Hace ya muchos, muchos años que las gentes de los países ricos se metieron en sus casas para aislarse del mundo entre las gruesas paredes del olvido. Sustituyeron la experiencia del mundo por ventanas oficiales en las que grandes compañías les mostraban interesadas imágenes, sonidos y textos abarrotados de publicidad y aburridos comentarios, de supuesta objetividad recortada sobre el dolor y la alegría del mundo.
Pero pequeños insectos hacker y mediactivistas construyeron diminutos pasadizos por los que asomando la mirada una descubre paisajes olvidados, encuentra relatos asombrosos; una red de agujeros conectados que permiten a la gente encerrada en sus casas comunicarse entre entre susurros, ranuras en las paredes del infopoder que permiten liberarse de los paneles publicitarios y los discursos monovolumen que abarrotan las ventanas oficiales. El lunes por la tarde entre los barrotes de una de esas ventanas (el periódico El Correo) consigo leer: "Al término del concierto, grupos anarquistas celebraron asambleas y se dirigieron hacia Evián. De madrugada fueron interceptados por antidisturbios a los que hostigaron hasta el mediodía." Pero el fin de semana pasado salí al mundo, y al término del concierto celebré asambleas y me dirigí a Evián junto a otras 2000 personas y si escuchas por una de las ranuras de la pared oirás lo que los barrotes no dejan ver, lo que el mundo les dijo a 8 poderosos que se reunían para repartirse el mundo.
En realidad llevábamos más de tres días realizando asambleas. La aldea intergaláctica que acogía a más de 3000 personas y la aldea autogestionada anticapitalista y antiguerra (VAAAG) con otros tantos habitantes eran espacios autogestionados y asamblearios en los que vivimos durante varios días. Aldeas en las que dejamos de ser asépticos ciudadanos marcados por los dígitos las tarjetas de crédito para pasar a ser aldeanas y aldeanos comprometidas y compremetidos por su existencia colectiva. Aldeas en las que hacíamos nuestro propio pan, donde pagaba quien podía, donde se respetaban las diferencias, donde los conflictos se resolvían en asambleas. Lugares en los que intercambiar experiencias y emociones, donde el constante tropezarse con miradas y sonrisas cómplices contrastaba permanentemente con el deambular de los zombies en los centros comerciales.
Nos organizamos: el centro de acogida explicaba a las y los recién llegados la existencia de diferentes barrios coordinados (ecologista, desobediente, gay-lesbiana-feminista, norte-sur, y tanto otros), la disposición de la información, horarios, talleres y necesidades de coordinación y participación. Colectivos ecologistas y veganos organizaban las comidas en comedores públicos a 2 euros la comida y pago voluntario, fregaderos públicos para que cada una se limpie lo suyo. Hackers de todos los lugares organizaron los centros de medios con software libre para comunicarse con el resto del mundo, para autogestionar las noticias y abolir intermediarios en la creación de narrativas públicas. Un punto de información en el centro del campamento proporcionaba paneles informativos abiertos para coordinar convocatorias e iniciativas. Equipos médicos y legales ofrecían ayuda e información permanente para hacer frente colectivamente a la brutalidad policial, interrogatorios y torturas que el movimiento de multitudes (no de masas) ha sufrido tantas otras veces en Praga, Gotteborg, Génova ... Asambleas de barrios por las mañanas y asambleas generales de la aldea al mediodía para hacer frente a conflictos comunes y organizar la convivencia y la comunicación de la diferencia. Carpas que acogían conferencias y talleres sobre la situación de los y las inmigrantes, las luchas en las fábricas de Argentina, la privatización del agua en el tercer mundo, la destrucción de la biosfera, las diversas formas de vivir la sexualidad, la coordinación de iniciativas contra la guerra, la condonación de la deuda externa ...
Allí, entre talleres y conferencias, entre las manos en las cocinas, entre la fiesta y las duchas empezó a cristalizar la voluntad de impedir, con nuestros propios cuerpos, que los 8 señores del capitalismo feudal extendieran su imperio tras la masacre de Iraq.
Y así también organizamos la resistencia: largas horas de discusión, preparación y coordinación sirvieron para unirnos en los frentes de bloqueo al G8. Todas las carreteras a Evián serían bloqueadas, los señores feudales que volaban allí quedarían aislados del mundo; obligar a sus señorías a movilizar sus ejércitos contra la población civil, obligarlos a construir el muro de la vergüenza policial tras el que protegerse de los gritos pidiendo justicia y paz, obligarles a desenmascarar su único argumento: la fuerza militar. Organizamos entrenamientos de acción directa noviolenta, aprendimos a protegernos con arapos de los gases lacrimógenos, a fortalecernos colectivamente, a conocer nuestros derechos en las prisiones, a ayudarnos mutuamente.
Y partimos hacia Evián, a las 4 de la mañana tras el desayuno que prepararon nuestras compañeras y compañeros para alimentar la resistencia. Salimos preparados en grupos de afinidad, exploradores vigilando los caminos, equipos médicos y legales,un equipo encargado de reflejar la luz del sol helicópteros de la policía, varios grupos de suministro de agua, los mediactivistas de indymedia, el autobús del centro autónomo de Amsterdam (recogiendo por radio las últimas noticias de los otros frentes), un grupo de coordinación, la banda de samba, las banderas, la ilusión, la voluntad, las razones y las barricadas.
Después de más de una hora de camino cuando el sol anunciaba su salida, justo antes último cruce de carreteras hacia Evián, nos esperaban las fuerzas oscuras: hileras de policías vestidos de negro dispuestos a prostituir la violencia de sus porras, armados de gas y bombas de miedo para romper nuestro bloqueo de carne y hueso. Nos detubimos, era el lugar preciso, desde aquí podíamos bloquear el acceso sur a Evián, sólo teníamos que resistir. Y comenzó la fiesta al ritmo de samba, una asamblea de delegadas y delegados para decidir la estrategia: permanecer en la carretera y cortar los otros dos caminos al cruce principal.
Entonces empezaron a lanzarnos botes de gas incapaces de soportar la osadía de una multitud de cuerpos que se preparaban para resistir su presencia. Gas pimienta, gases lacrimógenos y bombas de honda expansiva por todos lados. No nos retiramos. Estábamos preparadas: Gafas de bucear para protegernos los ojos, limón y vinagre en los trapos que cubrían nuestras caras para evitar inhalar el humo. La presencia constante de los equipos médicos, las cámaras dispuestas a no dejar olvidar la violencia policial. Empezamos a construir barricadas para evitar una carga policial.
Cada bomba expansiva (cuyo sonido penetraba desde los tímpanos a los corazones con objeto de asustar a nuestra determinación) era respondida con el clamor de la multitud, como si del txupinazo de las fiestas del pueblo se tratara. La samba no dejaba de tocar para hacerles saber que el ritmo lo marcamos nosotras, que podemos disparar música donde ellos se defienden con el miedo. Y así poco a poco, con el transcurrir de las horas nuestras barricadas crecían junto a nuestra capacidad de neutralizar su violencia: manojos de hierba eran utilizados por el coraje de las filas delanteras para agarrar sus botes de gas recién lanzados y apagarlos con el suministro de agua que constantemente llegaba en furgonetas desde la aldea integaláctica y los vecinos y vecinas solidarias. Pronto conseguimos transformar lo que sus ejércitos buscaban definir como campo de batalla en un juego de recogida y neutralización de botes de gas, protegiendo así los cuerpos de la multitud que ocupaba la carretera. Una asamblea en medio de la multitud descartó levantar con picos la carretera, era el camino de las personas del pueblo que nos estaban apoyando; al fin y al cabo nuestra inteligencia colectiva, la habilidad, valentía y resistencia de las primeras filas y la razón en nuestros cuerpos habían conseguido resistir el tiempo suficiente, habíamos conseguido bloquear el acceso a Evián durante toda la mañana y retrasar la llegada de los traductores de la cumbre (ahora desviados por los caminos del norte, en Suiza, donde el resto de bloqueos habían sido disueltos a golpe de porrazo y gases).
Era el momento de volver a nuestra aldea manteniéndonos unidas, vigilando a la policía de paisano motorizada para evitar las detenciones, guardando la retaguardia para evitar cargas sorpresa, diciendo adiós a la gente del pueblo que salía de las casas a saludarnos y aplaudirnos. Volver a nuestra aldea a seguir construyendo otros mundos, experimentar otras formas de vida, para recuperar fuerzas y seguir haciendo frente a la guerra global permanente que las corporaciones y sus ejércitos mantienen con la humanidad.
En fin, que al término del concierto, celebramos asambleas y nos dirigimos hacia Evián, y bloqueamos la carretera durante 7 horas y nos retiramos festivamente al mediodía, pero seguiremos caminando y celebrando asambleas, más allá de Evián, hacia otros mundos, tan posibles como reales al otro lado de las barricadas, al otro lado de la espiral de violencia económica, ecológica y militar que sabotea nuestras vidas.