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nº
37 julio 03
Entrevista
Wu Ming (3ª parte)
Ésta
es la ultima parte de la larga entrevista a Wu Ming, colectivo de escritores
que participa activamente en el Movimiento de movimientos (también
llamado movimiento antiglobalización) italiano, con la que finalizamos
la serie iniciada tres meses antes.
Si
se logra imponer un nuevo modo de pensar la política, entonces
se podrá abrir una perspectiva histórica
SEAN
MALLORY*
Sean Mallory: Surgen problemas sobre la organización del movimiento
(de movimientos, contra la guerra..), que dan muchísimo que hablar
al calor de los Foros Sociales (Porto Alegre o Florencia): vanguardias,
viejos aparatos, etc. ¿Cómo veis estas tensiones entre las
capacidades de autoorganización de las multitudes y la voluntad
de hegemonía de los componentes socialdemócratas (y otras)
del movimiento que siguen pensando el conflicto en términos de
mediación y representación política?
Wu Ming: Todas las estructuras políticas preexistentes al movimiento
padecen de cierta inadecuación frente a la discontinuidad general
con el pasado que éste representa. Esto vale tanto para los aparatos
socialdemócratas como para la izquierda radical. Un
cambio de paradigma político, casi antropológico, no se
produce de la noche a la mañana y la velocidad de los tiempos actuales
históricos hace que todas estas estructuras corran el riesgo de
quedarse anticuadas. En consecuencia, el conflicto, o la contradicción,
está implícito y no es necesariamente negativo.
Sabemos que los movimientos no duran un tiempo infinito y que les siguen
fases de sedimentación. Debemos apostar por el movimiento hasta
el último minuto. Este movimiento tiene la potencia de volcar,
permear, transformar las viejas formas de la política y, en consecuencia,
los viejos aparatos, pero el riesgo de readecuarse a las categorías
del pasado está siempre presente. Si se logra imponer un nuevo
modo de pensar la política, entonces se podrá abrir una
perspectiva histórica que todavía no logramos ni siquiera
imaginar. Esto sólo puede lograrse a través de un enfrentamiento
directo con las estructuras organizativas preexistentes, no a partir de
una posición de subalternidad ni de marginalidad, sino jugando
la partida al nivel más alto. El movimiento está obligando
a cambiar a la izquierda histórica y esto significa también
choque, porque las partes más conservadoras de los aparatos no
van a aceptar disminuir su papel en favor de una concepción abierta
y horizontal de la política y de la representación. Y, por
otra parte, una izquierda socialdemócrata, hasta ayer mismo hipnotizada
por el mantra neoliberal, no puede limitarse ni a realizar una autocrítica
ni a dar marcha atrás. Tiene que ser refundada de los pies a la
cabeza. Va a ser ella misma la que tenga que cambiar, el movimiento no
puede limpiar su mala conciencia. Pero esto no quiere decir que no haya
que beneficiarse de esta mala conciencia para insinuar la semilla del
cambio. Un ejemplo: si la izquierda histórica habla de querer reformar
la ONU, ¿por qué no podría el F.S. Mundial ser admitido
en la nueva ONU con un papel consultivo?
Otro ejemplo: el caso de la CGIL [confederación sindical italiana,
antiguamente hegemonizada por el Partido Comunista Italiano] . El gobierno
de centro-derecha, que no goza de ninguna legitimación social,
está actuando en un plano de exclusión del sindicato de
la vida jurídico-económica. Una estructura paquidérmica
como la CGIL (con 5 millones de afiliados), que durante todos los 90 ha
defendido políticas de acuerdo con los gobiernos de centro-izquierda
avalando las decisiones liberales, se ha encontrado totalmente desplazada
por las decisiones desestabilizadoras de la derecha. En sustancia, el
sindicato ve cuestionada su propia existencia, en un momento en el que
el plano de la negociación ya no es tomado en consideración
por la otra parte.
Si, por otro lado, añadimos que los partidos de centro-izquierda
no logran ya representar una reacción política a la ruptura
del pacto social producida por el gobierno actual, el resultado es que
la única elección posible para la CGIL es la de pasarse
de lleno a la política. Y el único modo de hacerlo es vinculándose
con el movimiento real ya existente. Esto ha llevado a la CGIL a la toma
de decisiones políticas y de lucha que resultaban impensables hace
sólo unos años. Y es innegable que en las últimas
grandes citas del movimiento italiano el sindicato ha jugado un papel
importante, sobre todo en el plano de la movilización.
Pero de forma más profunda, frente a este instinto de supervivencia,
es cierto que una parte del mundo sindical italiano ha comprendido que
la transformación posfordista implica la necesidad de un cambio
radical de perspectiva, es decir, que toda la cultura sindical, formada
en una época ya superada, debe ser renovada y adecuada a los desafíos
del presente. Sin este cambio el sindicato perderá su función
histórica y morirá.
Es fundamental que logremos explotar esta crisis para llevar a la parte
más inteligente del mundo sindical a discutir ciertos temas y a
mirar la cuestión del trabajo y de los derechos desde un punto
de vista distinto. Es la ocasión para sacar de la marginalidad
un debate, el del posfordismo, que durante todos estos años ha
permanecido prisionero de ciertos límites, dándole por fin
la legitimidad que merece y comenzando a pensar sobre la posibilidad de
respuestas prácticas sostenidas de forma colectiva.
También en este caso es necesario relacionarse con esta antigua
estructura de la izquierda en vías de envejecimiento sin ningún
temor reverencial, sino con la cabeza alta, de igual a igual, y sin esconder
el propio legado político, aunque sea muy distinto. No se trata
de ir al encuentro del sindicato, sino al contrario, de hacer que el sindicato
tome nota de los nuevos problemas a los que está llamado a dar
una respuesta adecuada.
S.M.:
Mucho se debate en el interior del movimiento sobre las dificultades para
superar la dimensión simbólica del conflicto y arraigar
las luchas en territorios existenciales, concretos y materiales. Bifo,
por ejemplo, ha puesto siempre mucho énfasis en la necesidad y
la dificultad de que el movimiento arrancase victorias concretas
al estado de cosas presente. ¿Cómo se podría actualizar
la consigna de conflicto y consenso de Tute Bianche?
W.M.: Sin victorias materiales no se avanza. Este movimiento ya las
ha obtenido y ahora debe ir más allá. Hay quien dice que,
pese a las movilizaciones increíbles contra la guerra, Bush y Blair
han invadido Iraq. Pero sin las movilizaciones de los últimos tres
años y el 80% de la población europea manifestándose
contra la guerra, ¿habríamos tenido las posiciones de Francia,
de Alemania y de la ONU? El resultado es que Bush y Blair han hecho esta
guerra solos, sin el paraguas del humanitarismo y de la democratización
que ha cubierto las guerras de Occidente en los años 90 y en el
siglo pasado. Es de todos modos un gran cambio del cuadro político
internacional en el que el movimiento puede introducirse y seguir ejerciendo
una enorme presión.
Y ¿pensamos que sin las citas mundiales del movimiento en Porto
Alegre, Lula habría ganado las elecciones en Brasil y podría
hoy desplazar los equilibrios económicos del subcontinente latinoamericano
hacia MERCOSUR [acuerdo económico en el que no participan los EEUU]
en lugar de hacia el NAFTA?
Basta mirar alrededor para darse cuenta de que este movimiento está
cambiando ya el orden del mundo. Hace falta, en cambio, ser capaz de reconocerlo.
El 15 de febrero de 2003, más de 100 millones de personas se han
manifestado simultáneamente en 600 lugares del mundo contra la
guerra global permanente. Ante un acontecimiento histórico de esta
magnitud, ¿hay quién siente todavía la necesidad
de discutir sobre conflicto y consenso? El problema, más
bien, será el de inventar y proponer formas de acción eficaces
que puedan ser adoptadas por esta marea inconmensurable de personas. Acciones
compartibles, generalizables, practicables por la multitud, que vayan
más allá de las simples manifestaciones en la calle: desde
el boicot al trainstopping (1), desde las huelgas generalizadas a las
peregrinaciones, cada uno según sus posibilidades. De lo contrario,
¿por qué seguimos hablando de multitud?
S.M.: En vuestra opinión, los esquemas conceptuales que trataban
de describir la situación actual en términos de imperio
(Negri y Hardt) ya no consiguen aferrar las transformaciones en curso
y desde el punto de vista del rigor del pensamiento son fuente de espejismos.
Sin embargo, el linchamiento a Irak tampoco es una agresión imperialista
como las de los siglos pasados: la guerra se inscribe en las dinámicas
de capitalismo global (autonomía de los poderes financieros de
la soberanía de los Estado-Nación, incluido EEUU, etc.).
¿Cómo describís la situación presente? ¿Qué
sistemas de imágenes pueden ayudarnos a pensar de otra
manera, a imaginar justo?
W.M.: Tal vez todavía no logramos ver qué imaginario
y qué imágenes podrían ser más útiles
para representar en nuevo escenario mundial. La única cosa cierta
es que los que hemos elegido hasta ahora parecen insuficientes.
La tendencia imperial a la homologación y la integración
del sistema político-económico mundial en una especie de
macro-institución de hecho, el Imperio, que parecía el escenario
más verosímil durante el transcurso de los años 90,
hoy se ha interrumpido bruscamente.
La banda de los tejanos que ocupa la cumbre de la mayor potencia
militar está usando esa potencia para imponer su ley al resto del
planeta. Esta banda representa un interés bien preciso: el petrolero-bélico.
Bush es el paladín de la moribunda civilización de los hidrocarburos
y su política representa el colear histérico de esa disolución.
Más en general, podríamos decir que el actual eje anglo-americano
representa la tentativa de retrasar el final de la supremacía anglosajona
sobre el mundo.
Este golpe dentro del Imperio ha invertido la tendencia homologadora y
ha hecho que reaparezca una entidad política que todos dábamos
por muerta: el Estado-nación. ¿Qué otra cosa son
Francia y Alemania sino naciones fuertes, con fuertes economías
nacionales y financieras que se presentan como candidatas a ser el eje
de todo un continente? Por no hablar de Rusia, nación transcontinental
que parece jugar el papel de tercer actor. ¿Y qué decir
de China? La constitución imperial parece estar sujeta a muchas
fuerzas centrífugas.
A esto le tenemos que añadir que la banda de los tejanos
está creando auténticos protectorados militares y políticos
en Oriente Medio y en Asia Central, a lo largo de la ruta del petróleo,
con el pretexto de salvaguardar la economía nacional estadounidense
y su predominio sobre las demás. Y parecen decir: Que se
jodan todos los demás.
Frente a todo esto, ¿podemos seguir pensando que el futuro nos
reserva un espacio político-económico homologado y unificador,
un Imperio? Las dudas son inmediatas. Es cierto que no podemos
volver a los antiguos esquemas, al concepto de imperialismo.
La verdad es que todavía no tenemos una respuesta.
*
(Traducción: Hugo Romero y Eugenia Mongil)
© Sean Mallory. Se permite la reproducción
por cualquier medio de este texto siempre y cuando su circulación
sea sin ánimo de lucro y esta nota se mantenga.
(1)
Más información en:
http://acp.sindominio.net/article.pl?sid=03/02/26/218230&mode=thread
(N. del T.)
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