logo
volver a página pricipal

 

nº 37 julio 03


Entre Imperio, “neoimperialismo”, la deflación mundial y el caos planetario

Ramón Fernández Durán*
>> El G-8 nació (como G-5), en 1975, para enfrentar la crisis y volatilidad internacional creada por la quiebra del sistema de Bretton Woods (1971: fin del patrón dólar-oro; 1973: fin del sistema monetario de cambios fijos), y la brusca caída del crecimiento que provoca la fuerte subida del petróleo decretada en 1973 (con ocasión de la guerra árabe-israelí). En un contexto mundial marcado por una importante crisis de la hegemonía estadounidense (pérdida de la guerra del Vietnam, situación en Centroamérica, etc.), que se reflejaba en la caída de la paridad del dólar. Desde esa fecha, las reuniones anuales de los líderes mundiales (seguidas por cónclaves de los ministros de Economía, cuando es preciso) se han convertido, de facto, en un directorio de la gestión del nuevo capitalismo global. “Globalización” que ha redefinido las relaciones capital-trabajo, capital-Estado, capital productivo-capital financiero, poderes centrales-poderes periféricos y, por supuesto, el conflicto entre bloques; desaparecido tras la caída del Muro de Berlín, que sucumbe ante el ímpetu del capitalismo global y las contradicciones internas del “socialismo real”. Más tarde, Rusia engrosaría el G-7 (político), alumbrándose el actual G-8.

Capitalismo financiero
Con Reagan y Thatcher, se van imponiendo, en gran medida desde el G-7, las nuevas formas de capitalismo en las que el poder del capital transnacional productivo y especialmente del financiero especulativo, se vuelve determinante al actuar claramente por encima de los principales Estados-nación. Es en esta instancia de concreción de políticas internacionales, en la que participan también las grandes instituciones multilaterales (FMI, BM y OMC), donde se coordina principalmente la intervención de eso que algunos han venido a llamar “Imperio”. En él no hay un único centro de poder mundial, sino una trama interrelacionada, aunque alguno concreto como EEUU tenga una importancia determinante en la fijación del rumbo a tomar. Rumbo cada vez más marcado por los intereses del capital financiero, cuyo centro de poder mundial es Wall Street, seguido de la City de Londres. Es por ello por lo que a lo largo de las dos últimas décadas (y especialmente en los noventa) se ha desarrollado un capitalismo global financiarizado que ha “beneficiado” principalmente a EEUU, basado en un dólar fuerte y un Wall Street “exuberante” (el llamado Régimen Dólar-Wall Street). Pero a su vez, el capital financiero, especialmente aquel de dimensión más especulativa, es cada día más capaz de poder llegar a alterar el propio rumbo que intenta fijar el G-8, liderado por un EEUU cada día con más desequilibrios externos (déficit por cuenta corriente casi del 6% del PIB y déficit fiscal del 4% del PIB), que le convierten en el mayor deudor mundial.

Este modelo ha entrado abiertamente en crisis en el último periodo, debido a la progresiva quiebra del Régimen Dólar-Wall Street, sobre todo desde que pincha la burbuja especulativa bursátil (las bolsas han caído en torno al 50% desde marzo de 2000). Crisis que se ha visto agravada también por la irrupción del euro, sobre todo a partir de 2001 (el dólar ha caído un 30% respecto al euro desde entonces). El 11-S ha agudizado esta situación, pero también ha servido de excusa para impulsar un brusco cambio de rumbo “neoimperialista” por parte de EEUU, bajo el mandato de Bush, en el que los “beneficios” del Régimen Dólar-Wall Street se intentan mantener manu militari (detrás de la intervención contra Irak por parte de la coalición angloestadounidense hay mucho más que petróleo). Ante este cambio de rumbo la “vieja Europa” (Francia y Alemania, los dos países centrales del euro) respondió, momentáneamente, plantando cara en el Consejo de Seguridad, lo que obligó a EEUU y Gran Bretaña (ayudados por España) a lanzar el ataque contra Irak al margen de la “legalidad internacional”. Esta situación de tensión entre ambas orillas del Atlántico Norte generó una enorme incertidumbre (división en la OTAN, crisis en la propia UE, marginación de las NNUU), azuzada por la movilización mundial contra la guerra, que se reflejó en los mercados financieros, agravando la situación económica mundial.

La reunión del G8 en Évian
Es en este contexto en el que ha tenido lugar este año la reunión del G-8 en Evian; ampliado simbólicamente a los principales países “emergentes” (G-20) para contrarrestar su deslegitimación y contestación crecientes. Si bien, previamente, los países que habían plantado cara a las fuerzas de la “coalición internacional” (Francia, Alemania, Rusia y China) habían aceptado en el seno del Consejo de Seguridad la situación de hecho creada por las fuerzas de ocupación. De cualquier forma, éstas se habían visto obligadas a negociar también unas condiciones (en principio, no deseadas) de cara a la “reconstrucción” de Irak, que posibilitaran a las empresas del G-8 a acceder en parte a sus “beneficios” y, por supuesto, a sus países a compartir también los abultados costes de la ocupación. Una ocupación que se aventura larga y compleja. De hecho, se ha apuntado que los costes de la ocupación militar pueden ser superiores a los beneficios que se puedan derivar de los ingresos del petróleo. Además, la enorme inseguridad en el interior de Irak está detrayendo los capitales (incluidos los orientados a la explotación de crudo) de dicho territorio, por el temor a invertir en él.

Por todo ello, y ante el miedo a un brusco agravamiento del deterioro económico mundial, ya que se habla de la posibilidad (parece que cada vez más real) de una deflación-depresión mundial de brutales consecuencias, se intenta escenificar una vuelta a la “normalidad” dentro del G-8, con un acercamiento entre sus respectivos miembros, especialmente entre Bush y Chirac, que habían protagonizado el mayor enfrentamiento. Se quiere trasmitir al mundo (del dinero) que la incertidumbre de la guerra contra Irak es cosa del pasado, con el fin de volver a generar confianza (ese bien tan preciado y frágil) en los mercados.

El conflicto entre palestinos e israelíes
Y así, la “resolución” del conflicto entre Israel y el pueblo palestino adquiere, de repente, una importancia estratégica, pues se convierte, más que nunca, en la condición sine qua non de una vuelta a una cierta “normalidad” en las relaciones entre Occidente y el mundo islámico. Relaciones seriamente deterioradas después de la ocupación de Irak, que se han convertido en un elemento absolutamente central de la incertidumbre mundial (atentados en Indonesia, Arabia Saudí, Marruecos, etc). La actitud fuertemente belicista de Bush en Oriente Medio está provocando un incendio de enormes dimensiones cada vez más difícil de controlar que, lejos de ayudar a apuntalar el dólar, amenaza con precipitarlo en el vacío por el tremendo coste militar que va a derivarse de su política prepotente en la región, que nadie sabe cómo se va a financiar. Los mercados ya han empezado a castigar seriamente al dólar y es de prever una mayor fuga de los inversores de dicha divisa. Y la caída del billete verde provocará un brusco descenso del nivel de vida en EEUU, pues ya no podrá vivir, como ahora, por encima de sus posibilidades. EEUU importa mucho más de lo que exporta, y financia su agudo déficit comercial (y fiscal) con el atractivo de un dólar fuerte, endeudándose hasta las cejas. De esta forma, EEUU dejará de hacer de locomotora del mundo, provocando una aún mayor caída del crecimiento mundial.

Es por eso por lo que Bush presiona a Sharon para que cumpla la llamada Hoja de Ruta, que ha sido diseñada para garantizar a costa de lo que sea (es decir, de las demandas del pueblo palestino) la seguridad israelí. Aun así, y a pesar de las exigencias que Sharon ha puesto a su aceptación, el gobierno israelí sigue con su política de “asesinatos selectivos” (y no tan selectivos) que ponen en cuestión los primeros pasos de la “pacificación” en Oriente Próximo. Y eso que también Sharon se encuentra entre la espada (del movimiento de colonos) y la pared (del creciente coste económico de una política militarista suicida). La aplicación de la Hoja de Ruta, que en teoría se iniciaba a partir de la participación de Bush en la cumbre de Aqaba, se puede decir que ha saltado ya por los aires. Bush abandonó antes de su finalización la cumbre de Evian, para acudir como máximo artífice de la Hoja de Ruta (una propuesta de la UE) a Aqaba. No quería compartir ningún “laurel” con los otros miembros del cuarteto que la impulsan (UE, Rusia y NNUU) y era una manera simbólica también de afirmar su superioridad. Pero menos de dos semanas después, Powell se ha visto obligado a acudir a la zona, en esta ocasión acompañado por el resto del cuarteto, para dar visos de un apoyo más amplio a la misma, dentro de una reunión organizada por el Foro de Davos. El epicentro de la futura seguridad mundial (y de sus costes) se juega indudablemente en dicha región y EEUU se ve forzado a dejar de lado, por ahora, su unilateralismo (y hasta critica a Sharon) para dar confianza a las fuerzas del dinero, una bestia que no tiene lealtades.

La estrategia política de la UE
Mientras tanto, una UE cada vez más ampliada, acaba de aprobar la toma en consideración de su futura política de defensa basada prácticamente en los mismos parámetros que la Nueva Concepción Militar Estratégica de EEUU (es decir, posibilidad de operaciones –hasta de carácter preventivo– en todo el mundo contra el “terrorismo”, las armas de destrucción masiva y los “Estados fallidos” –incentivados por la especulación mundial–). En ella se habla de ejercer el papel de potencia mundial, para defender un euro (cada vez más revalorizado y con mayor proyección mundial) que demanda a voz en grito un poder político y militar fuerte que lo sustente. Otra cosa será que pueda desarrollar sin contratiempos ese papel, si su propia complejidad y (los aliados de) EEUU lo permiten. La UE se prepara decididamente para “salir” de la recesión a través de recetas ligadas al capitalismo financiarizado imperante. Se habla sin tapujos de desmantelar el Estado del Bienestar (fuerte recorte del gasto social y privatización de pensiones y servicios públicos), de desregular fuertemente sus “rígidos” mercados de trabajo, y de bajar los impuestos (a las altas rentas y al capital) con el fin de impulsar el crecimiento y, sobre todo, de echar gasolina a los mercados financieros europeos para que puedan competir con Wall Street. Eso sí, se sabe que las desigualdades internas y externas que todo ello generará serán crecientemente inmanejables, por eso se construye (al igual que en EEUU) una Europa fortaleza crecientemente represiva, en donde se buscará la sumisión social a través del miedo colectivo al caos en ascenso en el exterior, y en el propio espacio europeo. ...

* Miembro de Ecologistas en Acción.

subir