LA
REPRESIÓN DEL DESEO MATERNO Y LA GÉNESIS DEL ESTADO DE SUMISIÓN INCONSCIENTE
Esto es
un articulo de Mónica entorno al libro que da nombre a dicho escrito de las
autoras Casilda Rodigañez y Ana Cachafeiro Actualmente se ha formado un grupo
de estudio sobre este libro. .
La espiral de
la carencia.
Vivimos
en un sistema cuyo fin primero y último es la acumulación de patrimonios, la
reproducción ampliada de capital, a costa y por encima del bienestar de las
personas.
Para
que este sistema de acumulación de patrimonios funcione es necesario
“desposeer”, o dicho de otro modo, transformar
la abundancia primaria/originaria en carencia, de manera que propiedad
patrimonial o privada y carencia son dos elementos que se necesitan y refuerzan
mutuamente. Esto es así aunque a menudo pueda parecer lo contrario, es decir,
que es la propiedad, la posesión de personas y cosas la que nos salva de la
carencia. Citamos a Deleuze y Guattari en su obra El AntiEdipo:
“Nosotros
sabemos de donde proviene la carencia... La carencia es preparada, organizada en
la producción social... Nunca es primera; la producción nunca es organizada en
función de una escasez anterior... Es el arte de una clase dominante: organizar
la escasez, la carencia, en la abundancia de producción, hacer que todo el
deseo recaiga en el gran miedo a carecer”.
Si
decimos que la carencia no es originaria, sino organizada, es porque existen
mecanismos sociales de imposición y reproducción de la misma: la represión
del deseo materno que posibilita la represión del deseo de las criaturas.
¿Por
qué esa represión del deseo de la madre?. Entendemos que el
deseo es el principio inmanente a la vida, es como un flujo inagotable. Los
seres humanos venimos al mundo con una enorme producción de deseos. Un recién
nacido que ha habitado durante nueve meses el útero materno sólo conoce el
placer, y por tanto, sólo busca la obtención de dicho placer a través de la
satisfacción de sus deseos (deseo de ser alimentado, de contacto físico, de
calor humano, de afecto...). A su
vez, el recién nacido es absolutamente dependiente
para su supervivencia de otras personas adultas, en primer lugar de la
madre que lo amamanta –despersonalizando, depende de la función materna para
que sus deseos sean colmados-. Cuando esto no es así, cuando tales deseos no
son satisfechos, cuando carecemos de aquello que deseamos, conocemos la
carencia, y el miedo a volver a carecer está servido, transformándose así esa
inagotable producción de deseos en un miedo abyecto a carecer. Para hacernos
una idea, imaginemos que en algún temprano momento de nuestras vidas, se nos
privara del aire que necesitamos para respirar, instaurándose así en nosotr@s el miedo, la angustia de que algo
parecido vuelva a pasar. Pues bien, nuestro proceso de socialización, desde el
momento del parto, es una historia de privaciones que van minando nuestra
producción deseante. Es así que crecemos, somos socializad@s,
no en el placer y la satisfacción de los deseos, sino en la espiral de la
carencia y del miedo a carecer. ¿Cómo es posible que la madre, testigo y parte
en ese sufrimiento de la criatura, sea incapaz de reaccionar en su defensa,
atendiendo a sus deseos?.
El útero y la
represión de la sexualidad de la mujer.
El útero
es el centro del esqueleto erótico de la mujer y es un órgano
vital en la producción de placer. Según Master y Johnson, las
contracciones rítmicas de las fibras uterinas son elemento esencial del
orgasmo. De hecho, Merelo-Barberá ha recogido casos de partos “orgásmicos”
menos inusuales de lo que podría parecer, es decir, partos vividos con un
placer próximo o similar al del orgasmo. Que normalmente esto no sea así, es
consecuencia de la rigidez de nuestros úteros.
Porque el útero como fuente de placer ha sido borrado de
nuestra conciencia (dicho de otro modo, se rompe la unidad psicosomática entre
conciencia y útero), a través de una represión
milenaria, represión que tiene como
objetivo fundamental el control de la capacidad reproductora de la mujer.
Otras de las consecuencias de este hecho han sido y vienen siendo, además de la
rigidez uterina, las menstruaciones y partos
con dolor, y en general, la pérdida
de control y conocimiento sobre nuestro propio cuerpo y sexualidad, que vivimos
como extrañas.
Podríamos
decir que la sexualidad femenina tiene una doble orientación: por un lado,
la sexualidad “coital” o adulta; por otro, la sexualidad
“materno-infantil”, orientada hacia las criaturas durante el embarazo, parto
y crianza de las mismas. Si bien estos dos aspectos de la sexualidad no pueden
separarse ni etiquetarse, lo hacemos a efectos de comprender como nuestra
sexualidad ha sido destruida y masculinizada a lo largo de los siglos (sexualidad
falocéntrica), tanto mediante la violencia externa (lapidaciones, extirpación
del clítoris, infibulación, cepo para los pies de las niñas chinas, hoguera
para las viudas en la India... forman parte del “plan general” de
sometimiento de la mujer), cuando era necesario, como mediante la violencia
interna (interiorización de la
represión).
Esta
represión no es casual ni inocente, sino que es condición
necesaria para mantener un sistema de
acumulación de riquezas, de realización de patrimonios que requiere de
herederos para el mantenimiento de dichos patrimonios, y de desheredad@s para producir al servicio de los
primeros.
Pero
las cosas no siempre han sido así. En el mismo Génesis (tras la expulsión del
“paraíso” se nos advierte: parirás con dolor / ganarás el pan con el
sudor de tu frente), se nos emplaza a otras épocas en las que ni se paría con
dolor ni era necesario trabajar al servicio de nadie para sobrevivir.
Antes
del Patriarcado.
Frente
al orden patriarcal en que vivimos, han existido otras formas de organización
social, a las que se les suele conocer como matriarcados, por ejemplo las
sociedades matrifocales o ginecofocales. La imposición generalizada del
patriarcado se suele situar en torno al 3.000 ac., aunque esta tendría lugar de
manera escalonada, en distintos momentos en los distintos territorios, y con
diversos grados de violencia y resistencia ante dicha imposición.
De
cualquier manera, se hace necesario indagar en nuestros orígenes para entender
y combatir que la supuesta inferioridad de la mujer que lleva implícito el
discurso patriarcal, que no es sino
una justificación de sí mismo (el poder siempre pretende perpetuarse). De
manera esquemática, he separado algunos de los aspectos más relevantes de uno
y otro tipo de sociedad como sigue:
Sociedades
patriarcales:
1-Existe
la identidad individual (“yo”), otorgada por la filiación vía
paterna (L@s hij@s reciben el
apellido del padre y es por este que adquieren prestigio y/o reconocimiento
social).
2-El
núcleo base de estas sociedades es la familia
nuclear fundada a partir del matrimonio
(como contrato mercantil por el que un hombre-padre vende a su hija a otro
hombre-esposo, o como culminación del amor libremente elegido entre dos
personas, poco importa: son cambios más formales que otra cosa, adaptaciones a
los tiempos que cambian, mientras la sustancia permanece: la mujer como
propiedad del hombre).
3-La
función última de estas formas de organización social es la acumulación
de patrimonios; así, los de arriba necesitan de una mujer-propiedad que le
proporcione herederos que mantengan dichos patrimonios, mientras que los de
abajo necesitan una mujer-propiedad que los cuide y alimente, proporcionando de
esta manera más “desheredados” que trabajen para llenar las arcas de los de
arriba y mantener el sistema productivo.
4-la dominación de la mujer para tales fines pasa por un sometimiento “en cuerpo y mente”: destruyendo y controlando su sexualidad, y haciéndonos crecer en la convicción de nuestra inferioridad e incapacidad “natural” para los aspectos que caen fuera del ámbito doméstico-privado.
5-como
continuación de lo anterior, se elimina la sexualidad materno-infantil,
simplemente negándola o satanizándola mediante el tabú del incesto. La
consecuencia directa de la represión de la sexualidad madre-criatura es la
privación que sienten estas del deseo de fundirse con la madre, siendo socializadas
no mediante la satisfacción de los deseos, sino en la espiral de la carencia y el miedo a carecer. De esta manera,
se rompe también la alianza entre madre y criatura, y la madre pasa a
convertirse en una impostora (Victoria Sau), en una madre patriarcal al servicio del poder-autoridad que representa el
orden del padre.
6-la
sexualidad de la mujer se sitúa exclusivamente en el clítoris o la vagina,
nunca en el útero. El útero es borrado de nuestro conciencia como fuente de
placer; de ahí los partos con dolor, convertidos en una cuestión de salud en
manos de la Medicina-Poder.
Sociedades
matrifocales o ginecofocales:
1-no
existe la identidad individual sino grupal
(“nosotr@s”).
2-la
sociedad se organiza en torno a dichos grupos
formados por varias generaciones de
mujeres con sus respectivas criaturas. Los hijos varones se apartan del
grupo para aparearse con mujeres de otros grupos, pero nunca para formar
familia, y siempre vuelven al núcleo inicial donde crecieron. No se produce por
tanto el desarraigo de la mujer que en las sociedades patriarcales suele
abandonar su ámbito familiar para ir donde el marido.
3-la
función que justifica y da sentido a tal forma de organización no es la
acumulación de patrimonios, con la consecuente explotación de los seres
humanos y la naturaleza, sino el mantenimiento y protección de la vida, proporcionando bienestar. No
extraña entonces que mujeres de distintas edades se unan para poner en común
su experiencia como “dadoras de vida”, ni que los hijos nacidos en tales
circunstancias participen de adultos junto con sus hermanas en el cuidado y
bienestar de las nuevas criaturas de éstas, dando simplemente lo que recibieron
de pequeños.
4-la
sexualidad materno-infantil no se reprime, sino que goza de total respeto, lo
que da lugar a una socialización de
las criaturas mediante la satisfacción
de los deseos. Sin miedo a carecer, las criaturas crecen ajenas a la
necesidad de poseer para exorcizar ese miedo.
5-la
fusión madre-criatura da lugar a una maternidad
entrañable atenta a satisfacer los deseos de las criaturas, creando una
suerte de alianza que impide a la madre consentir el sufrimiento de la criatura
y el sometimiento de amb@s al poder.
6-el
útero aparece como parte fundamental en la producción de placer para la mujer:
el parto en sí se convierte en un acto placentero de manera similar a lo que
sucede con el acto sexual “coital” entre adult@s.
La
falta básica y la construcción del triángulo Edípico.
Como
ya hemos apuntado arriba, la otra cara de la represión
del deseo de la madre es la represión –del deseo- de las criaturas. Las criaturas humanas no nacemos con carencias, sino con una enorme
producción de deseos que se orientan originariamente hacia la persona que
nos nutre, nos cuida, nos protege... nuestra madre. No obstante, se producen una
serie de circunstancias que van minando la satisfacción de esos deseos: el
parto con dolor por la rigidez uterina, la sombra del médico que nos sujeta
bocabajo azotándonos, la separación del cuerpo de la madre por razones higiénico-sanitarias...Todo
esto impide el acoplamiento de flujos entre madre-criatura, y produce en la
criatura una primera privación o carencia que resultará imborrable, a la que
Balint da el nombre de Falta Básica. Para comprender la gravedad de esta herida
primaria, pensemos que la recién nacida criatura carece de noción alguna
de tiempo y espacio, que lo único que a conocido hasta el momento es la calidez
de los flujos maternos. Su sensación de carencia no la puede paliar pensando
que luego estará con su madre, que más tarde le amamantarán,...por lo que
esta primera separación es vivida como la privación total y absoluta de la
fuente que satisface sus deseos.
Esta
herida primaria o falta básica es previa al complejo de Edipo; es más, se
puede decir que el complejo de Edipo es una
construcción posterior que tiende a ocultar precisamente la privación a
las que son sometidas las criaturas al nacer. El mismo mito de Edipo sirve para
desvelar el origen de esta carencia: Edipo es el bebé abandonado a su suerte
por su propia madre Yocasta para “salvar” al padre que según el oráculo
encontraría la muerte en manos de su hijo. Qué mejor manera de ilustrar cómo
la madre en la sociedad patriarcal está al servicio del padre-varón aún a
costa de las pequeñas criaturas, que dándole la vuelta a la famosa tragedia.
Pero el Edipo tiene aún una función más: la de convertir el deseo mutuo entre
madre-criatura en el deseo por parte del bebé de consumar el coito con la madre
(tabú del incesto), y las pulsiones agresivas de la criatura, natural defensa
y resistencia frente a la injusticia que se está cometiendo contra ella, en
deseo de matar al padre, con lo cual no sólo se justifica la represión del
deseo, sino que de paso queda “demostrada” la maldad innata del ser humano.
Se
dice entonces que en el orden patriarcal la maternidad es una función del
padre, que la madre es una impostora (Victoria Sau) o la gran ausente (Monserrat
Guntin), pues una madre no patriarcal, “entrañable”, sabría reconocer los
deseos de las criaturas y estaría presta a satisfacerlos, en lugar de
entregarlas a la Autoridad encarnada en la figura del padre. La madre
se convierte así en víctima y cómplice
del orden patriarcal.
Para
ocultar la falta básica, para soportar el dolor de la separación, del
abandono, la criatura no puede sino reprimir sus deseos, autorreprimirse, y
perdonar a sus padres sublimando su frustración, o lo que es lo mismo, aprender
a obedecerlos, someterse a la Autoridad paterna. Si
mis padres actúan así, es porque saben lo que es bueno para mí.
El “yo” queda definido así en base a dos triángulos padre-madre-criatura (triángulo edípico); en el primero de ellos, la criatura aprende a autorreprimirse y aceptar la autoridad; en el segundo, aprende a ejercerla sobre su propia criatura, reproduciendo el primer triángulo:
Padre------------------Madre
criatura ------------
Padre o madre-----------------Madre o padre
criatura
El deseo no es exclusivo ni excluyente. Pero la herida primaria sustituye el placer por dolor y el deseo por miedo a carecer, abriendo paso a los celos, afán de posesividad, etc. como burdo intento de neutralizar ese miedo al abandono. Y el deseo, esa producción inagotable, se triangulariza, se enmarca dentro de los límites de ese triángulo, de manera que ya no vivimos en la dinámica del deseo, sino que sobrevivimos en la espiral de la carencia.
El miedo a carecer nos sirve además el principio de sumisión de las criaturas. Con la separación de la madre y el abandono primario la criatura pasa de ser colmado de deseos a ser carente que necesita, y puesto que las únicas personas que pueden satisfacer sus necesidades son sus padres, hay que aprender a obedecerlos, aceptar el chantaje cotidiano que esto supone. Después de los padres vendrán el/la Maestra, Patrón, Juez, Policía...
“Cuando un recién nacido aprende en una sala nido que es inútil gritar...está sufriendo una primera experiencia de sumisión”. Comienza la aceptación de la “realidad”: las cosas son como son y nada importa que nuestros deseos vayan por otro lado. De esta forma, la represión general se organiza y posibilita a partir de la represión de las criaturas.
1- Breves consideraciones sobre igualdad y diferencia.
Dice Victoria Sendón que “la lógica patriarcal reeduca la igualdad a la demolición violenta de las diferencias”. Es mentira que exista un Uno Significante, como es mentira que exista un neutro-“masculino”: la primera gran diferencia es la existencia de dos sexos. Pero esta diferencia no justifica la jerarquización, discriminación, sometimiento y abuso de un sexo sobre el otro.
La igualdad no puede ni debe reducirse a una homologación con lo masculino. La afirmación de la diferencia de la mujer no puede pasar por una revalorización de lo femenino en este sistema patriarcal y de realización de patrimonios que es quien nos mantiene sometidas, sujetas, tanto a hombres como a mujeres.
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