Producción
de conocimiento y valor en el posfordismo
:.entrevista con Enzo Rullani por Antonella
Corsani
ANTONELLA CORSANI— Usted afirma
que la posibilidad de hacer circular el recurso del conocimiento
distintamente del trabajo y del capital cortocircuita las diferencias
que existen, y que han existido siempre, entre estos factores. No
obstante, al circular todo de manera autónoma del trabajo
y del capital, el conocimiento, para circular y evolucionar, necesita
del capital. ¿Puede precisar qué tipo de trabajo y en qué
no es él reductible ni al capital acumulado como trabajo
muerto ni al trabajo abstracto? ¿Qué es lo que en ese trabajo
sustituye la capacidad de trabajo clásico individual? ¿Qué
es lo que depende de la cooperación social?
ENZO RULLANI— Hoy día
el trabajo realizado en un sistema industrial avanzado es esencialmente
trabajo cognitivo, en el sentido de que se emplea el cerebro del
trabajador para controlar las máquinas y los hombres, para
resolver problemas, para comunicar y ejercer otras actividades cognitivas.
Con la llegada de la mecanización, la contribución
del hombre a la producción en términos de gasto de
energía muscular se ha hecho ínfima, puesto que, con
la mecanización, todas las operaciones energy intensives
son ejecutadas utilizando «energía artificial» obtenida –gracias
al trabajo cognitivo– de la naturaleza (carbón, petróleo,
etc.). Por tanto, hoy día todo el trabajo, quitando algunas
excepciones, es trabajo cognitivo. Actúa en la producción/apropiación
de valor con una eficacia diferente, según la capacidad de
hacer frente a los mismatchings: el trabajo que sabe gobernar
el reparto, que sabe regular la relación entre vida y producción,
que sabe asumir los riesgos, vale mucho más, es menos sustituible.
De un lado, no todas las formas de trabajo se parecen. De otro,
la productividad del trabajo no es un dato «objetivo» e inmutable,
una especie de obligación técnica o de clase, de naturaleza
exógena, puesto que el trabajo puede aumentar su capacidad
de producir valor actuando sobre las instituciones de reparto, sobre
la relación vida-trabajo, sobre la distribución social
de la riqueza. Hoy día, en el posfordismo, estos espacios
no son ya «confiscados» por el poder omnipresente de la tecnoestructura:
están de nuevo abiertos a la iniciativa individual (trabajo
autónomo) y a las acciones colectivas de tipo novedoso, sobre
el terreno social (mutualismo, identidad) y político (instituciones).
Ciertamente, estas posibilidades parecen muy remotas mientras el
trabajo y sus organizaciones continúen manteniéndose
en una perspectiva de tipo fordista, persiguiendo objetivos de distribución
de renta más bien que objetivos de producción de ésta.
Con todo, pienso que finalmente nos daremos cuenta de que una política
de este tipo es suicidaria para el propio mundo del trabajo. A partir
del momento en que se confía la innovación y la gestión
del riesgo a otros, esta política transfiere, al mismo tiempo,
el saber y el poder que le asocian. Por el contrario, cambiando
de horizonte, el trabajo podría reivindicar más saber
y más poder, organizándose con el fin de asumir los
riesgos y de experimentar innovaciones productivas.
ANTONELLA CORSANI— Usted
afirma, igualmente, que el hecho de transformar el trabajo y el
capital en conocimientos no es neutro, desde el punto de vista del
valor económico. ¿Puede precisar en qué?
ENZO RULLANI— La valorización
del conocimiento, como ya hemos señalado, deberá confrontarse
no solamente con la especificidad del «trabajo vivo» marxista, que
está al comienzo del proceso, sino también con el
del producto intermediario «conocimiento», que constituye una primera
elaboración del «trabajo vivo». El circuito de la valorización
debe juntar tres elementos autónomos, que pueden ser, y que,
por regla, en principio son discordantes: el trabajo, el conocimiento,
la inversión en capital. Si uno de estos elementos es sacrificado
más allá de su límite de tolerancia, el proceso
se bloquea. El conocimiento está ciertamente condicionado
por el input de partida (el trabajo) y por el resultado (el
rendimiento esperado que justifica una nueva inversión en
capital). Lo contrario es también cierto. Incluso si debido
a sus rigideces internas el conocimiento condiciona los otros dos
elementos, el trabajo y el capital podrán ser pensados cada
vez menos en la teoría tradicional de los factores, ya que
tenderán a evaluar en sintonía con las exigencias
de sus usos cognitivos. Las exigencias del conocimiento no «gobiernan»
ni hacia arriba (inputs) ni hacia abajo (producción,
usos) del circuito, sino que sólo pueden condicionarlo ex
ante (si los actores colectivos son conscientes de ello) o bien
ex post (a través de los mismatching y la selección
darwiniana).
ANTONELLA CORSANI— Usted
contempla la especificidad del conocimiento desde un punto de vista
de régimen de derechos de propiedad. ¿Bajo qué forma
podemos atribuir derechos de propiedad y derechos de uso? ¿Puede
darnos un ejemplo y un contra-ejemplo? ¿No es contradictorio objetivar
en relaciones de propiedad privada elementos de saber tácito
que son constitutivos de la nueva frontera de lo público
o de fuera del mercado?
ENZO RULLANI— El concepto
de propiedad deriva de los objetos materiales, y es difícilmente
transferible a los objetos inmateriales, a pesar de los esfuerzos
de los juristas que buscan proteger la propiedad intelectual (patentes,
derechos de autor, licencias, etc.). El derecho de uso exclusivo
de un bien material puede ser ejercido cerrando el bien en un lugar
protegido, lo que excluye físicamente a los otros usuarios.
Por el contrario, la propiedad de un conocimiento no puede ser protegida
cerrando el conocimiento en una pieza. En efecto, eso no impediría
que en otras piezas pudiera copiarse el modelo original, imitarlo
con algunas innovaciones complementarias, aprender, a partir del
modelo original, a encontrar nuevas soluciones o a resolver otros
problemas. Para poder impedir la copia o imitación, o incluso
el hecho de que otros puedan aprender a partir del modelo original,
sería necesario mantener totalmente secreto el conocimiento
(renunciando a sacar provecho del valor de su difusión),
o bien extender el control a todas las piezas posibles del mundo.
En la práctica, hay tres maneras diferentes por las que el
productor de un conocimiento puede difundir su uso sin por ello
perder la totalidad de su ventaja. Bajo la forma: 1) de un diferencial
de velocidad en la producción de nuevos conocimientos, o
bien en la explotación de sus usos; 2) de un dominio del
contexto superior al de los otros; 3) de una red de alianzas y de
cooperación que permita negociar y controlar las modalidades
de uso del conocimiento en el seno de todo el circuito de reparto.
Como se puede ver, el derecho de uso exclusivo, típico de
la propiedad, deja de ser un derecho garantizado por el poder externo
al Estado: se convierte en el resultado de una política activa
que, de una parte, multiplica el valor a través de la difusión,
pero que de otra busca limitar los accesos.
A modo de ejemplo, en la «nueva
economía» de Internet, la lógica de los multiplicadores
ligada a la difusión induce a los propietarios a favorecer,
por todos los medios, la adopción de sus propios sistemas
y standards: las licencias de uso son cedidas de forma holgada,
y la difusión de «clones» es admitida por la capa más
baja del mercado. Versiones beta, casi definitivas, son igualmente
puestas en circulación (programas cedidos de manera gratuita
«a modo de prueba»). Se extiende la formación de las personas
por estos programas. Del mismo modo, se deja telecargar gratuitamente
el software desde su propio sitio, y se cede de forma casi gratuita
paquetes de software con la compra de ordenadores, de libros, de
servicios, etc. La lógica propietaria no ha desaparecido,
pero ella debe subordinarse a la lógica de la difusión.
Hay que encontrar el modo de apropiarse del valor «en velocidad»
sin restringir la difusión (ver el resultado de la lucha
concurrencial que han opuesto a Microsoft y Apple en el dominio
de los sistemas de explotación para PC).
ANTONELLA CORSANI— El conocimiento
no es un recurso limitado, el coste de su reproducción tiende
a cero. Pero, al mismo tiempo, su coste de producción tiende
hacia el infinito, ya que esta producción implica la necesidad
de reproducción de las condiciones de existencia de la potencia
creadora e inventiva del trabajo vivo, es decir, de una suma cada
vez mayor y más compleja de actividades humanas. ¿Cuáles
son las formas de intervención pública pensables en
el nuevo contexto en devenir del posfordismo?
ENZO RULLANI— Es necesario
construir las instituciones que permitan gobernar los tres mismatchings
recordados anteriormente. Sobre el terreno de la relación
reparto/apropiación, el punto esencial concierne a la propiedad
de los standards que emergen de la difusión de redes, de
normas y de reglas que tienen una naturaleza propietaria. Es necesario
evitar que estos standards, una vez establecidos y devenidos no-sustanciales,
alimenten una renta de monopolio a favor del productor que los ha
propuesto (es el caso particular de Microsoft). ¿Qué es lo
que surge de lo público y qué de lo privado, en una
relación de interacción que nace con las pequeñas
ocurrencias de la innovación o de la comunidad inicial, pero
que tiende, por la lógica de los multiplicadores, a devenir
universal? Los lenguajes, por ejemplo, son medios de conexión
de una naturaleza pública (no hay patentes ni derechos de
autor sobre la sintaxis y sobre la semántica de una lengua),
si bien nacen de la sedimentación de interacciones privadas.
Y es lo mismo para todos los conectores que, nacidos del uso privado,
devienen, en un momento dado, uso universal. Desde este punto de
vista, la solución que me parece más practicable consiste
en rebajar de manera drástica el tiempo de exclusión
ligado a la propiedad sobre los capitales intelectuales. Entonces
es necesario inscribir también el derecho a la propiedad
intelectual en la economía de la velocidad. En lo que concierne
al segundo mismatching, el que se produce entre el tiempo
de vida y el tiempo de trabajo, es importante impedir que el mundo
de la vida sea colonizado por el mundo de la producción.
Eso implicaría reducir, de manera irreversible, la variedad
y la indeterminación. El mundo de la vida tiene la necesidad
de un fortalecimiento institucional capaz de reequilibrar el poder
de la producción. La acción pública y colectiva
debe contribuir a la creación de espacios gratuitos y de
reparto comunitarios, que no estén directamente ligados a
la producción de valor. Los problemas de riesgo (tercer mismatching)
son fundamentales: Instituciones que distribuyen los riesgos que
recaen sobre cada persona siguen reglas sociales compartidas y equitativas,
constituyen la base sobre la cual reconstruir un Estado posfordista.
Las relaciones mutualistas de solidaridad que nacen del reparto
de riesgos y proyectos, constituyen un terreno ideal para el nacimiento,
«desde abajo», de nuevas instituciones.
ANTONELLA CORSANI— En su
análisis, usted pone el acento del posfordismo sobre el papel
de la interacción y del entente cooperativo. ¿Podría
describirnos la articulación de la cooperación y de
la interacción en la nueva organización de la producción
posfordista?
ENZO RULLANI— Una economía
fundada sobre el conocimiento está estructuralmente anclada
en el reparto: el conocimiento genera valor si es adoptado, y la
adopción (según el formato y los standards deseados)
crea la interdependencia, es decir, un deseo de gobernar, de forma
cooperativa, la cadena del valor. Eso vale para los proveedores
especializados tanto como para los asociados, para los trabajadores
tanto autónomos como nuevos intermediarios, o para los consumidores.
Lo que queda sólo puede ser flexible y oportunista, pero
trabaja mal, puesto que no llega a repartir sus conocimientos con
los otros. El hecho de que la cooperación llegue a emerger
verdaderamente, es otra cosa: en ciertos contextos, el reparto será
autorregulado por la cooperación, en otros será impuesto
o sufrido, o incluso excluido. En general, para cooperar hace falta
un leadership o una idea compartida. No siempre están las
dos cosas disponibles. El riesgo difuso constituye otro elemento
que suscita la cooperación. En el fordismo, el riesgo era
absorvido por las tecnoestructuras públicas y privadas que,
a cambio, exigían el poder de decidir por todos. Hoy día
esta exención de riesgo no funciona, puesto que cada uno
debe de hacer frente de nuevo a la complejidad. El mutualismo, es
decir la capacidad de asumir colectivamente un riesgo, es un gran
resorte para reconstruir el vínculo social y las instituciones.
ANTONELLA CORSANI— Siguiendo
su análisis, en el posfordismo la firma no es la organización
ni la institución central del sistema. Las redes serían
las instituciones fundamentales del posfordismo. ¿Podría
explicarnos en qué posee la red una consistencia propia?
Dicho de otro modo, ¿en qué no se trata de una simple estructura
descriptiva?
ENZO RULLANI— Hoy día
la red es solamente un agregado de empresas o de contratos. Comienza
a devenir un verdadero sujeto colectivo, ya que estar en red con
los otros implica casi siempre un reparto de actividades y de riesgos.
Quien invierte en los productos, en los lenguajes o conocimientos
que son específicos a una red, asume un riesgo que depende
de manera importante del comportamiento de los miembros de la red.
Es suficiente que un anillo de la cadena se revele flojo o poco
fiable para que todos pierdan algo: la reputación, los clientes,
el aprendizaje y las inversiones realizadas. Las redes no están
todavía reconocidas jurídicamente. No tienen formas
tipo ni normas de regulación del proceso decisional, como
en el caso de otras formas de interacciones, tales como las sociedades
y los grupos. Pienso que el problema es el mismo: es necesario administrar
una situación de interdependencia por algo que vaya más
lejos que los contratos bilaterales entre participantes, fijando,
para la gestión de los riesgos compartidos, procesos decisionales
transparentes y reconocidos públicamente. Como ocurre siempre,
el derecho reconoce tardíamente las formas institucionales
emergentes de la producción. Pero estamos llegando a eso
igualmente.
ANTONELLA CORSANI— La red
sería la superación de la firma. Por lo tanto, la
organización del poder sobre la producción permanece
en las manos de firmas concretas. Tras haber analizado los diferentes
tipos de redes (mercantiles, semánticas y sociales) usted
define cuatro operadores de redes: los especialistas, los sistémicos,
los conectores y los metaorganizadores, esto es, los productores
de organización. El meta-organizador es, entonces, una figura
clave en su análisis de la división cognitiva del
trabajo en las redes de mercado, redes que no están sin embargo
separadas de las redes semánticas y sociales. ¿Es posible
leer en la figura del meta-organizador una figura de captación
de las externalidades generadas en y entre las redes? ¿Qué
figura política especifica el metaorganizador?
ENZO RULLANI— El meta-organizador
es el portador del poder emergente de las necesidades funcionales
de relaciones que han de coordinar muchos operadores y muchos intereses
diferentes. En el capitalismo del siglo diecinueve, ese papel de
«administración de rentas» era atribuido al poseedor del
dinero (quien compra y dispone de otros factores); en el fordismo,
el papel pasó a las grandes organizaciones y al Estado regulador,
quienes eran capaces de mover sistemas complejos y predeterminados.
Hoy día el dinero y la organización cuentan aún,
y permiten a los viejos poderes transmigrar en el posfordismo, pero
no son decisivos. Para ejercer la función de metaorganizador
dentro de una red es necesario, ante todo, abandonar la lógica
del control. Hay que adoptar un estilo de regulación más
bien soft e indirecto, que deje espacios de autonomía
y de creatividad a los interesesados en «organizar» (especialistas,
sistemistas, conectores). Se necesita un leadership, un reparto
de responsabilidades o una identidad comunitaria, más que
un dominio de propietario y de prescriptor. La política puede
tener en ese caso un papel de sustituto, pero no creo que pueda
reemplazar las fuerzas que emergen desde abajo (las comunidades,
los líderes «naturales», el reparto de la parte de aquellos
que están directamente interesados). Todo lo más,
la política podría oponerse al papel monopolista de
los viejos poderes que se estén desplazando. En el posfordismo,
la política tiene una tarea mucho más importante:
permitir la comunicación entre redes, garantizando la universalidad
de los derechos y de los accesos, es decir, de la herencia esencial
de la modernidad, en un contexto caracterizado por las iniciativas
mutualistas, las relaciones de comunidad, las relaciones de clan...
Dicho de otro modo, en un contexto en el que prevalece la capacidad
de federar intereses y horizontes singulares.
ANTONELLA CORSANI— El posfordismo,
usted lo especifica muy bien, no es postcapitalismo, en el sentido
de que las contradicciones y los conflictos de poder hubieran desaparecido.
¿Dónde se sitúan entonces los nudos centrales del
conflicto? ¿Cuáles serían las formas que toma el poder
hoy día?
ENZO RULLANI— Los conflictos
se concentran alrededor de tres mismatchings: existe un conflicto
propietario que concierne a los accesos al conocimiento y a las
redes, y que recuerda a ciertos aspectos del conflicto clásico
sobre la propiedad de los medios de producción, aunque con
elementos diferentes que ya hemos señalado. Existen también
formas nuevas del conflicto: por ejemplo, la relación entre
la vida y el trabajo, que plantea un conflicto casi antropológico
entre estilos de vida y formas posibles del trabajo. Un conflicto
que debe ser abordado sobre el terreno de la creación de
sentidos. Y hay, finalmente, un conflicto que concierne a la distribución
social del riesgo y a la posibilidad de asumirlo por diferentes
personas y categorías sociales. Hoy día el poder es
en parte heredero de la retención de los recursos que vienen
del pasado, tales como el dinero, la implantación política
o el control de las organizaciones. Sin embargo, el nuevo poder
nace de la función que ciertas personas (empresarios, categorías
sociales, regiones, etc.) asumen en la gestión de los conflictos
de los que trata. El poder lo detentan aquellos que están
en posición de hacerse garantes, para los otros, del acceso
a los recursos cognitivos y comunicacionales no públicos;
el poder –un poder ideológico– lo tienen aquellos que dotan
de sentido a quienes no lo hallan allá en donde lo buscan
; el poder lo tienen quienes son capaces de asumir los riesgos,
eximiendo de ello a los otros (que aceptan depender de ellos). El
poder tiene un gran valor en el posfordismo, puesto que la fluidez
de los vínculos implica una necesidad de regulación,
de ideología, de tutela. Si se responde a este deseo por
«delegación», la sociedad se re-jerarquiza; por el contrario,
si se responde con la autoorganización, la sociedad tiende
a devenir cada vez más horizontal y abierta, regenerando
el poder por «abajo».
ANTONELLA CORSANI— Usted
sostiene que el posfordismo constituye un nuevo paradigma económico.
¿Puede explicar en qué, y señalar más particularmente
en qué se diferencia usted de las otras corrientes de análisis
de las transformaciones productivas, como pueden ser los neoschumpeterianos,
los evolucionistas, o incluso los regulacionistas franceses?
ENZO RULLANI— El fordismo
ha constituido el capitalismo de las estructuras: pesadas, estables,
poderosas, capaces al mismo tiempo de reproducirse a través
de la sociedad. La crisis del fordismo, desde los años setenta,
es también crisis del estructuralismo. Otro tipo de soluciones
han emergido: evolucionistas, neoschumpeterianas, regulacionistas.
El evolucionismo ha puesto el acento en la adaptación, es
decir en la generación de estructuras para soluciones ad
hoc, locales, que forman ecologías diferentes según
el entorno: la teoría de los capitalismos nacionales, el
redescubrimiento de los contextos locales (distritos industriales,
medios); la resource-based view sobre las competencias y
la situated action en el aprendizaje forman parte de esta
corriente de pensamiento. El enfoque neoschumpeteriano es, por el
contrario, esencialmente subjetivista: de la crisis de la estructura
emerge el sujeto, armado de sus ideas y de sus innovaciones. Es
la innovación (subjetividad) lo que genera el mundo. La estrategia
y la teoría de los juegos –que ha pretendido agruparse siguiendo
reglas estructuradas– vuelve a dar prioridad a la acción.
La teoría de los paradigmas tecno-económicos, nacida
en la escuela de Sussex, asigna a la innovación un papel
portador. Sin embargo, para alcanzar el estatuto de paradigma, no
puede mantenerse en el redescubrimiento de la subjetividad, sino
que debe conferir una «estructura» a los actos innovadores. Y lo
hace inscribiendo cada innovación en un ciclo preestablecido
(el ciclo largo). Los ciclos son ordenados en el tiempo siguiendo
una sucesión ininterrumpida, que asigna a los ciclos una
forma típica preestablecida, en cuyo seno encuentran igualmente
sitio las invenciones institucionales que sostienen el desarrollo
del ciclo desde su infancia hasta su madurez. La escuela francesa
de la regulación tiene una forma más compleja de dar
una estructura a los paradigmas: identifica en los regímenes
institucionales que regulan la relación capital-trabajo el
elemento distintivo de los diferentes paradigmas, y la clave para
comprender su organización. La estructura interioriza las
exigencias por medio de soluciones diferentes cada vez, le da una
forma institucional, recurriendo al motor primero del capitalismo,
es decir, al efecto de regulación que el capital ejerce sobre
el valor del trabajo. Sin entrar en detalles, estos tres pasos para
salir del estructuralismo del fordismo han contribuido a definir
aspectos importantes del posfordismo. No obstante, en estas tres
aproximaciones queda muy débil la atención prestada
al conocimiento en tanto que proceso estructurado de acumulación
del saber productivo y de valor. En efecto, el evolucionismo se
concentra sobre las soluciones ad hoc, que constituyen los
defectos de los grandes multiplicadores típicos del posfordismo.
La aproximación neoschumpeteriana privilegia la innovación,
que no es sino uno de los momentos en los que toma forma el proceso
cognitivo. La escuela de la regulación no deja demasiado
espacio a la autorregulación, es decir, a las soluciones
institucionales que emergen desde abajo, en el interior de los procesos
cognitivos, y que condicionan las relaciones productivas, generando
«regímenes» diferenciados y experimentales de relación
trabajo-capital.
ANTONELLA CORSANI— Usted
rechaza las explicaciones de agotamiento del paradigma fordista
tanto en términos de rendimientos decrecientes como en términos
de contradicciones internas, en el sentido del marxismo ortodoxo.
Usted adelanta la idea de un exceso de coherencia, de demasiado
pleno de control de fuerzas. ¿Puede desarrollar más esta
idea?
ENZO RULLANI— Cada paradigma,
para funcionar de manera eficaz, desarrolla una lógica de
coherencia interna que se basa en una simplificación del
mundo, sobre una reducción del espacio de las posibilidades.
El capitalismo del siglo diecinueve, por ejemplo, simplificaba el
mundo en términos de la abstracción real descrita
por Marx: cada cosa es reducida a dinero, el dinero necesario para
producirla. En el paradigma fordista, el principio unificador es
el poder organizativo: cada comportamiento, cada objeto, tiene un
valor porque hace parte de un programa, de una secuencia preordenada,
de un sistema preconstituido. En el posfordismo, por contra, el
criterio unificador es de tipo lingüístico: los comportamientos
y las cosas tienen un valor, puesto que son expresables, coordinables,
orientables a través de la interacción comunicativa.
Pasando del dinero al poder organizativo, y, in fine, a los
lenguajes de interacción, la simplificación demandada
para «extraer del valor» cosas y comportamientos, se reduce. No
obstante, sigue siendo una simplificación. Cada paradigma
sacrifica, en nombre de su coherencia, la complejidad del mundo
de la vida, la riqueza de los contextos históricos y ambientales,
el espacio de las experiencias posibles. Contra menos potente y
más incoherente es el paradigma, tal y como se produce en
su fase inicial, más la complejidad permanece confundida
con el funcionamiento del paradigma, sobreviviendo en sus pliegues
internos, en lugares que son sustraidos al principio de la simplificación.
Cuando un paradigma llega al apogeo de su madurez y de su coherencia,
los espacios internos devienen mínimos, y la complejidad
desbordante corre el riesgo de ser inexorablemente comprimida. Entonces
obra una contradicción: El principio de simplificación
propio al paradigma afronta la complejidad de la vida, de los contextos
y de las experiencias, pretendiendo poder gobernarlos sin tener
la capacidad para ello. La reproducción de la sociedad y
de los hombres no es solamente necesidad de simplificación,
sino también necesidad de dotarse nuevamente de una reserva
de complejidad que no está ya garantizada: el paradigma revela
todos sus límites. La necesidad de un principio simplificador
diferente, es decir, de un nuevo paradigma, emerge. Sin embargo,
no se puede afirmar plenamente en tanto que ciertas condiciones
históricas y técnicas no estén suficientemente
maduras. Hay una diferencia fundamental entre los diferentes mismatchings
que un paradigma reencuentra en su maduración y las contradicciones
que porta en su seno. Los mismatchings son desequilibrios,
tensiones, desadaptaciones que pueden ser tratadas mejorando, por
reformas institucionales oportunas, la coherencia del sistema. La
contradicción es otra cosa: nace más bien de la coherencia,
y no puede más que reproducirse, en tanto que el paradigma
defiende o trata de ensanchar el campo de acción de su principio
de simplificación.
ANTONELLA CORSANI— Usted
presenta el posfordismo como un espacio en el que la creatividad
colectiva emerge de la multitud. Al mismo tiempo surgen nuevas formas
de control. ¿Qué relación se produce, a partir de
esto, entre el territorio, en donde la creatividad colectiva parece
jugar un papel determinante, y la globalización financiera
que mantiene y reproduce un sistema capitalista? Dicho de otro modo:
a la luz de su concepción del paradigma del posfordismo,
¿cómo analizar la conexión entre globalización
de la comunicación productiva y globalización financiera?
ENZO RULLANI— Como ya hemos
señalado, entre capital-dinero y capital-conocimiento existe
una oposición fundamental: el primero reduce el mundo a una
cantidad por medio de la abstracción real; por el contrario,
el conocimiento no puede permanecer durante mucho tiempo extirpado
de sus contextos sin perder su eficacia. La globalización
del capital financiero es paralela a la de la información
codificada, que circula en el mundo entero superando la complejidad
y las diferencias. Ahora bien, el capital financiero no puede gobernar
el «conocimiento escaso», que tiene una naturaleza contextual. De
ahí nace una separación de la esfera en la que manda
el capital financiero con lo que es organizado en función
de las exigencias cognitivas de la produción. El capital
financiero «mide» el valor producido por el conocimiento (y con
frecuencia cae en la evaluación). Él no la produce,
puesto que no puede reducir la complejidad del circuito cognitivo
al esquema muy simple de «dinero que produce dinero». Las dos cosas
coexisten en paralelo, y cada cual deviene más eficiente
en la medida en que se autonomiza frente a la otra.
ANTONELLA CORSANI— El posfordismo
por construir: Usted evidencia la nueva naturaleza de la riqueza
en sus dimensiones inmateriales, la salida de la maldición
de los rendimientos decrecientes, el papel de la cooperación
creativa que preexiste, en tanto que fuerza productiva de riqueza,
a su forma valor. ¿Cómo se ha planteado el problema del valor
y su resolución? ¿Qué concepción de renta y
de su redistribución ve usted emerger?
ENZO RULLANI— El conocimiento
es un recurso autorreferencial. Los propios sujetos conocen a través
de la imagen que tienen del mundo, como si se contemplaran en un
espejo. El conocimiento del mundo es también conocimiento
de sí mismo. Desde un punto de vista económico, eso
significa que uno de los medios empleados en la producción
(el conocimiento) trata también sobre los fines, dando lugar
a una oferta que está en condiciones de crear su propia demanda.
En el posfordismo, el conocimiento produce también valor
porque genera sentido, abre nuevos horizontes en la producción
posible, dando una significación a los objetos, a las situaciones
aparentemente sin valor. En el futuro, y en la medida que el tiempo
de la vida y el tiempo del trabajo se superponen (en perspectiva
con el teletrabajo) el valor intrínseco de lo que se hace,
de las relaciones que se tejen (en una comunidad, en un trabajo
autorregulado, en un contexto territorial) deviene tan importante
como lo que el valor-dinero obtiene en el mercado. Para el músico
que «vende» su música, el resultado de la producción
no es solamente el resultado obtenido por la venta, sino también
el valor de un trabajo que tiene una significación en sí.
El beneficio producido debe registrar también la riqueza
simbólica creada por esta mezcla de vida y de trabajo, pero
también los elementos de empobrecimiento que esa mezcla puede
comportar. Queda la posibilidad de construir un cuadro simbólico
que valorice los elementos específicos que dependen de la
capacidad creativa de los individuos y de la capacidad de reparto
de la sociedad.
ANTONELLA CORSANI— En su
texto de apertura de la obra colectiva sobre el posfordismo, usted
retoma el concepto de «multitud». ¿Cómo leer la multitud
en el posfordismo?
ENZO RULLANI— La multitud es
un «ser juntos» que no tiene adherencia colectiva. La deconstrucción
del fordismo ha transformado las clases sociales, los movimientos
políticos y las naciones en multitudes: un gran número
de individualidades que están juntas sin tener una identidad
colectiva o plural. En el posfordismo, después de haber deconstruido,
es necesario construir utilizando los espacios de libertad y de
experimentación cuyos portadores son las multitudes –para
crear los lenguajes, los símbolos, las razones que trascienden
la individualidad, regenerando las relaciones sociales, en principio
intersubjetivas, más tarde colectivas y finalmente universales.
La multiplicidad que habita hoy día en la sociedad global
nace de un proceso de descomposición que las nuevas tecnologías
continurán alimentando. Pero la descomposición no
es necesariamente el fin de la historia, esa confusa entropía
final en la que todo deviene fango. En realidad, es difícil
reformar las instituciones y la cultura producida por el fordismo
sin pasar por su descomposición. Una descomposición
creativa de la multitud, es decir, del espacio para recomponer los
trozos del puzzle, rediseñar el sistema, volver a dar sentido
al futuro posible.
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