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El arte contemporáneo explicado a los niños
:. Éric Alliez



- Un arte que encanta y encandila a nuestros niños no puede ser del todo malo...

- Entonces admite usted que el museo del siglo veinte -tal y como lo ha podido ensalzar el filósofo Yves Michaud en un Gran Periódico Vespertino- será un «parque de atracciones, un lugar de animación cultural, un lugar de divertimento multimedia...»; un algo entre la Cité des Sciences, le Palais de la Découverte y Disneyland... Un proveedor de servicios culturales de la edad del Barnum electrónico, una suerte de Gran Surtidor de bienes inmateriales...

- Esa retórica de profesor no hace sino constatar la parte de aura y la parte de misterio del museo-templo. Admito que el museo post-pompidoliano ya no protege contra las seducciones de lo real, y apenas logra mantener la ficción humanista de la cultura como «restringido cambio simbólico», ese servicio público de iniciación a la verdad por la vía de la belleza, de la que la última encarnación -como cualquiera sabe- es la de la pintura-como-pintura...

- Sin duda piensa usted en Daniel Buren y en esas rayaduras que quieren celebrar la parte de control de una institución museística de la que él habrá sido, muy dialécticamente, uno de los principales beneficiarios...

- No, yo no pienso en Buren -dicho sea de paso: acerca de ese plan museológico, a mi modo de ver, más lúcido que muchos otros-, sino en Benjamin, anunciando, en un texto célebre, la liquidación general del aura y, bajo el signo de la imagen (puesto que «ha llegado el tiempo de la imagen»), la consecutiva sustitución de la inmanencia de lo político por la autonomía transcendental del ritual. Veamos sino: como por casualidad, salgo, salimos de la exposición Lebt und Arbeitet in Wien (Vive y Trabaja en Viena, Kunsthalle Wien, 2000) que reúne las obras de 26 jóvenes artistas en ese arte container del que su sesión inaugural, en 1992, no pasó sin violentas controversias entre el consenso absoluto del Proporz-Austria de entonces (se hubiera preferido un Tempel der Gegenwart Kunst). Una historia más reciente (pero no sin relación con la precedente, ya muy nacional-liberal) ha ocupado la exposición bajo el título Widerstand -y, con mayor precisión, bajo la llamada a reunirse y adherirse a la movilización anti-Haider (por decirlo rápido) que han animado: «Die Kunst der Stunde ist Winderstand» ( Hoy el arte es resistencia). En una palabra, por toda suerte de juegos audiovisuales, esas estrategias de la resistencia (Strategien des Winderstands) reinventan buena y bonitamente un espacio público en una «Viena» programada a la manera de todas las capitales de la Europa Posmoderna, como un Parque temático «que sólo se diferencia de Disney World en que la entrada es gratis...» «Event City Vienna -from History to Turism and Future» es el título del artículo de Dietmar M. Steiner en el catálogo guía. Lo que me lleva a pensar en la instalación de Paul McCarthy, yuxtaponiendo, de la manera menos inquietante, imágenes de Disneylandia a otras imágenes surgidas de una Alemania hitleriana enormemente [en diable] massmediática... Usted lo habrá visto en Beaubourg, ese Centre Pompidou más shopping mall que nunca...

- Siguiéndole a usted, sería menos el Arte contemporáneo que la Ciudad posmoderna lo que fusionaría los «medios de ocio» y las «artes comerciales» (por hablar como Harold Rosenberg en La dé-définition de l'art)... Pero el resultado no es el mismo: el uno avanza con el otro en el nombre de la «producción cultural», en una ósmosis muy pop que no es más que marketing... En cuanto al Centro de Arte Contemporáneo que usted menciona, crea que el CAC Pompidou es demasiado feliz al albergar provocaciones de las que únicamente el gusto dudoso manifiesta el carácter de intervención ¡«artística»! El efecto Beaubourg es la ventilación artificial de una contracultura reducida a efecto especial.

- Evidentemente, si se trata de señalar que el arte, en tanto que contemporáneo, vive en el mundo de la mercancía (que es lo que el Pop Art se ha encargado de recordarnos), en la edad del architainment (tal y como Norman Klein la ha definido) y en interacción constante con el hipertexto del «mercado» (de lo que no se ha salvado ni el Gran Arte ni el Arte puro), que se expone en/para un mundo en donde la forma-espectáculo del consenso cultural hace parte de la reducción de lo político a la cultura del consenso, y que no es suficiente titular una exposición Más allá del espectáculo para estarlo... Pero justamente: el choque frontal de los valores producido por MacCarthy en ese marco cortocircuita muy especialmente los valores del consenso, para entregarlos a un muy espectacular Más allá. Vea, sino, el uso a la contra al que se presta su observación: toda acción artística que se limite a hacer resonar estéticamente la Ciudad Global de los consumidores-turistas, reproduciendo el standard de una imagen genérica, es, por definición, «ininteresante», porque carece de principio de existencia alternativo. (¿Una última definición del Arte?) Lo que, a nivel museístico que usted me había opuesto al principio, se vuelve tanto más «interesante» el caso en donde eso se desbarata (el efecto Beaubourg), donde eso resiste. Lo que nos lleva de nuevo al arte container de la Kunsthalle -de la que no se sabe aún muy bien si será demolida o reducida a proporciones más modestas, después de transferir algunas de sus actividades a un barrio lujosamente «rehabilitado»-, y a los niños...

- Ah, sí; habíamos perdido de vista a los niños...

- Nada de eso. Puesto que a los niños les ha encantado la instalación de Werner Reiterer ligando el Container a la Ciudad, el Cielo a la Ciudad, por una largo conducto de plástico transparente: cada visitante era invitado a meter en el conducto globos de todos los colores (no sin antes haberlos inflado con la ayuda de una bombona de oxígeno) para manifestar au-dehors su resistencia y volátil presencia-: respiración en ese lugar amenazado. Y después estaban las increíbles [invresemblables] pinturas fotográficas de Gregor Zivic -sobre todo aquella con la mesa de caza y los animales de peluche y el artista, travestido como una bella dama rubia, que nos hace mirar en una sala en donde el kitsch rivaliza peligrosamente con Mondrian (el interior es muy años setenta) en tanto que los peluches se las componen perfectamente... También los niños han sabido apreciar profundamente la instalación vídeo de las One Minute Sculptures de Erwin Wurm. Éstas, me parece, pueden ser más físicamente dadá que las performing sculptures de Gilbert and Georges. Al no exigir ningún tipo de material, todo se vuelve «minimal», lo más simple era lo más difícil (más difícil que el juego de representaciones de Be a dog during one minute): eso se llama Holg your breath and think of Spinoza. «Spinoza is a breathing machine», «Spinoza is an event», es decir, una cierta CANTIDAD DE EXISTENCIA -precisa el artista, aquí mucho más filósofo que muchos historiadores de la filosofía. Y eso no puede sino llenar de gozo a los niños (y a Deleuze).

- Eso permite otra lectura: lo que puede llenar de gozo a los niños (y a Deleuze)...

- Juguemos, pues, al juego de la verdad. Sin duda usted habrá leído, u hojeado, en verdad poco importa, dos obras recientes (del mismo «período»), dos libros que los azares del cielo han querido ver publicados en Gallimard, y en la misma colección, Folio-Essais: Qu'est-ce que l'art moderne?, de Denys Riout y Un siècle de philosophie (1900-2000), obra colectiva publicada bajo el auspicio del Centre Pompidou con un bello «mamarracho vertical» de Arnulf Rainer en la cubierta (Übermalte Vertikallegestalgung). Inmejorable. Y bien, aun a riesgo de confundirlo todo, aventuraré este diagnóstico: apoyándome en Georges Didi-Huberman, quien ha escrito un muy útil «D'un ressentiment en mal d'esthétique», el subtítulo de una de esas obras (que no se ajusta exactamente, la verdad obliga, a todos los artículos -y sobre todo la jubilosa carga de Alain de Libera), podría ser D'un ressentiment en mal de philosophie: para no dejar sin responder del todo a la idea, al final poco argumentada, según la cual la «filosofía continental» sería ese mal radical asimilado por uno de los autores de «galimatías libres [...] síntomas de una enfermedad, si se plantea la filosofía como una empresa teórica»; mientras que la otra obra, la de arte, balizando muy pedagógicamente las Zonas inmateriales de este siglo, uniendo arte moderno y arte contemporáneo, es una fantástica novela de aventuras. Por eso yo propondría escoger entre dos subtítulos, igualmente whiteheadianos: Ideas de aventuras o Aventuras de Ideas.

- Vaya el primero...

- ... ¡Ambos! Lo constataba ya Deleuze, cuando no dudaba en tomar como ejemplo el collage, apelando a un tiempo en el que la filosofía ya no podría escribirse como antes. Pero es cierto que, después, el terror de una ContraReforma sin invención nos da la nostalgia de ese antes de...

- ¿Está usted a punto de decirnos, como por lo bajo, que la filosofía no puede ser salvada más que como una forma de arte conceptual?- ¡Bienvenidos, pastiches...

- Pero no se desvíe usted... ¿Acaso la filosofía no ha sido, en sus grandes momentos, una manera de arte conceptual (empezando por los llamados «presocráticos»)? ¿Es suficiente para este tiempo, en el que es en su propio seno en donde la filosofía encuentra Rivales cada vez más «descarados y más idiotas» (según una página de antología de Qu'est ce que la philosophie?) ? Por mi parte y, por probar, sugiero añadir a la proposición que usted me presta: y como por un dibujo de niño. Deleuze y Guattari dicen: no-filosofía. Es, para el filósofo, el anti o el no-arte de los artistas.

- De filósofos «continentales» a artistas «contemporáneos»

- Bueno, no crea. El tiempo de lo contemporáneo es la no-filosofía de unos, es el no-arte de otros. Lo que hace (o no) de cada obra (por muy «sabia» que sea) un acontecimiento. En una palabra: si toda verdad tiene su origen en un acontecimiento, todo acontecimiento (filosófico o artístico) tiene su origen en la experiencia de ese no como posibilidad de la experiencia, ese no sin el cual no sabríamos actuar, críticamente contemporáneo de quien sea y de lo que sea. Reinyectado en el campo de fuerzas de la Modernidad, para abandonarse a los flujos y a las rupturas, es esta univocidad de lo Contemporáneo lo que, no sin razón, hace rugir a unos contra la «filosofía», y mugir a otros contra «el arte contemporáneo». Piense ahora en la afirmación de Rauschenberg: «la pintura está en relación con el arte y con la vida. Ninguna de estas dos relaciones puede realizarse. Yo espero actuar en este extravío entre las dos...»

- Rauschenberg, el pintor de la «célebre» Dirt painting de los mohos del más bello efecto pictorico...tal y como escribe, sin desfallecer, el Profesor de Universidad Denys Riout. Acaba usted de convencerme de la proposición más inquietante y menos democrática de sus buenos Maestros D & G: con usted -¡el diálogo es verdaderamente inconcebible! Eso no son ya afinidades electivas, sino multitudes selectivas... ¡de no importa qué!

- Bella definición de la infancia por la infancia del arte. O al menos, por lo que usted juzga, tal y como, a mi modo de ver, no hace justicia ni a la infancia ni al arte... Yo recuerdo siempre la pequeña frase de Dubuffet: «El niño pasa por completo y continuamente de la percepción a la visión, de lo real a lo imaginario, de lo concreto y material a lo conceptual.»

- Tras Rauschenberg, Dubuffet. Era inevitable...

- Es que si al igual que usted, yo no creo que la PALABRA ARTE sea la palabra del Fin del Arte (Duchamp mal leído por Jean-Philippe Domeq y consorcios), a diferencia de usted, no creo que el Arte sea la última palabra del arte (contra Greenberg bien visto por Gérard Wajcman)... Lo que aquí o allá se ha podido avanzar con los niños... Eso me ha llegado de los niños

- Vértigos y prodigios de la analogía...

- Nada de eso. «Los niños» quiere decir que la potencia estética de sentir no es un amable pleonasmo reservado al espacio de museo y al «arte en semejanza con el arte». Los niños, sin ningún entrecomillado, son esta potencia, potencia que, de toda evidencia y de mil maneras es el mayor envite del «arte contemporáneo»: no es por nada que cada vez «se parece más a la vida» y resulta menos definible por el «gusto». Y es aquí en donde todo se invierte, en la dirección de un nuevo paradigma estético, o incluso protoéstético, en el sentido de una liberación de la vida sobre nuevas formas de experiencia, de una extensión del dominio de la vida fuera de los límites de una subjetividad territorializada, disciplinada. Fuera del arte institucional, ya seriamente desquiciado en su museística verticalidad por la irrupción de materias de expresión de la vida más «concretas» (Combine-paintings de Rauschenberg, Texturologies de Dubuffet, etc.). Félix Guattari puede, así, evocar las implicaciones ético-políticas «transversales» y «procesuales» de este arte de la vida que va instaurándose por doquier, y en donde hay producción de disparidad, praxis generadoras de heterogeneidad y de complejidad, bifurcaciones sensibles inscritas en maneras de ser, resistencia de la creatividad social en los espacio-tiempos escenificados de la vida... Ahí en donde digo «niño», puede usted enunciar, con Guattari, «dimensión de creación en germen, siempre en contradición consigo misma, potencia de emergencia...» -:Caosmosis...

- ¡Usted me disculpará si me guardo de ello! Todo eso que dice me hace el efecto de últimos vestigios de esas batallas libradas y perdidas para conocer la idea de vanguardia. La radical secularización que usted propone deja al arte sin valor, exceptuando ese pseudo concepto de Vida, en que deviene, como nunca, el arte como rebeldía. No obstante, reconozco un mérito en su retórica: el de hacer del arte de hoy, de ese arte de recuperación y de reciclaje reivindicados, contemporáneo del arte como rebeldía... Ahora, si usted quiere llamarlo «no arte», para asociarlo a todo un proceso de denuncia bio-estético...

- He debido de expresarme mal. Pero qué quiere usted, es también el propósito de estas pequeñas discusiones... ¿Al menos estaremos de acuerdo en dejar la última palabra a un esteta poco sospechoso de esas dos enfermedades infantiles que son el «duchampismo» a ultranza y el «anti universalismo» primario?

- Al punto al que hemos llegado... Y puesto que ha decidido no darme la última palabra, que me recuerda... ¡Triste privilegio el mío! Puesto que la Cultura es todo lo contrario de sus no-artistas contemporáneos: es el lugar del secreto y de la iniciación. De la contemplación, de la seducción y de sus acciones, ciertamente no de la holgazanería travestida en zapping liberal-libertario...

- Es cierto que, con los niños, prefiero los protocolos de experiencia a los rituales de iniciación... Pero, esto es lo que escribía, hace ya algunos años, Marc Jimenez, ya sabe, el traductor de Teoría estética de Adorno: «El odio toma frecuentemente un aspecto globalizante que no tiene predilección, ni siquiera selectiva. Es esta forma totalizante lo que sorprende actualmente en los ataques virulentos contra el arte contemporáneo...»

- Aguarde, aguarde, ¡eso es demasiado fácil! Y el integrismo de lo Todo-Contemporáneo, ¿no es acaso globalizante? Cita contra cita: «La nueva forma de laminado cultural de la que fuimos testigos es la homotética de la forma que ha adquirido el totalitarismo pretendidamente progresista durante el siglo»

- Creo adivinar que son palabras del autor de ese Libro negro del arte contemporáneo...

- Por favor, ¡paremos aquí esta representación!

- Es, en efecto, el concepto clave.

- ¿La Representación?

- El fin de la representación...

- Comprendo: el fin del arte...

- Más inquieta su punto de vista: eso no es más que una representación, eso no es más que esta representación del arte que toca a su fin. Entonces, si la expresión arte contemporáneo debiera tener al menos una cualidad, nosotros permaneceremos aquí junto a ella. Por el hecho de ser la más histórica, no es la menos ontológica de las proposiciones.

- Miseria del arte...


 


 

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Publicado en el número 4 de Multitudes.
Traducción de Beñat Baltza
Se permite la copia íntegra y literal siempre y cuando se mantenga esta nota.

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