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zaragoza rebelde – 1975, 2000 – movimientos sociales y antagonismos

LAS CARCELES CON AFAPE

A comienzos de los 80 se vivía en las cárceles españolas una situación de malos tratos generalizados, justificados principalmente por los motines de años anteriores. Los abusos y la indefensión eran moneda corriente y buena prueba son los ejemplos de denuncias sobre penales donde las palizas eran normales: Herrera de la Mancha, Ocaña, Burgos, El Puerto… En Aragón, había también dos penales legendarios como Huesca y Teruel.
Los presos y presas de Aragón iban, a través de la Asociación, a tener un instrumento de defensa de unos derechos que, si bien estaban reconocidos por la ley, eran igualmente negados por los funcionarios que tenían que administrarlos. Funcionarios que se comportaban como verdaderos enfermos mentales, provocando desórdenes en base  a restricciones.


AFAPE (Asociación de Familiares y Amigos de Presos/as y Expresos/as), fue presentada formalmente en el año 1983, aunque su trayectoria viene de antes.
Nos fuimos reuniendo personas sensibilizadas con la mala situación de las cárceles, en principio abogados -que eran los que sacaban al exterior la información, a través de comunicaciones- y familiares que acudíamos a las charlas de información y veíamos que el problema que vivíamos era similar al de otras muchas familias.

Yo, por ejemplo, desde el año 1979 hasta que coincidí en una charla con José María Ordovás (abogado penalista), llevé mi andadura en silencio, yendo de cárcel en cárcel. Desde aquí mi reconocimiento hacia Chema por su labor y solidaridad con los que no tenían voz, algunos de los cuales tampoco están ya con nosotros: Vivas, Jorge Barrios, Jaime Gaspar, Ricardo Moreno y muchos más que se nos han quedado aparcados en algún lado del subconsciente. Fueron tiempos muy duros.

Tener un familiar preso/a es una carga social. Las personas reclusas y sus familiares siempre tienden a pensar que el castigo es normal si han cometido algún delito: “quién la hace que la pague”, por lo que cada familia lleva su “vergüenza” y teme compartirla con otros/as. Hay que tener en cuenta que, en los años que hablamos, finales del 79 al 84, en las cárceles aragonesas (Zaragoza, Huesca y Teruel) no existían las salas de espera, había que esperar a la intemperie, ni siquiera un wc contando con las necesidades de los visitantes; la comunicación entre los familiares era escasa. Si se organizaba algo de algarabía porque hablábamos en voz un poco más alta, el funcionario amenazaba con que o nos callábamos o no comunicábamos.

Cuando yo comienzo a conocer las cárceles, había mayoría de población reclusa de raza gitana, ahora son los inmigrantes. ¿Querrá decir algo? ¿estará relacionado con la pobreza?. Dentro de los presos y presas había chavales/as de familias desestructuradas y no tan chavales; muchos de ellos fueron miembros de la COPEL (Coordinadora de Presos en Lucha), asociación de presos y presas que con su lucha llegaron a ser autónomos y llevar el control interno de las cárceles.  Más tarde vieron como su trabajo se desvanecía por “culpa” de las drogas.

Estamos hablando de unos años en que, a base de protestar y luchar, tuvimos acceso a visitar a los jueces de vigilancia, porque siempre había un funcionario que hacía de protector de Su Señoría y no nos recibían. No éramos muy queridos y siempre recibíamos amenazas, tanto por miembros del juzgado como de la institución penitenciaria, que tenían todo el poder en sus manos. Los jueces, por supuesto, no visitaban las cárceles. Desde la cárcel no les daban ninguna información de su situación. O sea, total indefensión para los presos/as y sus familiares, que nunca sabían cuando iba a terminar aquella condena.

Daroca se abre en el año 1985 para los primeros grados, presos peligrosos, y la llenaron con la población penitenciaria de menos de veinticinco años que estaban en Ocaña (Toledo).

Huesca tenía fama de “talego para psicópatas”, lo que no era cierto, ahora todos los enfermos con algún tipo de patología mental están hacinados en Picassent (Valencia). Teruel era para menores, y Zaragoza era prácticamente una cárcel de paso, porque desde allí, cuando los clasificaban -que tardaban meses y meses- y observaban, les ponían la etiqueta de peligrosos y los mandaban a los penales: Ocaña (Toledo), Puerto de Santa María (Cádiz), etc.., lejos de sus familiares y amigos/as. Dispersión, alejamiento, humillaciones, vejaciones, palizas.  Las personas presas, antes y ahora, viven en un régimen de doble privación de libertad, no teniéndose en cuenta los derechos promulgados en la Constitución.

Cuando una persona entra en prisión, ya ha desaparecido de la sociedad, podemos decir que su vida se queda anclada a la edad en que conoció la cárcel. Los funcionarios se encargaban de que no se enteraran de la realidad que vivía el país, no dejando ningún medio de comunicación en sus manos. Las familias no les contaban según que experiencias para que no sufrieran, era todo una mentira, salvo el cariño hacia sus seres más desprotegidos, a los que no abandonarán nunca.

En Zaragoza se denunció la falta de atención médica; a todos los enfermos/as se les suministraba la misma pastilla. Los trasladaban al  hospital cuando los funcionarios consideraban, no había seguimiento de las enfermedades. Supimos que el médico aceptaba sobornos. La alimentación era  siempre escasa y en malas condiciones. Hasta que no cesaron al director de la cárcel no paramos de sacar notas en la prensa y de hacer actos de protesta en la cárcel. También cesaron al director de la cárcel de Huesca.

Posteriormente supimos que en Zaragoza, al que habían cesado de director,  le habían dado el cargo de criminólogo (persona importante en la Junta, que decide sobre la libertad de los presos/as). En la institución penitenciaria, los ascensos se otorgaban según los años de antigüedad y simpatía con el régimen.

Sólo había cárcel de mujeres en Zaragoza.  La población reclusa femenina era mucho menor, así que habilitaron lo que más antiguamente era la capilla de aquel edificio y ¡ya está!: una cárcel de mujeres. Se montó una comisión de personas representativas de esta ciudad y, con permiso de la institución en Madrid, nos dejaron visitar la cárcel de Torrero.

Siempre recordaré cómo vivían aquellas mujeres, algunas de ellas con sus bebés. Existía una sala común, donde reinaba un cubo de basura de los grandes. Habían limpiado la cárcel tan bien que en la enfermería había exclusivamente una camilla y un armario con escasas medicinas perfectamente colocadas.  En un hueco, donde parecía haber habido un armario, pusieron la biblioteca, a la que podían acceder según la funcionaria al cargo y dos habitaciones con literas, en las que tenían que tener cuidado al levantarse y vestirse, para no tropezar con la compañera.

Hubo un brote de sífilis que afectó a mujeres y hombres. Nada que decir de la atención ginecológica, que era nula. Y los niños vivían, desde que nacían, presos como sus madres, aguantando los varios recuentos que hacían al día y sin poder calentarles ni la leche.

La comida les llegaba del departamento de hombres, por lo que siempre se la comían fría. Con estos ejemplos no podemos transmitir todo lo que una persona presa sentía ante tanta injusticia. Así que cada vez se tenían más ganas de luchar para cambiar todas las condiciones insalubres, dejación de velar por la salud de las personas, traslados arbitrarios, palizas, que nos llegaban a través de las presas y presos.

Entramos a pasar una tarde en la cárcel de hombres con un grupo de rock, pero no dejaron que las chicas lo disfrutaran, a pesar de todo, por una vez nos divertimos juntos.

Era por el año 1985 cuando comenzaron a practicar análisis de VIH masivamente en las cárceles, comunicándoles a los infectados/as su contagio como si de una lotería se tratara.

Sin embargo, sólo los presos/as saben que en el penal de Huesca donaban sangre regularmente, sin ningún tipo de prueba que certificara la salud previa de los donantes. El contagio masivo por omisión merecería haber sido juzgado y condenado por genocidio a sus responsables.  El ocurrido en las prisiones de este país no interesa, quizás porque sus causantes siguen en activo … Presos y presas que murieron presos/as.

Luchamos por la aplicación del antiguo artículo 60 del Reglamento Penitenciario (excarcelación por padecimiento grave e incurable), a la par que la alarma crecía entre la población reclusa, ya que veían morirse a sus compañeros sin recibir los cuidados ni medicinas adecuadas. Los excarcelaban a dos días de su muerte, algunos de ellos morían en el Hospital Provincial custodiados por la policía y con el horario normal de visitas. Quedaba lejos el poder morir en tu casa, con tu familia.

Comenzó a funcionar el Comité Anti-Sida, por la necesidad de difundir la verdadera información y prevenir los contagios. También las visitas al hospital eran continuadas y el seguimiento de la enfermedad, siempre en contacto con los médicos de los hospitales y consiguiendo del juzgado de vigilancia permisos especiales para poder ver a los enfermos, ya que era la policía quién decidía las visitas, según el humor que tuvieran ese día.

Se sabía que el compartir las jeringuillas era lo más usual entre los toxicómanos/as. Como forma de prevención, en el Comité Anti-Sida se repartían jeringuillas nuevas. En muchas farmacias se negaban a venderlas, por lo que también se visitaron, haciéndoles una encuesta. Y en la cárcel, por lo general, había una jeringuilla, introducida ilegalmente, que alquilaban y utilizaban de unos a otros/as.

Había un trabajo de calle personalizado; se visitaron clubs de alterne, se contactaba con las mujeres que estaban en la calle, en fin, que se fue convenciendo a las mujeres que se prostituían que no dejaran de usar preservativos, podían recogerlos gratis en el local del Comité, unas mujeres traían a otras. Tenían y tienen como referencia al Comité. Al comienzo de los contagios, insisto, debido a la mala información de los medios, el problema era de las prostitutas, nadie siquiera se planteaba ¿quién contagiaba a quién? Posteriormente se vio que a muchas mujeres que confiaban en sus maridos éste las había contagiado.

En una ocasión, la policía, en los alrededores del Comité (c/ Pignatelli) detuvo a una compañera que estaba hablando con una de las visitantes al centro y durmieron en comisaría. También los policías encontrándose a unos metros del Comité registraban a los toxicómanos/as y les rompían las jeringuillas limpias. Viendo que no les importaba el trabajo de salud que se estaba realizando, se solicitó una entrevista para explicarles lo importante que era la prevención, a la cual nos dedicábamos, y que dejaran de entorpecerlo, permitiendo a las personas que entraran y salieran del Comité sin ser continuamente registrados, amenazados …

Se hacían visitas a los hospitales y seguimiento de las personas enfermas. Acompañamiento y cariño para las personas que no tenían familia o vivían muy lejos y no se podían desplazar.  En este sentido había un trabajo de colaboración entre el Comité Anti-Sida y la AFAPE.

Hemos visto morir a tanta gente y en tan malas condiciones sanitarias, de higiene, de cuidados paliativos, falta de comida apetecible, adecuada para una persona enferma en estado terminal…

Se realizaron unas jornadas de Comités del Estado español, ya que comenzó la coordinación con otros grupos de cárceles y comités Anti-Sida a nivel estatal (Galicia, Madrid, País Vasco, Valencia, Cataluña) que a posteriori han sido muchos más.  En estas jornadas se elaboraron unos dípticos que, a través de cartas, conseguimos hacer llegar al máximo de cárceles posible. En ellos se les explicaban a los presos/as cuales eran sus derechos.

La correspondencia en la cárcel es imprescindible, es uno de los medios más rápidos de contacto con el exterior, así conseguíamos entrar y sacar información, a pesar del control que se ejercía a los presos/as que mantenían correo con la AFAPE. No había otra forma; teníamos todas las puertas cerradas.

La heroína y demás estupefacientes cambiaron las circunstancias de lucha en las cárceles: ya no tenían/tienen tiempo para pensar, para denunciar, preferían estar sentados en el patio, olvidándose de donde y cómo estaban y esperando cuando les llegaría la libertad.

Carmen López