Geopolítica de la hibernación

Internacional Situacionista

Documento publicado en el # 7 de Internationale Situationniste (abril-1962). Traducción de extraída de Internacional Situacionista, vol. II: La supresión de la política, Madrid, Literatura Gris, 2000

El "equilibrio del terror" entre dos grupos de estados rivales es el dato esencial más visible de la política mundial, y supone actualmente un equilibrio de la resignación: la de cada uno de los protagonistas a la permanencia del otro; y en el interior de sus fronteras, resignación de las personas a un destino que se les escapa tan completamente que la propia existencia del planeta se presenta como una ventaja aleatoria, dependiente de la prudencia y la habilidad de impenetrables estrategas. Ello implica decididamente una resignación generalizada ante lo existente, a los poderes coexistentes de los especialistas que organizan este destino. Estos hallan una ventaja añadida en este equilibrio por cuanto permite la rápida liquidación de toda experiencia original de emancipación surgida al margen de sus sistemas, sobre todo en el actual movimiento de los países subdesarrollados. Mediante este mismo engranaje de neutralización de una amenaza por otra -cualquiera que sea el protector que saque partido en cada ocasión- se aplastó el impulso revolucionario del Congo con el envío del cuerpo expedicionario de las Naciones Unidas (dos días después de su desembarco, a primeros de julio de 1960, las tropas de Ghana, que fueron las primeras en llegar, sirvieron para arrasar la huelga de transportes de Leopoldville), al igual que el de Cuba con la formación de un partido único (en marzo de 1960, el general Líster, cuyo papel en la represión de la revolución española es conocido, acaba de ser nombrado Jefe del estado Mayor adjunto del ejército cubano).

Ninguno de los dos campos prepara la guerra efectiva, sino la conservación indefinida de ese equilibrio a imagen de la estabilización interna de su poder. Ni qué decir tiene que ello deberá movilizar recursos gigantescos, pues es imperativo mantener siempre la escalada en el espectáculo de la guerra posible. Barry Commoner, que preside el comité científico encargado por el gobierno de los Estados Unidos de evaluar las destrucciones previstas por una guerra termonuclear, anuncia que una hora después de iniciarse habría 80 millones de americanos muertos, y los demás no tendrían esperanza alguna de seguir viviendo normalmente. Los estados mayores, que en sus preparativos no calculan más que en megabody (unidad que representa un millón de cadáveres), han admitido la futilidad de aventurar sus cálculos más allá del primer medio día, al carecer de información experimental para una planificación ulterior. Según Nicolas Vichney (Le Monde, 5 de enero de 1962) ya existe una tendencia vanguardista en la doctrina de la defensa americana que considera que "el mejor procedimiento de disuasión consistiría en la posesión de una gigantesca bomba termonuclear enterrada en el subsuelo. Cuando el adversario atacara se la haría estallar y la Tierra se dislocaría".

Los teóricos de este "Sistema del Juicio Final" (Doomsday System) han encontrado ciertamente el arma absoluta de la sumisión; por primera vez han traducido en poderes técnicos precisos el rechazo de la historia. Pero la lógica rigurosa de esos doctrinarios sólo responde a un aspecto de la necesidad contradictoria en la sociedad de la alienación, cuyo proyecto indisoluble reside en impedir la vida de las personas organizando su supervivencia (cf. la oposición entre los conceptos de vida y de supervivencia que Vaneigem describe más detenidamente en Banalidades de base). Así, con su desprecio de una supervivencia que pese a todo constituye la condición indispensable de la explotación actual y futura del trabajo humano, el Doomsday System sólo puede jugar el papel de ultima ratio de las burocracias reinantes, ser paradójicamente la garantía de su necesidad. Pero en conjunto, para ser plenamente eficaz, el espectáculo de la guerra futura debe modelar desde el presente el estado de paz que conocemos sirviendo a sus exigencias fundamentales.

A este respecto, el extraordinario desarrollo de los refugios antiatómicos durante 1961 constituye ciertamente el giro decisivo de la guerra fría, un salto cualitativo cuya inmensa importancia en el proceso de formación de una sociedad totalitaria y cibernetizada a escala planetaria será reconocida más tarde. Este movimiento ha comenzado en los Estados Unidos, donde ya el pasado enero, en su Mensaje sobre el estado de la Unión, Kennedy podía asegurar al Congreso: "el primer programa serio de refugios de defensa civil se encuentra en vías de ejecución, con la identificación, localización y reserva de cincuenta millones de plazas; y solicito la aprobación del apoyo otorgado por las autoridades federales para la construcción de refugios antiatómicos en escuelas, hospitales y centros similares". Esta organización estatal de la supervivencia se ha extendido rápidamente, con mayor o menor secreto, a los demás países importantes de ambos bloques. Alemania Federal, por ejemplo, se ha preocupado sobre todo por la supervivencia del canciller Adenauer y de su equipo, y la divulgación de las realizaciones en este campo ha provocado el secuestro de la revista de Munich Quick. En Suiza y Suecia se han instalado refugios colectivos excavados en sus montañas, donde los obreros enterrados con sus fábricas pueden continuar produciendo ininterrumpidamente hasta el apoteosis del Doomsday System. Pero la base de la política de defensa civil se encuentra en los Estados Unidos, donde numerosas sociedades florecientes como la Peace O' Mind Shelter Company de Texas, la American Survival Products Corporation de Maryland, la Fox Hole Shelter Inc. de California o la Bee Safe Manufacturing Company de Ohio, aseguran la publicidad y la instalación de gran cantidad de refugios individuales, es decir, edificados en régimen de propiedad privada para la organización de la supervivencia de cada familia. Se sabe que en torno a esta moda se desarrolla una nueva interpretación de la moral religiosa, afirmando algunos eclesiásticos que constituiría claramente un deber negar el acceso a estos refugios a sus amigos o desconocidos, incluso a mano armada, para garantizar así la salvación de su única familia. En realidad, la moral debe adaptarse a la situación para contribuir a perfeccionar este terrorismo de la conformidad que subyace a toda la publicidad del capitalismo moderno. Ya resultaba difícil de soportar ante la familia y los vecinos no tener el modelo de automóvil que permite adquirir determinado nivel de salario (siempre reconocible en las grandes concentraciones urbanas de tipo americano, puesto que la localización del hábitat se efectúa precisamente en función de dicho nivel de salario). Todavía lo será más no garantizar a los nuestros el standard de supervivencia accesible según la coyuntura del mercado.

Se consideraba generalmente que en Estados Unidos, a partir de 1955, la saturación relativa de la demanda de "bienes duraderos" provocaría una insuficiencia en el estímulo que el consumo debe proporcionar a la expansión económica. Se puede comprender así la extensión de la ola de todo tipo de gadgets que representan una excrecencia muy maleable del sector de bienes semiduraderos. Pero la importancia del refugio se revela plenamente bajo la perspectiva del necesario relanzamiento de esta expansión. Con la implantación de refugios y sus previsibles prolongaciones queda todo por rehacer bajo la tierra. Las posibilidades de equipamiento del hábitat deben reconsiderarse por partida doble. Se trata realmente de la instalación de una nueva durabilidad en una dimensión nueva. Estas inversiones subterráneas en estratos hasta hoy baldíos en la sociedad de la abundancia introducen por sí mismas un relanzamiento de bienes semiduraderos ya en uso en la superficie, como el boom de las conservas alimenticias, de las que cada refugio necesita un stock de la mayor abundancia; pero también de nuevos gadgets específicos como esos sacos de materia plástica para contener a las personas condenadas a morir en el refugio y a permanecer en él, naturalmente, con los supervivientes.

Es fácil darse cuenta de que estos refugios individuales que ya se han diseminado por todas partes jamás tendrán utilidad alguna -por negligencias técnicas tan burdas como por ejemplo la falta de autonomía en el aprovisionamiento de oxígeno- y que los refugios colectivos más perfeccionados no ofrecerían más que un margen muy reducido de supervivencia si, por accidente, se desencadenase efectivamente la guerra termonuclear. Pero como en todos los rackets, la protección aquí es tan sólo un pretexto. La verdadera utilidad de los refugios consiste en la medición -y por tanto en la consolidación- de la docilidad de las personas, y la manipulación de esa docilidad en el sentido más favorable para la sociedad dominante. Los refugios, en cuanto que creación de un nuevo artículo consumible en la sociedad de la abundancia, demuestran más que ninguno de los productos anteriores que puede hacerse trabajar a los hombres para satisfacer necesidades abiertamente artificiales, que sin duda alguna "siguen siendo necesidades aunque no han sido nunca deseos" (cf. Preliminares al 20 de julio, 1960) ni corren peligro de llegar a serlo. Este caso límite da la medida del poder de esta sociedad, de su temible genio automático. Si llegase a proclamar brutalmente que impone una existencia vacía y desesperante hasta el extremo de que ahorcarse pareciese la mejor solución para todo el mundo, conseguiría todavía hacer un negocio saneado y rentable con la producción de cuerdas estandarizadas. Sin embargo, con toda su riqueza capitalista, el concepto de supervivencia significa un suicidio diferido hasta el momento del agotamiento, una renuncia diaria a la vida. La red de refugios -que no están destinados a la guerra, sino a lo inmediato- esbozan la imagen, todavía exagerada y caricaturesca, de la existencia bajo el capitalismo burocrático llevado a su grado de perfección. Un neocristianismo acude para reemplazar su ideal de renuncia, una nueva humildad compatible con el relanzamiento industrial. El mundo de los refugios se reconoce a sí mismo como un valle de lágrimas con aire acondicionado. La coalición de todos los dirigentes y de sus sacerdotes de todo tipo podrá lograrse bajo el lema unitario: el poder de la catalepsia más el hiperconsumo.

Aunque la supervivencia, como lo contrario de la vida, rara vez se elige por plebiscito tan claramente como en el caso de los compradores de refugios de 1961, se reencuentra en todos los niveles de la lucha contra la alienación: en la antigua concepción del arte que pone principalmente el acento en la supervivencia a través de la obra, como confesión de renuncia a la vida, como excusa y consolación (principalmente desde la época burguesa de la estética, sustituto laico del trasmundo religioso), e igualmente en el estadio más irreductible de la necesidad, en los imperativos de la supervivencia alimenticia o de vivienda con el "chantaje de la utilidad" que denuncia el Programa elemental del urbanismo unitario (cf. International Situationniste, nº 6), el cual elimina toda crítica humana del entorno "con el simple argumento de que hace falta un techo".

El nuevo hábitat que conforman las "grandes concentraciones" no es realmente diferente de la arquitectura de los refugios. Ésta sólo representa un grado inferior, aunque su parecido sea estrecho y se pase de uno a otro sin solución prevista de continuidad: el primer ejemplo en Francia es un bloque actualmente en construcción en Niza, cuyo sótano ha sido adaptado como refugio antiatómico para la masa de sus habitantes. La organización concentracionaria de la superficie es el estado normal de una sociedad en formación, cuyo epílogo subterráneo representa su exceso patológico. La enfermedad revela fielmente la estructura de la salud. El urbanismo de la desesperación está a punto de hacerse dominante en la superficie, y no sólo en los núcleos de población de los Estados Unidos, sino también en países mucho más atrasados que Europa, e incluso por ejemplo en Argelia durante el período neocolonialista proclamado tras el "Plan de Constantine". A finales de 1961, la primera versión del plan nacional de acondicionamiento del territorio francés -cuya formulación se suavizó más tarde- lamentaba en el capítulo dedicado a la región parisina la "obstinación de una población inactiva por habitar en el interior de la capital", mientras que los redactores, especialistas graduados de la felicidad y de lo posible, señalaban que "podría albergarse más cómodamente fuera de París". Pedían, por tanto, la eliminación de esta penosa irracionalidad legalizando "la disuasión sistemática de la permanencia de estas personas inactivas" en París.

Como la principal actividad válida consiste evidentemente en desalentar sistemáticamente los cálculos de los gestores encargados del funcionamiento de una sociedad semejante hasta su eliminación concreta, y como ellos mismos piensan en ello con mucha más constancia que la masa manipulada de ejecutantes, los planificadores disponen sus defensas en todas las ordenaciones modernas del territorio. La planificación de refugios para la población, ya consistan normalmente en un techo sencillo o en un panteón familiar habitable preventivamente en la "abundancia", ha de servir en realidad para mantener su propio poder. Los dirigentes que controlan la conservación y el aislamiento máximo de sus súbditos saben atrincherarse, por la misma razón, con fines estratégicos. Los Haussman del siglo XX ya no tienen que asegurar el despliegue de sus fuerzas represivas en la cuadrícula de las viejas aglomeraciones urbanas. Al mismo tiempo que dispersan a la población en un radio amplio, en ciudades nuevas que presentan esta cuadrícula en estado puro (donde la inferioridad de las masas desarmadas y privadas de los medios de comunicación se agrava claramente en relación con las fuerzas cada vez más tecnificadas de la policía), edifican capitales fuera de su alcance donde la burocracia dirigente podrá constituir, para mayor seguridad, la totalidad de la población.

En diferentes estadios de desarrollo de estas ciudades-gobierno se pueden señalar: la "zona militar" de Tirana, un barrio separado de la ciudad y defendido por el ejército, donde se concentran las viviendas de los dirigentes de Albania, el edificio del Comité Central, así como los establecimientos escolares y sanitarios, los almacenes y las distracciones para esta élite que vive en la autarquía; la ciudad administrativa de Rocher Noir, edificada en un año para ser la capital de Argelia cuando las autoridades francesas resultaron incapaces de mantenerse normalmente en una gran ciudad, corresponde exactamente por su función a la "zona militar" de Tirana, pero se erigió en campo abierto; tenemos finalmente el ejemplo más notable en Brasilia, catapultada al centro de un vasto desierto y cuya inauguración coincidió precisamente con la destitución del presidente Quadros por su ejército y los preámbulos de una guerra civil en Brasil que por muy poco no sufrieron las molduras de la capital burocrática, la cual constituye al mismo tiempo, como se sabe, el triunfo ejemplar de la arquitectura funcional.

Ante este estado de cosas, muchos especialistas comienzan a denunciar numerosos absurdos inquietantes. No han comprendido la racionalidad central (la racionalidad del delirio coherente) que domina esos aparentes absurdos parciales a los que forzosamente conduce su propia actividad. Su denuncia del absurdo no puede ser sino absurda, tanto en su forma como en sus medios. ¿Qué pensar de los novecientos profesores de todas las universidades e institutos de investigación de las regiones de New York y Boston que el 30 de diciembre de 1961 se dirigieron solemnemente en el New York Herald Tribune al presidente Kennedy y al gobernador Rockefeller -algunos días antes de que el primero se jactase de haber seleccionado, para empezar, 50 millones de refugios- para persuadirles de lo nefasto del desarrollo de la "defensa civil"? ¿O de la horda pululante de sociólogos, jueces, arquitectos, policías, psicólogos, pedagogos, higienistas, psiquiatras y periodistas que no dejan de encontrarse en congresos, comisiones y coloquios de todo tipo, todos a la búsqueda de una solución urgente para humanizar las "grandes aglomeraciones"? La humanización de las grandes aglomeraciones es una mixtificación tan ridícula como la humanización de la guerra atómica, y por las mismas razones. Los refugios no traen consigo la guerra, sino la amenaza de guerra a "medida humana" en el sentido que define al hombre en el capitalismo moderno: su deber de consumidor. Esta investigación sobre la humanización pretende de buena fe el establecimiento común de las mentiras más eficaces para ahogar la resistencia de las personas. Mientras el hastío y la falta completa de vida social caracterizan las grandes conjuntos periféricos de forma tan inmediata y tangible como el frío Verkhoïansk, las revistas femeninas consagran reportajes a la última moda de los nuevos barrios periféricos, fotografiando sus maniquíes en esas zonas y entrevistando a gente satisfecha. Como el poder embrutecedor de la decoración puede medirse por el grado de desarrollo intelectual de los niños, se pone el acento en una penosa herencia de malvivir derivada del pauperismo clásico. La última teoría reformista pone sus esperanzas en una especie de centro cultural, sin emplear esa palabra para no espantar a nadie. En los planos del Sindicato de Arquitectos del Sena, el "bistrot-club" prefabricado, que humanizará por todas partes su obra, se presenta (cf. Le Monde, 22 de diciembre de 1961) como una "celda plástica" rectangular (28x18x4 m.) que comporta"un elemento estable: el bistrot sin alcohol que vende indistintamente tabaco y periódicos; el resto podrá reservarse a diferentes actividades artesanales de bricolage... tiene que convertirse en un escaparate con todo el carácter de seducción que ello comporta. Por ello la concepción estética y la cualidad de los materiales serán escrupulosamente estudiados para conseguir su pleno efecto tanto de noche como de día. El juego de luces debe informar en efecto sobre la vida del bistrot club".

He aquí, y presentado en términos profundamente reveladores, el descubrimiento que "puede facilitar la integración social a cuyo nivel se forjaría el alma de una pequeña ciudad". La ausencia de alcohol no significará nada: sabemos que actualmente en Francia la juventud de las bandas no lo necesita para romperlo todo. Los blousons noirs parecen haber roto con la tradición francesa de alcoholismo popular, que sigue jugando un papel tan importante en el hooliganismo del Este, y no utilizan todavía, como la juventud americana, la marihuana ni estupefacientes más fuertes. Aunque ligados al tránsito vacío entre los excitantes de dos etapas históricas distintas, no por ello manifiestan una violencia menos nítida, en respuesta precisamente a este mundo que describimos y a la horrible perspectiva de ocupar en él su agujero. Dejando de lado el factor de la sublevación, el proyecto de los arquitectos sindicados es coherente: sus clubs de cristal pretenden llegar a ser un instrumento de control añadido encaminado a esa alta vigilancia de la producción y el consumo que constituye la famosa integración perseguida. El recurso cándidamente manifestado a la estética del escaparate se esclarece perfectamente a través de la teoría del espectáculo: en esos bares desalcoholizados los consumidores se hacen a sí mismos espectaculares en la misma medida en que deben serlo los objetos de consumo a falta de otro atractivo. El hombre perfectamente reificado tiene su lugar en el escaparate como imagen deseable de la reificación.

El fallo interno del sistema reside en que no puede reificar totalmente a los hombres; necesita hacerlos actuar y obtener su participación, sin lo cual se detendría tanto la producción de la reificación como su consumo. El sistema reinante se halla pues en disputa con la historia, con su propia historia, que es a la vez la historia de su consolidación y la de su contestación.

Hoy que el mundo dominante, a pesar de ciertas apariencias, se da más que nunca (tras un siglo de luchas y la liquidación entre las dos guerras de todo el movimiento obrero clásico, que representaba la fuerza de contestación general) por definitivo sobre la base del enriquecimiento y de la extensión infinita de un modelo irreemplazable, la comprensión de este mundo no puede basarse más que en su contestación. Y esa contestación no es verdadera ni realista sino como contestación de la totalidad.

La pavorosa falta de ideas que puede reconocerse en todos los actos de la cultura, de la política, de la organización de la vida y de todo lo demás, se explica por esta misma razón, y la debilidad de los constructores modernistas de ciudades funcionales no es más que un ejemplo particularmente visible. Los especialistas inteligentes sólo tienen inteligencia para jugar el juego de los especialistas: de ahí el conformismo miedoso y la falta fundamental de imaginación que les hace admitir que tal o cual producción es útil, buena, necesaria. En realidad, la raíz de la falta de imaginación reinante no puede comprenderse si no se accede a la imaginación de la falta; es decir, a concebir lo que está ausente, prohibido y oculto, y es por tanto posible en la vida moderna.

No estamos ante una teoría desvinculada del modo en que las personas toman la vida; es por el contrario una realidad todavía desvinculada de la teoría en la mente de las personas. Quienes llevando bastante lejos la "coexistencia con lo negativo", en sentido hegeliano, reconozcan explícitamente esta carencia como su fuerza principal y su programa, harán aparecer el único proyecto positivo capaz de derribar los muros del sueño, las medidas de supervivencia, las bombas del juicio final y los megatones de la arquitectura.



 

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