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nº
37 julio 03
Cooperativa
Los Apisquillos, una práctica subversiva, cotidiana y natural
Olmo*
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Quizá la palabra que mejor defina la cooperativa Los Apisquillos
sea relación. Relación humana e interna entre
los miembros de la cooperativa, relación de estos con el medio, con
los prados y montes entre los que, solitario y aislado, comunicado únicamente
por una estrecha y serpenteante carretera con el resto de la civilización,
se encuentra el pueblo de Puebla de la Sierra. Relación con el pueblo
y con sus vecinos, relación con las más de cien personas que
el día uno de junio, fiesta del esquileo, fuimos hasta allí,
a unos cien kilómetros al norte de Madrid, a compartir un día
con los cooperativistas y algunos vecinos del pueblo y, sobre todo, a aprender.
La cooperativa Los Apisquillos la conforman actualmente seis personas. Está
asentada en Puebla de la Sierra, pequeña localidad de 40 habitantes.
Se trata de un proyecto autogestionado con tres pilares fundamentales: la
ganadería, la agricultura y el sector forestal. Tres pilares directamente
relacionados con la vida en el campo, y que desarrollan en la medida de
sus posibilidades: actualmente tienen más de 400 animales, la mitad
de ellos ovejas y la otra mitad cabras, cultivan huertos para el autoconsumo
de las cosechas y realizan diversos trabajos forestales, como desbroces
o reforestaciones, contratados por los vecinos o el ayuntamiento. Respecto
a la vida en el campo, Nacho, uno de los componentes de la cooperativa,
comenta que la idea era y es un proyecto colectivo de vida en el campo,
que tenga que ver con el campo; no sólo con irse a vivir al campo.
En referencia a los trabajos forestales, Nacho afirma que el objetivo
es que contraten a la cooperativa como ejecutante de una obra, y que la
lleve a cabo gente de la cooperativa. Por ahora esto no es posible, ya que
somos pocas personas y, para hacer frente a ciertos trabajos, tenemos que
contratar a gente ajena a la cooperativa.
A parte de los trabajos cotidianos de pastoreo, riego, etc., y a los más
esporádicos relacionados con el sector forestal, también dedican
parte de su tiempo a trabajar como obreros reconstruyendo una casa que han
adquirido en el pueblo para la cooperativa, y, así, poder trasladarse
allí a vivir.
La
crítica y la práctica
Tan importante como la práctica, son las ideas que la generan,
y proyectos como el presente son críticas activas; hacer
crítica a partir de la práctica constructiva, en palabras
de Álvaro, otro de los miembros de la cooperativa que, entre el
esquileo de una y otra oveja, respondió a mi afán indagador.
Pero quizá lo que más me sorprendió, y a lo que más
importancia daba Nacho también, es al hecho de regirse por una
economía común. La idea subyacente a tal relación
dentro de la cooperativa, se debe precisamente, aseguran, a la relación
laboral en las ciudades. Nadie en Los Apisquillos tiene un sueldo, sino
que hay un bote común del cual, cada uno, toma lo que necesita.
Nacho resume muy bien lo gratificante del buen funcionamiento de este
sistema cuando afirma que me da mucha seguridad el tema de la economía
común, el considerar que yo estoy a cargo de esa gente, y ellos
están a cargo mío. Álvaro, algo más
técnico, comenta que los planteamientos iniciales y la reflexión
sobre las necesidades dieron pie a la economía común. El
planteamiento es a cada uno según sus necesidades. Profundizando
algo más en el tema, Álvaro contaba que hay unas necesidades
absolutas: comer, beber, un techo, etc., y luego, otras relativas: culturales...,
pervertidas por la economía industrial capitalista. Las necesidades
hay que intentar definirlas a través de la práctica.
La
acogida en el pueblo
Los rostros forasteros, sobre todo en las poblaciones pequeñas,
casi siempre son recibidos con recelo y desconfianza. El caso de la cooperativa
Los Apisquillos no es una excepción, y, desde que se asentaron
en Puebla de la Sierra, a mediados del otoño del año 2000,
han recibido una buena acogida por parte de unos, y otra más reticente
por parte de otros. Ésta última suele provenir de los hijos
emigrados del pueblo, residentes habituales de las ciudades, normalmente
por cuestiones laborales, que se han convertido en domingueros con casa
y apellido propio en el pueblo: los fines de semana son diferentes
al resto de la semana. Durante la semana estás en tu pueblo, durante
los fines de semana tienes que tener más cuidado con las cosas
que haces para no molestar a ciertas personas.
Pero normalmente están en armonía con el pueblo, excepto
cuando saltan temas como la construcción de 42 chales en
una cañada, o la canalización con hormigón de un
hilo de agua por pura estética, y es que, en un pueblo como este,
de 40 habitantes, las actuaciones urbanísticas deberían
de ceñirse a pequeñas actuaciones necesarias, pero a la
mayoría de la gente le encanta el hormigón innecesario.
El propio alcalde de Puebla de la Sierra no vive en el pueblo y además
posee una constructora, nos informa Nacho.
Lo cierto es que esa armonía que nos aseguran que suele haber entre
la cooperativa y el pueblo, se respiraba el día uno de junio cuando
me acerque hasta allí, tanto entre las calles del pueblo, como
en el lugar donde se celebraba la fiesta del esquileo, organizada por
la cooperativa, y a la que asistieron numerosos vecinos.
Entre una demostración de esquileo clásica, y en desuso,
con tijeras, otra con métodos actuales, el corretear de los niños
y los perros, la calma de las personas mayores, la caldereta popular que
se pudo saborear, el frescor emanado por la sonora corriente del río
y la protectora sombra de los grandes robles que se alzan imponentes en
aquella pradera, se pudo sentir y aprender lo que pretenden desde esta
cooperativa: la recuperación del contacto con la tierra y la comprensión
del trabajo, algo enterrado bajo capas de asfalto y cadenas de montaje
en las ciudades, la transmisión de los conocimientos, y la relación
entre diferentes generaciones, la vida comunitaria...
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