AGUSTINA LA ÚNICA HEROÍNA Y OTRAS HISTORIAS MADALENIENSES
A finales de los 80 La Magdalena era un barrio degradado, con viviendas deterioradas y calles en mal estado. La gente joven que podía se marchaba a otras zonas de la ciudad. Pese a su privilegiada situación de casco histórico estas calles habían olvidado su pasado.
Época de paro y heroína, de punk y rock’n’roll. A pesar de los socavones y las fachadas desconchadas y grises o precisamente por eso, a La Magdalena (o Madalena, que decimos los del barrio) venía a conspirar un montón de buena gente, con el nada turbio afán de enderezar un poco el mundo. La calle San Lorenzo hervía a la hora del vermú todos los días de la semana. Entonces aún no estaba prohibido estar en la calle, sentados en las aceras, charrando en cuadrillas.En el año 86 un grupo de gente de los bares de la zona ( Gallizo, La Pluma, 44, La Estaca de Luisiño…) se juntan para dar alguna respuesta al problema de la heroína. Se lanza la campaña “Agustina, la única heroína” y se intenta adecentar los espacios más degradados y lanzar un mensaje de apoyo a la juventud del barrio.
Otras iniciativas van surgiendo: las “Fiestas del Privar” con la implicación de diversos colectivos del barrio, las “Bolinguiadas” de la K.U.B.A, y poco después la I Semana Cultural de La Madalena. La iniciativa parte de algunas personas, de la gente de los bares y de organizaciones como la Asociación de Vecinos Lanuza-Casco Viejo, la A. Barrio Verde, la peña Entalto… Se celebró en el mes de mayo y fue un éxito rotundo.
En principio Barrio Verde había sido una guarida de porreros y otras gentes aficionadas al trasnoche, la tertulia y la parranda, en la calle San Agustín, que ante la desbandada de la gente que llevaba el bar decidieron asumirlo entre todos para no perder ese espacio de encuentro. Se montaron una Asociación con inquietudes bastante lúdicas y un poco culturales. Fue un espacio divertido e inquieto, que tuvo su momento “de gloria” el día que la Unidad de Vigilancia Especial (UVE) de la policía local tuvo la desafortunada idea de entrar a suspender un concierto con las porras en la mano. Aquella misma noche los asistentes al concierto se repartieron por todas las comisarías de la ciudad con la intención de denunciar a la local y se relanzó una campaña contra la UVE que forzó a cambiar el nombre de esta unidad policial para lavarles la imagen.
Puestos a salvar bares se repitió la historia con “La Vía Láctea”, y hubo que elegir, abandonando el viejo “Barrio Verde” y apostando por éste espacio en la calle Dr. Palomar, donde continúa hoy en día.
En consonancia con sus inquietudes lúdicas y festivas Barrio Verde acabó llevando el peso de las Fiestas del barrio. La Semana Cultural prosiguió su andadura, se mantuvo en el mes de mayo durante los primeros años, pero lluvias recurrentes decidieron que se cambiara la fecha y se hiciera coincidir con la noche de San Juan. A partir del año 91 se organizó alrededor del 23 de junio. De esta manera fue la hoguera en el parque Bruil lo que vino a ser el plato fuerte del programa. La fiesta de Sanjuán fue además uno de los pocos espacios de encuentro con la comunidad gitana del barrio. Alrededor de la hoguera compartimos vino, caracoles, chorizos y patatas.
Se creó un grupo de diaples que diera chispa a ésta fiesta, a la que aportaron emociones y sobresaltos: cuando no quemaban sus propios bolsillos llenos de petardos (hasta que se decidió quitar los bolsillos de los trajes) perseguían a todo el que se les ponía por delante, llegando a ser la colla de diaples más temida de la ciudad. Son cosas de la dinamita, que ciega la razón.
Otros grandes momentos de la Semana Cultural fueron los conciertos, casi siempre en la plaza San Agustín, salvo los tres años que estuvo cerrada por obras que se hicieron en la Plaza Asso: Mas Birras, Potato, La Gran Orquesta Republicana, Skalectrics, Camálics, Los de Otilia, Skabeche, Banda Hachís, Desmascaradas, Rapsus Klei, el Leo… y tantas otras bandas que vinieron por poco dinero (muchas veces por nada) e hicieron posible la fiesta.
Otra propuesta que desde el primer año fue acogida con alborozo y gran participación fue el Cabaret. En el pequeño escenario de La Vía láctea fueron desfilando los vecinos y vecinas más descarados para mostrar su arte o su falta de él: cantantes desafinados, coreografías más o menos logradas, y todo tipo intervenciones artísticas pasaron a formar parte ineludible de la Semana Cultural.
En el año 99 hay un momento de crisis y renovación en Barrio Verde. El barrio ha ido cambiando y un montón de colectivos han encontrado en La Magdalena un espacio propio. La voluntad de sumar a otra gente en la organización de la Semana Cultural choca con inercias, con remover el protagonismo de Barrio Verde en este evento y abrir espacios para la implicación de otros. La respuesta se hará esperar, pero Radio Topo dará el primer paso y poco a poco el resto de los colectivos se irán sumando a una Semana Cultural empeñada en crecer. En ese momento la Semana Cultural pasa a ser tarea de muchos y se empieza a vivir como la Semana Grande del barrio.
Algunas cosas son ahora más difíciles: en el punto de mira de algunos vecinos que no entienden de fiestas, de espacios públicos, de encuentros, un simple : “me molesta” provoca un año sí y otro también denuncias contra actos autorizados.
La hoguera de San Juan, tantas veces encendida en el solar de “sementales” y junto a la que esperábamos el amanecer en la noche más corta del año se tuvo que trasladar al parque. En aquel solar mucho tiempo prometido como ampliación del parque Bruil y espacio para instalaciones sociales se construyeron un montón de viviendas de “alto standing”. Ahora la hoguera es denunciada por algunos de éstos nuevos vecinos desde que comienzan los preparativos por la mañana. Quizás les indujeron a creer que con el piso se habían comprado también el parque.
A las dos de la madrugada, cuando apenas lleva dos o tres horas encendida las autoridades municipales nos obligan a apagar la hoguera: ahora sí es la noche más corta del año y el que pretenda seguir la fiesta hasta el amanecer comete una ilegalidad. Ya no se aparecen las hadas en esa hora mágica en que las primeras luces enfrentan la oscuridad, y si ellas siguen acudiendo nosotras ya no estamos allí para verlas.
El ayuntamiento obliga a abonar fianzas “preventivas” a las asociaciones que quieran hacer actos en las calles, y al final los espacios públicos son un negocio, y el ayuntamiento la empresa que lo gestiona.
Y respecto al barrio, tan cambiado, con sus calles ya sin socavones y las fachadas pintadas de colores… ya no es fácil encontrar una vivienda asequible en La Madalena, y muchos de los jóvenes que ahora querrían vivir aquí no pueden hacerlo.
A lo largo de todo este periplo ha habido de todo: años de arrancar a duras penas y resolverse dignamente pese a todo, otros de amagar una energía inicial que llegado el momento del tajo se disolvía como jirón de niebla. Ha conseguido quemar y desesperar a muchos de los que le entregaron alma y corazón y hemos oído repetidas veces: “nunca más me meto en éste lío”.
Pero el último domingo de cada Semana Cultural prendemos la traca final cansados, aliviados, y satisfechos. Y pensamos en todos los vecinos rabiosos que atrincherados en sus guaridas y asustados de las calles, de las fiestas y de la posibilidad de encontrarse junto a las personas con las que comparten un barrio, esperan que eso no se repita nunca más. Es inevitable entonces sonreír y brindar con champán para que el año siguiente la hoguera sea más larga, los petardos más grandes, la música suene más fuerte y que sea cada vez más gente la que sienta la fiesta como propia.
Eva Sastrón Tomillo