CSO MIJU
Este texto podría llevar el subtítulo de “La experiencia de la okupación en los barrios” e indicaría por dónde hay que empezar el artículo. Barrios y ocupación, dos palabras que seguramente, hasta que se okuparan las naves abandonadas de la empresa Miju el sábado 11 de marzo, no se habían relacionado en esta ciudad.
Por un lado, al tiempo que okupamos La Miju, el movimiento okupa de la ciudad había ingresado, desde la Casa de la Paz, en una dinámica de ocupaciones con desalojos a la semana (mención a la resistencia en el tejado en San Agustín aparte) impidiendo que se desarrollaran proyectos duraderos de centro social.
Por otro lado, y enlazando con el texto del KALA, el Centro Social Revolucionario de L´Almozara (alquilado) había sido desalojado por la policía dejando en la calle a gente con ganas de seguir trabajando en el barrio.
Okupar, en ese momento, fue más un gesto de orgullo bravucón que una decisión tomada fríamente. Todos teníamos en la cabeza los últimos años de ocupación y sabíamos (pensábamos, más bien) que no iríamos más allá de la semana. Así que fuimos a lo grande. Hicimos pública la okupación el día de reflexión de las elecciones de 2000, que tristemente instalarían a la derecha con mayoría absoluta, aunque llevábamos más de quince días trabajando en su limpieza. Tras una concentración en la Plaza Europa, unas cien personas entraban en el número dos de la calle Río Guadalope. Un día entero de limpiar lo que quedaba y que terminó con un multitudinario concierto.
En los días siguientes supimos quién era el dueño de las naves: el constructor y especulador Espuelas, un conocido mal bicho de la ciudad. Decidimos plantarnos en su oficina a comentarle lo que estábamos haciendo y, ante nuestra sorpresa, contestó que no interpondría denuncia alguna mientras no recibiera quejas, ya que no tenían planes para las naves en un futuro cercano. Palabrita de especulador que vale tanto como la de pinocho. A los pocos días nos remitió una carta en la que nos invitaba a irnos por haber recibido quejas de la Asociación de Vecinos de La Almozara. Fue un cutre intento de atemorizarnos, pues tratábamos directamente con la Asociación y redactaron una carta en la que afirmaban que esas quejas eran falsas y que no se volviera a utilizar falsamente su nombre. El buen trato con la Asociación, así como con el bar de jubilados (con el que compartíamos pared y desacuerdos con Espuelas) y el silencio del propietario a partir de entonces, dieron un impulso serio a la actividad del centro social que ya se veía medianamente asentado.
Contábamos con dos naves de proporciones considerables que venían a suplir la carencia de espacios grandes y autogestionados en la ciudad, por lo que decidimos desde un principio utilizar este espacio para la financiación mediante actividades de los colectivos zaragozanos.
De esta forma, resulta difícil encontrar más de dos fines de semana seguidos de marzo a noviembre sin alguna actividad en el CSO Miju. Comidas populares, talleres, fiestas, bailes, conciertos, charlas, etc. Durante diez meses La Miju consiguió descentralizar la actividad revolucionaria que se concentraba en el barrio de La Madalena (no sin ayuda, en parte, de gente de ese mismo barrio). Ahora los vecinos de L´Almozara podían ver lo mejor y lo peor de otras formas de entender el mundo.
Y si bien estos fueron meses de gran actividad alternativa, también lo fueron de aprendizaje.
El CSO Miju cargó con ciertos problemas del CSR de L´Almozara. Problemas derivados, posiblemente, de darse de morros con ciertos esquemas y comportamientos de gente del barrio que, aunque eran capaces de arrimar el hombro a la hora de currar como nadie, también lo eran de desquiciar cualquier comportamiento asambleario. Es pertinente anotar esto porque, en lo que suponía la dinámica interna del centro social, se empleaba mucho tiempo en debates y resolución de conflictos.
Para mitad de mayo, el aspecto de la calle era completamente diferente. Se había pintado la fachada y realizado murales a lo largo de los muros de las naves hasta el final de la calle. Nuestra presencia en el barrio se hacía notar y decidimos dotarnos de un órgano de expresión que pusiese palabras a lo que todos los vecinos podían ver ya. En mayo se buzoneó el primer número de Revuelta en L.A., que tomaba el nombre de nuestro programa de Radio Topo y que, por otra parte, había pasado a ser también el programa del CSO. Editamos dos números en los que se incluyeron no solo noticias o artículos relacionados con la okupa, sino también noticias de carácter más general, siempre dentro de la contrainformación.
El Pilar Disidente de ese año centró gran parte de su programación en La Miju, sin que hubiese un solo día sin actividades, con un éxito variable de público que alcanzó la nada desdeñable cifra de setecientas personas el día 12 de octubre.
Seguramente nunca pudimos recuperarnos de la resaca de Pilares que, combinada con el agotamiento derivado de la acumulación de problemas internos, nos colocó en una posición muy débil frente a los problemas que empezaban a llegar de fuera.
A finales del mes de noviembre comenzaban a derribar las naves adyacentes y con ellas la instalación eléctrica de toda la manzana. La enorme dificultad para volver a tener luz se transformó en un paulatino abandono del espacio, a la vez que las máquinas avanzaban hacia nuestras cuatro paredes, para derribarlas finalmente en enero de 2001.
Como epílogo queda la manifestación contra el desalojo que terminó en las oficinas del especulador Espuelas. Alguien parece que tomó buena cuenta y a los pocos días esa cueva fue atacada e incendiada. Pese al intento de los medios de culpabilizar al KALA (disuelto desde hacía más de un año), nadie sufrió represión alguna. Guinda y punto y final a los sueños de okupación en L´Almozara.
Buda