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nº 37 julio 03


Mujeres subsaharianas, la reinvención de África

Verónica Pereyra*
>> En un continente sacudido en menos de un siglo por transformaciones tan radicales como el proceso colonizador, el acceso a las independencias políticas, el neocolonialismo y la implantación de los Programas de Ajuste Estructural promovidos por el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, el africano, en general, y la mujer africana, en particular, se han visto enfrentados a la necesidad de reinventar estrategias de adaptación y supervivencia. El impacto de estos procesos de cambio ha afectado de manera diferencial a hombres y mujeres, y contribuye a profundizar o, en ocasiones, a disminuir las brechas que separan a unos y a otras en el acceso a los recursos vinculados a los ámbitos político, económico, social y cultural. En este contexto, las mujeres subsaharianas se han visto confrontadas a una redefinición de sus roles de género y, en consecuencia, a mutaciones en sus sistemas de relaciones familiares, sociales y económicas. Esta situación obliga a una reformulación de la imagen de las mujeres africanas como soporte doméstico y fuente de trabajo no remunerado, enfoque que ha prevalecido hasta la fecha y que se caracteriza por una perspectiva reduccionista, enfatizadora de la marginalización y subordinación femeninas –cuestión innegable, no obstante-, para ofrecer una visión incluyente de los múltiples aportes de las mujeres al desarrollo del subcontinente y a sus procesos constantes de adaptación.

Es importante evidenciar que la reformulación del papel de la mujer ha supuesto, en ocasiones, una reafirmación de su carácter de subordinada dentro de la cultura patriarcal, como es el caso del fenómeno de islamización que experimentan algunos países de la región. Sin embargo, también es cierto que el nuevo orden social ha abierto nuevas posibilidades. Así, paradójicamente, la marginación femenina exacerbada por el sistema colonial y post-colonial les ha facilitado, dentro del nuevo contexto, el acceso a espacios de poder prácticamente inéditos hasta la fecha. En este sentido, la creciente movilidad geográfica, social, económica y cultural de que gozan las africanas en estos momentos estaría favoreciendo un aumento de su autonomía que debilita las limitaciones tradicionalmente impuestas a su desarrollo personal, comercial o social. El éxodo rural y el exilio económico han sido factores determinantes en este proceso.

Las consecuencias de las migraciones
Las transformaciones familiares, sociales y culturales causadas por las migraciones han permitido que las mujeres comiencen a desligarse de sus ámbitos geográficos tradicionales y, de esta manera, de las jerarquías basadas en la autoridad y poder masculinos, para ampliar sus opciones y oportunidades. Un rasgo particularmente interesante del fenómeno del éxodo rural es que, aunque sean cada vez más las mujeres abandonadas en el campo o las que emigran, las actividades urbanas femeninas no se hallan desvinculadas de las de sus equivalentes rurales. A diferencia de los hombres, las mujeres no han abandonado totalmente las áreas rurales, sino que han implantado el concepto, la realidad y la economía de lo que podríamos llamar lo “peri-urbano”. De hecho, muchas africanas participan de manera simultánea en colectivos femeninos rurales y urbanos. Ello tiene dos consecuencias positivas: la mujer en la ciudad puede aprovechar “la feminización” del campo, asegurarse ventajas en los mercados de alimentos urbanos (de predominio femenino) y disminuir a la vez la dependencia de intermediarios y minoristas; por otro lado, el intercambio campo-ciudad también permite a las mujeres movilizarse y escapar así a los resortes de control social establecido. De esta manera, en muchas regiones del Sahel, aunque las niñas no asistan a la escuela, viajan sin cesar en autobuses que unen el campo con los centros urbanos, constituyéndose en transmisoras de este intercambio.

La migración definitiva hacia los centros urbanos también produce situaciones diferenciadas para hombres y mujeres. Por un lado, los hombres jóvenes se ven forzados a veces a “hipotecarse” con parientes o patrones para acceder a la posibilidad del éxodo rural; las jóvenes mujeres, en tanto, conscientes de que no contarán con esos apoyos, recurren a las redes de solidaridad entre mujeres. Una vez en la ciudad, el joven africano procura insertarse en el aparato estatal o en el sector formal de la economía; las mujeres, por su lado, se integran al comercio informal y al trabajo sexual. Por una parte, la expansión del trabajo sexual conlleva un creciente parasitismo y explotación de la prostituta, pero por otra asegura la generación de ingresos, cuyas ganancias, una vez satisfechas las necesidades domésticas, se reinvierten en los grupos femeninos de solidaridad.

La fuga del control patriarcal
Una constante verificable en la actividad femenina urbana es la búsqueda de lo informal, de lo que posibilite escapar al control patriarcal. Por ejemplo, la clandestinidad de las actividades comerciales femeninas también reduce la capacidad del aparato burocrático para controlar la generación y gestión de ingresos de las mujeres. En este sentido, las mujeres son acosadas continuamente por las autoridades locales que destruyen los mercados paralelos, rehusan concederles los permisos correspondientes o incluso les niegan las ventajas y los descuentos fiscales que se otorgan sin inconvenientes a los hombres; la movilidad misma de las mujeres es considerada problemática por las autoridades locales, aunque se reduzca a movimientos intra o interurbanos dentro de una subregión.

Frente a estos obstáculos, las africanas estructuran redes de solidaridad urbanas inéditas, trascendiendo las relaciones de parentesco estipuladas por la tradición y, en cambio, aglutinando a las mujeres por barrios o por actividades. Las estrategias de adaptación y supervivencia que estos grupos ponen en marcha abarcan un amplio espectro, pero una de las claves pareciera ser, como se ha dicho, el evitar el aparato administrativo y financiero formal. Citemos el sistema alternativo de ahorro colectivo entre amigas o conocidas (las “tontines” del África occidental) que asegura la satisfacción de necesidades económicas o financieras de todas las participantes, desde el pago de la matrícula escolar de los hijos hasta préstamos para inversiones inmobiliarias. En el otro extremo, encontramos, en las zonas más deprimidas de Addis Abeba, redes de mujeres que proporcionan refugio temporal a ladrones a cambio de dinero que les permita mantener a sus familias.

Respuestas cooperativistas femeninas
Tampoco el ámbito rural ha sido ajeno a esta evolución de las respuestas cooperativistas femeninas; así, han surgido experiencias como la de la reserva Popenguine (Dakar, Senegal), donde en 1987 un grupo reducido de mujeres campesinas se dedicó a la reforestación de la zona en forma gratuita; años más tarde, con ayuda externa, lograron también rehabilitar la laguna de Somone para luego establecer allí un restaurante y un sistema de alojamiento turístico. (...) De igual modo, el Proyecto Whotie (al sur de Mauritania), agrupa a 160 mujeres, cada una de ellas encargada de 200 m2 de tierra de cultivo para luego comercializar el producido colectivo a través de la cooperativa. Nótese que estas mujeres whoties se han organizado en grupos de siete, que se turnan para trabajar respectivamente un día a la semana en los huertos y poder dedicar así más tiempo a sus familias y a su formación, al tiempo que coordinan las labores agrícolas con la actividad artesanal, como costura, tintura, cerámica y fabricación de jabón.

Las africanas han logrado ampliar sus estructuras de solidaridad, reuniéndose tanto en torno a las agrupaciones semiclandestinas como en el seno de instituciones oficiales. En este sentido, surgen cada vez más numerosas las organizaciones femeninas del África sub-sahariana de diversa naturaleza, alcance y eficiencia. Podría mencionarse desde la agrupaciones senegalesas “Yewwu Yewwi” (del Wolof: “despiértate, luego despierta a otro”) y la Red de Comunicación y Desarrollo de Mujeres Africanas (FEMMET) a las asociaciones profesionales de protección a la mujer en Benin que reúnen, entre otras, a mujeres juristas, pasando por la agrupación regional Mujeres para la Ley y el Desarrollo en África (WILDAF) cuyos miembros son africanas universitarias o, en el ámbito continental, la Federación de Mujeres Africanas de Medios de Comunicación (FAMW).

Movimientos para la promoción de la paz
Otra faceta de la capacidad asociativa de ayuda recíproca de las mujeres negro-africanas son los movimientos para la promoción de la paz liderados por mujeres en diversos países como Mozambique, Liberia, Etiopía o Sierra Leona, asolados por conflictos de todo tipo. (...) La estructura institucional femenina comienza a afianzarse y abrir nuevas alternativas como la estructura del Forum Mulher también en Mozambique que agrupa a ONGs, ramas femeninas de partidos políticos, agencias estatales relacionadas con el tema de mujeres y organizaciones internacionales. En Sierra Leona, por su parte, el Movimiento de Mujeres para la Paz (WMP) tenía por objetivo asegurar la participación de las sierraleonesas en las negociaciones de pacificación del país a la vez que planificó una estrategia de prevención de conflictos (...). De igual manera, Eritrea, la Asociación de Mujeres Eritreas participó intensamente en la lucha de liberación nacional, actuando sus miembros tanto como combatientes como desde puestos de educadoras. Fueron también mayoritariamente mujeres, sea como individuos sea dentro de ONGs (1).

Una revolución silenciosa
Las redes de solidaridad oficiales y no oficiales de las africanas del sur del Sahara abarcan un amplio espectro de ámbitos, actividades, estrategias y objetivos cuya descripción excede las posibilidades de las presentes líneas. Sin embargo, al margen de esta diversidad, subyace en todas estas formas de cooperativismo una vocación integral e integradora. Las mujeres africanas procuran mantener abiertos los modelos de adaptación a las nuevas circunstancias y de solución de problemas, replanteando su marginalización para convertirla en nuevos horizontes, en respuestas en la que solidaridad y supervivencia se entrelazan. Estas mujeres africanas no debieran ser percibidas, entonces, sólo como supervivientes por excelencia sino, como se ha dicho anteriormente (2), “estas mujeres, magníficas, sólidas y valientes, son protagonistas de una anónima y cotidiana revolución” de solidaridad, fuerza y esperanza. ...

(1) Como la organización Back Sash, movimiento de mujeres en contra del apartheid desde 1955. o de los partidos políticos más radicales, las que mejor asumieron las relaciones interraciales durante el régimen surafricano del apartheid (...).
(2) PEREYRA, V. y MORA, L.: Las Voces del Arco Iris. Textos femeninos feministas al Sur del Sahara (2002), Tanya, México D.F. p. 24

* Africanista. Autora de numerosos artículos sobre el tema y co-autora de libros sobre literaturas africanas y situación de la mujer subsahariana.

 

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