo con el que se trataba de conjurar simbólicamente
el Mal que se abatía sobre todas a través de la alegría
de saberse por, 1º vez en la historia ciudadanía global, multitud
por encima de fronteras, clases, etnias, ideologías, multitud de
vida, trabajo, amor y rabia que empieza a descubrir la potencia de su
desesperación ontológica. La rebelión pacífica
contra la guerra arraiga en lo "pre político": indignación
moral, miedo ante la quiebra de los pilares de la condición humana,
etc., frente al giro perverso y odioso de la máquina imperial,
las gentes escenificaron la posibilidad del amor entre pueblos en un ritual
que fue por eso, placentero y alegre. Esta "pre política"
es la condición para una verdadera política de la multitud
global, una política que antes de construir ningún nuevo
"ismo" ha de huir de todos los viejos y situar las cuestiones
principales de la vida sobre el tablero de la acción y la reflexión
públicas; el cuidado de la vida humana y a humana, la libertad,
la producción de afectos y pasiones, el dolor y la muerte, etc,
porque ya no se trata tanto de alcanzar una sociedad perfecta, sino de
una sociedad que no añada más dolor, sufrimiento y muerte
al ya inherente a la vida.
Porque la guerra ha traído al primer plano de la consciencia de
muchas personas el déficit de felicidad privada y pública
de nuestras vidas. Nos parece claro que a la cuestión de la felicidad
no se le ha dado el protagonismo teórico que requiere por parte
de la izquierda. Todo lo más, sólo se ha preocupado del
aspecto material de la felicidad olvidando los planos sentimental, sexual,
relacional, intelectual, político y espiritual de la felicidad,
o más bien : de su ausencia y bloqueo. Más esta cuestión
primordial de la felicidad es uno de los goznes sobre los que se desliza
el actual proceso de toma de conciencia de la ciudadanía hasta
ayer dormida.
El inconsciente colectivo
Nuestra impresión es que la vertiginosa aceleración histórica
que vivimos desde la caída de las torres gemelas está afectando,
de un incalificable pero perceptible, a millones de individuos de la comunidad
humana. Provocándonos tensiones internas (microguerras psíquicas
y de relación), angustias, conflictos éticos y sentimentales,
propiciando cuestionamientos personales, búsquedas, ansiedades
e incertidumbres. Incluso habría que indagar cuánta gente
ha tenido sueños "apocalípticos" en estas noches
de genocidio, y que sentimientos, fobias y horrores nos han visitado desde
el inconsciente, quizás descubriéramos que la materia de
nuestras pesadillas son más comunes y compartidas de lo que creemos,
y devienen políticas estricto senso. Así como empezamos
a reconocer la potencia de la conciencia común, ese "intelecto
general" que nos recetan desde Italia, deberíamos explorar
la "inconsciencia común", ese "inconsciente colectivo"
que nos diagnosticaron desde Zurich, porque probablemente haya que reconocer
que ese inconsciente es otro sujeto político o la condición
psíquica de cualesquiera otro sujeto político. En la soledad
de nuestras íntimas conciencias se han abierto las cuestiones ontológicas
del destino de la especie, del sentido y valor de la civilización
y de las vidas individuales y esto de la mano de la amenaza ominosa pero
real contra la supervivencia humana y a-humana en la tierra. A nivel individual
nos vemos confrontados con la pulsión destructiva y suicida que
anida en el fondo del corazón humano, con la amenaza de destrucción
nuclear, con el inquietante avance de un autoritarismo tecnocrático
y financiero que repite uno por uno los peores crímenes y opresiones
de todas las formaciones históricas del pasado...en estas circunstancias
la esperanza individual y colectiva se convierte en una ardua tarea como
la alegría se convierte en insumisión política.
La compleja red de la dominación global en que vivimos segrega
como correlato afectivo de su acción político-militar, un
clima de sentimientos negativos que roban vida, que restan movilidad.
El principal es el miedo, pero también la tristeza, la culpa, el
absurdo, la impotencia, etc., contra esa política de afectos paralizantes,
las multitudes oponen su producción de afectos positivos, la alegría
de los rituales de recreación de lo comunitario, la movilización
intensiva y extensiva de los vínculos de la amistad y la camaradería,
la producción del amor y de las sinérgias creativas que
amplíen los horizontes del deseo individual y colectivo...
La militarización del pensamiento
Para ello debemos atajar otro efecto colateral de esta guerra, que no
es sino la manida militarización del lenguaje, del pensamiento
y de las propias psiques. El mando conoce la utilidad de encuadrar todo
conflicto en una dicotomía polar bien/mal, amigo/enemigo y ostenta
sin tapujos su inquietante superioridad destructiva. Toda la legitimidad
política y doctrinal de la neo-Roma Americana se reduce al poder
de la bomba, esta es la moraleja pedagógica que el pentágono
nos ha administrado con su "conmoción y pavor".
Esto genera una reacción muy palpable de odio, rencor y desprecio,
no sólo en el mundo árabe, una reacción que tiene
su aplastante lógica pero nos tememos que nula efectividad ética
y política. Cada cual ha de andar con pies de plomo para no caer
en una deriva de odio y enfrentamiento que traslade las dinámicas
de guerra al campo de lo cotidiano. El movimiento ha de conjurar constantemente
el peligro de dejarse encuadrar en esa dicotomía bien/mal, que
pretende reconducir el conflicto multidimensional entre poder y vida,
a un escenario plano y condenado de enfrentamiento violento con el estado
y sus fuerzas represivas. Hay que escapar individual y colectivamente
del campo de batalla, hay que huir psicológicamente del campo de
batalla, huir de la desesperación y la tristeza tanto como del
odio vengativo, porque ambos son extremos emocionales que nos desmovilizan,
nos enferman o nos derrotan.
Ya no seremos los mismos
La única dicotomía sobre la que se podría construir
pacientemente un movimiento de oposición a esta máquina-mundo,
sería la que se establece entre los ya conscientes y los todavía
inconscientes, una dicotomía permeable y en el límite abolida
por la política pedagógica de un movimiento que aspira ni
más ni menos, que a la unanimidad.
Todo el horror al que hemos asistido, toda la desesperada alegría
de movilización que hemos creado es lo más visible del proceso
histórico, pero queríamos llamar la atención aquí
sobre la miríada de infinitesimales cambios individuales, éticos,
sentimentales, psíquicos que cada cual ha experimentado.
La gente colgará las pancartas y volverá a su cotidianeidad,
pero ya nunca volverá a ser jamás igual que antes. Decía
Jesús Ibáñez que "quien piensa una vez está
condenado a pensar para siempre", nosotras ponemos toda nuestra esperanza
en estas semillas de inquietantes dudas éticas, filosóficas
y ontológicas que nos han crecido en los cuerpos y las almas y
en estos estremecedores afectos de pertenencia "a la vieja estirpe
unánime de la vida" que hemos sentido al protestar y palpitar
juntos en estas jornadas de pesadilla.
*de
L@s Montareces, Talaveruela de la Reina, Cáceres.
|