MEMORIAS DE MONCASI
En el principio fue El Uno. Y no, no estoy hablando de Dios. En realidad todavía no era El Uno. No lo sería hasta que abrieran el Dos, en el camino de Las Torres, unos años después. Era el Bohemios, en el semisótano de la calle Moncasi nº 5. Cuando lo abrieron había colchonetas en el suelo y ponían música ¡clásica! No sé el año exacto, yo creía que era hacia 1974, pero me aseguran que fue más bien hacia 1971. Desde luego Franco vivía y coleaba. Recuerdo una redada de la pasma allí buscando, no drogas, sino comunistas.
Poco a poco irían abriendo otros bares musicales para dar forma al nuevo ambiente juvenil que se estaba formando. Me vienen a la cabeza el Lumpen y el Garito, por el Mercado Central, el Musical Box, El Rollo, el Pachá y el Bohemios-2, que se convirtió enseguida en el principal punto de reunión.
1975 fue un año decisivo y no sólo por la muerte del dictador. Yo era un universitario de Letras de diecinueve años y desde hacía tres ó cuatro era lo que luego se llamó un “compañero de viaje” de los comunistas. Pero el marxismo-leninismo desde luego no colmaba nuestras ansias de conocimiento y libertad. Ahora se denomina pre-transición y se reivindica el período que va de 1969 a 1973/74 y desde luego que entonces la cultura –aparte de los amigos y el alcohol, por supuesto- era nuestra principal ventana al exterior y válvula de escape. Libros, películas y discos.
Hoy puede resultar difícil imaginar la importancia que tuvieron para nosotros en los primeros setenta cosas como el boom de la literatura latinoamericana (los relatos de Cortázar y después Rayuela, Conversación en La Catedral de Vargas Llosa, El obsceno pájaro de Donoso, la poesía y El arco y la lira de Octavio Paz, Paradiso…) o los libros de los disidentes del marxismo y el psicoanálisis (Marcuse, Fromm y, sobre todo, Whilhelm Reich). O que los cineclubs fueran entonces lo más parecido a lo que hoy puede ser ir a un concierto. En las salas de los colegios mayores nos vimos todas las “nuevas olas” del cine europeo (la nouvelle vague, el free cinema, el neue deutsche film…), incluidos los países del Este, casi todo Buñuel (Nazarín, El Angel Exterminador), Bergman y delicias sueltas como Golfus de Roma, El baile de los vampiros o Corredor sin retorno. En cuanto a la música, si a finales de los sesenta nos había llegado el beat inglés, el rhythm’n’blues, el soul…, en los setenta nos fue llegando una avalancha de vinilos de sonido excitante y free. ¡Llena tu cabeza de rock!, Blood Sweat & Tears, Coltrane y Miles Davis (Bitches Brew), Soft Machine, McLaughlin, Zappa y su Hot rats, Tangerine Dream, Archie Shepp…
Pero más decisivo que todos estos impulsos por separado fue el hecho de que, alrededor de ese año de 1975, se empezó a extender el consumo de drogas –hachís y ácidos, ya que las anfetas eran moneda corriente entre los estudiantes- que antes sólo se daba en círculos muy restringidos. Ya se sabe que las drogas, al contrario que el sexo, es una experiencia decreciente. El sexo se supone que lo vas disfrutando más con la práctica, sin embargo las primeras experiencias con las drogas son cimas para siempre jamás inalcanzables. Para nosotros supusieron una revolución personal sin precedentes. En definitiva, igual el tan manido desencanto se produjo cuando nos dimos cuenta que la revolución política y social no se iba a producir nunca y trasvasamos nuestro idealismo a la prosecución de una revolución personal. La revolución sexual, las comunas, el hippismo, la antipsiquiatría, el arte pop, el absurdo y la transgresión, la contracultura en suma, sustituyeron en un santiamén a los Marx, Engels, Freud o Nietzsche anteriores.
Dejamos los estudios ese mismo año y empezamos a viajar (la muerte de Franco me cogió en Montreal, al año siguiente me libré de la mili en el consulado de Londres), luego pasé unos años yendo y viniendo a Barcelona, pero sin perder nunca el contacto con la ciudad. Cada vez que volvía había algún nuevo garito recién abierto. Calculo que sería 1978 cuando me dijeron que un colega había cogido el Bohemios 1 y había muy buen ambiente.
En realidad Jose le había cambiado el nombre y ya no se llamaba Bohemios, sino El Golem, aunque esto no lo sabía casi nadie. Pobre José, quién iba a pensar que ese Golem –una especie de criatura de Frankenstein, creada por un cabalista de Praga- sonaría con los años como una premonición trágica y acabaría, también él, destruyendo a su creador.
El núcleo de la clientela lo formaban gente dos ó cuatro años más joven que yo, provenientes del Instituto Pignatelli, ya ajenos al marxismo, algunos anarquistas militantes (Juanjo o el mismo Patillas), la mayoría vagamente libertarios. Varios venían del grupo de teatro -La Mosca- algunos empezaban a hacer música juntos, otros escribíamos poesía…, como Rimbaud éramos poetas-contrabandistas. En diciembre de 1978 publicábamos en Barcelona el primer, y último, número de El Sueño del Idiota. Revista de creación gráfica y literaria, con colaboraciones de poetas y estudiantes de Bellas Artes zaragozanos y barceloneses. Leíamos entonces mucha literatura decimonónica (postrománticos, decadentes, góticos, simbolistas, premodernos…), autores como Baudelaire, Lautréamont, Novalis, Lovecraft, De Quincey (mi preferido, por sus Confesiones y Del Asesinato), pero también libros como el Diario del ladrón de Genet o Miedo y asco en Las Vegas. Las largas melenas todavía imperaban y el nexo de unión eran las drogas y la música compartidas. Había un desprecio del trabajo asalariado absoluto (Vivir sin trabajar/ Vivir sin trabajar/ La vida pirata la vida mejor/ ¡Ohh, la botella de ron!) y un flirteo con la idea un poco romántica del delito. El trapicheo estaba a la orden del día y era casi general, lo que hizo que la recoleta calle Moncasi pronto se convirtiera en una “pequeña Amsterdam”, con una hilera de grupitos e individuos apostados a lo largo de la calle con sus barritas y tripis. Como es natural enseguida fue llegando otra gente, entre ellos algunos verdaderos delincuentes.
La música que sonaba en El Uno reflejaba perfectamente el período de transición en el que estábamos. Al lado de los inevitables Lole y Manuel, Triana, Lou Reed, JJ Cale, Tequila o los Stones, ya se escuchaban allí los discos de Roxy Music, Eno, Ultravox, John Cale, Talking Heads, Clash, Ian Dury, Kraftwerk o Joy Division. Yo me corté la melena en la navidad del 78: la new wave y el punk estaban irrumpiendo en nuestro país.
Pero, mientras tanto, Jose fue encarcelado tras una redada en el bar y ahí pasaría uno o dos años con intento de suicidio incluido. Cuando esta noticia salió en el periódico, El Uno empezó a llenarse de indeseables en busca de carnaza. Pilar, la novia de Jose, y luego su hermano “Venancio” aún lo mantuvieron abierto unos meses, pero en 1980 el Bohemios 1 cerró definitivamente sus puertas. Eran los tiempos en que una nueva e insidiosa droga empezaba a introducirse, muy poco a poco pero de manera imparable, en nuestros ambientes. El caballo empezaba a cabalgar sobre Moncasi.
Al cerrar El Uno la basca buscó refugio en garitos cercanos: Brujas, La Ideal, Parrots, Crepa… o más lejanos como Piccolos o Barrio Verde. Por entonces debieron abrir el Ilium (luego, Interferencias) y allí fuimos también todos. Yo, tras unos intentos ruinosos de montar conciertos de nueva ola a primeros de 1980 (Paraíso y Aviador Dro) seguía viviendo más en Barcelona que aquí y en una de mis visitas me encuentro abierto de nuevo el viejo sótano de Moncasi, totalmente remozado. Había nacido el Escaparate.
Me cuenta Paco (el Moro) que estaban dando los últimos retoques antes de inaugurar cuando saltó la noticia del intento de golpe de Estado de Tejero, o sea que la datación es clara: febrero de 1981. El Escaparate no tenía nada que ver con El Uno, de hecho era un bar de diseño (un poco cutre, pero diseño; Suso, el otro dueño, es un artista gráfico), un bar nuevaolero y moderno. Mientras en El Uno había un ambiente un poco “cerrado” y bastante apalancado, el espacio central del Escaparate era una pequeña pista de baile. Las drogas ya no tenían el protagonismo, que volvía al alcohol y, de nuevo, a la música. A través de Pol y Fina Gayoso se surtían de las novedades de Londres. Ramones, The Jam, Undertones, Cramps, Siniestro Total, Dead Kennedys, D.A.F., Gabinete Caligari… eran parte de su extensa banda sonora. Pese a que a algunos viejos hippis y rockeros les parecieran un poco moñas y a alguna pelea con los punkis del Arrabal amigos del Cota, lo mejor del Escaparate era la convivencia que se daba entre los diferentes grupos de jóvenes: rockeros, mods, rockabillys, punks, tecnos, vanguardistas, gays, camellos o marchosos sin más, juntos alrededor de la música y de ese “espíritu de Moncasi”, que era algo equivalente a libertad y modernidad.
En enero de 1982 abríamos las puertas de Disco-Shop Piratas en el nº 13 de Moncasi, una minúscula tienda donde vendíamos discos de importación y de los recién nacidos sellos nacionales, discos de segunda mano (que habían dejado de venderse en Zaragoza hacía tiempo), maquetas, fanzines y chapas. Enseguida empezamos a publicar nosotros los fanzines y los cassettes, y aquello se convirtió en un foco importante en la escena local. Un hito fue la edición de un cassette –Zaragoza, capital del desierto. Vol. I- a raíz de uno de los increíbles conciertos que se celebraban en el Escaparate. En este caso las actuaciones eran del 18 de octubre de 1982 (la cinta salió a principios del 83) y los grupos en directo son Parkinson, IV Reich y mi propia banda, Bulbo Raquídeo, sin duda los grupos más representativos de Moncasi, junto con Golden Zippers (los que más se lo curraban), Alta Sociedad y otros más efímeros como Cloacas Callejeras, Makinaria de Suspiros, Barra de Punk o Sistema de Alarma. También pululaban por ahí gente de los Cocadictos (grandes rivales de IV Reich), Dr. Simón y los Enfermos Mentales y Ángel Petisme y su ¿Qué es el Optimismo?
Otro momento importante fue el Festival Especial Mutantes, que organizamos en el recién abierto Caligrama, en febrero de 1983, con Bulbo Raquídeo, Grupo Divisione Industriale (antes, Sistema de Alarma) y los barceloneses Error Genético, que prefiguró la línea por la que nos íbamos a decantar nosotros, más orientada a la experimentación, el ruido, la electrónica y, en suma, el extremismo gráfico, ideológico y sonoro. Burroughs, Ballard y la ficción especulativa, grupos de sonido “industrial” como S.P.K. o Throbbing Gristle serían nuestras nuevas referencias. Con el tiempo fuimos derivando a corrientes más próximas a la “tradición de la vanguardia” (valga el retruécano) como la electroacústica, la performance, el videoarte, el arte postal, la poesía visual y sonora, etc.
Casi un canto de cisne de los grupos de Moncasi fue el Concierto desde el III Mundo por el Hambre en Nueva York que, en un ejercicio de socarronería muy aragonesa, organizaron en el cine Venecia los grupos Parkinson (una de sus últimas actuaciones), IV Reich (aún durarían unos pocos años más), Más Birras (recién nacidos de las cenizas de Golden Zippers) y unos Gastos Aparte de los que no me acuerdo. Era junio de 1985 y se producía el primer relevo de las nuevas bandas zaragozanas con el surgimiento de grupos como los ya citados Más Birras (los mejores continuadores del espíritu moncasiano), Especialistas, Parásitos, Manolo Kabezabolo, John Landis Fans y otros.
Cuando a primeros de 1984 cerré la tienda, hacía ya un tiempo que el Escaparate sólo abría los fines de semana y pronto lo traspasarían. Yo me subí los bártulos a mi piso en la calle Vasconia y fundé el Sindicato de Trabajos Imaginarios (STI), cuyo ámbito de acción tenía muy poco que ver con Moncasi y fue haciéndose cada vez más internacional.
Moncasi empezaba su declive, apenas mitigado por la pujanza del Interferencias, de Miguel e Inma, que resistió numantinamente durante años. Después de un breve período en que la mescalina había aportado su fulgor y su buen rollo, la heroína y la cocaína empezaban a extenderse y a viciar el ambiente de manera irreversible.
Quiero terminar estas memorias con un recuerdo para aquellos que sucumbieron en el camino, por desgracia demasiado numerosos para nombrarlos a todos. Juanjo, su hermano Josi y la mujer de éste, Lola, Fernando el Indio, Charo, Consuelo, Troncho, Charly, Luis (el marido de Carmen), Maite, el pequeño Santi, el loco Pedrito, Javi de los hermanicos, Miguel e Inma, Pilar, Quino (seductor, guitarrista y cantante de Kaos y, temporalmente, de Parkinson y Más Birras), el gran Mauricio y dos personajes muy especiales: la Pati, musa de la movida moncasiana que tocó el bajo tanto en Parkinson como luego en IV Reich y, por último, mi socio y principal colaborador, tanto en Disco-Shop Piratas como en el STI y en Bulbo, Ayrton, un portentoso creador (Visor X, Sistema de Alarma, Grupo Divisione I.) Todos ellos bellas personas, algunos excelentes, que se vieron privados de la visión de la vida desde el recodo del camino.
Viriato