LA REBELION DE LOS BEDELES: Las huelgas de la Universidad de Zaragoza en 1988 y 89
Al grito de: “El 4% de la miseria no es negociable”, el bedelato de la universidad se puso en marcha. Corría el año 88 y este grito (y la pegatina) tuvo un gran éxito en la manifestación de Madrid, convocada por los sindicatos de la mesa negociadora del Convenio del Personal Laboral. Y es que llevábamos varios años en que los sindicatos mayoritarios, CCOO y UGT, convocaban al personal laboral de todas las universidades a la huelga para hacer fuerza en la negociación salarial que concretaban en Madrid. Para entonces, tal y como había ocurrido en diferentes ocasiones, ya estábamos hartos de que en el último momento nos desconvocaran las protestas porque habían firmado un porcentaje de subida irrisorio, sobre todo si tenemos en cuenta cuál era el total de nuestras nóminas: aquellos salarios de cincuenta y poco mil pesetas que cobrábamos el grueso de la plantilla y a los que se aplicaba una subida del 7%, 5% ó 4%, según iban las arcas del ministerio.
Ese año pusimos toda la carne en el asador: gran parte de la plantilla nos montamos en un Intercity, a las siete de la mañana, rodeando a los ejecutivos con corbata, traje y maletín, para llegar a Madrid y, con el resto de compas que venían de otras universidades, manifestarnos por un salario digno.
Otra vez, como tantas veces, se repitió la docilidad sindical y aprobaron la subida propuesta para ese año, por supuesto, tras el ¡éxito de su negociación!: 4% de incremento, compromiso de mejorar al siguiente año, y bla, bla, bla…
En Zaragoza dijimos ¡basta! y nos lanzamos, en solitario, a por una mejora salarial de verdad, y, como mostraba el escrito dirigido al gerente, nuestras principales armas serían la fuerza de la asamblea soberana y la voluntad de resistir (… hasta conseguir nuestras reivindicaciones: un salario digno, suficiente para sobrevivir).
Contábamos con varios factores a nuestro favor:
Entre el año 1983 y 1988, la universidad había convocado oposiciones para cubrir una porrada de plazas en conserjerías, bibliotecas, reprografías. Hasta entonces la plantilla la constituía el personal funcionario con tareas administrativas y un significativo número de guardias civiles y policías, bastante mayores, que el gobierno colocaba en las universidades hasta su jubilación. Más de doscientas personas entramos a trabajar de bedeles y formamos una plantilla joven, activa, muy participativa, con ganas de cambiar el antiguo modelo servilista y “funcionarial” con que nos encontramos. Nuestra entrada permitió que los centros y servicios estuvieran abiertos y atendidos todo el día y no de 9 a 14 y de 16 a 19, como antes. También supuso una nueva filosofía del trabajo, asumiendo nuevas funciones y rechazando la típica imagen del “recadero”, con su guardapolvo azul, que borraba pizarras, “daba la hora” o le iba a comprar tabaco al cátedro Sr. Don, que se lo agradecía con una propina.
De las elecciones sindicales de 1986 salió un Comité de Empresa, representante de esta nueva plantilla y de las ganas de luchar, contrario a las burocracias sindicales, defensor de la participación, de la soberanía de la asamblea (¡había que ver el salón de actos de Geológicas, lleno a rebosar!), del reparto inversamente proporcional de las pelas… Hay que tener en cuenta que la estructura de la plantilla laboral, tras el ingreso de aquellas promociones, era de lo más aberrante: en 1986, de un total de 313 personas, tan sólo 15 pertenecían a grupos altamente cualificados, 22 eran técnicos medios y el resto, 288, servíamos casi para todo.
El rector, Vicente Camarena, y su gerente, Manolo Álvarez-Alcolea, eran sensibles a nuestras reivindicaciones. Y defendieron en Madrid, tanto en el ministerio como en las reuniones de rectores o de gerentes, que era precisa una revisión salarial, de justicia. Madrid nunca le perdonó a Camarena la terminante defensa de nuestra demanda.
También tuvimos varios factores en contra:
Las principales piedras nos las ponían desde Madrid, tanto el ministerio como los sindicatos, que habían firmado ya la revisión salarial del 4%, y amenazaban con la denuncia de cualquier acuerdo local. Aquí, la pequeña representación de CCOO jugaba a dos bandas, la nuestra y la de su sindicato en Madrid, y UGT todavía no tenía ni aparato, ni sindicalistas profesionales, ni apenas representación.
Pero, a pesar de las piedras, en Zaragoza continuamos la huelga, nos encerramos en el rectorado, acampamos en el césped, recibimos mucha solidaridad, también alguna crítica, y, sobre todo, nos sentíamos fuertes en la unidad de la plantilla aunque, también éramos conscientes del fracaso que supondría un final de derrota.
Sí, lo conseguimos: un nuevo plus nació para que, repartido de forma inversamente proporcional, mejorara el salario de los grupos más bajos. Este plus, bautizado como “de incompatibilidad” porque no lo cobraría quien practicase el pluriempleo, se convirtió, en el año 1990, en un complemento “de Plantilla Orgánica” aprobado por el Consejo Social de nuestra Universidad, que consistió en 15.000 pesetas (90,15 euros) repartidas de forma lineal y para todo el mundo, excepto para el grupo más altamente cualificado y, por tanto, con el mayor salario. Como formábamos parte de un convenio de ámbito estatal, también señalaba el acuerdo que, de mejorar sustancialmente los salarios en una negociación colectiva de todas las universidades, el complemento nuestro se iría absorbiendo.
Alguna gente de nuestro colectivo (bien es verdad que poca) criticó este carácter de “incompatibilidad” del plus ya que les obligaba a elegir entre cobrarlo o seguir teniendo más de un empleo (circunstancia entonces nada chocante en la administración). Pero el arraigo de este principio formaba parte de nuestra filosofía sindical: una persona, un trabajo, un salario digno y, a la vez, impulsar la creación de nuevos puestos de trabajo y ofertas públicas de empleo, en un momento en que el paro atenazaba a la población. Así, en cuatro años, 1986-1990, nuestra plantilla pasó de 313 a 470 personas.
Al final, todo el mundo salió beneficiado con nuestra lucha: aquí, en Zaragoza, la otra mitad de la plantilla, de carácter funcionarial y, por ello, sin derecho alguno a la negociación colectiva, se encontró con la mejora económica por equiparación con nuestro colectivo laboral. El resto de las universidades, por el siguiente Convenio Laboral, en cuya mesa negociadora estuvo nuestro gerente, que recogió nuestros avances de los dos años anteriores.
Como decíamos en un balance que hicimos de aquellos años: “Hemos llegado como hemos sabido y como hemos podido. Y aquí está, para bien y para mal, el resultado. Nosotros, como polizones sin billete hacia unos muy particulares elíseos, no tenemos otra meta que el propio viaje; por eso, mañana —cualquiera que sea el lugar donde nos toque, si dentro o fuera del Comité de Empresa— estaremos con los que empujen en los sitios de adelante”.
Teresa Martínez Cólera