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zaragoza rebelde – 1975, 2000 – movimientos sociales y antagonismos

EL PLATA

Plata (el plata) nombre lunar, femenino, nocturno reflejo de miradas, de intenciones y lentejuelas narcisas, mirándose en minúsculos espejos, gotas de agua en gordos vasos de Duralex y duras censuras tapando con espesos flecos los sudores de gota gorda de las orondas cantantes. Ilusiones portuarias de un secano abandonado por el mar hace más de trescientos años, campesinos marineros de ombligos tabicados por las fajas, maromos ambulantes.
El Plata, nombre travestido de la Plata, río, estuario lejano aventura de ultramar, tango… Traficantes de pelucos chapados de oro del que cagó el moro, el de la guardia de Franco, el dictador, que cuando quisieron prolongar el Paseo Independencia hasta el Pilar, preguntó cuantos bares tiraban y prohibió la operación, recordando quizás, los cigarrillos de grifa que se fumaba en los palacios del Tubo. La cigarrera que vendía tabaco americano de contrabando por paquete o por unidades, Winston, Marlboro, Lucky, Chester, More o Sisi, cigarrillos con boquillas de plata de la que cagó la gata, la gata en celo por las fachadas de ladrillo, por las pensiones de tabiques de cartón. Barberías, limpiabotas, la profiláctica francesa (condones y lubricantes), las tiendas de discos macarras, los trileros de la esquina, la gitana que vende droga y revienta pisos con el culo, las librerías de lance, el calendario zaragozano, el cierzo detenido y la estrechez de los callejones, plata parece, plata no es, soldados con petates en la sesión del café con los viejos de la boina cuando no existían los clubs de la tercera edad, refugiados en la neblina azul del tabaco, miradas de cataratas acariciando a las reales hembras, abundantes de cuerpo, cesáreas y operaciones de apéndice.
El local comenzó siendo un baile taxi en tiempos de la república. Las señoritas solían bailar con los obreros por una módica tasa, después siguió adscrito a la decencia con actuaciones censuradas de cuplés, jotas picantotas, chicas del 17 y flamencona no te vayas de Pamplona.
En el Plata comenzaba para muchos adolescentes una especie de educación sentimental, una toma de contacto con otras realidades, la de Amarcord de Fellini y que continuaba por el Oasis y como zenit: el misterioso número de una sala de fiestas, donde un león de circo cruzaba por una jaula la acera del Coso hasta perderse en el sótano, el escudo de Zaragoza perdido en el Cosmos…
De las tres sesiones, la de la tarde y la del café, tenían un público más homogéneo, la barra elevada de la derecha mantenía su circunstancia aparte más unida con las transacciones de la calle, incluso para mear salían los clientes a los bares de enfrente, allí regentaban de camareros los propietarios del local, uno de ellos padre de la Palmira, transformista bufo – baturro. La zona de mesas con su botella de agua y los cafés era otra cosa, allí con el tiempo apareció lo más parecido, podaríamos decir, a la gauche divine, en Zaragoza, rojos, progres, artistas, mujeres, homosexuales, sobre todo en la sesión de la noche que durante los setenta y primeros ochenta, fue parada obligada y comienzo de interminables madrugadas.
En el escenario minúsculo, con la lívida luz fluorescente de un camerino inexistente y el mural fotográfico de palmera caribeña que sucesivamente desportillaba y sufría intervenciones de brocha gorda hasta adquirir un aspecto siniestro, expresionista y amenazador, casi tanto como el ceño desafiante de don Luis el pianista que, entre canción y canción, levantado de la banqueta, miraba frontal y descarado al público con el cigarrillo en los labios, la gente enloquecida gritaba: «¡que toque don Luis, que toque don Luis!», no era lo único que se coreaba, pues con tanto manifestante concienciado en plena transición, se cantaba a las coristas «¡Yuma diputado, Messalina al Senado!».
No había progresía, visitante nacional o internacional que no pasara por el Plata, Ramoncín, el rey del pollo frito, después de la monumental bronca de su actuación en El Ibón. El hijo póstumo de Saint Exupéry. Pequeño príncipe asesinado poco después en un aparcamiento en Los Ángeles. Algo más tarde, David Vila, modelo de Andy Warhol y reina del Studio 54 de New York, con sus exóticas relaciones públicas, moviendo los primeros éxtasis sintéticos y después muchos personajes de la movida madrileña. Ya entonces celebraban las hermanas Castillo: Marga y Marisol y, poco después, la súper vedette de Coslada, Mari de Lys…

Ignacio Guelbenzu