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zaragoza rebelde – 1975, 2000 – movimientos sociales y antagonismos

EN LOS CENTROS SOCIALES AUTOGESTIONADOS

Este texto trata de rescatar, para este valioso esfuerzo de recopilar nuestra historia  reciente, tres experiencias de centros sociales autogestionados en los noventa.
El punto de partida: 1993, desalojo de la Casa Okupada de La Paz.
Tras un par de intensos años de convivencia y aprendizaje (la autogestión real de un espacio), un buen número de jóvenes  habíamos conseguido crear una buena sinergia de trabajo político, social y personal. En la Casa de la Paz nos habíamos agrupado en varios colectivos sociales, afines a veces más por el método organizativo, el espacio físico y por amistad que por ideología; Rebel, Asamblea Antimilitarista, COA-MOC (Colectivo de Objeción y Antimilitarismo-Movimiento de Objeción de Conciencia), Ruda (feminismo), CAMPI (Colectivo Antimilitarista Pro Insumisión), Ateneo Libertario y Mala Raza (autogestión cultural); algunas personas compartíamos varios proyectos.
Tras el desalojo, la decisión por parte de los cuatro últimos colectivos de seguir en un proyecto común y, en cierta manera, continuista respecto a la Casa de la Paz era clara; tras varios intentos de okupación con rápidos desalojos y trabajar itinerantes aprovechando la solidaridad y espacios de otras gentes, decidimos buscar un lugar que no nos desmovilizase y nos ofreciera la estabilidad que necesitábamos para seguir aglutinadas y en relación, para seguir implicados y desarrollando las luchas y proyectos que, por entonces, nos llenaban. Los colectivos que en ese momento optamos  por la creación de un centro social autogestionado ubicado en un local de alquiler fuimos Ateneo Libertario, Ruda, CAMPI y Mala Raza.
En 1994 fue el barrio de la Magdalena el que nos acogió. Nos acogió como había acogido y sigue acogiendo a los movimientos sociales, a lo diferente, lo extraño, lo extranjero, lo común y arraigado, la mezcla, la disonancia. Y encontramos el que, por entonces, nos pareció el local perfecto, o, al menos, el asequible a nuestras posibilidades. Nuestra nueva dirección fue Rebolería, 2; el nombre: Centro Social Libertario Ángel Chueca, en memoria del anarquista zaragozano asesinado en una sublevación en 1920.
Allí continuamos con el trabajo de los colectivos. Se organizan actos político-sociales de cierta relevancia, con gran asistencia de público; la lucha antimilitarista y antifascista llega a un momento muy duro y de gran militancia; los colectivos, cada vez más, profundizamos y desarrollamos nuestros campos de acción: Ruda desde el  feminismo, Mala Raza como editora y distribuidora de materiales musicales y culturales. CAMPI en el antimilitarismo-insumisión y Ateneo Libertario en la contrainformación libertaria.
Las ganas de hacer cosas eran muchas y el espacio reducido. La organización y financiación de dicho espacio resultó buena y, en muy poco tiempo, el local se queda pequeño; algunas veces se echa mano de la FABZ (Federación de Asociaciones de Barrios de Zaragoza) o de otros espacios, para actos de mayor relevancia. En breve (1995) buscamos y encontramos un nuevo local, mucho más grande y bonito, el Centro Social Autogestionado (CSA) Ángel Chueca 2, en el Coso Bajo, también en la Madalena.
De nuevo, la forma organizativa y las perspectivas de tener un espacio foco de resistencia y contracultura parecen ser buenas. Se acerca bastante gente muy joven y la aportación de los colectivos del centro social a las luchas sociales de la ciudad es intensa. A la par, los ya no tan jóvenes empezamos a buscar también alternativas de trabajo y, en un principio, estos centros sociales contribuyeron a empujar o dinamizar algunos proyectos de trabajo como Simbiosis. Es un tiempo de gran importancia en el autoempleo y en la creación de cooperativas alternativas.
En este momento (1995) y por confluencia de motivos personales y políticos, la mayoría de los colectivos que formábamos ese núcleo de autogestión nos disgregamos –CAMPI, Ruda y Mala Raza- y comenzamos juntos nueva andadura en un local que bautizaremos CSA Entropía  (también en La Madalena, C/Alcalá 7). El anterior centro social que habíamos dejado pasa a denominarse C.S. Libertario; allí continuará el Ateneo Libertario y posteriormente se agregarán otros colectivos.
El CSA Entropía  es un giro importante para las personas que trabajamos en él, ya no se trata de crear sólo un espacio para reunión y uso político, sino que se crea un referente de cultura y ocio en La Madalena. Se experimenta en las formas de gestión, financiación y organización del Centro Social, sirve de punto de apoyo para ocupaciones y campañas sociales, se vive y trabaja el día a día creando un espacio vivo y dinámico con numerosas aportaciones de ideas e iniciativas, tanto de las personas que componen los colectivos como de individualidades que se sienten identificadas con este espacio.
Este local es exprimido y en sus escasos ciento veinte metros cuadrados se organizan numerosas charlas y encuentros, como las Jornadas en Defensa de la Tierra, “Mujeres y Salud: Medicina alternativa” o “Insumisión y Deserción en la Ex Yugoslavia”. El colectivo feminista Mujeres Creando de Bolivia intervino en dos ocasiones en nuestro local con su discurso y sus propuestas siempre transgresoras; se realizaron jornadas de ámbito estatal como las de la Red Autónoma o las Jornadas de Distribuidoras de Materiales Alternativos; se secundan de forma activa campañas internacionales como la defensa de Mumia Abu Jamal, exposiciones diversas – en especial recordamos la de fotografía sobre el cuerpo de Edurne y las proyecciones de diapositivas y obra de las artistas Frida Kahlo y Ana Mendieta-. Son sonadas las fiestas de disfraces del Entropía, las comidas populares, los conciertos -recordamos con pasión los de las Wemean, Dut, Habeas Corpus, Dead and Gone, Strychnine, Scraps, Seein Red, Ovni-. Nombramos sólo algunos ejemplos de lo desarrollado en Entropía porque extendernos en lo hecho en todos los centros sería repetirnos. La vida de los centros sociales es la vida de sus colectivos y hay artículos específicos en este libro.
En Entropía se integran nuevos colectivos como Contracorriente, Index, y nace, como colectivo que participa en la autogestión del centro, el grupo de teatro de mujeres Sueltas o Teato. También se reúnen puntualmente diversos colectivos de Okupas (rurales y de nuestra ciudad: Sasé, Casa del Río…), grupos de Liberación Animal, etc.…
La experiencia es totalmente positiva, el trabajo da buenos frutos y tenemos la sensación de haber conseguido un espacio totalmente organizado y gestionado sin apoyos ni ingerencias administrativas de ningún tipo, una pequeña utopía que funciona y evoluciona positivamente,… pero pasan los años y la presión urbanística y policial aparece en el barrio. A su vez, el espacio se nos queda pequeño, algunos colectivos todavía crecen y se especializan más (Mala Raza, Index); de nuevo hay bastantes personas que necesitamos un nuevo giro, crecer, hay mucha energía.
En 2001 el final del contrato de alquiler, los motivos antes nombrados y nuestras expectativas de migrar y abrirnos a otros espacios urbanos que no fueran nuestra familiar Madalena, nos llevan a dar otro salto, esta vez hacia lo desconocido. Nuestra madurez y experiencia organizativa y como personas nos lleva a adoptar formas quizás más sólidas, económicamente viables  y  bien estructuradas, pero se pierde la frescura y rebeldía del aprendizaje. En ese momento creamos el CSA La Trama (2001). Esto coincide con los movimientos antiglobalización, el fin de la  mili y de la insumisión, el estado de bienestar, la profesionalización de personas que trabajamos en distintos campos de lo social (feminismo, salud mental, animación sociocultural, educación…) donde se proyectan muchas inquietudes y energías, los fuertes cambios que las nuevas tecnologías están produciendo en la mentalidad y el concepto de rebeldía y de ocio en la juventud. Los tiempos han cambiado, las estructuras de los colectivos sociales ya no son tan atractivas y militantes como en los noventa.
A la Trama, que tuvo también una intensa vida para las características de estas experiencias, le seguiría el CSA 4.5.1, así hasta el 2008;  pero el análisis de la década  actual es otro tema.
En Entropía se realizó un debate que hasta entonces no  habíamos desarrollado. Éramos más conscientes de lo que, en esos años, podía suponer  nuestra presencia en el barrio, en las relaciones con chicos y chicas de etnia gitana, vecinos de Alcalá 7, que se asomaban por el local a matar el tiempo, buscar calor o a saciar su curiosidad y aumentar la nuestra. El contacto con el vecindario siempre fue muy escaso. Esa era una espina para algunas personas a las que nos preocupaban las relaciones de los centros sociales con el barrio, pero en aquel momento el barrio no era nuestra prioridad, muchas personas ni siquiera vivíamos en la Magdalena. Aunque en algún momento nos hubiera gustado desarrollar de un modo distinto esta relación, pronto asumimos que no teníamos una dinámica de trabajo de barrio.
Las  tres experiencias, aunque con diferencias entre ellas,  fueron experiencias de autogestión y funcionamiento autónomo y asambleario. El tipo de funcionamiento, la inquietud, la responsabilidad  y el compromiso por lo que hacíamos implicaba un gran esfuerzo. En contrapartida generaba procesos personales e interpersonales creativos, de cambio individual y colectivo.
La forma de organización fue siempre asamblearia, la asamblea como lugar de representación, de organización, de decisión, el respeto al trabajo colectivo, a lo horizontal y cooperativo.  Si bien, como en todo proyecto, la implicación de todas las personas no era la misma, ni era igual en todos los momentos, los colectivos no sólo compartíamos el espacio. Compartíamos, en muchos casos rebeldías, nos aportábamos en mayor o menor medida. Nunca fuimos compartimentos estancos, desvinculados los unos de los otros y esto también era nuestra fortaleza. Del mismo modo que no estábamos desvinculadas de algunas de las movidas que sucedían y se promovían en la ciudad, en otras partes del mundo…
En todo momento conseguimos financiar económicamente nuestros proyectos  y espacios sin depender de subvenciones; la financiación venía de la propia difusión de ideas, contracultura… Aquello  que organizábamos generaba algún ingreso: siempre eran ingresos pequeños porque la idea misma de accesibilidad de la cultura, las ideas, las inquietudes a todo el mundo no permitía tampoco que nos manejásemos con cenas, conciertos, materiales, jornadas etc, caros. Del mismo modo, este vivir al día nunca nos permitió acomodarnos. Los centros sociales, como las ocupaciones, se nutrían en gran parte del compromiso e implicación de grupos de teatro, música, arte, otros colectivos. La contracultura  generaba riqueza de ideas, se expandía y aportaba ingresos para funcionar.
Esta autonomía no sólo era económica. También la desarrollamos en lo ideológico, en el discurso y en lo  organizativo: autonomía de toda institución, partido político o sindicato. Estábamos personas que nos sentíamos libertarías, comunistas, “sin etiqueta”…vamos, lo que los medios de comunicación llamarían “cariñosamente” extrema izquierda, en un intento de asemejar, como si eso fuera posible, estas ideas a la extrema derecha y mostrando, una vez más, su total desconocimiento o, lo que es peor, su mala intención y su falta de compromiso social.
No éramos jóvenes ajenos a la sociedad en la que nacimos y crecíamos, pero las ganas de mejorar, de subvertir, de proyectar nuestras ideas y desmadejar  y reapropiarnos de nuestros cuerpos eran muchas. Los procesos de cambio individual y colectivo que se generaban se caracterizaban, en parte, por una búsqueda de coherencia. Coherencia entre lo que pensamos, lo que hacemos y cómo lo hacemos, en cómo vivimos, vinculando como campo de acción política lo público y lo privado, inspiradas por el lema feminista “lo personal es político”. Contradictoriamente esta búsqueda de coherencia era muy bien vista cuando se trataba de vivir emancipados de nuestros padres, ser vegetarianas, anticonsumistas… Sin embargo, era más espinoso y aparecían más resistencias cuando se trataba de analizar las relaciones entre los sexos, las identidades de género. Esos análisis, entonces, se veían por muchas personas como cuestiones íntimas y poco políticas, vamos, cosas de “chicas”.
En relación a la convivencia en el CSA, el número de chicos y chicas era muy similar, los debates antisexistas (en cuanto a la reflexión del funcionamiento de los propios centros y de las propias identidades y relaciones), si bien podían parecer una lucha común eran bastante escasos y siempre propuestos desde el feminismo. Desde el colectivo Ruda nos cuestionábamos cómo participábamos en las asambleas, los roles, el lenguaje, las diferencias en cuanto a la concepción de “lo político” de “la lucha”, el reparto de tareas, las diferentes actitudes en relación a la toma de decisiones, a la toma de iniciativas (de qué tipo, cuántas, etc.), diferente implicación en la gestión, la economía, la limpieza. Diferencias que tenían que ver con el aprendizaje de lo femenino y lo masculino estaban presentes, cómo nos habíamos construido como hombres y como mujeres y cómo funcionábamos en nuestras relaciones.
En general los tres centros sociales fueron creados y desarrollados por gente  joven, casi todos/as estábamos entre los veinte y los treinta años. En contraposición a los espacios de participación que se promocionaban y se promocionan para la gente joven en las Casas de juventud y algunos programas institucionales, no éramos usuarias/os, no éramos receptoras y receptores pasivos. La reflexión y la acción eran ejes de nuestro hacer cotidiano.
En definitiva, no hacíamos lo que se esperaba que hiciéramos y eso parecía no gustar mucho a las altas instancias. Fueron muchas las ocasiones en las  que se nos presionaba y nos creaban dificultades. No deja de resultar llamativo  ¿Por qué se persigue y reprime aquello que parece promocionarse y que dicen ser tan interesante para un estado: tener una ciudadanía concienciada, motivada, con iniciativa, jóvenes emprendedores y responsables, solidarios, concienciados con los problemas sociales?  ¿No es un síntoma de salud para estas orgullosas democracias la existencia de disidencia? ¿Pero entonces a qué vienen tantas dificultades, por qué se trata de criminalizar algunos movimientos sociales? A todos se nos ocurren respuestas.
Las resistencias continúan. A nosotros y nosotras estar en relación e implicados con muchos otros colectivos y luchas, tener siempre presente nuestra historia y herencia libertaria, hizo que nunca sintiéramos que éramos ni los primeros, ni los únicos, ni los últimos en hacer lo que hacíamos.

José Antonio Cruces – Isabel Meléndez