|
|
nº
41 diciembre 03
Cancún:
el colapso de la ofensiva neoliberal
INMANUEL WALLERSTEIN*
>> Cancún es algo más que una batalla geopolítica
coyuntural. Representa el sepelio de la ofensiva neoliberal que comenzó
en los años 70. Para entender la importancia del suceso, debemos
volver al principio. Los 70 marcan un viraje en dos de los ritmos cíclicos
de la economía-mundo capitalista. Fue el comienzo del prolongado
estancamiento de la economía-mundo, una fase Kondratieff-B, de la
cual no hemos salido aún. Marca el momento en que la hegemonía
de Estados Unidos en el sistema-mundo comenzó a declinar. Los estancamientos
en la economía-mundo significan que la tasa de ganancia se desploma
en grado importante como resultado de una mayor competencia de las principales
industrias y la consecuente sobreproducción. Esto conduce a dos clases
de batallas geoeconómicas: una lucha entre los centros de acumulación
de capital (Estados Unidos, Europa occidental, Japón-este asiático)
por reenviar a los otros la carga de estas tasas de ganancia disminuidas.
Yo llamo a esto exportar el desempleo, y lleva ya unos 30 años:
cada uno de los tres centros ha despuntado sobre los otros en momentos diferentes
(Europa en los años 70, Japón en los 80 y Estados Unidos a
fines de los 90).
Sin embargo, la segunda batalla geoeconómica ocurre entre el centro
y la periferia, entre el Norte y el Sur, donde el Norte intenta quitarle
al Sur toda ganancia (por pequeña que sea) que haya logrado durante
el periodo Kondratieff A de expansión (entre 1945 y 1970). Como todo
el mundo sabe, América Latina, Africa, Europa del este y el sur de
Asia la pasaron muy mal a partir de los años 70. La única
área en el sur que se desempeñó relativamente bien
fue el este y el sureste asiático, al menos hasta la crisis financiera
de fines de los años 90. Pero en la periferia hay siempre un área
que se desempeña bien en un declive, porque debe existir una región
a la que se muden las industrias en decadencia.
La
implantación del neoliberalismo
En un periodo así de difícil, en el cual los capitalistas
bregaban por mantener sus entradas, a veces reubicando la producción,
pero sobre todo mediante especulaciones financieras, comenzaron lo que
sólo puede llamarse una ofensiva contra las ganancias obtenidas
por el sur y las clases trabajadoras del Norte en el periodo A, previo.
A esto se le llamó neoliberalismo. El rostro político
de la contraofensiva encarnó primero en el Partido Conservador
británico y el Partido Republicano estadounidense, que de ser organizaciones
de keynesianos moderados se transformaron en creyentes feroces en las
panaceas de Milton Friedman.
Los años de la señora Margaret Thatcher como primera ministra
británica y el periodo de Ronald Reagan como presidente de Estados
Unidos representaron un muy marcado viraje a la derecha en la política
nacional y mundial, pero lo más importante es que ocurrió
también una transformación de sus propias estructuras partidarias.
Así las usaron como palanca para desplazar -del centro a un lugar
muy a la derecha- el punto de equilibrio de las políticas internas.
La nueva política conservadora constituyó un golpe a los
productores en las tres fuentes de aumento en los costos: salarios, internalización
de los costos para reducir el daño ecológico y más
impuestos que financiaran al Estado benefactor.
El
consenso de Washington
Hubo un intento por coordinar esta política para todos los países
del norte, creando una serie de nuevas instituciones, notablemente la
Comisión Trilateral, el G-7 y el Foro Mundial Económico
de Davos. La política económica que se propuso terminó
llamándose Consenso de Washington.
Antes que nada, debemos resaltar que el Consenso de Washington remplazó
eso que se llamaba desarrollismo. Este había regido la política
económica mundial en el periodo previo (a fines de los 60, Naciones
Unidas había proclamado que los 70 serían la década
del desarrollo). La premisa básica del desarrollismo era que todo
país podría desarrollarse si tan sólo
su Estado implementaba las políticas apropiadas, y que al final
habría un mundo de estados más o menos semejantes y más
o menos igualmente ricos. Por supuesto, el desarrollismo no funcionó,
no podía funcionar, y la cruda realidad fue evidente para todos
en los 70.
En su lugar, el Consenso de Washington proclamó que el mundo entraba
en la era de la globalización. Se decía que
ésta traería el triunfo del libre mercado, la reducción
radical del papel económico del Estado y, sobre todo, la eliminación
de todas las barreras creadas por el Estado para el movimiento transfronterizo
de bienes y capital. El Consenso de Washington ordenaba que el papel central
de los gobiernos, en especial los del sur, era terminar con las ilusiones
del desarrollismo y aceptar la apertura irrestricta de sus fronteras.
La señora Thatcher alardeaba de que no había otra opción.
Y decía: TINA, there is no alternative (no hay alternativa)**.
TINA significaba que cualquier gobierno que no se conformara sería
castigado, primero por todo el mercado mundial y segundo por las instituciones
interestatales.
No se ha prestado atención suficiente al hecho de que sólo
a partir de los años 70 las instituciones interestatales comenzaron
a jugar un papel significativo en estas luchas geoeconómicas. El
Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM) se convirtieron
en los vigilantes activos del Consenso de Washington. Podían jugar
este papel dado que los estados del Sur, gravemente heridos por el estancamiento
de la economía-mundo, tenían escasos fondos y constantemente
debían recurrir a los prestamistas externos para compensar su balanza
negativa de pagos. En particular, el FMI impuso condiciones drásticas
para tales préstamos, condiciones que por lo general requerían
reducir considerablemente los servicios sociales dentro del país
y priorizar los pagos de la deuda externa sobre todo lo demás.
En los 80 se decidió ahondar esta situación. La Organización
Mundial de Comercio (OMC) era una idea que se había discutido desde
los 40. Pero se había topado con diferencias considerables entre
los centros de acumulación de capital. Lo que permitió proceder
a crearla en los 80 fue el acuerdo común entre los países
del Norte de que sería una herramienta muy útil para impulsar
más aún el Consenso de Washington. En teoría, la
OMC está en favor de la apertura de fronteras, maximizando el libre
mercado mundial. El problema central es que el Norte nunca lo dijo así:
quería que el Sur abriera sus fronteras, pero sin ser recíproco.
Después de que Estados Unidos logró crear el Tratado de
Libre Comercio de América del Norte y Europa avanzó en su
unión económica, los países del norte decidieron
que era tiempo de instrumentar su programa mediante la OMC. El momento
escogido fue la reunión de Seattle en 1999. El Norte había
esperado mucho. Los estragos del Consenso de Washington -desempleo creciente,
degradación ecológica, destrucción de la autonomía
alimentaria- condujeron a un movimiento de protesta inesperadamente fuerte
que pudo reunir a muchos grupos, de los anarquistas, pasando por los ambientalistas,
a los sindicalistas. Y sus protestas combinadas lograron desactivar la
fuerza de la reunión de la OMC. Además, en Seattle, Estados
Unidos y Europa occidental estaban enfrentados entre sí por las
políticas proteccionistas del otro. Así que la reunión
de Seattle terminó sin lograr nada.
Dos
cambios a nivel mundial
En este momento, ocurrieron otros dos sucesos importantes. El primero
fue la fundación del Foro Social Mundial, que tuvo sus primeras
tres reuniones en Porto Alegre, constituyéndose como un movimiento
de movimientos contra el neoliberalismo, el Consenso de Washington
y el Foro de Davos. Y hasta la fecha sigue teniendo logros. El segundo
suceso fue el 11 de septiembre de 2001, que condujo a la proclamación
de la doctrina Bush que implica acciones preventivas contra todo aquel
designado terrorista por el gobierno estadounidense.
De entrada, el efecto del 11 de septiembre fue el respaldo mundial a la
lucha contra el terrorismo. Y poco después se celebró
en Doha la siguiente reunión de la OMC. En dicha reunión
el Norte pudo imponer a un Sur -momentáneamente cohibido- la aceptación
de que se discutieran nuevos tratados para abrir aún más
las fronteras económicas mundiales. Estos tratados debían
ser reconfirmados en Cancún 2003.
Una vez más, la reunión de Cancún llegó muy
tarde. Entre Doha y Cancún vino la invasión de Irak y su
secuela, que viró fuertemente los sentimientos del mundo contra
Estados Unidos y mostró las serias limitaciones del poderío
militar estadounidense. Mientras tanto, el movimiento mundial por la paz
fortaleció considerablemente los grupos de Porto Alegre, que a
su vez lograron presionar a los países del Sur de modo que fortalecieran
su estructura.
Cancún
En Cancún las fuerzas más o menos unidas del Norte impulsaron
su programa buscando abrir las fronteras del Sur a sus bienes y capital,
mientras protegen la propiedad intelectual del Norte (las patentes) contra
la dilución o la falta de respeto hacia ella. El Sur también
se organizó. Brasil tomó la delantera creando el Grupo 21
(que incluye a India, China y Sudáfrica), el cual afirmó,
en esencia, que el Sur insistía en que se abrieran las fronteras
del Norte a las manufacturas y la agricultura del Sur. En esta batalla,
el Grupo 21 -los poderes intermedios- obtuvo el respaldo de
los países más pobres, en especial los de Africa. Debido
a que el Norte no quería hacer concesiones serias al Sur, por razones
de política interna, el Sur no reculó. El resultado fue
el estancamiento.
Esto lo consideran todos hoy un triunfo político de los estados
del Sur. Debe ser claro que esta victoria fue posible por la coyuntura
de una debilidad geopolítica estadounidense y la fuerza del movimiento
de Porto Alegre. Efectivamente, la OMC está muerta. Sobrevivirá
en el papel, como ocurre con otras instituciones interestatales, pero
ya no tiene importancia.
Estados Unidos espera darle vuelta a la situación actuando unilateralmente.
Se topará con que ya no será tan fácil hacer que
países importantes del Sur firmen acuerdos de libre comercio por
su lado. El Sur busca ahora desafiar al FMI y al BM. De hecho, esta ofensiva
ya comenzó, y el serio desafío lanzado por el presidente
argentino, Néstor Kirchner, muestra que tales posturas pueden funcionar.
No pasará mucho tiempo antes de que el término neoliberalismo
represente una de las olvidadas locuras del ayer.
*
Director del Centro Fernand de la Universidad de Binghamtom, 11 de octubre
del 2003. Traducción: Ramón Vera Herrera
** Con humor muy propio de la aristocracia británica tan cara al
Hola!, Thatcher hacía el juego de palabras entre Tina, nombre propio,
y lo que como siglas pretendía que significara There is no
alternative (no hay alternativa). Era como si una arrogante patrona
se dirigiera a la sirvienta (la pobre Tina) y le recetara la medicina
que la curaría de su supuesta estupidez (N. del T.)
|