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nº
40 noviembre 03
Puchero
En
pleno agosto, el espacio Aguascalientes de Madrid hacía
público un comunicado en el que, tras repasar críticamente
su recorrido vital, anunciaba su disolución e interpelaba al conjunto
de los movimientos sociales madrileños. En el número de septiembre
de MOLOTOV, publicamos un resumen del texto. Ahora recogemos estas reflexiones
en torno a las propuestas entonces planteadas
Tras la tempestad, la
tormenta -de ideas-
NACHO
M.*
Nuestra ciudad vivió hace apenas unos meses uno de los momentos
de contestación más intensos -¿o tan sólo
más extensos?- conocidos desde el final del franquismo.
La posterior derrota electoral de la izquierda parlamentaria ha evidenciado
su incapacidad para capitalizar en términos de representación
política el descontento expresado en la calle. Su estrategia, en
buena medida se caracterizó por sobredimensionar los aspectos cuantitativos
de las movilizaciones -de los que creía poder sacar partido- a
través de los medios de comunicación, reduciendo cuando
no silenciando sus aspectos cualitativos -a los que de alguna manera temía.
La izquierda parlamentaria e institucional centró todos sus esfuerzos
en sacar mucha gente a la calle en los lugares y momentos
que creyó mas convenientes y nunca en abrir espacios para la participación
política. Este desprecio por las cualidades de la movilización
contribuía a dar forma a un espejismo que empezó a desvanecerse
en las elecciones de mayo y terminó de hacerlo con los bochornosos
sucesos que protagonizaron en el único lugar donde parecían
haber avanzado -la asamblea de Madrid.
Las
estrategias del movimiento antiguerra
Parte del complejo universo de lo que podíamos denominar la izquierda
radical y los movimientos sociales compartía algunos aspectos
de esta estrategia, obviamente con finalidades distintas.
Por un lado, ciertas Plataformas unitarias creadas con anterioridad
a las grandes movilizaciones contra la guerra, con el fin de dotar al
movimiento anti globalización (M.A.G.) de un cuerpo
político, dirigirlo y asumir su representación, son rápidamente
transformadas en auténticos campos de batalla donde se pone el
acento en ver quien se lleva el gato al agua, invalidándolas en
buena medida como territorios habitables para quienes no estén
habituados a sus particulares usos y costumbres.
Compitiendo con los institucionales de la izquierda
globalizadora y cómplice -representados en el Foro
Social de Madrid-, coinciden en su concepción instrumental
de las movilizaciones, manteniendo con ellos una suerte de tira
y afloja por cuotas de representatividad -¡hemos logrado que
metan tal consigna en el comunicado!-. Y por supuesto en un esquema de
intervención caracterizado por la ausencia de espacios de diálogo
con la ciudadanía abiertos a la participación. La cuestión
es sacar a la gente a la calle -detrás de mi pancarta-,
dirigirse a ella y hacerle llegar nuestro discurso.
Otras iniciativas, que reivindicando lo que identifican como las corrientes
más potentes e innovadoras del movimiento de movimientos,
limitan su intervención a apariciones más o menos espectaculares
en las que exhibir un léxico y una estética que, por novedosas
y edificantes que pueda resultar, al carecer de prácticas políticas
concretas sobre el territorio, son incapaces de trascender más
allá de un grupo de iniciados. Todo esto reduce los intentos de
traducción de diferentes estilos de acción política
experimentados con cierto éxito en otros contextos, a la repetición
más o menos afortunada de una serie de gestos y en todo caso a
la creación de referentes vacíos.
El objetivo parece ser en todos los casos -y salvando las distancias-
hacer visible el propio discurso, que la multitud, las
masas, la ciudadanía o la sociedad civil
-depende de quien hable- asuma como propios los contenidos y formas de
movilización que se ofrecen desde las diferentes opciones, poniendo
el acento en lo mucho que tenemos que decir y olvidando lo mucho que tenemos
que preguntar; aspirando a capitalizar en términos de votos, efectivos
activistas o prestigio, el ciclo de movilizaciones. En resumidas cuentas:
vender la moto.
La elección de las grandes movilizaciones centrales
como escenario único de intervención para todos estos sectores
resulta indicativo en muchos sentidos.
Por otra parte, las iniciativas de base y de carácter local, volcando
sus energías en movilizar a los sectores de la población
con los que tienen un contacto directo y en posibilitar la participación
de estos en el proceso -lo que incluye la reflexión, la toma de
decisiones y la movilización-, han actuado con lealtad
hacia las instancias unitarias viéndose abocadas a
asumir los ritmos marcados por estas, limitando notablemente su iniciativa
y su margen de maniobra y reduciendo a cero la posibilidad de coordinarse
y constituirse como polo de referencia -lo que por otra parte no parecía
encontrarse entre sus inquietudes-. Sin embargo sí fueron capaces
de ampliar el repertorio de movilización con diversas iniciativas
autoorganizadas que desde luego no contaban con el apoyo explícito
de los grandes aparatos de propaganda: boicots a actos políticos,
asambleas locales, toma de edificios públicos, caceroladas nocturnas...
y de poner en marcha, al menos durante el momento álgido de las
movilizaciones, espacios públicos de intervención donde
el peso recaía en la participación política directa
y el diálogo entre quienes se oponían a la guerra -que implica
decir y escuchar-. Lo que en algunos casos se ha mantenido en el tiempo
o se ha reconvertido en diversos colectivos ciudadanos que mantienen hoy
por hoy cierta actividad.
Si bien es cierto que en determinados espacios locales, sí se ha
podido observar cierto repunte tras las movilizaciones antibelicistas,
también lo es que esto por sí solo, resulta a todas luces
insuficiente.
En resumidas cuentas podemos decir, que hemos vivido junto a miles de
conciudadanos un episodio excepcional de contestación política
sin ser capaces de intervenir en él o de extraer resultados políticos
significativos -quien pudiera perseguirlos-: ni han sacado más
votos, ni los contenidos expresados han logrado sobrepasar los límites
de la condena moral a la guerra, ni las organizaciones extraparlamentarias
parecen haber experimentado un crecimiento apreciable.
Todo esto ha ocurrido además en el contexto producido por la aparición
y crecimiento del llamado movimiento de movimientos del que
muchos presumimos de formar parte -Somos el movimiento de movimientos
y seguimos en marcha hacia Evian, hacia Cancún,..., podíamos
leer en este mismo periódico- y al que sin embargo otros parecen
echar de menos -este vacío de movimiento antiglobalización
plural, generoso, democrático, combativo, constituyente y autónomo
respecto a la izquierda globalizadora y cómplice, leíamos
en aquel mismo número-.
Las
transformaciones que produjo este proceso
Tras la tempestad, y habiendo comprobado que las expectativas no han sido
cumplidas, es previsible una suerte de volver a empezar y
un aluvión de propuestas para recomponer los espacios de
encuentro del movimiento.
En todo caso, la oportunidad que ha podido perderse, no es tanto la de
salir reforzados como transformados de este proceso.
Transformados por la confirmación de cuestiones que ya vienen señalándose
desde hace tiempo por algunas corrientes del movimiento de movimientos
-lo que no quiere decir que fueran inventadas por ellas- y
que paradójicamente se han convertido en palabras-fetiche
que encubren los problemas en lugar de ser instrumentos para afrontarlos.
En consignas y propaganda que bloqueen el pensamiento en vez de enriquecerlo.
Transformarnos para ser capaces de traducir los discursos en formas concretas
de acción política capaces de superar la dimensión
simbólica y de encarnarse en territorios y procesos de lucha. Para
ello, es necesario -entre otras muchas cosas- encontrar realidades positivas
en nombre de las cuales luchar.
Transformarnos para desterrar las dinámicas cuantitativistas, hegemonistas
y representativas herederas de las concepciones situadas en la perspectiva
de la toma del poder; asumiendo la construcción de realidades alternativas
de participación que hagan posible el acceso ilimitado a la política
como eje de la acción.
El
movimiento de movimientos
El movimiento de movimientos y la mayor parte de sus realidades
en nuestra ciudad, esta lejos de constituirse en una de estas realidades
alternativas de participación, no deja de ser un patio cerrado
cuya apertura implica una ruptura con las viejas identidades que constituyen
nuestra particular balaustrada. Esta ruptura no significa recodar en el
vacío, muy al contrario debe hacerse a lo largo de un proceso de
contaminación con lo que nos rodea. Debe respetar las dinámicas
puestas en marcha por los sectores sociales que han protagonizado realmente
estos episodios de efervescencia, ajustarse a sus ritmos, partir de su
raíz.
Por tanto, las tentativas de abrir un proceso constituyente de un cuerpo
político propio del movimiento de movimientos deberían
trabajarse desde las propias prácticas cotidianas y proyectos concretos
que de manera capilar y subterránea han hecho posible el desenvolvimiento
de las energías de las que se ha alimentado dicho movimiento, desde
la amplia heterogeneidad real que lo constituye, tomando como eje las
necesidades reales de dichos proyectos y no el elemento ideológico
-por novedoso que este sea-. Deberían también, reconocer
y respetar sus recorridos, aprendiendo de ellos con la suficiente humildad
como para no presentarse como los nuevos inventores de la pólvora.
La sin duda necesaria tarea de construir un cuerpo político
rebelde -plural, democrático, combativo, generoso,
autónomo,...- exige, más que buscar la novedad o presentar
soluciones inéditas, partir de la experimentación
política sobre el territorio y las dinámicas concretas del
movimiento real.
Es necesario entonces caminar preguntando, y para ello, generar
espacios que hagan posible el encuentro con los otros, los sujetos reales
a los que preguntar. Construir esos espacios es el primer paso de ese
caminar.
Es necesario encontrarnos, desde luego, pero no tanto entre nosotros,
como con los otros. Trabajemos por hacer posible ese encuentro, aprendamos
de él -hagamos como la pantera rosa, que pintaba de rosa su entorno
para confundirse con él-, e intentemos, por una vez, encontrarnos
sobre el terreno común de los conflictos sociales, desde las articulaciones
concretas con lo real, desde los proyectos y no desde las identidades
más o menos novedosas pero no por ello menos cerradas y auto referentes,
desde el respeto mutuo y no desde la prepotencia y el dirigismo.
*Del Centro Social Seco.
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