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  nº 38 septiembre 03

Las pensiones y el mercado: un problema político, no técnico

DEMETRIO PATOCHO

>>Tras el paréntesis veraniego, la polémica europea sobre la reforma de los sistemas de pensiones vuelve a avivarse. El gobierno del PP insiste en que la revisión del Pacto de Toledo –acuerdo sobre las pensiones- no tendrá lugar hasta pasadas las elecciones generales. El porqué queda claro: el 20 de agosto, el presidente de comisión para la revisión del pacto, J. Merino, del PP, reconocía que la ampliación del periodo de cálculo de las pensiones a toda la vida laboral, “puede” perjudicar a los trabajadores, especialmente a quienes se jubilen tras muchos años de cotización.

En Francia, el 25 de julio el parlamento aprobó la ley de reforma de las pensiones, pese a los tres meses de movilizaciones que sacaron a dos millones de personas a las calles (ver MOLOTOV 37). Las protestas volverán a iniciarse en septiembre, según afirman sus promotores. La entrada en vigor de la reforma está paralizada por un recurso de inconstitucionalidad, lo que no ha impedido al gobierno preparar otro recorte social, a través del gasto sanitario. La reforma de las pensiones implica un alargamiento de los años de cotización para lograr obtener la misma pensión que ahora. También supone que las jubilaciones se producirán más tarde, o con una pensión menor. Se fijan las pensiones mínimas en el 85% del salario mínimo (que corresponde a poco menos de 1.000 euros/mes); y se apoya la implantación de planes de pensiones privados. Por último, se impone un frenazo a las prejubilaciones. En Italia, el primer ministro Berlusconi, anunciaba el 25 de agosto que retrasaría en 5 años la edad para la prejubilación (hoy en 57 años), lo que ya ha levantado la oposición de los tres grandes sindicatos del país. Por último, en Alemania, la comisión para la reforma del sistema de pensiones y de salud presentaba una propuesta para endurecer el acceso a las jubilaciones. Propone aumentar la edad de jubilación en dos años (de los 65 a los 67 años), reducir las pensiones (del 48% del salario bruto actual, al 41,6%), además de fuertes recortes en los servicios médicos hasta ahora públicos.

A continuación, presentamos una refutación de los argumentos de los gobiernos para justificar dichas reformas; y un estudio histórico social de los diferentes tipos de sistemas de pensiones vigentes en el mundo.

Sobre la validez y coherencia de los argumentos de los gobiernos

Jubilaciones ¿salvamento o extorsión?

RENÉ PASSET*
>> Las organizaciones que han roto la unidad sindical para apoyar el proyecto gubernamental, han tomado una pesada responsabilidad. Los pocos abalorios con los que se han dejado seducir no tienen ningún peso ante el meollo del problema. Desde el principio, el gobierno había cargado las tintas sobre algunos puntos menores, con el objetivo de dar la apariencia de hacer concesiones... preservando lo que para él –y el Medef [la organización de la patronal francesa]- es lo fundamental. La apuesta, el envite, es considerable.


El argumento demográfico en el que se basa la reforma no tiene consistencia alguna. La relación entre el número de jubilados y el de [trabajadores] activos no significa nada. No retomaremos aquí las cifras manifiestamente exageradas presentadas por el primer ministro. El antiguo comisario para el Plan, Jean-Michel Charpin [encargado de elaborar un plan de reforma sobre las pensiones], estimaba en 1999 que el número de personas a mantener por cada 10 activos, pasaría de 4 a 7 entre los años 2000 y 2040.

El sistema va a “explotar”
Consecuentemente, nos dicen, el sistema va a “explotar”... Con estas cuentas, habríamos podido, en 1945, profetizar que medio siglo después, nuestro país atravesaría la crisis alimentaria más trágica conocida desde la Edad Media: mientras que un agricultor “alimentaba” 5,3 personas, éste debería, en el 2000, asegurar el alimento de más de 50. Sin embargo, no sólo al país no le falta pitanza, si no que la exporta. El aumento espectacular de la productividad agrícola ha permitido este milagro. No obstante, el informe Charpin partía de la hipótesis de un crecimiento anual de la productividad del trabajo del orden de 1,7%. Esta hipótesis moderada –ya que, de 1973 a 1996, la tasa ha sido de 2,1%- sería suficiente para que, de aquí al 2040, la producción por cada trabajador se vea multiplicada por dos. Los 7 jubilados “mantenidos” por los 10 asalariados pesarían entonces, como pesan hoy 3,5... en vez de los 4 “inactivos” de ahora. Si tuviésemos en cuenta el total de los inactivos, veríamos, siempre según los datos oficiales, que la carga por cada activo disminuiría hasta el 2020 para, después de haberse enderezado, retomar su nivel actual hacia el 2030. Y eso que las ganancias de productividad vendrían todavía a dividir dicha carga por 1,6... y por más de 2, si tomamos las declaraciones del primer ministro que promete un crecimiento del PIB del 2,5 a finales de este año.

¿Qué nos queda del problema? Sólo que para un tramo de edad [los mayores], que está un poco sobre representado en el conjunto de la población, la parte del PIB que le corresponde se vería acrecentada. No sería la primera vez que la pirámide de la población se transforma y que se da un fenómeno tal. A problema falso, solución aberrante. Ya que, nos dicen, la amenaza se supone que viene del aumento del número de los trabajadores de más de 60 años, basta con desplazar el cursor de los años de cotización hacia atrás, hacia las edades más elevadas. Se aumentaría así el numero de los que financian mientras se reduce la cohorte de los que son financiados. ¿Elemental, a que si? Elemental, efectivamente, salvo por algunos detalles como el paro, la multiplicación de las prejubilaciones y el hecho de que cerca de dos tercios de los asalariados del sector privado están ya –de una forma u otra- en cese de actividades. Bajo estas condiciones, la solución gubernamental no podrá tener más que dos resultados. El aumento efectivo de la duración de las cotizaciones, acompañado de un frenazo de los ingresos en la base, de un crecimiento del paro juvenil y de un envejecimiento de la población activa que ya no se renueva más. Ya sea, lo más probable, la reducción del número de los que podrán optar a una jubilación completa. La solución gubernamental ignora claramente el movimiento secular por el cual un número cada vez menor de horas trabajadas, permite generar un producto acrecentado y dar ocupación a un numero creciente de personas, gracias a la reducción del tiempo de trabajo [se refiere a la política de las 35 horas semanales]. Así, en 1896, en Francia, 18 millones de personas empleadas aportaban anualmente 55.000 millones de horas trabajadas, mientras que exactamente un siglo más tarde, 22 millones de trabajadores no aportaban más que 35.000 millones. Entre tanto, la duración anual del trabajo por individuo se ha visto rebajada de más de 3.000 horas a menos de 1.600. Las ganancias de productividad por la evolución de las tecnologías habían beneficiado a todos. ¿No es ese punto al que llaman progreso social?

El rechazo a repartir las ganacias
¿Por qué se empeñan en defender la solución inversa, manifiestamente a contracorriente de toda la evolución histórica? Sencillamente, porque otra solución obligaría a los “nuevos dueños” de la economía a repartir estas ganancias de productividad. Pero, en última instancia, si es sobre producto nacional que se basa la carga de las jubilaciones; si este producto nacional es el resultado, no de trabajadores con sólo sus brazos, sino de sistemas integrados hombre/máquina, no hay ninguna razón para hacer recaer la financiación de las jubilaciones únicamente a los asalariados. Esto es particularmente cierto en los sistema productivos dominados por lo informacional (el ordenador, el conjunto de las nuevas tecnologías de la información y de la comunicación...) donde todo funciona en interdependencia. ¿En nombre de qué se querría que un fenómeno demográfico concerniente al conjunto de la sociedad descanse sobre una sola categoría social? Además, esta última, cuya parte en la creación del valor añadido nacional ha disminuido diez puntos durante los años 80, ya “ha pagado”, por decirlo de alguna manera. Es sobre el conjunto de los ingresos que debe descansar dicha carga, y esto es lo que no se quiere. No abordaremos aquí las modalidades del reparto de los convidados a la “fiesta”. Pero ¿este reparto de riqueza no proviene también de un “sentido común” igual de obvio que el que reivindica el gobierno? (...)

La extorsión del sistema de pensiones
No es un salvamento [del sistema de pensiones], sino una extorsión. “No queremos”, declara el ministro de asuntos sociales, “reducir el monto de las pensiones, sino sencillamente, aumentar la duración del trabajo”. Y toman todas las medidas –alargamiento del periodo de referencia para el cálculo de las pensiones, etc.- que van en la dirección opuesta a estas declaraciones. En una sociedad en la que se vive más tiempo y sobre todo con mejor salud, ¿qué hay más natural que trabajar más años? En un país en el que se multiplican las prejubilaciones y donde los mayores de 50 años interesan cada vez menos a los empleadores, ¿se creen que bastará, como ya han hecho, con pedir a los jefes de empresa que se “arremanguen” para conservar durante más tiempo a sus viejos asalariados? El resultado –y sin lugar a dudas, el objetivo buscado- es este. Las evaluaciones serias de los expertos sindicales, hacen aparecer, con el 2020 como plazo, reducciones del 20 al 35% de las pensiones a abonar a las futuras generaciones. Y se ve renacer, para la gran mayoría, el espectro de la asimilación de vejez y pobreza. Se trataría, nos prometen también, de salvar las jubilaciones con el reparto social que se complementaría con la capitalización [fondos privados de pensiones]. ¿De qué se burlan? ¿Es reduciendo hasta una mínima parte las jubilaciones financiadas por el reparto, mientras que se consagra los dineros públicos al desarrollo de la capitalización, que se van a salvar las pensiones? Las lecciones de la crisis no son suficientes. Y sin embargo, hemos visto multiplicarse –sobre todo en los EEUU- los casos en los que las quiebras fraudulentas han tenido por resultado privar a sus asalariados, no solo de sus empleos, si no también de los ahorros que habían apartado en previsión de su vejez. Pero, ¿qué importan “su vejez” frente a los 175.000 millones de euros –un poco más del 12,5 del PIB- que las instituciones financieras privadas no pueden ver trasegar fuera de sus cajas?

Tras esto, hay una lógica funcionando. (...) Desde los años 80, la política de liberalización de los movimientos de capital lanzada por el tandem Reagan-Thatcher ha desplazado el poder económico hacia la esfera financiera. El capitalismo se ha hecho “accionarial” y la lógica de la multiplicación rápida de las inversiones financieras –que lo domina a todos los niveles- no tiene nada de común con la lógica precedente. Es bajo la luz de este dato que hay que considerar nuestro problema. Es tarea de los ciudadanos el alzarse contra un intento cínico de desvío de la riqueza, con el apoyo del gobierno. Si aceptamos someternos a esto, el hecho quedará, por mucho tiempo, irreversible. Es el porvenir lo que está en juego. ...

*Profesor emérito de economía en la Universidad París I Panthéon-Sorbonne,
traducción Demetrio Patocho


 

 

 

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