La Psicología dominante y mayoritaria en los marcos institucionales y académicos cuyos discursos, por otro lado, van calando poco a poco en otras capas (o mejor dicho en otros discursos) de la sociedad, justifica su superioridad frente a las “otras psicologías” mediante el estatuto autoimpuesto de “científica”. Es aquí donde, ante el enorme desarrollo científico-técnico acaecido durante este último siglo, ante la incursión de vocabulario científico en las vidas cotidianas, en fin, ante la “sustitución de Dios por la Ciencia” como poseedora de la verdad y como omnipotencia, debamos preguntarnos con mucho cuidado ¿qué significa eso de científico? Y después, concretamente, ¿es la Psicología una ciencia?, y si no lo es ¿de qué se trata? Otras muchas cuestiones pueden surgir (y de hecho surgen) en torno a la Ciencia pero, como en toda argumentación es necesario seguir una línea definida y marcada, y es lo que haré en el presente artículo. No obstante éste es el primero de una serie de artículos en los que seguiremos discutiendo presupuestos de la ciencia psicológica y de la ciencia en general, por lo que no se deberán tomar los presupuestos de éste como definitivos o inamovibles sino como primeras aproximaciones según una línea argumentativa.
Para poder abordar el concepto de ciencia trazaré una primera línea consistente en la afirmación: “epistemológicamente no hay más que dos posibilidades para un discurso con forma teórica: o es ciencia o es ideología” (Braunstein, M.; y otros, Psicología: Ideología y Ciencia, México, 1975, Pag 1.). De esta afirmación surge una dicotomía cuyos elementos debo aclarar.
Por una parte nos encontramos con el concepto Ideología, el cual, en esta ocasión, adquiere un sentido epistemológico. Así ideología se identificaría con un conjunto de representaciones “espontáneas” y “naturales” que operan a partir de las apariencias y que se limitan a describir lo evidente sin que en el transcurso de su discurso se produzca un ruptura, un salto que permita explicar como se producen dichas apariencias. En este sentido, ideología podría asimilarse al concepto de preciencia planteado por algunos teóricos (Ej. Thomas Khun), pero la gran diferencia consiste en que esta última mediante la sistematización y la explicación podría linealmente constituirse en ciencia, y una ideología necesita de una ruptura con el conocimiento aparente que la constituye (Ej. Ruptura copernicana frente a ideología Ptotolomeica). Por otro lado nos encontramos con el otro elemento de la dicotomía introducida: el concepto Ciencia. Así, a grandes rasgos, la ciencia es una forma de saber que, alejándose del conocimiento evidente que nos muestran los sentidos y las ideas, busca un orden explicativo de esa evidencia mediante la construcción de un arsenal teórico constituido por objetos, conceptos y teorías, utilizando para ello una serie de métodos que vendrán determinados por el objeto de estudio al que se refieren. Es ésta, quizás, la base primordial de la definición de ciencia, pero sabemos que no acaba y que se complejiza a partir de aquí, pero con esto nos basta por ahora.
Entra ahora en nuestro cometido, si debemos analizar la Psicología como ciencia en los términos antes tratados, pasar a una definición aceptable de la misma Psicología. Para ello remitirnos a autores parece una misión imposible ya que podemos encontrar casi una definición por cada uno de ellos, por lo que si sacásemos algo en común de muchos de ellos, no sin riesgo y no sin razones, sería: “La Psicología es la ciencia que trata de explicar la conducta”. Pero ¿cómo se concibe entonces la susodicha “conducta”? Pues conducta sería “la respuestas de un organismo a los cambios del medio” (Smith y Smith, La conducta del hombre, Buenos Aires Eudeba 1963).
Parece entonces que ya tenemos definición y objeto de estudio de nuestra ciencia psicológica, pero, ¿plantea algún problema al estatuto de cientificidad un objeto de estudio así planteado? Pues como veremos a continuación, si. El primer problema es que este objeto de estudio no le es propio a la Psicología, sino que ya pertenece a otra ciencia ya constituida, esto es, a la Biología, y más concretamente a la Fisiología Funcional, con lo que el límite entre ciencias quedaría difuminado. El segundo problema se refiere a que si se hace una transmisión de términos de una disciplina a otra se producen consecuencias de orden epistemológico (y en este caso también de otros tipos) importantísimas. Y el tercer problema se refiere a que la conducta así conceptualizada es un objeto de estudio empírico referente al campo ideológico, es decir, al plano de lo aparente y que no ha sido producido por la disciplina científica en cuestión. Es por lo que, desde la línea que venimos marcando, la psicología no podría considerarse una ciencia.
Pero la psicología cuyo objeto de estudio es la conducta hace valer, frente a estos problemas, su estatuto de cientificidad mediante dos tipos de argumentos.
El primer tipo de argumentos se refieren al método que utiliza, es decir la utilización de la cuantificación y del método experimental. Este empeño por la cuantificación deriva de la asunción de la filosofía positivista, que asume, entre otras cosas, que el conocimiento se constituye linealmente por medio de acumulación de hechos, experiencias, observaciones, etc. (que nos acercan cada vez más a la verdad) y que estos datos son independientes del “observador” que los registra. Todo ello se traduce en una necesidad de exhaustividad a la hora de registrar tales datos concretada en la asignación de cantidades numéricas a los mismos y en el establecimiento de relaciones matemáticas entre ellos. Esta relación, por una parte, no sólo requiere de la simple asignación del nombre de los números (2, 5, 70.000, etc.), en este caso, a las conductas, sino que necesita que se cumpla la regla del isomorfismo, es decir, que existan similaridades estructurales, y no analogías, entre el comportamiento de los objetos de ambas disciplinas (psicología y matemáticas) que hagan que las leyes que rijan a ambos objetos sean formalmente idénticas. Si se intenta observar esto en la psicología nos encontramos con una continua violación de este principio, dándose, por el contrario una utilización abusiva de la cuantificación y de la matematización, donde los números, casual o intencionalmente, aparecen sólo con una función nominal, arbitraria, o culturalmente aceptada (véase edad cronológica, etc.) perdiendo así las propiedades que poseen como número y por tanto dejando de pertenecer al campo de las matemáticas. Por otra parte, si la anterior relación entre psicología y matemáticas fuera idílica (algo poco probable), es decir, si los criterios de isomorfismo se cumplieran, el hecho en sí de utilizar los modelos matemáticos y la cuantificación no garantiza para nada que de lo que estemos hablando sea una ciencia, porque, como se desprendía de la definición de ciencia que expuse anteriormente, el método debe quedar determinado por el objeto de estudio y no al revés.
Algo parecido ocurre con la otra vaca sagrada de la psicología científica: la experimentación. Así la psicología es una ciencia porque es capaz de utilizar el método experimental en su quehacer, es decir, es capaz de controlar, modificar, predecir, etc. su objeto de estudio. Pero ¿qué función cumple la experimentación dentro de la psicología? ¿Genera conocimiento? ¿es un método de descubrimiento? ¿genera criterios para elegir variables a analizar? No, generalmente, se limita a determinar regularidades. De lo anterior sólo puede encargarse una teoría científica bien articulada.
Como vemos, tanto la cuantificación como la experimentación por sí solos no proporcionan el estatus de cientificidad, ya que no es el método lo que constituye a una ciencia, sino el proceso de ruptura epistemológica al que hice mención anteriormente.
Pero como antes dije la psicología académica e institucional aporta dos tipos de argumentos en defensa de su estatus científico. El segundo grupo de argumentos se refieren a que los numerosos logros técnicos que la psicología ha conseguido y a las numerosas funciones que cumple en la sociedad son razones de peso para considerar a la psicología como una ciencia. Estas razones, no obstante, no aportan nada a favor de la psicología como ciencia, sino que la presentan como una práctica técnica, siendo esta última un conjunto de prácticas que implican transformaciones en una materia prima para obtener un producto, respondiendo a una demanda ajena a la técnica en sí. Así la técnica no está aislada ni es neutra, sino que es un efecto de tal demanda, que a su vez queda definida por el orden social imperante. ¿Y cual es esa demanda de la cual es efecto la psicología actual imperante? Pues la necesidad de un tipo de hombre/mujer adaptado/a. Adaptado en el trabajo, en la familia, en la escuela, en la sociedad, etc., pero, adaptado en el sentido biológico del término, es decir, que acepte su “entorno” y que se limite a saber responder bien a los estímulos. Porque éste es el ser humano que nos muestra una psicología que nos es Psicología sino Biología; una Psicología que no rompe con lo aparente y la explica sino que lo presenta como la verdad científica, causa y efecto a la vez, realización de lo real; una Psicología que no es ciencia sino Ideología, ideología en sentido epistemológico, pero que insertada como práctica técnica en el cuerpo social comienza a cobrar sentido como ideología dentro del discurso político, esto es, como representaciones deformadas de la realidad que una clase o grupo necesita para justificar el orden existente de las cosas, un estado de dominación.
Así la psicología necesita, al menos, tener la apariencia de una ciencia ya que, de esta manera, la demanda a la cual responde no queda de manifiesto y sus saberes y aplicaciones, por una parte muestran al ser humano que es necesario mostrar y, por otra, aportan un producto necesario (trabajador sumiso, ciudadanos consumistas, personas normalizadas, etc.) para mantener el estatus quo.