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zaragoza rebelde – 1975, 2000 – movimientos sociales y antagonismos

POR LA PERIFERIA DE LA IGLESIA CATÓLICA. OTROS MODOS DE VIVIR LA FE CRISTIANA


Si nuestros pasos por el barrio de Delicias nos llevaran hasta el nº 32 dpdo. de la calle Terminillo sólo veríamos un bloque más de pisos. Nada queda en pie de la antigua sede del CODEF (Centro Obrero de Formación); el edificio amenazó ruina en los primeros años del siglo XXI y se optó por derribarlo tras haber cubierto una dilatada trayectoria como centro socio-cultural, albergar una comunidad cristiana y servir también de lugar de reunión semanal, durante varias décadas, a la Coordinadora Zaragozana de CCP (Comunidades Cristianas Populares).

CCP arranca en Zaragoza con el franquismo, franquismo final, sí, pero franquismo, con todas las connotaciones políticas que una dictadura conlleva. Las primeras reuniones del embrión de coordinación entre las pequeñas comunidades tienen lugar en la primavera del 74 y no habremos olvidado que Franco muere en noviembre del 75 y que todavía, en septiembre de ese año, se ejecuta a cinco hombres: tres de ETA y dos del FRAP, en medio del clamor popular e internacional pidiendo la conmutación de la pena capital.

Nacen además las comunidades en un contexto eclesial dominado por el nacional catolicismo, o lo que es igual, la connivencia profunda entre la Iglesia-institución y el poder político. Los obispos-procuradores en las Cortes franquistas son exponentes de esa alianza Iglesia-Régimen. En nuestra propia Iglesia local contábamos con uno de ellos: el arzobispo Cantero Cuadrado.

Voces aisladas y minoritarias rompían esa imagen de Iglesia de derechas, tradicional y conservadora: Tarancón o Iniesta, a nivel de jerarquía; parroquias de barrios obreros, con sus curas a la cabeza, se alineaban en contra de la situación y muchas de esas iglesias eran el último refugio que le quedaba a la clase trabajadora para poder expresar sus reivindicaciones: asambleas y encierros se celebraban en algunas de la periferia de las grandes ciudades, así como en ciertos pueblos, caso de Fabara. Fue precisamente la decisión de Cantero Cuadrado de suspender al cura de ese pueblo, por sus opciones nada ortodoxas en la Iglesia del franquismo, la que originó la primera coordinación eclesial para responder de forma organizada a lo que era una agresión directa a cualquier disensión dentro de la ella.

Una opción meridianamente clara era no hacer de CCP una Iglesia de izquierdas como reacción a tantos años de sometimiento. Queríamos ser una Iglesia del pueblo que viviese su compromiso sociopolítico con las mediaciones que el pueblo y la sociedad tiene y tenía: partidos, sindicatos y organizaciones populares. A diferencia de otras opciones habidas en las comunidades del Estado español, las de Zaragoza nunca firmamos comunicados políticos ni pertenecimos en bloque a una misma opción política. Pluralidad que hoy sigue vigente.
De este modo las comunidades van formándose en los 70-80 en los barrios zaragozanos, integradas por gente trabajadora o por quienes, desde la clase media, habían realizado una opción de clase y se habían instalado allí. Los barrios eran, dentro del discurso ideológico de entonces, un lugar de acción privilegiado. Allí se completaba el ciclo de explotación sobre la clase obrera por parte del capital y se podía llevar a cabo en las labores de concienciación una metodología bien querida por nosotros: el asamblearismo, el trabajo de base, alejado de la férrea estructura de los partidos, en aquel entonces de «el» partido, con un centralismo democrático del que muchos aborrecíamos o al que otros acusaban de revisionismo desde su militancia en opciones mucho más izquierdistas.

Podemos abrir aquí una variedad de interpretaciones sobre qué marcó nuestra afiliación minoritaria a partidos políticos.

Podía ser la herencia de mayo del 68, queriendo saltar por encima de los esquemas políticos clásicos y reivindicando la anarquía que también creíamos percibir como sintonía de fondo en las narraciones evangélicas.

Podía ser un exceso de purismo inconformista pero desvinculado de un compromiso formalizado y concreto. La realidad era imperfecta en sus concreciones y no queríamos mancharnos las manos optando por ninguna de ellas.

Podía ser un intento de universalismo. Los cristianos debíamos ser fermento de unidad entre las distintas opciones partidistas de la clase obrera que era, sin lugar a dudas todavía entonces, la que iba a realizar la revolución.

Quizás un poco de todo, de modo que la afiliación a partidos en el seno de CCP se materializó en los 70, y comienzo de los 80, en un reducido grupo de personas que militaba en dos pequeños grupos de la extrema izquierda: Partido de los Trabajadores (antigua Larga Marcha Hacia la Revolución Socialista), y Organización Revolucionaria de los Trabajadores que, con el tiempo, llegaron a fusionarse bajo las siglas PT, Partido del Trabajo, con la impresión de haber avanzado un buen trecho en la construcción de la izquierda, siempre con el estigma del cainismo a sus espaldas. Concurrió el PT a las primeras elecciones municipales, alcanzando el inimaginable resultado de dos concejales en Zaragoza.

Sin duda la presencia fuerte de los miembros de CCP fue en el movimiento vecinal. Allí nos movíamos como pez en el agua. Primero en la clandestinidad, a través de los Comités de Barrio, y luego ya, avanzada la transición, a través de las AAVV, antiguas Asociaciones de Cabezas de Familia creadas por el franquismo. Llegó a haber en los primeros 80 un copo de las presidencias de las AAVV más significativas: hasta seis de ellas estaban presididas por personas de CCP.

El espacio de los barrios se compartía con el Movimiento Comunista, que llegaba a nombrarnos, a nuestro pesar, como el Partido Cristiano. El entendimiento era fácil y se traslucía en la composición del Secretariado de la FABZ. El primero de ellos, presidido por dos hombres de comunidades, más dos del MC y uno del PCE, en aquel entonces en estado latente en las AAVV.

Se trataba de un movimiento reivindicativo desde lo más elemental: asfalto y alumbrado, creación de centros educativos públicos, consultorios médicos, transporte público… Y que también abordaba problemas de más calado, prueba de lo cual fue la participación posterior en el movimiento pacifista y ecologista, así como en la solidaridad internacional, aunque ya para esas alturas la democracia se había afianzado y los militantes iban abandonando el espacio vecinal, bien por afiliación a los partidos ya legales (PCE o PSOE), bien por su incorporación a las nuevas militancias o por simple replegamiento hacia el ámbito privado (desencanto).

¿Y el movimiento sindical? En los setenta, siguiendo con la línea asamblearia, se participaba a través de los Comités de Empresa, también en la CSUT (el sindicato afín al PT) y otro sector vinculado a CCOO. Todavía no se había legalizado a los sindicatos y todo se trabajaba desde la clandestinidad.

Entre las nuevas militancias de los 80, por orden de aparición e importancia, nombraría al Colectivo por la Paz y el Desarme, que cobró gran fuerza en Zaragoza por la presencia de la base yanki y por el referéndum anti OTAN. Entre las caras visibles del movimiento pacifista estaba miembros de CCP y la participación del resto era unánime. La marcha anual contra la presencia estadounidense en la base aérea de Zaragoza era ya una fiesta-encuentro que quedaba incorporada a nuestras celebraciones como una más.

La sintonía con las revoluciones populares en Nicaragua, El Salvador y Guatemala, en las que las comunidades eclesiales centroamericanas jugaron un papel protagónico que llevó en numerosas ocasiones al martirio desde sus obispos a los delegados de la palabra, hizo que también vibrásemos en las organizaciones de solidaridad internacional, bien apoyando las específicamente cristianas, como el Comité Oscar Romero, en 1985, o creando otras nuevas, como ASA también en ese año (pese a que ASA es una organización no confesional, la presencia de gente de CCP ha sido fuerte en su mantenimiento y labor). Apostábamos por una solidaridad con el convencimiento de que somos absolutamente dependientes Norte y Sur, que nuestro nivel de vida, del Norte se construye sobre sus carencia, las del Sur y que en palabras del teólogo Ellacuría debemos desclavar al pueblo crucificado hoy.

El movimiento feminista consiguió una adhesión muy minoritaria, pero los temas del feminismo sí que se desarrollaron entonces desde las Comisiones de Mujeres de los barrios. A finales de los 90 se formó el grupo de Mujer y Teología que, con gran dinamismo y entusiasmo, lucha por la dignidad de la mujer dentro de la Iglesia y por sus derechos, prácticamente inexistentes.
Otro fenómeno nuevo aparecido en los 90 con mucha más fuerza, aunque ya estaba presente a finales de los 80, es la priorización de los proyectos sociales, de la acción social, directa. Se comienza a entender lo sociopolítico desde nuevos modelos de análisis: el progresivo aburguesamiento de la clase trabajadora, el neoliberalismo que propicia la emergencia de una sociedad dual que produce a los excluidos como los «últimos» de nuestra estructura económica, y que a través de múltiples manifestaciones, gitanos, inmigrantes, drogadictos, minusválidos, enfermos de SIDA, jóvenes y mujeres en situación de precariedad, acercan hasta nuestras propias realidades lo que en nuestro discurso teórico queremos realizar: la opción por los más pobres y olvidados. De modo que, lo que antes habíamos desechado por paternalismo y asistencialismo cobra nueva vida como urgente y necesaria «acción social».

Muchas de nuestras reuniones generales las habíamos dedicado a la confrontación entre las luchas estructurales o coyunturales, asistencialismo o transformación social, poner tiritas o agudizar las contradicciones… para finalmente resolver las tensiones con una síntesis en la que la acción directa tiene sentido siempre que se enmarque en una revisión crítica del sistema económico y político que genera las exclusiones.

Y a través de las AAVV u otras estructuras asociativas se inicia, o continúa , con más fuerza en algunos casos, la puesta en pie de proyectos sociales que atienden a poblaciones desfavorecidas, como jóvenes o mujeres en situaciones de precariedad, deficientes físicos o síquicos, inmigrantes. Un objetivo común en todos estos proyectos sociales: crear tejido social, crear redes, no perder el sentido crítico y reivindicativo.

Concha Martínez Latre