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41 diciembre 03 La fiscalía de la Audiencia Nacional presenta unas pruebas escasas e inconsistentes en el juicio contra Eduardo García IJANA CABARGA No lo sé. Puede ser. Si ahí lo dice, será. Después de tres años, mi cabeza deja mucho que desear. Era la respuesta del Inspector Jefe de la Brigada Provincial de Información, responsable en su momento del seguimiento y detención de Eduardo García, a una pregunta formulada por el abogado del joven anarquista. No sería la única alocución de estas características que se pudo escuchar en las vistas orales del juicio contra García en la Audiencia Nacional, donde las contradicciones y sobre todolos fallos de memoria de los testigos policiales fueron una constante. Semejantes testimonios y la escasez y falta de consistencia de las pruebas presentadas por la fiscalía, avalan cada vez más la tesis de que este caso, repleto de irregularidades, tiene un carácter fundamentalmente político. El 17 de noviembre, con una hora de retraso y un caos organizativo importante, comenzaron en el Juzgado nº 2 de la Audiencia Nacional de Madrid las vistas orales contra Eduardo García por unas cartas bomba enviadas a los diarios El Mundo y La Razón en 2000. Las sesiones, que se desarrollaron hasta el día 20 en una sala blindada propia de los casos de terrorismo, y tuvieron un carácter abierto, serán retomadas el 15 y 16 de diciembre, después de las cuales el juicio quedará visto para sentencia. Eduardo se enfrenta a una petición fiscal de 18 años de cárcel por dos homicidios en grado de tentativa y cuatro más por tenencia de explosivos, a pesar de la fragilidad de las pruebas y la línea argumental de la acusación, que tiene todos los rasgos de burdo montaje. Las comparecencias de los testigos durante las vistas orales, no hicieron sino reforzar estas afirmaciones. El fiscal de la Audiencia y la acusación particular, que representa los intereses del periodista de La Razón Alfredo Semprún, uno de los destinatarios de las cartas bomba, sostienen la hipótesis policial de que Eduardo García formaba parte de una activa célula anarquista junto a otras dos personas, Estefanía y José Manuel, relacionada orgánicamente con dos conocidos presos FIES, Claudio Lavazza y Gilbert Ghislain. Estos habrían ordenado el envío de los paquetes bomba y los tres jóvenes, con Eduardo a la cabeza, los habrían llevado a la práctica. Para probar esta tesis, el fiscal presentó como prueba principal la bolsa de pólvora encontrada en el registro de la casa del acusado, que tendría la misma composición química que la de las cartas bomba. Además, entiende que existe una relación temporal directa entre el envío de los paquetes y el intercambio de correspondencia entre Eduardo y Ghislain. Este caso se juzga en la Audiencia Nacional porque alude supuestamente a delitos de terrorismo, y solo puede haber terrorismo si detrás existe un grupo estable, activo y reconocido. En este proceso sería la citada célula anarquista. Pues bien, en las vistas orales, solo uno de los muchos policías que declararon asumió como propia la hipótesis de la existencia de la célula, supuesto origen de los registros y detenciones. La mayoría se limitó a cumplir órdenes y su máximo responsable, el Jefe de la Brigada Provincial de Información, testificó esencialmente que él era una mera correa de transmisión entre sus agentes y el juzgado. Por su parte, tanto José Manuel como Estefanía indicaron que sólo conocían a Eduardo de vista y Claudio Lavazza que nunca había tenido contacto alguno con el acusado. El caso de José Manuel da muestra de la eficacia de la investigación policial, pues los agentes fueron a buscarle al domicilio de sus padres, donde no vivía desde hacía cuatro años. Gilbert Ghislain, con el que Eduardo llegó a tener una comunicación en la cárcel de Huelva, declaró igualmente que solo conocía al joven superficialmente y a través de una breve pero intensa correspondencia. El fiscal presentó en el juicio 22 cartas relativas a esta relación epistolar pero curiosamente no hizo ninguna pregunta sobre su contenido, a pesar de la supuesta conexión entre éstas y los paquetes bomba. La defensa, muy centrada y activa en todo momento, insistió en este detalle dado que en las misivas no había nada que pudiera avalar el argumento relacional. Recordemos que en el momento en que fue detenido, en noviembre de 2000, Eduardo desarrollaba un trabajo constante de solidaridad con las personas presas y de denuncia de las irregularidades penitenciarias. Pólvora |
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